23 de Diciembre – DOMINGO –
4ª – Semana de Adviento
– C
Lectura
de la profecía de Miqueas (5,1-4):
Esto dice el
Señor:
«Y
tú, Belén Efratá,
pequeña
entre los clanes de Judá,
de ti voy a
sacar
al que ha de
gobernar Israel;
sus orígenes
son de antaño,
de tiempos
inmemorables.
Por
eso, los entregará
hasta que dé
a luz la que debe dar a luz,
el resto de
sus hermanos volverá
junto con
los hijos de Israel.
Se
mantendrá firme,
pastoreará
con la fuerza del Señor,
con el
dominio del nombre del Señor, su Dios;
se
instalarán, ya que el Señor
se hará
grande hasta el confín de la tierra.
Él
mismo será la paz».
Palabra
de Dios
Salmo:
79,2ac.3c.15-16.18-19
R/.
Oh Dios, restáuranos,
que
brille tu rostro y nos salve.
Pastor de
Israel, escucha,
tú que te sientas
sobre querubines, resplandece;
despierta tu
poder y ven a salvarnos. R/.
Dios del
universo, vuélvete:
mira desde
el cielo, fíjate,
ven a
visitar tu viña.
Cuida la
cepa que tu diestra plantó,
y al hombre
que tú has fortalecido. R/.
Que tu mano
proteja a tu escogido,
al hombre
que tú fortaleciste.
No nos
alejaremos de ti:
danos vida,
para que invoquemos tu nombre. R/.
Lectura
de la carta a los Hebreos (10,5-10):
Hermanos:
Al entrar
Cristo en el mundo dice:
«Tú
no quisiste sacrificios ni ofrendas,
pero me
formaste un cuerpo; no aceptaste
holocaustos
ni víctimas expiatorias.
Entonces
yo dije:
He
aquí que vengo —pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí— para
hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero
dice:
«Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero
me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que
se ofrecen según la ley.
Después
añade:
«He
aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega
lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos
santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para
siempre.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo Evangelio según San Lucas (1,39-45):
En aquellos
mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a
un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció
que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita
tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que
me visite la madre de mi Señor?
Pues,
en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi
vientre.
Bienaventurada
la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra
de Dios
¿Cómo vivir la Navidad?
Giotto, Visita de María a Isabel
Cuando falta poco para
estas fiestas, las lecturas nos ofrecen tres ejemplos excelentes para vivir su
sentido y un mensaje de esperanza.
El ejemplo de
Isabel: alabanza, asombro, alegría (Lucas 1,39-45)
…En cuanto
Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel
del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres,
y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de
mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría
en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá."
Aunque en el relato del
evangelio la iniciativa es de María, poniéndose en camino hacia un pueblecito
de Judá, los verdaderos protagonistas son Isabel, la única que habla, y Juan,
el hijo que lleva en su seno. Es este el primero en reaccionar, antes que su
madre. En cuanto oye el saludo de María (Lucas no cuenta qué palabras usó para
saludar) da un salto en el seno de Isabel. Esta, llena de Espíritu Santo,
expresa los sentimientos que debe tener cualquier cristiano ante la presencia
de Jesús y María.
Alabanza (“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de
tu vientre!”). El Antiguo Testamento recoge la alabanza de algunas mujeres,
pero por motivos muy distintos. Yael
es proclamada “bendita entre las mujeres” por haber asesinado a Sísara, general
de los enemigos; Rut, por haber
elegido a Booz, a pesar de no ser joven; Abigail,
por haber impedido a David que se tomara la justicia por su mano; Judit, por haber matado a Holofernes
y liberado a Israel; Sara, la esposa
de Tobit, por haber abandonado a sus padres para venir a vivir con la familia
de Tobías.
¿Qué ha hecho María para
que Isabel la bendiga?
El relato de la anunciación
lo deja claro: ha aceptado el plan de Dios (“he aquí la esclava del Señor”) y
eso la ha convertido en madre de Jesús o, como dirá Isabel, en “la madre de mi
Señor”. Motivo más que suficiente de alabanza.
Asombro (“¿Quién
soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”). La forma de expresarse
Isabel, tan personal, recuerda lo que escribió san Pablo a los Gálatas a
propósito de la muerte de Jesús: “Me amó y se entregó a la
muerte por mí”. Se deja en segundo plano el valor universal de la
encarnación y de la muerte para destacar lo que significan para
mí.
La Navidad, celebrada año tras
año durante siglos, corre el peligro de convertirse en algo normal. No nos
asombramos de esta venida de Jesús a mí, como si fuera la cosa más
lógica del mundo. Buen momento para detenernos y asombrarnos.
Alegría (“la
criatura saltó de gozo en mi vientre”). Lucas termina por donde empezó:
hablando de la reacción de Juan. Pero ahora añade que el salto en el vientre de
su madre lo provocó la alegría de escuchar el saludo. Los domingos anteriores
han insistido en el tema de estar siempre alegres. Lo específico de este
evangelio es que la alegría la provoca la presencia de María y de Jesús.
Estos tres sentimientos los
inspira, según Lucas, el Espíritu Santo; ya que generalmente no lo tenemos tan
presente como debiéramos, es este un buen momento para pedirle que los infunda
también en nosotros.
El ejemplo de
María: fe
Las palabras de Isabel, que
comienzan con una alabanza de María y de Jesús, terminan con otra alabanza de
María: “¡Dichosa tú que has creído!” Y esto debe hacernos pensar en la grandeza
del misterio que celebramos. No es algo que se pueda entender con argumentos
filosóficos ni demostrar científicamente. Es un misterio que exige fe. Para
muchos, como decía el cardenal Newman, la fe es “la capacidad de soportar
dudas”. Para María es fuente de felicidad. Lo será siempre, a pesar de las
terribles pruebas por las que debió pasar. En ese camino misterioso de la fe,
ella se nos ofrece como modelo.
El ejemplo de
Jesús: cumplir la voluntad de Dios (Hebreos 10,5-10)
En la mentalidad del pueblo,
y de gran parte del clero de Israel, lo más importante en la relación con Dios
era ofrecerle sacrificios de animales y ofrendas. En el fondo latía la idea de
que Dios necesita alimentarse como los hombres. Los profetas, y también algunos
salmistas, llevaron a cabo una dura crítica a esta mentalidad: lo que Dios
quiere no es que le ofrezcan un buey o un cordero, sino que se cumpla su
voluntad. Esta idea la recoge el autor de la Carta a los Hebreos y la pone en
boca de Jesús (“Aquí estoy para hacer tu voluntad”), completándola con otra
idea: los sacrificios de animales no tenían gran valor, había que repetirlos continuamente.
En cambio, cuando Jesús se ofrece a sí mismo, su sacrificio es de tal valor que
no necesita repetirse.
Los sacrificios de animales
pretendían establecer la relación con Dios, sin conseguirlo plenamente.
El sacrificio de Jesús
establece esa relación plena al santificarnos.
Al mismo tiempo, el ejemplo
de Jesús nos enseña a poner el cumplimiento de la voluntad de Dios por encima
de todo, de acuerdo con lo que repetimos a menudo: “Hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo”.
Un anuncio
(Miqueas 5,1-4)
Este breve oráculo del
libro de Miqueas es famoso porque lo cita el evangelio de Mateo cuando los
magos de Oriente preguntan dónde debía nacer el Mesías. El texto se dirige a
personas que han vivido la terrible experiencia de la derrota a manos de los
babilonios, el incendio de Jerusalén y del templo, la deportación, la
desaparición de la dinastía davídica. La culpa, pensaban muchos, había sido de
los reyes, los pastores, que no se habían comportado dignamente y habían
llevado a cabo una política funesta. En medio del desánimo y el escepticismo,
el profeta anuncia la aparición de un nuevo jefe, maravilloso, que extenderá su
grandeza hasta los confines del mundo y procurará la paz y la tranquilidad a su
pueblo. Pero no será como los monarcas anteriores, será un nuevo David. Por eso
no nacerá en Jerusalén, sino en Belén.
Resumen
Lo que relaciona las
lecturas de este domingo es la misión de Jesús y los frutos que produce.
La de Miqueas anuncia que
su misión consistirá en ser jefe (pastor) de Israel, procurándole al pueblo la
tranquilidad y la paz.
En la Carta a los Hebreos,
su misión es cumplir la voluntad del Padre; gracias a eso ha restaurado nuestra
relación con Dios, nos ha santificado.
En el evangelio, la misión
no la lleva a cabo Jesús, sino María; su simple presencia provoca una reacción
de alabanza, asombro y alegría en Isabel y Juan.
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