13 - DE ABRIL
–
DOMINGO DE
RAMOS – C
Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
El Señor Dios me ha
dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de
aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los
discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché
atrás.
Ofrecí
la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no
escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso
no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que
no quedaría defraudado.
Palabra de Dios
SALMO
RESPONSORIAL 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
· Al verme, se burlan de
mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R.
· Me acorrala una jauría
de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los
pies, puedo contar mis huesos. R.
· Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven
corriendo a ayudarme. R.
· Contaré tu fama a mis
hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. «Los que teméis al Señor,
alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel». R.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Cristo Jesús, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se
despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los
hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo
exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 22,
1-49
En aquel tiempo, los ancianos del pueblo,
con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de
Pilato. No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo
diciendo
S. «Hemos encontrado que
este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos
al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilatos le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los
judíos?».
C. Él le responde:
+ «Tú lo dices.
C. Pilato dijo a los sumos
sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna
culpa en este hombre».
C. Toda la muchedumbre que
había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se
volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían
seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Pero ellos insistían con
más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo
enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo,
preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la
jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos
días, se lo remitió. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al ver a Jesús,
se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía
hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas
con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los
escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con
desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo
remitió a Pilato.
Aquel mismo día se hicieron amigos entre
sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí. Pilato entregó
a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de
convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este
hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de
vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo
acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha
hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en
masa:
S. «¡Quita de en medio a
ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido
en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato
volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían
gritando:
S. «¡Crucifícalo,
crucifícalo!».
C. Por tercera vez les
dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho
este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le
daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban
encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le
reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a
Jesús se lo entregó a su voluntad. Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
C. Mientras lo conducían,
echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron
la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del
pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús
se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por
mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en
los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a
luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los
montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto
hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a
otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al
lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores,
uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus
ropas y los echaron a suerte. Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba
mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que
se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él
también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de
los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima
de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
C. Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías?
Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro,
respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes tú a
Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente,
porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho
nada».
C. Y decía: S. «Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás
conmigo en el paraíso».
C. Era ya como la hora
sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona,
porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús,
clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
(Todos se arrodillan, y
se hace una pausa)
C. El centurión, al ver lo
ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre
era justo».
Palabra
del Señor
CON LOS CRUCIFICADOS
1.- El mundo está
lleno de iglesias cristianas presididas por la imagen del Crucificado, y está
lleno también de personas que sufren, crucificadas por la desgracia, las
injusticias y el olvido: enfermos privados de cuidado, mujeres maltratadas,
ancianos ignorados, niños y niñas violados, emigrantes sin papeles ni futuro. Y
gente, mucha gente hundida en el hambre y la miseria en el mundo entero.
Es difícil imaginar un símbolo más cargado de esperanza que esa cruz
plantada por los cristianos en todas partes: «memoria» conmovedora de un Dios
crucificado y recuerdo permanente de su identificación con todos los inocentes
que sufren de manera injusta en nuestro mundo.
2.- Esa cruz, levantada entre nuestras cruces, nos recuerda que Dios sufre
con nosotros. A Dios le duele el hambre de los niños de Calcuta, sufre con los
asesinados y torturados de Iraq, llora con las mujeres maltratadas día a día en
su hogar. No sabemos explicarnos la raíz última de tanto mal. Y, aunque lo
supiéramos, no nos serviría de mucho. Solo sabemos que Dios sufre con nosotros.
No estamos solos.
Pero los símbolos más sublimes pueden quedar pervertidos si no recuperamos
una y otra vez su verdadero contenido. ¿Qué significa la imagen del
Crucificado, tan presente entre nosotros, si no vemos marcados en su rostro el
sufrimiento, la soledad, la tortura y desolación de tantos hijos e hijas de
Dios?
¿Qué sentido tiene llevar una cruz sobre nuestro pecho si no sabemos cargar
con la más pequeña cruz de tantas personas que sufren junto a nosotros? ¿Qué
significan nuestros besos al Crucificado si no despiertan en nosotros el
cariño, la acogida y el acercamiento a quienes viven crucificados?
3.- El Crucificado desenmascara como nadie nuestras mentiras y cobardías.
Desde el silencio de la cruz, él es el juez más firme y manso del
aburguesamiento de nuestra fe, de nuestra acomodación al bienestar y nuestra
indiferencia ante los que sufren. Para adorar el misterio de un «Dios
crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos
más a los crucificados, semana tras semana.
Domingo de Ramos
Este día marca el comienzo de la semana Santa
festividad que varía en fechas ya que depende del Equinoccio de Primavera y la
primera noche de Luna Nueva. Por eso todos los años varían las fechas, aunque
siempre se celebran en el entorno de los meses de Marzo-Abril.
Origen
Un pasaje bíblico apunta al origen de la celebración que hoy conocemos como
Domingo de Ramos; (san
Lucas 22,1-49
). El Domingo de Ramos da comienzo a la
Semana Santa, este día conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén.
Para la tradición cristiana es un día en el que se conmemora un triunfo, la
entrada de Cristo en Jerusalén y el reconocimiento de un rey.
Es conocido como Domingo de Ramos, debido a las ramas de palma que fueron
puestas en el camino cuando Jesús entró en Jerusalén, montado sobre un asno.
Este es uno de los días más celebrados de la Semana Santa. En este día la
celebración de la misa comienza con la bendición de las palmas y ramos de olivo
que llevan los asistentes. Durante la ceremonia de la misa se da lectura al
relato completo y dramatizado de la Pasión; al que, para darle mayor fuerza
dramática, suelen hacerlo entre tres celebrantes.
Después saldrá a la calle la procesión de “La Burrita” escenificando a Jesús
entrando en Jerusalén y en la que los niños golpean con sus ramos y palmas la
imagen de la borriquita. La procesión de “la Burrita” es una de las procesiones
más familiares de la Semana Santa.
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