21 - DE ABRIL
– LUNES DE OCTAVA
DE PASCUA –
San Anselmo de Canterbury
Doctor de la Iglesia Obispo
Lectura del
libro de los Hechos de los apóstoles (2,14.22-33):
EL día de Pentecostés, Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó
su voz y con toda solemnidad declaró:
«Judíos y vecinos
todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras.
Israelitas,
escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante
vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él,
como vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía
establecido y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de
hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte,
por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David
dice, refiriéndose a el:
“Veía siempre al
Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se me
alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me
abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente
corrupción.
Me has enseñado
senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos,
permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y
su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y
sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un
descendiente suyo, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo
que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no
experimentará corrupción”.
A este Jesús lo
resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la
diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo
he derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».
Palabra de Dios
Salmo: 15,1b-2a y
5.7-8 9-10.11
R/. Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.
Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los
muertos
ni dejarás a tu fiel ver la
corrupción. R/.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
Los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura del
santo evangelio según san Mateo (28,8-15):
EN aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas
de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús
salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se
acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a
comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las
mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron
a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos,
llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus
discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si
esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de
apuros».
Ellos tomaron el
dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido
difundiendo entre los judíos hasta hoy.
Palabra del Señor
1.- En este
contexto de gozo y alegría, el texto evangélico de este primer día de la octava
de Pascua nos presenta un contraste aparente ante el hecho del sepulcro vacío.
Por una parte, la reacción de las mujeres y por otra parte los encargados de
custodiar el sepulcro.
Ante el hecho del sepulcro vacío tanto las
mujeres, discípulas de Jesús, como los judíos, reaccionan con miedo, con
angustia y con una gran sorpresa. Tanto las mujeres, como los judíos, fueron
testigos oculares de cómo el crucificado recibió sepultura. Ambos con sorpresa
observan que no está.
Las mujeres van de madrugada a completar los
ritos de enterramiento y descubren que no está el cadáver. Ante este hecho su
reacción es de angustia, de sorpresa y de miedo y sólo surgen en ellas
preguntas. ¿Dónde está? ¿Dónde lo han puesto? ¿Quién lo ha robado? No dan fe de
lo ocurrido. Pero es Jesús el que se hace el encontradizo y entonces en ellas
se produce un cambio radical. Se llenan de gozo, de alegría, quitan el miedo y
experimentan la presencia y cercanía de Jesús. Esta presencia las lleva a recibir
el mandato de ser las primeras comunicadoras, las primeras evangelizadoras del
hecho de la Resurrección. “Jesús, el crucificado vive”. Precisamente a
los que primero se lo comunica es aquellos, que también después de la muerte de
su Maestro, estaban abatidos, desilusionados miedosos.
2.- Es
la experiencia del encuentro con el Resucitado el que produce el cambio. El que
quita el miedo. El que da confianza. El que hace realidad y les recuerda todo
lo vivido desde Galilea, hasta Jerusalén. Ese camino recorrido es lo que les
devuelve la ilusión, la esperanza, el gozo. Ese es el triunfo de la vida de
entrega en favor de toda la humanidad. Estos serán después de vivir esa
experiencia de encuentro con el Resucitado los que tomaran el testigo de las
mujeres y comenzaran a anunciar la vida entrega, de servicio de Jesús en nuestro
beneficio. Anuncian el triunfo de su vida y de la nuestra. Se llenan de
valentía y todos los recuerdos y lo vivido les llena de esperanza.
Las lecturas
de este tiempo de Pascua nos recuerdan esa misión de ser testigo de la
Resurrección. Del amor de Dios a la humanidad de cómo no son las afirmaciones
de que vive lo que fortalece nuestra fe y esperanza, sino el encuentro con
Jesús. Vivir con su cercanía, sentir su presencia y vivir de su amor.
3.- Los guardianes del sepulcro.
Es la otra reacción por la sorpresa de la
desaparición del cadáver, también provocó en ellos preocupación, miedo y
angustia de lo que les podría suceder. La reacción del soborno los libero de
esa angustia. Termina el texto con la afirmación que es algo que se extendió
con facilidad entre los judíos. Es la corrupción de todos. Hoy también podemos
decir, que no sólo cuesta creer en la Resurrección de Jesús y en nuestra
resurrección, sino que lo negamos, unos con su manera de vivir y otros de
palabra, porque no tienen ninguna necesidad para creerlo. ¿Tú en que postura
estás?
Yo sigo experimentando la cercanía, la
presencia del Resucitado e intento anunciarlo con mi manera de enfrentarme a la
vida. Está fortaleciendo mi Esperanza en este año del jubileo de la Esperanza.
San Anselmo de Canterbury
Doctor de la Iglesia Obispo
San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia, que, nacido en Aosta,
fue monje y abad del monasterio de Bec, en Normandía, enseñando a los hermanos
a caminar por la vía de la perfección y a buscar a Dios por la comprensión de
la fe. Promovido a la insigne sede de Canterbury, en Inglaterra, trabajó
denodadamente por la libertad de la Iglesia, sufriendo por ello dificultades y
destierros.
Vida de San Anselmo de Canterbury (Hagiografía)
San Anselmo nació en Aosta (Italia) en 1033 de noble familia. Desde
muy niño se sintió inclinado hacia la vida contemplativa. Pero su padre,
Gandulfo, se opuso: no podía ver a su primogénito hecho un monje; anhelaba que
siguiera sus huellas. A causa de esto, Anselmo sufrió tanto que se enfermó
gravemente, pero el padre no se conmovió. Al recuperar la salud, el joven
pareció consentir al deseo paterno. Se adaptó a la vida mundana, y hasta
pareció bien dispuesto a las fáciles ocasiones de placeres que le proporcionaba
su rango; pero en su corazón seguía intacta la antigua llamada de Dios.
En efecto, pronto abandonó la casa paterna, pasó a Francia y luego a
Bec, en Normandía, en cuya famosa abadía enseñaba el célebre maestro de
teología, el monje Lanfranco.
Anselmo se dedicó de lleno al estudio, siguiendo fielmente las
huellas del maestro, de quien fue sucesor como abad, siendo aún muy joven. Se
convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente predicador y gran
reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a ser un gran teólogo.
Su austeridad ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su
amabilidad terminaba ganándose el amor y la estima hasta de los menos
entusiastas. Era un genio metafísico que, con corazón e inteligencia, se acercó
a los más profundos misterios cristianos: "Haz, te lo ruego,
Señor—escribía—, que yo sienta con el corazón lo que toco con la
inteligencia".
Sus dos obras más conocidas son el Monologio, o modo de meditar sobre
las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la inteligencia. Es
necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en
espera de la visión beatífica. Sus obras filosóficas, como sus meditaciones
sobre la Redención, provienen del vivo impulso del corazón y de la
inteligencia. En esto, el padre de la Escolástica se asemejaba mucho a San
Agustín.
Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con
sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la
hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. Los contrastes, al principio
velados, se convirtieron en abierta lucha más tarde, a tal punto que sufrió dos
destierros.
Fue a Roma no sólo para pedir que se reconocieran sus derechos, sino
también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus
adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Esta muestra de virtud suya
terminó desarmando a sus opositores. Murió en Canterbury el 21 de abril de
1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario