5 DE DICIEMBRE – MIÉRCOLES –
1ª – SEMANA DE ADVIENTO – C –
Lectura del libro de Isaías (25,6-10a):
En aquel
día, preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un
festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares
exquisitos, vinos refinados. Y arrancará en este monte
el velo
que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre a todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y
alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha
dicho el Señor—.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre
este monte la mano del Señor».
Palabra de Dios
Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6
R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término
El Señor
es mi pastor, nada me falta:
en verdes
praderas me hace recostar;
me
conduce hacia fuentes tranquilas
y repara
mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo,
por el
honor de su nombre.
Aunque
camine por cañadas oscuras,
nada
temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y
tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas
una mesa ante mí,
enfrente
de mis enemigos;
me unges
la cabeza con perfume,
y mi copa
rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los
días de mi vida,
y
habitaré en la casa del Señor
por años
sin término. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (15,29-37):
En aquel
tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados,
sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados,
andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de
Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días
conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que
desfallezcan en el camino».
Los discípulos le dijeron:
«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para
saciar a tanta gente?».
Jesús les dijo:
«¿Cuántos panes tenéis?».
Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».
Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete
panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a
los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete
canastos llenos.
Palabra del Señor.
1.
Cuando los evangelios relatan "milagros", lo que menos
interesa es la historicidad del hecho que se cuenta. Lo que importa es la
"ejemplaridad" de tal hecho (cf. John R Meier).
Sobre este dato capital, insistiremos, explicándolo más detenidamente. En este evangelio, concretamente, se dice
que Jesús curaba a los enfermos que le llevaban.
Se habla aquí también de la comida, tan
abundante que sobraron siete cestas llenas. Y se indica que comieron todos
reunidos y sentados en el suelo.
2. ¿Qué
ejemplaridad nos dejó Jesús según este
relato?
Se puede
discutir, por supuesto, si Jesús hizo allí milagros. Lo que no admite duda es
lo que aquí queda más patente. Se trata sencillamente de esto: Jesús no soportaba el sufrimiento humano. El
sufrimiento de los enfermos. Por eso los sana de sus males.
Tampoco soportaba el sufrimiento de los que
tienen hambre. Por eso les proporciona alimento en abundancia.
Y no soporta que la gente se vaya por ahí, cada
cual a su casa con sus problemas. Por eso hace la cosa de manera que todos
comparten lo que allí se podía compartir.
3. Las
tres grandes preocupaciones de Jesús quedaron bien indicadas en este relato:
1.- El problema de la salud, que tanto nos
preocupa a todos (relatos de curaciones
de enfermos).
2.- El problema de la alimentación (relatos de
comidas).
3.- El problema de las relaciones humanas (sermones,
discursos, parábolas).
En este evangelio de hoy, las tres
preocupaciones de Jesús se condensan en un solo relato, que lo resume todo, de
la forma más sencilla, más fuerte, más profunda. Sobre estos tres pilares, se tendría que
construir, mantener y ser visible a todos la Iglesia que
Jesús
inició. Y sobre estos tres pilares se tendría que construir la fe de los
creyentes en Jesús.
San Sabas
Fue uno de los santos más
influyentes y significativos del anacoretismo en Oriente. Nace en el año 439 en
Mutalasca (Turquía). Es admitido en el monasterio de Flaviano donde recibe
educación. Al tener edad, pide la admisión en el monasterio con dieciocho años.
Con el permiso de su abad, en el 457, marcha a los Santos Lugares y conoce los
desiertos de Palestina. Pasa el invierno en el monasterio de Pasarion. Se
consolida en él el amor al silencio y a la austeridad y por ello pasa al
monasterio de Eutimio, próximo a Jerusalén, y luego a otro dirigido por
Teoctisto donde hay una estricta observancia y disciplina. Su vida cobra
verdadera dimensión de anacoreta en el apartamiento de todo y de todos en su
gruta. Allí consume el tiempo con la oración abundante, la penitencia recia y
el trabajo de hacer cestillos. Acuden a él fieles de todas partes; con
frecuencia, también presbíteros y obispos. Corre por el mundo cristiano el
nombre de Sabas. El Patriarca de Jerusalén lo nombra exarca de todos los
monjes, eremitas y anacoretas del desierto. Muere tal día como hoy en el año
532.
Vida de San Sabas
Cerca de Jerusalén, san Sabas abad, que, nacido en Capadocia, se
retiró al desierto de Judea, en donde fundó un nuevo estilo de vida eremítica
en siete monasterios que se llamaron lauras, reuniendo a los solitarios bajo un
superior. Vivió durante muchos años en la gran laura, que posteriormente llevó
su nombre, brillando con el ejemplo de santidad y luchando esforzadamente por
la fe de Calcedonia.
Su vida comienza en el año 439 al nacer en Mutalasca, en la
Capadocia. Tuvieron que cuidarlo sus tíos maternos y paternos cuando los
deberes militares requieren la presencia de su padre en Alejandría. Desde muy
pequeño advierte los afanes desmedidos de los mayores que pelean entre sí por
los beneficios que esperan conseguir de la administración de los bienes que a
él pertenecen.
Es admitido en el monasterio de Flaviano donde recibe educación. Allí
crece en ciencia y en virtud, conoce es estilo de vida de los monjes, se empapa
de su modo de vivir que le embelesa y, al tener edad, pide la admisión en el
monasterio con dieciocho años.
Con el permiso de su abad, en el 457, marcha a los Santos Lugares y
conoce los desiertos de Palestina. Pasa el invierno en el monasterio de
Pasarion. Se consolida en él el amor al silencio y a la austeridad y por ello
pasa al monasterio de Eutimio, próximo a Jerusalén, y luego a otro dirigido por
Teoctisto donde hay una estricta observancia y disciplina.
Su vida cobra verdadera dimensión de anacoreta en el apartamiento de
todo y de todos en su gruta. Allí consume el tiempo con la oración abundante,
la penitencia recia y el trabajo de hacer cestillos que lleva al monasterio
cada sábado regresando con palmas para reanudar su trabajo. San Eutimio lo
nombrará como "el joven viejo" para expresar en una frase su madurez
y profundidad al tiempo que su ímpetu y fortaleza. Y lo conoce bien porque cada
14 de enero salen juntos al desierto de Rufan donde se dedican a una inclemente
penitencia hasta el domingo de Ramos, considerando que este era el desierto
donde Jesús vivió su cuarentena después de su bautismo en el Jordán.
Nota relajo en el monasterio de Teoctisto y marcha al desierto del
Jordán donde en su cueva ha de luchar contra el demonio enrabietado que le
declara una guerra sangrienta: visiones, fantasmas, aullidos e insultos que él
combate con más oración y más penitencia.
Conocida su residencia y santidad acuden los fieles del lugar, con la
intención de recibir instrucción y aprender de su penitencia. Es preciso
entonces hacer cobertizos y bendecir un altar donde puedan decir Misa los
presbíteros del lugar. Ni él se juzgó con suficiente virtud ni dignidad para
ser sacerdote y afirmó que de ellas carecían algunos de sus discípulos. Esto le
granjeó dificultades que llegan en forma de denuncia por enfermizo escrupuloso
y odiosa rigidez hasta Salustio, Patriarca de Jerusalén, que termina por
conferirle las Ordenes Sagradas delante de sus acusadores y dándoselo como
superior.
Acuden a él fieles de todas partes; con frecuencia, también
presbíteros y obispos. Corre por el mundo cristiano el nombre de Sabas.
Es la hora de hacer más monasterios. Se impone la construcción de un
hospital donde puedan ser atendidos los peregrinos enfermos y, además, se
precisa un amplio local independiente para formar debidamente a los novicios,
separados de los viejos. Cada vez son más los que buscan su guía.
El Patriarca de Jerusalén lo nombra exarca de todos los monjes,
eremitas y anacoretas del desierto.
Ya nonagenario, al final de su vida, ha de luchar contra la herejía
en la Iglesia.
Además, el anciano, pobre y enjuto monje es recibido por el mismo
emperador Justiniano a quien pide en conversación personal que se ocupe de
propiciar la defensa de la ortodoxia, de la verdadera fe. Luego marcha a su
cueva esperando el paso a la eternidad en el 531.
Fue uno de los santos más influyentes y significativos del
anacoretismo en Oriente.
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