17 - DE ABRIL
–
JUEVES SANTO – C
Lectura del libro del Éxodo (12.1-8.11-14):
En aquellos días,
dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el principal de
los meses; será para vosotros el primer mes del año.
Decid a toda la
asamblea de Israel:
"El diez de este mes cada uno procurará
un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña
para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número
de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin
defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día
catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis
la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis
comido.
Esa noche comeréis la carne, asada a fuego,
comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura
ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a
toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo
el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de
animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto.
Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal
en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará
la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para
vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta al Señor, ley perpetua para
todas las generaciones."»
Palabra de Dios
Salmo: 115,12-13.15-16bc.17-18
R/. El cáliz de la bendición es
comunión con la sangre de Cristo
¿Cómo pagaré al
Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su
nombre. R/.
Mucho le
cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu
esclava; rompiste mis cadenas. R/.
Te ofreceré un
sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos en presencia
de todo el pueblo. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Corintios (11,23-26):
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he
transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban
a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.»
Lo mismo hizo con el cáliz, después de
cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza sellada con
mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.»
Por eso, cada vez que coméis de este pan y
bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan
(13,1-15)
Antes de la fiesta
de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo
al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo.
Estaban cenando, ya el diablo le había metido
en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús,
sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a
Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se
la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los
discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó:
«Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora,
pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo:
«No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes nada que ver
conmigo.»
Simón Pedro le dijo:
«Señor, no sólo los pies, sino también las
manos y la cabeza.»
Jesús le dijo:
«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más
que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios,
aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso
dijo:
«No todos estáis limpios.»
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el
manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?
Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para
que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
Palabra del Señor
1.- Hoy conmemoramos la Última Cena de
Jesús, en la que instituyó el sacramento de la Eucaristía y lavó los pies a sus
discípulos. Ambas acciones se iluminan mutuamente.
Jesús se
queda en el sacramento y dice a sus apóstoles: Os he dado ejemplo
para que lo que, yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
Jesús se nos
entrega en la Eucaristía para que podamos estar en comunión con él y, de esa
manera, vivir como él nos ha enseñado. El dinamismo de la Eucaristía, que es el
don del mismo Jesús, nos lleva a amar como él nos ha amado.
El lavatorio de los
pies resume lo que es la vida de Jesús: una vida entregada al servicio de los
hombres para reconciliarnos con Dios. En ese gesto, que el Señor realiza poco
antes de su pasión, se disipa toda ambigüedad. En el momento en que sus
discípulos pueden tener más clara su preeminencia, Jesús se abaja y realiza
algo que es propio de un criado o esclavo. Lo habían acompañado durante tres
años y había ido creciendo en ellos la conciencia de su grandeza, y ahora el
Señor, con toda humildad les lava los pies: de ahí el estupor de Pedro.
Muestra así
lo que va a realizar con el sacrificio de la cruz en el que nos va a lavar con
su sangre y es manifestación de su amor hasta el extremo.
2.- Como
recuerda san Pablo, la Eucaristía está unida a la muerte de Jesús por nosotros.
Recuerda también su victoria por la resurrección, ya que por la comunión
entramos en verdadera unión con él. Por eso, hemos de pedirle al Señor que nos conduzca cada vez más a la interioridad de su amor para ser
transformados, y con él, que nuestra vida sea un don para los demás.
Señalaba el
cardenal Vanhoye que un amor sin servicio es algo vacío y que un servicio sin
amor no dignifica al que lo hace, sino que lo rebaja.
Por su parte,
el papa Francisco afirmaba: «Si el amor de Cristo está en mí, puedo darme
plenamente al otro, en la certeza interior de que, si incluso el otro me hiere,
yo no moriré; de otro modo, debería defenderme. (. ..) Solo si experimentamos
este poder de Cristo, el poder de su amor, somos verdaderamente libres de
darnos sin miedo».
3.- Hoy
también recordamos la institución del sacerdocio ordenado. En el Catecismo
leemos que el sacerdocio ministerial «depende totalmente de Cristo y de su
sacerdocio único, y fue instituido a favor de los hombres y de la comunidad de
la Iglesia».
Por eso, el
ejercicio de su autoridad «debe medirse según el modelo de Cristo, que por amor
se hizo el último y el servidor de todos».
La relación
de los fieles y el sacerdote hay que
considerarla siempre en ese dinamismo del amor de Cristo. Ni el sacerdote puede
beneficiarse de su cargo y ejercerlo despóticamente, ni los fieles deben buscar
utilizarlo en provecho propio para algo que no sea crecer en la unión con
Cristo y en caridad con el prójimo.
4.- Jesús
desconcertó sus apóstoles en aquella Última Cena en la que les abrió su
corazón. También cada encuentro nuestro con la Eucaristía nos depara la
sorpresa de ese amor inagotable del Corazón de Jesús. Asombro que crece cuando,
si lo recibimos vamos descubriendo que él nos va transformando y que nuestra
existencia cobra un sentido cada vez más pleno porque Jesús nos va disponiendo
para una entrega más perfecta de nuestra vida en el amor.
– JUEVES SANTO –
el sentido litúrgico del
día
Jueves Santo es una
fiesta cristiana, anual y tradicional, que se celebra el jueves anterior al
Domingo de Resurrección, dentro de la Semana Santa, y que abre el Triduo
Pascual. En este día la Iglesia católica conmemora la institución de la
Eucaristía en la Última Cena y el lavatorio de los pies realizado por Jesús.
Misa
Crismal
En Jueves Santo por la
mañana, en algunos lugares se adelanta al martes o miércoles santo, por razones
pastorales, se oficia la llamada Misa crismal, que es presidida por el obispo diocesano
y concelebrada por su presbiterio. En ella se consagra el Santo Crisma y se
bendicen los demás óleos, que se emplearán en la administración de los
principales sacramentos. Junto con ello, los sacerdotes renuevan sus promesas
realizadas el día de su ordenación. Es una manifestación de la comunión
existente entre el obispo y sus presbíteros en el sacerdocio y ministerio de
Cristo. Es recomendable litúrgicamente y es de práctica común celebrarla en la
catedral de cada diócesis.
Misa
vespertina de la Cena del Señor
Introducción
al Triduo Pascual.
Los oficios de Semana
Santa llegan el Jueves Santo a su máxima relevancia litúrgica. En esta tarde se
da comienzo al Triduo Pascual que culminará en la vigilia que conmemora, en la
noche del Sábado Santo al Domingo de Pascua, la Resurrección de Jesucristo.
Los Santos Oficios del
Jueves Santo se celebran en una misa vespertina al caer la tarde de dicho día,
a partir de la hora nona (las tres de la tarde aproximadamente). El Jueves
Santo es tiempo de Cuaresma hasta la hora nona, es decir, toda la mañana hasta
las tres de la tarde. A partir de ahí comienza el Triduo Pascual, que durará
desde la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección. En la
celebración participa, junto a los sacerdotes celebrantes, un seglar, que será
el que nos irá informando de lo que se va a ir celebrando a lo largo de estos
oficios.
Al comienzo de la
celebración, el sagrario debe presentarse vacío con la puerta abierta. El altar
mayor, donde se celebrará la Santa Misa, se adorna con cirios, manteles y sin
flores hasta la Resurrección.
Se inicia con la
entrada procesional, encabezada por los acólitos, seguida por los ministros
sagrados (diáconos, concelebrantes si los hay) y finalizada por el celebrante
principal, un Sacerdote u Obispo. Mientras tanto, el coro acompaña con cantos,
pues ya ha terminado la Cuaresma y se va a celebrar uno de los momentos más
importantes del año litúrgico, la Institución de la Eucaristía y el mandamiento
del amor. Los cantos de esta celebración están enfocados a la celebración de la
institución de la Eucaristía. El color de esta celebración es el blanco
eucarístico, sustituyendo al morado cuaresmal.
En esta celebración se
canta de nuevo el "Gloria" a la vez que se tocan las campanas, y
cuando éste termina, las campanas dejan de sonar y no volverán a hacerlo hasta
la Vigilia Pascual en la Noche Santa.
Las lecturas de este
día son muy especiales, la primera es del libro del Éxodo (Prescripciones sobre
la cena pascual), la segunda lectura es de la primera carta del apóstol San
Pablo a los Corintios (Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este vino, proclamáis
la muerte del Señor) y el salmo responsorial El Cáliz que bendecimos, es la
comunión con la sangre de Cristo. El Evangelio es el momento del lavatorio de
pies a los discípulos, que adquiere un destacado simbolismo dentro de los
oficios del día, ya que posteriormente se realiza por el sacerdote lavando los
pies a doce varones a modo de los doce apóstoles y en el que recuerda el gesto
que realizara Jesús antes de la Última Cena con sus discípulos, efectuándose en
esta ocasión entre la Homilía y el Ofertorio, omitiendo el Credo. Durante el
lavatorio de los pies se entona un cántico relacionado con el Mandamiento Nuevo
del Amor entregado por Jesucristo en esta noche santa, destacando frases del
texto del discurso de Jesús en la última cena, recogido por el Evangelio de San
Juan.
La celebración se
realiza en un ambiente festivo, pero sobrio y con una gran solemnidad, en la
que se mezclan sentimientos de gozo por el sacramento de la Eucaristía y de
tristeza por lo que ocurrirá a partir de esa misma tarde de Jueves Santo, con
el encarcelamiento y juicio de Jesús.
En el momento de la
Plegaria Eucarística, se prefiere la recitación del Canon Romano o Plegaria I,
pues el texto prevé algunos párrafos directamente relacionados con lo que se
celebra en este día (Communicantes, Memento y relato de la institución ["en
esta noche..."]).
Una vez se ha repartido
la Comunión como de costumbre, el Santísimo Sacramento se traslada desde el
Altar donde se ha celebrado la Misa en procesión por el interior de la iglesia,
al llamado "Altar de la reserva" o "Monumento", un altar
efímero que se coloca ex-profeso para esta celebración, que debe estar fuera
del presbiterio y de la nave central, debido a que en la celebración del
Viernes Santo no se celebra la Eucaristía. Si el Sagrario no se encuentra en el
presbiterio, se puede usar para esto el sagrario habitual ubicado en una
capilla lateral. Llegada la procesión al lugar del Monumento, mientras se
entona algún himno eucarístico como el Pange Lingua, el sacerdote deposita el
copón con el Santísimo, debidamente cubierto por el conopeo, dentro del sagrario
de la reserva, y puesto de rodillas, lo inciensa. No da la bendición con el
Santísimo ni reza las alabanzas, sino más bien se queda unos instantes orando
en silencio. Antes de retirarse, cierra la puerta del sagrario de reserva, hace
genuflexión y se retira a la sacristía en silencio acompañado de acólitos y
ministros.
Automáticamente, una
vez se ha reservado al Santísimo, los oficios finalizan de un modo tajante, ya
que el sacerdote no imparte la bendición, pues la celebración continuará al día
siguiente y es el seglar el que nos informa que la celebración ha terminado y
se nos invita a conmemorar al día siguiente la muerte del Señor.
En algunas iglesias se
celebra a continuación un sencillo acto de demudación de los altares, en el que
los sacerdotes y ministros revestidos exclusivamente con la estola morada,
retiran candeleros y manteles de todos los altares de la iglesia, y en algunos
casos los lavan estrujando racimos de uva.
Durante la noche se
mantiene la adoración del Santísimo en el "Monumento", celebrándose
la llamada "Hora Santa" en torno a la medianoche, quedando el
Santísimo allí hasta la celebración del Viernes Santo. Esta reserva recuerda la
agonía y oración en Getsemaní y el encarcelamiento de Jesús, y por eso los
sacerdotes celebrantes de los oficios piden que velen y oren con Él, como Jesús
pidió a sus apóstoles en el huerto de Getsemaní. Una vez han terminado los
oficios, se rememora la oración y agonía de Jesús en el huerto de los olivos,
la traición de Judas y el prendimiento de Jesús, que se suele celebrar con
procesiones en la tarde-noche del Jueves Santo.
En algunos lugares,
existe la tradición de visitar siete monumentos en distintos Templos de una
misma ciudad, para recordar a modo de "estaciones", los distintos
momentos de la agonía de Jesús en el Huerto y su posterior arresto.
Desde hace unos años,
la Iglesia Católica celebra el Jueves Santo, el llamado Día del Amor Fraterno.
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