17 DE DICIEMBRE
– DOMINGO
– 3– ADVIENTO – B –
San Juan de Mata
Lectura del libro
de Isaías (61,1-2a.10-11):
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha
enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones
desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la
libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el
Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha
envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que
se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace
brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante
todos los pueblos.
Palabra de Dios
Salmo: Lc
1,46-48.49-50.53-54
R/. Me alegro con
mi Dios
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi
salvador;
porque ha mirado la humillación de su
esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones. R/.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. R/.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia. R/.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (5,16-24):
Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión:
ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis
el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo,
quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de
la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea
custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os
ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Palabra de Dios
Lectura del santo
evangelio según san Juan (1,6-8.19-28):
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la
luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el
testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y
levitas a Juan, a que le preguntaran:
«¿Tú quién
eres?»
Él confesó
sin reservas:
«Yo no soy el
Mesías.»
Le
preguntaron:
«¿Entonces,
qué? ¿Eres tú Elías?»
Él dijo:
«No lo soy.»
«¿Eres tú el
Profeta?»
Respondió:
«No.»
Y le dijeron:
«¿Quién eres?
Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti
mismo?»
Él contestó:
«Yo soy la
voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como
dijo el profeta Isaías.»
Entre los
enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces,
¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les
respondió:
«Yo bautizo
con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de
mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba
en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Palabra del Señor
Preparación a la Navidad en tres actos.
La liturgia
del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad,
pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera
lectura afirma:
“Desbordo de
gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”; san Pablo pide a los
tesalonicenses “estad siempre alegres”.
Juan Bautista
es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que
inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este dato común,
la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra
de teatro en tres actos.
Acto primero
Cuando se
descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado
de una multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos
desterrados en Babilonia, actuales oprimidos por el imperio persa. La escena
está en penumbra, transmitiendo al espectador una sensación de agobiante
tristeza; sólo un foco ilumina el rostro del protagonista. Mira en silencio,
durante largo rato, a la multitud que le rodea. Finalmente, abre la boca y dice
algo inaudito: “El Espíritu del Señor está sobre mí”.
Suena a
blasfemia. El Espíritu del Señor hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso
dicen algunos sabios: que el Espíritu se retiró después de la destrucción del
templo de Jerusalén. Pero el personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les
habla de la misión que llevará a cabo movido por el Espíritu: “daros una buena
noticia a vosotros que sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la
amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de
gracia del Señor”.
Poco a poco,
la luz que iluminaba sólo el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el
protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un
manto regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla
como un rey a su corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden
entender: “Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus
semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante
todos los pueblos.” (Isaías 61, 1-2a. 10-11)
Acto segundo
En el centro
del escenario un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo.
Pablo camina por la habitación mientras dicta.
̶ “Guardaos
de toda forma de maldad.”
̶ No
sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van
siete consejos.
Pablo lo mira
extrañado.
̶ ¿Los
has ido contando?
̶ Claro.
Los seis anteriores han sido: “Estad siempre alegres. Sed constantes en
orar. Dad gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el
don de profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.” Ahora basta
con que los encomiendes a Dios y les asegures su protección.
̶ ¿Cuál
de esos consejos te viene mejor?
El muchacho
se queda releyendo los consejos y pensando mientras cae el telón. (san Pablo a
los Tesalonicenses 5,16-24)
Acto tercero
Escena a
orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de
sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes.
Cada vez más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una
revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder
romano? ¿Es cierto, como dicen unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a
la tierra? ¿O es el profeta del que habló Moisés, el que otros esperan antes
del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo?
Lo asedian a
preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más
escuetas: “No soy el Mesías”. “No lo soy”. “No”. Al final, cansado de tanto
interrogatorio, les da una clave que ellos probablemente no comprenden. “Yo
sólo soy una voz que grita en el desierto. Al que deberías buscar es a uno que
no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante que yo.”
Los
sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran.
Juan mira a
sus discípulos y les comenta:
̶ Han
venido desde Jerusalén queriendo saber quién soy yo, y no les interesa lo más
mínimo saber quién es el que viene detrás de mí. (Juan 1, 6-8.19-28)
Crónica del
periódico
Como
preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que
provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este
comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y
tercero: el primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el
tercero de Juan, que se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la
grandeza del que lo sigue. Y el que lo sigue es precisamente el que lo ha
precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con un mensaje de esperanza
y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con estas sutilezas
deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo.
San Juan de Mata
Este santo es el fundador
de la Comunidad de la Stma. Trinidad, o Padres Trinitarios, que tiene 75 casas
en el mundo con 580 religiosos.
Nació en Francia, en los límites con
España, en 1160.
Durante sus primeros años se dedicó a los
estudios de bachillerato y a la equitación y al deporte de la natación. Pero
las dos actividades que más le agradaban eran la oración y el dedicarse a
ayudar a los pobres. Frecuentemente se retiraba a una ermita alejada del pueblo
y allí pasaba varios días dedicado a la meditación.
Su padre lo envió a París y allá obtuvo el
doctorado y luego fue ordenado sacerdote.
Las antiguas crónicas dicen que durante la
celebración de su Primera Misa tuvo una visión celestial: vio a unos pobres
cristianos prisioneros de los mahometanos y con peligro de renunciar a su
religión, y observó cómo un religioso vestido de blanco y con una cruz roja y
azul en el pecho los libraba y los salvaba de perder su fe. Con esto creyó
sentir una invitación celestial a fundar una comunidad para libertar
cristianos.
Juan fue a consultar a San Félix de Valois,
que vivía retirado meditando y rezando y después de varios días de rezar con
él, le narró la idea que tenía de fundar una comunidad de religiosos para
libertar cautivos. A San Félix le pareció muy buena idea y los dos se fueron a
Roma a conseguir el permiso del Papa.
Inocencio III no era muy amigo de fundar
nuevas congregaciones religiosas pero las oraciones de estos dos santos
lograron la buena voluntad del Pontífice y les concedió su aprobación. Juan fue
consagrado obispo y a los religiosos se les concedió un hábito banco con una
cruz roja y azul en el pecho. Superior General de la Comunidad fue nombrado
Juan de Mata.
El rey de Francia Felipe Augusto les concedió
autorización para conseguir fondos en favor de los prisioneros, y así nuestro
santo hizo varios viajes al Africa a libertar cautivos.
Los piratas mahometanos llegaban a las costas
españolas y francesas y se llevaban prisioneros a todos los que encontraban. Y
había el grave peligro de que aquellos pobres esclavos, en medio de tan
terribles sufrimientos, renegaran de su fe para que no los trataran mal. Por
eso San Juan de Mata se propuso rescatarlos.
En el año 1201 Juan de Mata y sus religiosos
lograron rescatar en Marruecos 186 prisioneros. Al año siguiente en Túnez
rescataron 110 prisioneros. Por cada uno había que pagar una crecida suma de
dinero, y los Padres Trinitarios iban de ciudad en ciudad y de campo en campo
consiguiendo con qué pagar el rescate de los pobres esclavos.
San Juan de Mata tuvo que sufrir mucho por
parte de los mahometanos que le tenían mucha antipatía por los sabios consejos
que les daba a los esclavos cristianos para que no se dejaran quitar su santa
religión.
Un día en que Juan volvía del Africa con 120
prisioneros cristianos que había libertado de la esclavitud de los musulmanes,
un grupo de piratas mahometanos asaltó su barco, destruyó el timón y rasgó las
velas (telas por las cuales el viento empujaba la embarcación). Los pasajeros
creyeron que iban a naufragar en el mar, pero el santo hizo unas nuevas velas
uniendo los mantos de todos ellos, y se puso a rezar, y así sin timón, pero
lleno de confianza en Dios, y suplicando que Nuestro Señor hiciera de piloto, y
colocándose en la proa del barco con un crucifijo en las manos, logró tener un
próspero viaje y desembarcaron sanos y salvos en Ostia (Italia).
Los últimos años los pasó en Roma dedicado a
la predicación y a conseguir ayudas para los pobres y murió santamente en el
año 1213.
Este santo se preocupó siempre de ocultar los
hechos más admirables de su vida. El cumplía aquel antiguo principio: "Hay
que amar el permanecer oculto y el no ser conocido".
Un religioso de su comunidad, el Padre Juan
Gil, recató en 1580 a Miguel de Cervantes, autor del Quijote, que estaba preso
de los musulmanes desde 1575.
En el año 1660 la Santa Sede autorizó el
culto a San Juan de Mata, y hoy en día son muchos los que en el mundo entero
siguen recibiendo de Dios el mismo llamamiento que él recibió del cielo: ir a
ayudar a los que sufren en cárceles y prisiones.
Jesús prometió que en el día del Juicio Final
dirá a muchos de los que estarán a su derecha: "Venid benditos de mi
Padre, porque cuando Yo estuve preso me fuisteis a ayudar. Todo lo que
hicisteis con los demás aun con los más humildes, a Mí me lo hicisteis"
(S. Mateo 35,40).
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