27 de Diciembre, Jueves – NAVIDAD
–
Comienzo de la primera
carta del apóstol san Juan (1,1-4):
Lo que existía desde el principio, lo
que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que
contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se
hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la
vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó.
Eso que hemos visto y oído
os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos
con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra
alegría sea completa.
Palabra de Dios
Salmo: 96,1-2.5-6.11-12
R/. Alegraos, justos,
con el Señor
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su
trono. R/.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su
gloria. R/.
Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de
corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Juan (20,2-8):
El primer día de la semana, María
Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a
quien tanto quería Jesús, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro
discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo
corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose,
vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de
él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un
sitio aparte.
Entonces entró también el
otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Palabra del Señor
1. No se sabe quién fue el
autor del IV evangelio. En todo caso, lo que interesa es destacar algunos de
los grandes temas que nos dejó este autor como recuerdo de Jesús.
Es de notar que empieza a narrar la actividad de Jesús recordando
el seguimiento de los discípulos (1, 35-43) y termina con el mandato a Pedro:
sígueme (21, 22).
El tema del seguimiento de Jesús es decisivo para entender este
evangelio (6, 2; 8, 12; 10, 27; 12, 26; 13, 36. 37; 18, 15; 21, 19. 20).
2. Más característico del
IV evangelio es el tema de los "signos" ("sémeion") que
jalonan todo el relato, para que sea posible la "fe" y la
"vida" (20, 30-31).
Así tenemos que
entender los relatos de la boda de Caná (2, 11), la curación del
siervo del
centurión (4, 46-54), del paralítico de la piscina (5, 1-9), la multiplicación
de los panes y los peces (6, 1-15), la sanación del ciego de nacimiento (9,
1-38) y la devolución de la vida a Lázaro (11, 1-46).
3. Estos relatos no son
meros "signos", que comunican "conocimientos". Son
"símbolos" (semeia), que transmiten "experiencias". Ante todo, la fe. Que nace
y crece cuando
anteponemos la felicidad del amor a la observancia de las
purificaciones de
los ritos religiosos (Caná), cuando se da salud a un enfermo
(el siervo del
centurión pagano), se cura a un paralítico aunque eso se haga cuando la
religión lo prohíbe (paralítico de la piscina), se comparte lo que se tiene
para comer (multiplicación de los panes), se
cura a un ciego aunque la religión lo excomulgue (ciego de nacimiento),
se le devuelve la vida a un cadáver en
proceso de descomposición, incluso si
eso te cuesta el rechazo total de la religión que te condena a muerte (11,
47-53).
4. Para el autor del IV
evangelio, la plenitud de la vida, que brota de la fe, se
antepone a la
religión, su templo (2, 13-22), sus ritos, sus normas, sus sacerdotes,
aunque esto te
cueste ser excomulgado (el ciego) incluso ser condenado a muerte (11, 47-53). Y
es que, para el IV evangelio, como para los sinópticos, lo decisivo en
el Evangelio es
el seguimiento de Jesús. La última palabra, que el IV evangelio pone en boca de
Jesús fue esta: Sígueme (Jn 21, 22).
Así cerró Jesús sus enseñanzas.
San Juan. Apóstol y
evangelista
SAN JUAN EL EVANGELISTA, APÓSTOL
Hijo del Zebedeo, hermano del Apóstol Santiago
SAN JUAN el Evangelista, a quien
se distingue como "el discípulo amado de Jesús" y a quien a menudo le
llaman "el divino" (es decir, el "Teólogo") sobre todo
entre los griegos y en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo y
hermano de Santiago el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador.
Junto con su hermano Santiago, se
hallaba Juan remendando las redes a la orilla del lago de Galilea, cuando
Jesús, que acababa de llamar a su servicio a Pedro y a Andrés, los llamó
también a ellos para que fuesen sus Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a
Juan y a Santiago el sobrenombre de Boanerges, o sea "hijos del
trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está aclarado si lo hizo como una
recomendación o bien a causa de la violencia de su temperamento.
Se dice que San Juan era el más
joven de los doce Apóstoles y que sobrevivió a todos los demás. Es el único de
los Apóstoles que no murió martirizado.
En el Evangelio que escribió se
refiere a sí mismo, como "el discípulo a quien Jesús amaba", y es
evidente que era de los más íntimos de Jesús. El Señor quiso que estuviese,
junto con Pedro y Santiago, en el momento de Su transfiguración, así como
durante Su agonía en el Huerto de los Olivos. En muchas otras ocasiones, Jesús
demostró a Juan su predilección o su afecto especial. Por consiguiente, nada
tiene de extraño desde el punto de vista humano, que la esposa de Zebedeo
pidiese al Señor que sus dos hijos llegasen a sentarse junto a Él, uno a la
derecha y el otro a la izquierda, en Su Reino.
San Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad a fin
de preparar la cena de la última Pascua y, en el curso de aquella última cena,
Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y fue a Juan a quien el Maestro
indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que
habría de traicionarle. Es creencia general la de que era Juan aquel "otro
discípulo" que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro
se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la cruz
con la Virgen María y las otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el
sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. "Mujer,
he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a
tu madre", le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó
como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos y nos encomendó el amoroso
cuidado de Su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen
María, San Juan fue el primero. Tan sólo a él le fue dado el privilegio de llevar
físicamente a María a su propia casa como una verdadera madre y honrarla,
servirla y cuidarla en persona.
Gran testigo de la Gloria del Maestro
Cuando María Magdalena trajo la
noticia de que el sepulcro de Cristo se hallaba abierto y vacío, Pedro y Juan
acudieron inmediatamente y Juan, que era el más joven y el que corría más de
prisa, llegó primero. Sin embargo, esperó a que llegase San Pedro y los dos
juntos se acercaron al sepulcro y los dos "vieron y creyeron" que
Jesús había resucitado.
A los pocos días, Jesús se les
apareció por tercera vez, a orillas del lago de Galilea, y vino a su encuentro
caminando por la playa. Fue entonces cuando interrogó a San Pedro sobre la
sinceridad de su amor, le puso al frente de Su Iglesia y le vaticinó su martirio.
San Pedro, al caer en la cuenta de que San Juan se hallaba detrás de él,
preguntó a su Maestro sobre el futuro de su compañero:
«Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21)
Jesús le respondió: «Si quiero
que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» (Jn 21,22)
Debido a aquella respuesta, no es
sorprendente que entre los hermanos corriese el rumor de que Juan no iba a
morir, un rumor que el mismo Juan se encargó de desmentir al indicar que el
Señor nunca dijo: "No morirá". (Jn 21,23).
Después de la Ascensión de
Jesucristo, volvemos a encontrarnos con Pedro y Juan que subían juntos al
templo y, antes de entrar, curaron milagrosamente a un tullido. Los dos fueron
hechos prisioneros, pero se les dejó en libertad con la orden de que se
abstuviesen de predicar en nombre de Cristo, a lo que Pedro y Juan
respondieron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que
a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.»
(Hechos 4:19-20)
Después, los Apóstoles fueron
enviados a confirmar a los fieles que el diácono Felipe había convertido en
Samaria. Cuando San Pablo fue a Jerusalén tras de su conversión se dirigió a
aquellos que "parecían ser los pilares" de la Iglesia, es decir a
Santiago, Pedro y Juan, quienes confirmaron su misión entre los gentiles y fue
por entonces cuando San Juan asistió al primer Concilio de Apóstoles en
Jerusalén. Tal vez concluido éste, San Juan partió de Palestina para viajar al
Asia Menor.
Éfeso
San Ireneo, Padre de la Iglesia,
quien fue discípulo de San Policarpo, quién a su vez fue discípulo de San Juan,
es una segura fuente de información sobre el Apóstol. San Ireneo afirma que este se estableció en Éfeso
después del martirio de San Pedro y San Pablo, pero es imposible determinar la
época precisa. De acuerdo con la Tradición, durante el reinado de Domiciano,
San Juan fue llevado a Roma, donde quedó milagrosamente frustrado un intento
para quitarle la vida. La misma tradición afirma que posteriormente fue
desterrado a la isla de Patmos, donde recibió las revelaciones celestiales que
escribió en su libro del Apocalipsis.
Maravillosas revelaciones celestiales
Después de la muerte de
Domiciano, en el año 96, San Juan pudo regresar a Éfeso, y es creencia general
que fue entonces cuando escribió su Evangelio. El mismo nos revela el objetivo
que tenía presente al escribirlo. "Todas estas cosas las escribo para que
podáis creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer,
tengáis la vida en Su nombre". Su Evangelio tiene un carácter enteramente
distinto al de los otros tres y es una obra teológica tan sublime que, como
dice Teodoreto, "está más allá del entendimiento humano el llegar a
profundizarlo y comprenderlo enteramente". La elevación de su espíritu y
de su estilo y lenguaje, está debidamente representada por el águila que es el
símbolo de San Juan el Evangelista. También escribió el Apóstol tres epístolas:
a la primera se le llama Católica, ya que está dirigida a todos los otros
cristianos, particularmente a los que él convirtió, a quienes insta a la pureza
y santidad de vida y a la precaución contra las artimañas de los seductores.
Las otras dos son breves y están dirigidas a determinadas personas: una
probablemente a la Iglesia local, y la otra a un tal Gayo, un comedido
instructor de cristianos. A lo largo de todos sus escritos, impera el mismo
inimitable espíritu de caridad. No es éste el lugar para hacer referencias a
las objeciones que se han hecho a la afirmación de que San Juan sea el autor
del cuarto Evangelio.
Predicando la Verdad y
el amor
Los más antiguos escritores
hablan de la decidida oposición de San Juan a las herejías de los ebionitas y a
los seguidores del gnóstico Cerinto. En cierta ocasión, según San Ireneo,
cuando Juan iba a los baños públicos, se enteró de que Cerinto estaba en ellos
y entonces se devolvió y comentó con algunos amigos que le acompañaban:
"¡Vámonos hermanos y a toda prisa, no sea que los baños en donde está
Cerinto, el enemigo de la verdad, caigan sobre su cabeza y nos aplasten!".
Dice San Ireneo que fue informado
de este incidente por el propio San Policarpio el discípulo personal de San
Juan. Por su parte, Clemente de Alejandría relata que en cierta ciudad cuyo
nombre omite, San Juan vio a un apuesto joven en la congregación y, con el
íntimo sentimiento de que mucho de bueno podría sacarse de él, lo llevó a
presentar al obispo a quien él mismo había consagrado. "En presencia de
Cristo y ante esta congregación, recomiendo este joven a tus cuidados". De
acuerdo con las recomendaciones de San Juan, el joven se hospedó en la casa del
obispo, quien le dio instrucciones, le mantuvo dentro de la disciplina y a la
larga lo bautizó y lo confirmó. Pero desde entonces, las atenciones del obispo
se enfriaron, el neófito frecuentó las malas compañías y acabó por convertirse
en un asaltante de caminos. Transcurrió algún tiempo, y San Juan volvió a
aquella ciudad y pidió al obispo: "Devuélveme ahora el cargo que
Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados en presencia de tu iglesia".
El obispo se sorprendió creyendo que se trataba de algún dinero que se le había
confiado, pero San Juan explicó que se refería al joven que le había presentado
y entonces el obispo exclamó: "¡Pobre joven! Ha muerto". "¿De
qué murió, preguntó San Juan? "Ha muerto para Dios, puesto que es un
ladrón", fue la respuesta. Al oír estas palabras, el anciano Apóstol pidió
un caballo y un guía para dirigirse hacia las montañas donde los asaltantes de
caminos tenían su guarida. Tan pronto como se adentró por los tortuosos
senderos de los montes, los ladrones le rodearon y le apresaron. "¡Para
esto he venido!", gritó San Juan. "¡Llevadme con vosotros!" Al
llegar a la guarida, el joven renegado reconoció al prisionero y trató de huir,
lleno de vergüenza, pero Juan le gritó para detenerle: "¡Muchacho! ¿Por
qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el
arrepentimiento. Yo responderé por ti ante mi Señor Jesucristo y estoy
dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía". El
joven escuchó estas palabras inmóvil en su sitio; luego bajó la cabeza y, de
pronto, se echó a llorar y se acercó a San Juan para implorarle, según dice
Clemente de Alejandría, una segunda oportunidad. Por su parte, el Apóstol no
quiso abandonar la guarida de los ladrones hasta que el pecador quedó reconciliado
con la Iglesia.
Aquella caridad que inflamaba su
alma, deseaba infundirla en los otros de una manera constante y afectuosa. Dice
San Jerónimo en sus escritos que, cuando San Juan era ya muy anciano y estaba
tan debilitado que no podía predicar al pueblo, se hacía llevar en una silla a
las asambleas de los fieles de Efeso y siempre les decía estas mismas palabras:
"Hijitos míos, amaos entre vosotros . . ." Alguna vez le preguntaron
por qué repetía siempre la frase, respondió San Juan: "Porque ése es el
mandamiento del Señor y si lo cumplís ya habréis hecho bastante".
San Juan murió pacíficamente en Éfeso
hacia el tercer año del reinado de Trajano, es decir hacia el año cien de la
era cristiana, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de acuerdo con
San Epifanio.
Según los datos que nos
proporcionan San Gregorio de Nissa, el Breviarium sirio de principios del siglo
quinto y el Calendario de Cartago, la práctica de celebrar la fiesta de San
Juan el Evangelista inmediatamente después de la de San Esteban, es
antiquísima. En el texto original del Hieronymianum, (alrededor del año 600
P.C.), la conmemoración parece haber sido anotada de esta manera: "La
Asunción de San Juan el Evangelista en Efeso y la ordenación al episcopado de
Santo Santiago, el hermano de Nuestro Señor y el primer judío que fue ordenado
obispo de Jerusalén por los Apóstoles y que obtuvo la corona del martirio en el
tiempo de la Pascua". Era de esperarse que en una nota como la anterior,
se mencionaran juntos a Juan y a Santiago, los hijos de Zebedeo; sin embargo,
es evidente que el Santiago a quien se hace referencia, es el otro, el hijo de
Alfeo.
La frase "Asunción de San Juan", resulta interesante
puesto que se refiere claramente a la última parte de las apócrifas "Actas
de San Juan". La errónea creencia de que San Juan, durante los últimos
días de su vida en Efeso, desapareció sencillamente, como si hubiese ascendido
al cielo en cuerpo y alma puesto que nunca se encontró su cadáver, una idea que
surgió sin duda de la afirmación de que aquel discípulo de Cristo "no
moriría", tuvo gran difusión aceptación a fines del siglo II. Por otra
parte, de acuerdo con los griegos, el lugar de su sepultura en Efeso era bien
conocida y aun famosa por los milagros que se obraban allí.
El "Acta Johannis", que
ha llegado hasta nosotros en forma imperfecta y que ha sido condenada a causa
de sus tendencias heréticas, por autoridades en la materia tan antiguas como
Eusebio, Epifanio, Agustín y Toribio de Astorga, contribuyó grandemente a crear
una leyenda. De estas fuentes o, en todo caso, del pseudo Abdías, procede la
historia en base a la cual se representa con frecuencia a San Juan con un cáliz
y una víbora. Se cuenta que Aristodemus, el sumo sacerdote de Diana en Efeso,
lanzó un reto a San Juan para que bebiese de una copa que contenía un líquido
envenenado. El Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno y, a raíz de aquel
milagro, convirtió a muchos, incluso al sumo sacerdote. En ese incidente se
funda también sin duda la costumbre popular que prevalece sobre todo en
Alemania, de beber la Johannis-Minne, la copa amable o poculum charitatis, con
la que se brinda en honor de San Juan. En la ritualia medieval hay numerosas
fórmulas para ese brindis y para que, al beber la Johannis-Minne, se evitaran los
peligros, se recuperara la salud y se llegara al cielo.
San Juan es sin duda un hombre de
extraordinaria y al mismo tiempo de profundidad mística. Al amarlo tanto, Jesús
nos enseña que esta combinación de virtudes debe ser el ideal del hombre, es
decir el requisito para un hombre plenamente hombre. Esto choca contra el modelo de hombre
machista que es objeto de falsa adulación en la cultura, un hombre preso de sus
instintos bajos. Por eso el arte tiende a representar a San Juan como una
persona suave, y, a diferencia de los demás Apóstoles, sin barba. Es necesario recuperar a San Juan como
modelo: El hombre capaz de recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús, y
precisamente por eso ser valiente para estar al pie de la cruz como ningún
otro. Por algo Jesús le llamaba
"hijo del trueno". Quizás antes para mal, pero una vez transformado
en Cristo, para mayor gloria de Dios.
Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV.
27 de Diciembre, Jueves – NAVIDAD
–
Comienzo de la primera
carta del apóstol san Juan (1,1-4):
Lo que existía desde el principio, lo
que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que
contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se
hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la
vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó.
Eso que hemos visto y oído
os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos
con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra
alegría sea completa.
Palabra de Dios
Salmo: 96,1-2.5-6.11-12
R/. Alegraos, justos,
con el Señor
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su
trono. R/.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su
gloria. R/.
Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de
corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Juan (20,2-8):
El primer día de la semana, María
Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a
quien tanto quería Jesús, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro
discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo
corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose,
vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de
él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un
sitio aparte.
Entonces entró también el
otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Palabra del Señor
1. No se sabe quién fue el
autor del IV evangelio. En todo caso, lo que interesa es destacar algunos de
los grandes temas que nos dejó este autor como recuerdo de Jesús.
Es de notar que empieza a narrar la actividad de Jesús recordando
el seguimiento de los discípulos (1, 35-43) y termina con el mandato a Pedro:
sígueme (21, 22).
El tema del seguimiento de Jesús es decisivo para entender este
evangelio (6, 2; 8, 12; 10, 27; 12, 26; 13, 36. 37; 18, 15; 21, 19. 20).
2. Más característico del
IV evangelio es el tema de los "signos" ("sémeion") que
jalonan todo el relato, para que sea posible la "fe" y la
"vida" (20, 30-31).
Así tenemos que
entender los relatos de la boda de Caná (2, 11), la curación del
siervo del
centurión (4, 46-54), del paralítico de la piscina (5, 1-9), la multiplicación
de los panes y los peces (6, 1-15), la sanación del ciego de nacimiento (9,
1-38) y la devolución de la vida a Lázaro (11, 1-46).
3. Estos relatos no son
meros "signos", que comunican "conocimientos". Son
"símbolos" (semeia), que transmiten "experiencias". Ante todo, la fe. Que nace
y crece cuando
anteponemos la felicidad del amor a la observancia de las
purificaciones de
los ritos religiosos (Caná), cuando se da salud a un enfermo
(el siervo del
centurión pagano), se cura a un paralítico aunque eso se haga cuando la
religión lo prohíbe (paralítico de la piscina), se comparte lo que se tiene
para comer (multiplicación de los panes), se
cura a un ciego aunque la religión lo excomulgue (ciego de nacimiento),
se le devuelve la vida a un cadáver en
proceso de descomposición, incluso si
eso te cuesta el rechazo total de la religión que te condena a muerte (11,
47-53).
4. Para el autor del IV
evangelio, la plenitud de la vida, que brota de la fe, se
antepone a la
religión, su templo (2, 13-22), sus ritos, sus normas, sus sacerdotes,
aunque esto te
cueste ser excomulgado (el ciego) incluso ser condenado a muerte (11, 47-53). Y
es que, para el IV evangelio, como para los sinópticos, lo decisivo en
el Evangelio es
el seguimiento de Jesús. La última palabra, que el IV evangelio pone en boca de
Jesús fue esta: Sígueme (Jn 21, 22).
Así cerró Jesús sus enseñanzas.
San Juan. Apóstol y
evangelista
SAN JUAN EL EVANGELISTA, APÓSTOL
Hijo del Zebedeo, hermano del Apóstol Santiago
SAN JUAN el Evangelista, a quien
se distingue como "el discípulo amado de Jesús" y a quien a menudo le
llaman "el divino" (es decir, el "Teólogo") sobre todo
entre los griegos y en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo y
hermano de Santiago el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador.
Junto con su hermano Santiago, se
hallaba Juan remendando las redes a la orilla del lago de Galilea, cuando
Jesús, que acababa de llamar a su servicio a Pedro y a Andrés, los llamó
también a ellos para que fuesen sus Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a
Juan y a Santiago el sobrenombre de Boanerges, o sea "hijos del
trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está aclarado si lo hizo como una
recomendación o bien a causa de la violencia de su temperamento.
Se dice que San Juan era el más
joven de los doce Apóstoles y que sobrevivió a todos los demás. Es el único de
los Apóstoles que no murió martirizado.
En el Evangelio que escribió se
refiere a sí mismo, como "el discípulo a quien Jesús amaba", y es
evidente que era de los más íntimos de Jesús. El Señor quiso que estuviese,
junto con Pedro y Santiago, en el momento de Su transfiguración, así como
durante Su agonía en el Huerto de los Olivos. En muchas otras ocasiones, Jesús
demostró a Juan su predilección o su afecto especial. Por consiguiente, nada
tiene de extraño desde el punto de vista humano, que la esposa de Zebedeo
pidiese al Señor que sus dos hijos llegasen a sentarse junto a Él, uno a la
derecha y el otro a la izquierda, en Su Reino.
San Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad a fin
de preparar la cena de la última Pascua y, en el curso de aquella última cena,
Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y fue a Juan a quien el Maestro
indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que
habría de traicionarle. Es creencia general la de que era Juan aquel "otro
discípulo" que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro
se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la cruz
con la Virgen María y las otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el
sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. "Mujer,
he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a
tu madre", le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó
como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos y nos encomendó el amoroso
cuidado de Su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen
María, San Juan fue el primero. Tan sólo a él le fue dado el privilegio de llevar
físicamente a María a su propia casa como una verdadera madre y honrarla,
servirla y cuidarla en persona.
Gran testigo de la Gloria del Maestro
Cuando María Magdalena trajo la
noticia de que el sepulcro de Cristo se hallaba abierto y vacío, Pedro y Juan
acudieron inmediatamente y Juan, que era el más joven y el que corría más de
prisa, llegó primero. Sin embargo, esperó a que llegase San Pedro y los dos
juntos se acercaron al sepulcro y los dos "vieron y creyeron" que
Jesús había resucitado.
A los pocos días, Jesús se les
apareció por tercera vez, a orillas del lago de Galilea, y vino a su encuentro
caminando por la playa. Fue entonces cuando interrogó a San Pedro sobre la
sinceridad de su amor, le puso al frente de Su Iglesia y le vaticinó su martirio.
San Pedro, al caer en la cuenta de que San Juan se hallaba detrás de él,
preguntó a su Maestro sobre el futuro de su compañero:
«Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21)
Jesús le respondió: «Si quiero
que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» (Jn 21,22)
Debido a aquella respuesta, no es
sorprendente que entre los hermanos corriese el rumor de que Juan no iba a
morir, un rumor que el mismo Juan se encargó de desmentir al indicar que el
Señor nunca dijo: "No morirá". (Jn 21,23).
Después de la Ascensión de
Jesucristo, volvemos a encontrarnos con Pedro y Juan que subían juntos al
templo y, antes de entrar, curaron milagrosamente a un tullido. Los dos fueron
hechos prisioneros, pero se les dejó en libertad con la orden de que se
abstuviesen de predicar en nombre de Cristo, a lo que Pedro y Juan
respondieron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que
a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.»
(Hechos 4:19-20)
Después, los Apóstoles fueron
enviados a confirmar a los fieles que el diácono Felipe había convertido en
Samaria. Cuando San Pablo fue a Jerusalén tras de su conversión se dirigió a
aquellos que "parecían ser los pilares" de la Iglesia, es decir a
Santiago, Pedro y Juan, quienes confirmaron su misión entre los gentiles y fue
por entonces cuando San Juan asistió al primer Concilio de Apóstoles en
Jerusalén. Tal vez concluido éste, San Juan partió de Palestina para viajar al
Asia Menor.
Éfeso
San Ireneo, Padre de la Iglesia,
quien fue discípulo de San Policarpo, quién a su vez fue discípulo de San Juan,
es una segura fuente de información sobre el Apóstol. San Ireneo afirma que este se estableció en Éfeso
después del martirio de San Pedro y San Pablo, pero es imposible determinar la
época precisa. De acuerdo con la Tradición, durante el reinado de Domiciano,
San Juan fue llevado a Roma, donde quedó milagrosamente frustrado un intento
para quitarle la vida. La misma tradición afirma que posteriormente fue
desterrado a la isla de Patmos, donde recibió las revelaciones celestiales que
escribió en su libro del Apocalipsis.
Maravillosas revelaciones celestiales
Después de la muerte de
Domiciano, en el año 96, San Juan pudo regresar a Éfeso, y es creencia general
que fue entonces cuando escribió su Evangelio. El mismo nos revela el objetivo
que tenía presente al escribirlo. "Todas estas cosas las escribo para que
podáis creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer,
tengáis la vida en Su nombre". Su Evangelio tiene un carácter enteramente
distinto al de los otros tres y es una obra teológica tan sublime que, como
dice Teodoreto, "está más allá del entendimiento humano el llegar a
profundizarlo y comprenderlo enteramente". La elevación de su espíritu y
de su estilo y lenguaje, está debidamente representada por el águila que es el
símbolo de San Juan el Evangelista. También escribió el Apóstol tres epístolas:
a la primera se le llama Católica, ya que está dirigida a todos los otros
cristianos, particularmente a los que él convirtió, a quienes insta a la pureza
y santidad de vida y a la precaución contra las artimañas de los seductores.
Las otras dos son breves y están dirigidas a determinadas personas: una
probablemente a la Iglesia local, y la otra a un tal Gayo, un comedido
instructor de cristianos. A lo largo de todos sus escritos, impera el mismo
inimitable espíritu de caridad. No es éste el lugar para hacer referencias a
las objeciones que se han hecho a la afirmación de que San Juan sea el autor
del cuarto Evangelio.
Predicando la Verdad y
el amor
Los más antiguos escritores
hablan de la decidida oposición de San Juan a las herejías de los ebionitas y a
los seguidores del gnóstico Cerinto. En cierta ocasión, según San Ireneo,
cuando Juan iba a los baños públicos, se enteró de que Cerinto estaba en ellos
y entonces se devolvió y comentó con algunos amigos que le acompañaban:
"¡Vámonos hermanos y a toda prisa, no sea que los baños en donde está
Cerinto, el enemigo de la verdad, caigan sobre su cabeza y nos aplasten!".
Dice San Ireneo que fue informado
de este incidente por el propio San Policarpio el discípulo personal de San
Juan. Por su parte, Clemente de Alejandría relata que en cierta ciudad cuyo
nombre omite, San Juan vio a un apuesto joven en la congregación y, con el
íntimo sentimiento de que mucho de bueno podría sacarse de él, lo llevó a
presentar al obispo a quien él mismo había consagrado. "En presencia de
Cristo y ante esta congregación, recomiendo este joven a tus cuidados". De
acuerdo con las recomendaciones de San Juan, el joven se hospedó en la casa del
obispo, quien le dio instrucciones, le mantuvo dentro de la disciplina y a la
larga lo bautizó y lo confirmó. Pero desde entonces, las atenciones del obispo
se enfriaron, el neófito frecuentó las malas compañías y acabó por convertirse
en un asaltante de caminos. Transcurrió algún tiempo, y San Juan volvió a
aquella ciudad y pidió al obispo: "Devuélveme ahora el cargo que
Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados en presencia de tu iglesia".
El obispo se sorprendió creyendo que se trataba de algún dinero que se le había
confiado, pero San Juan explicó que se refería al joven que le había presentado
y entonces el obispo exclamó: "¡Pobre joven! Ha muerto". "¿De
qué murió, preguntó San Juan? "Ha muerto para Dios, puesto que es un
ladrón", fue la respuesta. Al oír estas palabras, el anciano Apóstol pidió
un caballo y un guía para dirigirse hacia las montañas donde los asaltantes de
caminos tenían su guarida. Tan pronto como se adentró por los tortuosos
senderos de los montes, los ladrones le rodearon y le apresaron. "¡Para
esto he venido!", gritó San Juan. "¡Llevadme con vosotros!" Al
llegar a la guarida, el joven renegado reconoció al prisionero y trató de huir,
lleno de vergüenza, pero Juan le gritó para detenerle: "¡Muchacho! ¿Por
qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el
arrepentimiento. Yo responderé por ti ante mi Señor Jesucristo y estoy
dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía". El
joven escuchó estas palabras inmóvil en su sitio; luego bajó la cabeza y, de
pronto, se echó a llorar y se acercó a San Juan para implorarle, según dice
Clemente de Alejandría, una segunda oportunidad. Por su parte, el Apóstol no
quiso abandonar la guarida de los ladrones hasta que el pecador quedó reconciliado
con la Iglesia.
Aquella caridad que inflamaba su
alma, deseaba infundirla en los otros de una manera constante y afectuosa. Dice
San Jerónimo en sus escritos que, cuando San Juan era ya muy anciano y estaba
tan debilitado que no podía predicar al pueblo, se hacía llevar en una silla a
las asambleas de los fieles de Efeso y siempre les decía estas mismas palabras:
"Hijitos míos, amaos entre vosotros . . ." Alguna vez le preguntaron
por qué repetía siempre la frase, respondió San Juan: "Porque ése es el
mandamiento del Señor y si lo cumplís ya habréis hecho bastante".
San Juan murió pacíficamente en Éfeso
hacia el tercer año del reinado de Trajano, es decir hacia el año cien de la
era cristiana, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de acuerdo con
San Epifanio.
Según los datos que nos
proporcionan San Gregorio de Nissa, el Breviarium sirio de principios del siglo
quinto y el Calendario de Cartago, la práctica de celebrar la fiesta de San
Juan el Evangelista inmediatamente después de la de San Esteban, es
antiquísima. En el texto original del Hieronymianum, (alrededor del año 600
P.C.), la conmemoración parece haber sido anotada de esta manera: "La
Asunción de San Juan el Evangelista en Efeso y la ordenación al episcopado de
Santo Santiago, el hermano de Nuestro Señor y el primer judío que fue ordenado
obispo de Jerusalén por los Apóstoles y que obtuvo la corona del martirio en el
tiempo de la Pascua". Era de esperarse que en una nota como la anterior,
se mencionaran juntos a Juan y a Santiago, los hijos de Zebedeo; sin embargo,
es evidente que el Santiago a quien se hace referencia, es el otro, el hijo de
Alfeo.
La frase "Asunción de San Juan", resulta interesante
puesto que se refiere claramente a la última parte de las apócrifas "Actas
de San Juan". La errónea creencia de que San Juan, durante los últimos
días de su vida en Efeso, desapareció sencillamente, como si hubiese ascendido
al cielo en cuerpo y alma puesto que nunca se encontró su cadáver, una idea que
surgió sin duda de la afirmación de que aquel discípulo de Cristo "no
moriría", tuvo gran difusión aceptación a fines del siglo II. Por otra
parte, de acuerdo con los griegos, el lugar de su sepultura en Efeso era bien
conocida y aun famosa por los milagros que se obraban allí.
El "Acta Johannis", que
ha llegado hasta nosotros en forma imperfecta y que ha sido condenada a causa
de sus tendencias heréticas, por autoridades en la materia tan antiguas como
Eusebio, Epifanio, Agustín y Toribio de Astorga, contribuyó grandemente a crear
una leyenda. De estas fuentes o, en todo caso, del pseudo Abdías, procede la
historia en base a la cual se representa con frecuencia a San Juan con un cáliz
y una víbora. Se cuenta que Aristodemus, el sumo sacerdote de Diana en Efeso,
lanzó un reto a San Juan para que bebiese de una copa que contenía un líquido
envenenado. El Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno y, a raíz de aquel
milagro, convirtió a muchos, incluso al sumo sacerdote. En ese incidente se
funda también sin duda la costumbre popular que prevalece sobre todo en
Alemania, de beber la Johannis-Minne, la copa amable o poculum charitatis, con
la que se brinda en honor de San Juan. En la ritualia medieval hay numerosas
fórmulas para ese brindis y para que, al beber la Johannis-Minne, se evitaran los
peligros, se recuperara la salud y se llegara al cielo.
San Juan es sin duda un hombre de
extraordinaria y al mismo tiempo de profundidad mística. Al amarlo tanto, Jesús
nos enseña que esta combinación de virtudes debe ser el ideal del hombre, es
decir el requisito para un hombre plenamente hombre. Esto choca contra el modelo de hombre
machista que es objeto de falsa adulación en la cultura, un hombre preso de sus
instintos bajos. Por eso el arte tiende a representar a San Juan como una
persona suave, y, a diferencia de los demás Apóstoles, sin barba. Es necesario recuperar a San Juan como
modelo: El hombre capaz de recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús, y
precisamente por eso ser valiente para estar al pie de la cruz como ningún
otro. Por algo Jesús le llamaba
"hijo del trueno". Quizás antes para mal, pero una vez transformado
en Cristo, para mayor gloria de Dios.
Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV.
No hay comentarios:
Publicar un comentario