jueves, 7 de diciembre de 2023

Párat un momento: El Evangelio del dia 9 DE DICIEMBRE – SÁBADO – 1 – ADVIENTO – B – San Juan Diego

 

 

 


9 DE DICIEMBRE – SÁBADO

– 1 – ADVIENTO – B –

San Juan Diego

 

     Lectura del libro de Isaías (30,19-21.23-26):

 

   Esto dice el Señor, el Santo de Israel:

    «Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, se apiadará de ti al oír tu gemido: apenas te oiga, te responderá.

    Aunque el Señor te diera el pan de la angustia y el agua de la opresión ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro.

    Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a tus espaldas que te dice:

    “Éste es el camino, camina por él”.

    Te dará lluvia para la semilla que siembras en el campo, y el grano cosechado en el campo será abundante y suculento; aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas; los bueyes y asnos que trabajan en el campo comerán forraje fermentado, aventado con pala y con rastrillo.

    En toda alta montaña, en toda colina elevada habrá canales y cauces de agua el día de la gran matanza, cuando caigan las torres.

    La luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días, cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes».

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 146,1-2.3-4.5-6

    R/. Dichosos los que esperan en el Señor

 

    V/. Alabad al Señor, que la música es buena;

nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El Señor reconstruye Jerusalén,

reúne a los deportados de Israel. R/.

         

    V/. Él sana los corazones destrozados,

venda sus heridas.

Cuenta el número de las estrellas,

a cada una la llama por su nombre. R/.

 

    V/. Nuestro Señor es grande y poderoso,

su sabiduría no tiene medida.

El Señor sostiene a los humildes,

humilla hasta el polvo a los malvados. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,35–10,1.6-8):

 

 En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias.  Al ver las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”. 

Entonces dijo a sus discípulos:

“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.

Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. A estos doce los envió con estas instrucciones: “Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad diciendo que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios.

Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.

Palabra del Señor.

 

1.   Lo más claro que hay en este relato es que la actividad de Jesús, y la misión que encomendó a sus discípulos, tuvo (y debe seguir teniendo) un eje indiscutible: la preocupación central en la vida por el sufrimiento de enfermos y personas que sufren porque se ven privadas de su dignidad y sus derechos.  El relato menciona “enfermedades y dolencias” (o equivalentes) tres veces (Mt 9, 35. 36; 10, 1).

 

      2.   Para comprender lo que esto representa, hay que tener muy claro, ante todo, que una cosa es el hecho del milagro; y otra cosa es el significado de ese relato (A. SuhI, U. Luz...). Jesús no quebrantó la “ley natural”. Lo que quebrantó fue el “sufrimiento humano” (H. G. Fritzsche, G. Ebeling).  El error de la teología ha sido poner estos relatos al servicio de la cristología y no al servicio de los que sufren en este mundo. Y la Iglesia, fiel a semejante teología, ha llenado bibliotecas con interminables discusiones sobre si los milagros son o no son históricos.  Pero, haciendo eso, de no se ha centrado en lo que se centró Jesús: en remediar el sufrimiento humano.

 

3. Lo más espantoso, que nos apremia en este momento es:

1) La inseguridad en que vivimos.

2) La desigualdad que nos va distanciando más y más a unos de otros.  

La seguridad social se debilita. Crece la inseguridad social. La clase media se achica. Los ricos son cada día más ricos. Como cada día hay más pobres. Los medicamentos, los hospitales, la atención a los enfermos y personas limitadas están pasando, rápidamente, de ser un “servicio” a ser un “negocio”.  Que se lo pregunten a las empresas farmacéuticas y los que se enriquecen a costa del sector de la salud.  La Iglesia no es una ONG. Pero su “acción caritativa” no remedia estos problemas.  Si creemos en Jesús, en lo que hizo y dijo, ¿por qué nos mantenemos al margen de estos problemas que dan tanto miedo?

 

San Juan Diego

 



 

San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe, en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, en donde se le había aparecido la Madre de Dios.

 

Vida de San Juan Diego

El Beato Juan Diego, que en 1990 Vuestra Santidad llamó «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac» (L'Osservatore Romano, 7-8 maggio 1990, p. 5), según una tradición bien documentada nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas. Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «Águila que habla», o «El que habla con un águila».

Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.

El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.

El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante, la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Beato abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.

El Beato, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en este grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.

En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.

En la homilía que Vuestra Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990 en este Santuario, indicó cómo «las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad» (Ibídem).

Juan Diego, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que éstos acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».

Circundado de una sólida fama de santidad, murió en 1548.

Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.

El 9 de abril de 1990, ante Vuestra Santidad fue promulgado en Roma el decreto «de vitae sanctitate et de cultu ab immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco praestito».

El 6 de mayo sucesivo, en esta Basílica, Vuestra Santidad presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado con el título de Beato.

Precisamente en aquellos días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un milagro por intercesión de Juan Diego. Con él se abrió la puerta que ha conducido a la actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia viven en la alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en nuestro camino al Beato Juan Diego, que, según las palabras de Vuestra Santidad, «representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús» (Ibídem).

Beatísimo Padre, la canonización de Juan Diego es un don extraordinario no sólo para la Iglesia en México, sino para todo el Pueblo de Dios.

 

 

 

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