jueves, 21 de noviembre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 23- DE NOVIEMBRE – SÁBADO – 33ª – SEMANA DEL T.O. – B – SAN COLUMBANO

 

 


 

23- DE NOVIEMBRE – SÁBADO –

 33ª – SEMANA DEL T.O. – B –

SAN COLUMBANO

 

  Lectura del libro del Apocalipsis (11,4-12):

  Me fue dicho a mí, Juan:

   «Aquí están dos testigos míos, estos son los dos olivos y los dos candelabros que están ante el Señor de la tierra. Y si alguien quiere hacerles daño, sale un fuego de su boca y devora a sus enemigos; y si alguien quisiera hacerles daño, es necesario que muera de esa manera. Estos tienen el poder de cerrar el cielo, para que no caiga lluvia durante los días de su profecía, y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda clase de plagas siempre que quieran.

  Y cuando hayan terminado su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres yacerán en la plaza de la gran ciudad, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado. Y gentes de los pueblos, tribus, lenguas y naciones contemplan sus cadáveres durante tres días y medio y no permiten que sus cadáveres sean puestos en un sepulcro. Y los habitantes de la tierra se alegran por ellos y se regocijan y se enviarán regalos unos a otros, porque los dos profetas fueron un tormento para los habitantes de la tierra».

  Y después de tres días y medio, un espíritu de vida procedente de Dios entró en ellos, y se pusieron de pie, y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban.

  Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía:

  «Subid aquí».

  Y subieron al cielo en una nube, y sus enemigos se quedaron mirándolos.

 

Palabra de Dios

 

  Salmo: 143,1.2.9-10

  ¡Bendito el Señor, mi alcázar! R/.

  Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. R/.

  Mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y refugio,

que me somete los pueblos. R/.

  Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas: para ti que das la victoria a los reyes, y salvas a David, tu siervo, de la espada maligna. R/.

 

  Lectura del santo evangelio según san Lucas (20,27-40):

  En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:

  «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano».

  Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».

  Jesús les dijo:

  «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.

  Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

  Intervinieron unos escribas:

  «Bien dicho, Maestro».

  Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas.

 

Palabra del Señor.

 

      1.- Este pasaje del Apocalipsis es de difícil interpretación. Los profetas realmente constituyen una plaga para el Gran Imperio. En medio de la humanidad, Dios se reserva zonas determinadas, donde a pesar de todo los creyentes podrán seguir adorando a Dios y superando el contagio de los idólatras. La idea de inviolable seguridad que los judíos atribuían al templo es reinterpretada por el profeta del Apocalipsis y aplicada a la seguridad espiritual de la comunidad cristiana, por encima del reino satánico del anticristo.

 

      2.- La muerte de los profetas llena de gozo a la sociedad denunciada por ellos y durante un tiempo se alegran sobre sus cadáveres no sepultados. Después de un tiempo los profetas revivirán: esto quiere decir que, aunque el poder temporal consiga en ciertos momentos deshacerse de los profetas incómodos, el Espíritu volverá a suscitar de nuevo la profecía en medio de la iglesia.

 

      3.- Una vez más, vemos principalmente a las autoridades religiosas de los judíos poner una trampa a Jesús para cazarle en algún renuncio y desprestigiarle. Pero Jesús, una vez más, salió airoso.

       Hoy los saduceos le presentan el relato de la mujer que se ha casado con siete hermanos, después de la muerte de cada uno de ellos, y le preguntan de quién será la mujer cuando llegue la resurrección, creyendo tener seguro un argumento para rechazar la resurrección.

       La respuesta de Jesús es clara para tirar por tierra la trampa saducea: “los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán”. Invoca también a Moisés en el episodio de la zarza cuando “llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos”.  

Más allá de ese pasaje, sabemos que Jesús defiende con fuerza su resurrección y la de todos sus seguidores: “Yo soy la resurrección y la vida el que me sigue, aunque muera vivirá para siempre”.

 

SAN COLUMBANO



 

Abad – 545 – 615

 Martirologio Romano: San Columbano, abad, irlandés de nacimiento, que por Cristo se hizo peregrino para evangelizar a las gentes de las Galias. Fundó, entre otros muchos, el monasterio de Luxeuil, que él mismo rigió con estricta observancia, y obligado después a exiliarse, atravesó los Alpes y construyó el cenobio de Bobbio, en la Liguria, famoso por su disciplina y estudios, en el cual se durmió en paz, lleno de méritos para con la Iglesia. Su cuerpo recibió sepultura en este día († 615).

 

Breve Biografía

 

  Nació en Irlanda en el 543. Desde pequeño mostró una clara inclinación para la vida consagrada.

  Al salir de Irlanda en compañía del monje y San Galo, recorrió Europa Occidental. Unas veces era rechazado, otras acogido, pero de lo que no cabe duda es que fue el fundador de monasterios y abadías desde las cuales salía un resplandor cultural y religioso dignos de toda loa.

 Fueron el foco para culturización y cristianización de la época merovingia. Su estilo de vida fue austero y así se lo exigía a los monjes, pues gracias a ella, encontraron un camino para la santidad al menos trece santos que no es el caso de enumerar.

 El monasterio más célebre fue el de Luxeuil, al que confluyeron monjes francos, galos y burgondes. Fue durante dos siglos el centro de vida monástica más importante en todo el Occidente.

  En el año 610 tuvo que salir pitando de Francia porque la cruel reina Brunehaut lo perseguía, porque le había echado en cara todos sus vicios y sus crímenes.

  Pensaba volver a Irlanda pero se quedó en Nantes. También que tuvo que huir por los Alpes hasta que encontró acogida y refugio en Bobio, al norte de Italia, en la región de la Emilia Romagna, provincia de Piacenza.

  Aquí fundó su último monasterio y en él murió en el año 615. La regla monástica original que dio a sus monasterios tuvo una influencia por toda Europa durante más de dos siglos.

  Muchos pueblos, regiones y lugares están bajo su patrocinio.

  También tuvo dificultades con los obispos franceses. Estos mandan en su diócesis, pero no en los monasterios que desde siempre han estado exentos, es decir, no dependen del obispo.

  Hubo alguien que lo trató bien. Fue el rey Aguilulfo. Menos mal que los cuatro últimos años de su vida pudo vivir tranquilo.

Fuente: Catholic.net

 

 

 

 

 

Párate un momento: El Evangelio del dia 22- DE NOVIEMBRE – VIERNES – 33ª – SEMANA DEL T.O. – B – Stª – CECILIA, virgen y mártir

 


 

22- DE NOVIEMBRE – VIERNES –

33ª – SEMANA DEL T.O. – B –

Stª – CECILIA, virgen y mártir

 

    Lectura del libro del Apocalipsis (10,8-11):

  Yo, Juan, escuché la voz del cielo que se puso a hablarme de nuevo diciendo:

  «Ve a tomar el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra».

  Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dice:

  «Toma y devóralo; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel».

  Tomé el librito de mano del ángel y lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor.

  Y me dicen:

  «Es preciso que profetices de nuevo sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos».

 

Palabra de Dios

 

   Salmo: 118,14.24.72.103.111.131

   R/. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!

 Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. R/.

 Tus preceptos son mi delicia, tus enseñanzas son mis consejeros. R/.

  Más estimo yo la ley de tu boca que miles de monedas de oro y plata. R/.

  ¡Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en la boca! R/.

  Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. R/.

  Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos. R/.

 

   Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,45-48):

   En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:

  «Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».

        Todos los días enseñaba en el templo.

  Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

 

Palabra del Señor

 

      1.-  Con el lenguaje de difícil interpretación propio del Apocalipsis, encontramos hoy un pequeño fragmento del capítulo 10. Estamos en la sección que presenta el relato de “Las siete trompetas” utilizando muchísimos elementos del A.T. En él, siete ángeles -cada uno de ellos con una trompeta-, hacen sonar su instrumento. Cada toque de trompeta supone una inmensa catástrofe para la tierra y para la humanidad. Parece que todo va a llegar a su fin.

       Tras el sexto toque de trompeta el relato se interrumpe para presentar un “librillo” que sostiene en su mano otro ángel. Y el autor que está escribiendo todas estas visiones se siente llamado a acercarse al ángel y tomar el libro.

       A continuación, en una acción simbólica, tomada del profeta Ezequiel (Ez 2,8-3,3), toma el libro y se lo come por indicación del ángel. ¿Qué contiene ese libro? La palabra de Dios, su mensaje para nosotros. Un mensaje que el profeta experimenta como sanador y liberador, “dulce como la miel”, pero que no puede quedarse para sí mismo, aislándose de lo que sucede en la realidad y “disfrutando” de él tranquilamente. Es preciso que interiorice y digiera esa palabra hasta descubrir que ha de proclamarla en la terrible situación que se acaba de describir. Porque esa Palabra es la que tiene poder para sacarnos del caos que los seres humanos generamos, y quien la ha recibido se siente impelido a anunciarla. Y eso no es fácil, tiene un “sabor amargo”. El ejemplo más perfecto lo tenemos en Jesús…

 

      2.-  Acercándose Jesús al final de su vida, recién llegado a Jerusalén, sube al Templo para realizar una acción impensable, por lo osada y peligrosa. Jesús actúa con autoridad. La ha recibido del Padre, pero -además- acaba de ser reconocido por el pueblo, que le recibe y le saluda como aquel que viene en nombre del Señor. Es urgente para él poner las cosas en su sitio, purificar el Templo, liberarlo de las prácticas que impiden que cumpla su función.

      Jesús esta vez realiza un gesto público inaudito, con una firmeza y una determinación que no pueden pasar desapercibidas. No puede consentir que el pueblo viva confundido y engañado con un funcionamiento del Templo que impide a las personas el verdadero encuentro con Dios, que sana, perdona, reconcilia.

    

       3.-  La frase que aparece en sus labios está tomada de dos textos del Antiguo Testamento, de los profetas Isaías (56,7) y Jeremías (7,11). Y de esos textos podemos extraer lo que angustiaba e indignaba a Jesús del funcionamiento del Templo, y la razón por la que actúa como lo hace:

     -. El Templo, lugar de oración, que incluye a todos los pueblos, es un coto cerrado que parece propiedad de unos pocos, y al que ni siquiera todos los miembros del pueblo tienen posibilidad de acceder.

      -. La relación con Dios se ha convertido en un comercio: con ritos, ofrendas y sacrificios se puede comprar a Dios, obtener lo que necesitamos, tenerlo de nuestra parte… El mal, el pecado, se pueden relativizar y banalizar: todo se soluciona con dinero. Un dinero que va enriqueciendo a los que tienen sus negocios establecidos en el Templo.

      -. Y ello significa, inevitablemente, discriminación de los más pobres: si no tienes dinero no tienes qué ofrecer a Dios. De ahí la clasificación de las ofrendas en función de su valor en dinero.

     Todo esto y mucho más que implicaba la dinámica del Templo “obliga” a Jesús a actuar y supone su condena a muerte: todos los poderes se ponen de acuerdo en la necesidad de acabar con él. La única dificultad era que el pueblo, por el contrario, vivía pendiente de su palabra, escuchándola.

 

      4.-  Tal vez podemos venir a nuestra realidad y preguntarnos sobre todas estas cuestiones, por las que Jesús puso en juego su vida, en relación con nuestros templos.  

     - ¿Priorizamos que ellos sean lugar en el que las personas puedan vivir pendientes de la palabra del Señor?

      - ¿Estaría Jesús preocupado por algunas de las cosas que entonces le movieron a actuar?

 

Stª – CECILIA, virgen y mártir

 



  Durante más de mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva Iglesia más veneradas por los cristianos. Su nombre figura en el canon de la misa. Las "actas" de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de Roma y que fue educada en el  cristianismo. Solía llevar un vestido de tela muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días por semana y había consagrado a Dios su virginidad. Pero su padre, que veía las cosas de un modo diferente, la casó con un joven patricio llamado Valeriano. El día de la celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a pedirle que la ayudase. Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio sí me respetas, el ángel te amará como me ama a mí." Valeriano replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo: "Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel." Valeriano accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los pobres, cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia. Urbano le acogió con gran gozo. Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento en el que estaban escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en nuestros corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?" Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella. El ángel colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios. Poco después llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron una corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de Jesús. Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.

 Desde entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras. Ambos fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires. Almaquio, el prefecto ante el cual comparecieron empezó a interrogarlos. Las respuestas de Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Entonces, volviéndose hacia Valeriano, le dijo que esperaba que le respondería en forma más sensata. Valeriano replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuestas. En seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si estaba dispuesto a sacrificar a los dioses para obtener la libertad. Tiburcio y Valeriano replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio." El prefecto les preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo confiesan vuestros propios escritores."

  Valeriano se regocijó al ver que el prefecto los mandaba azotar y hablaron en voz alta a los cristianos presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis sufrimientos os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y pisotead los ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora!" A pesar de aquella perorata, el prefecto tenía aún la intención de concederles un respiro para que reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que emplearían el tiempo en distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían que el Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte. La ejecución se llevó a cabo en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis kilómetros de Roma. Con ellos murió un cortesano llamado Máximo, el cual, viendo la fortaleza de los mártires, se declaró cristiano.

  Cecilia sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada para que abjurase de la fe. En vez de abjurar, convirtió a los que la inducían a ofrecer sacrificios. El Papa Urbano fue a visitarla en su casa y bautizó ahí a 400 personas, entre las cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia una iglesia que Urbano consagró más tarde a la santa. Durante el juicio, el prefecto Almaquio discutió detenidamente con Cecilia. La actitud de la santa le enfureció, pues ésta se reía de él en su cara y le atrapó con sus propios argumentos. Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño de su casa. Pero, por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad mayor de leña, Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin recibir daño alguno. Entonces, el prefecto envió a un soldado a decapitarla. El verdugo descargó tres veces la espada sobre su cuello y la dejó tirada en el suelo. Cecilia pasó tres días entre la vida y la muerte. En ese tiempo los cristianos acudieron a visitarla en gran número. La santa legó su casa a Urbano y le confió el cuidado de sus servidores. Fue sepultada junto a la cripta pontificia, en la catacumba de San Calixto.

  Esta historia tan conocida que los cristianos han repetido con cariño durante muchos siglos data aproximadamente de fines del siglo V, pero desgraciadamente no podemos considerarla como verídica ni fundada en documentos auténticos. Tenemos que reconocer que lo único que sabemos con certeza sobre San Valeriano y San Tiburcio es que fueron realmente martirizados, que fueron sepultados en el cementerio de Pretextato y que su fiesta se celebraba el 14 de abril. La razón original del culto de Santa Cecilia fue que estaba sepultada en un sitio de honor por haber fundado una iglesia, el "titulus Caeciliae". Por lo demás, no sabemos exactamente cuándo vivió, ya que los especialistas sitúan su martirio entre el año 177 (de Rossi) y la mitad del siglo IV (Kellner).

  El Papa San Pascual I (817-824) trasladó las presuntas reliquias de Santa Cecilia, junto con las de los santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a la iglesia de Santa Cecilia in Transtévere. (Las reliquias de la santa habían sido descubiertas, gracias a un sueño, no en el cementerio de Calixto, sino en el cementerio de Pretextato). En 1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia en honor a la Santa en Transtévere y volvió a enterrar las reliquias de los cuatro mártires. Según se dice, el cuerpo de Santa Cecilia estaba incorrupto y entero, por más que el Papa Pascual había separado la cabeza del cuerpo, ya que, entre los años 847 y 855, la cabeza de Santa Cecilia formaba parte de las reliquias de los Cuatro Santos Coronados. Se cuenta que, en 1599, se permitió ver el cuerpo de Santa Cecilia al escultor Maderna, quien esculpió una estatua de tamaño natural, muy real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un cadáver en la tumba," dijo más tarde el artista, sino recostada del lado derecho, como si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la actitud de una persona que duerme." La estatua se halla actualmente en la iglesia de Santa Cecilia, bajo el altar próximo al sitio en el que se había sepultado nuevamente el cuerpo en un féretro de plata. Sobre el pedestal de la estatua puso el escultor la siguiente inscripción: "He aquí a Cecilia, virgen, a quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta imagen de la santa en la postura en que la vi." De Rossi determinó el sitio en que la santa había estado originalmente sepultada en el cementerio de Calixto, y se colocó en el nicho una réplica de la estatua de Maderna.

  Sin embargo, el P. Delehaye y otros autores opinan que no existen pruebas suficientes de que, en 1599, se haya encontrado entero el cuerpo de la santa, en la forma en que lo esculpió Maderna. En efecto, Delehaye y Dom Quentin subrayan las contradicciones que hay en los relatos del descubrimiento, que nos dejaron Baronio y Bosio, contemporáneos de los hechos. Por otra parte, en el período inmediatamente posterior a las persecuciones no se hace mención de ninguna mártir romana llamada, Cecilia. Su nombre no figura en los poemas de Dámaso y Prudencio, ni en los escritos de Jerónimo y Ambrosio, ni en la "Depositio Martyrum" (siglo IV). Finalmente, la iglesia que se llamó más tarde "titulus Sanctae Caeciliae" se llamaba originalmente "títulus Caecilia", es decir, fundada por una dama llamada Cecilia.

  Santa Cecilia es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos. Sus "actas" cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto que los músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la Edad Media, empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.

 

Tomado del libro: Vida de los Santos de Butler, vol. IV.