8 - DE ABRIL
– MARTES –
5ª –
SEMANA DE CUARESMA - C
San Dionisio
de Corinto
Lectura
del libro de los Números (21,4-9):
En aquellos
días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando
el territorio de Edón.
El
pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir
en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin
sustancia».
El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y
murieron muchos de Israel.
Entonces el
pueblo acudió a Moisés, diciendo:
«Hemos pecado hablando contra el Señor y
contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».
Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor
le respondió:
«Haz una serpiente abrasadora y colócala en
un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la
colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a
la serpiente de bronce y salvaba la vida.
Palabra de Dios
Salmo: 101,2-3.16-18.19-21
R/. Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti
Señor, escucha mi oración, que mi grito
llegue hasta ti; no me escondas tu rostro el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí; cuando te invoco, escúchame enseguida. R/.
Los gentiles
temerán tu nombre, los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando
el Señor reconstruya Sión y aparezca en su gloria, y se vuelva a las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones. R/.
Quede esto
escrito para la generación futura, y el pueblo
que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso
santuario, desde el cielo se ha fijado en la
tierra, para escuchar los gemidos de los
cautivos y librar a los condenados a
muerte. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(8,21-30):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por
vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Y los judíos comentaban:
«¿Será que va a suicidarse, y por eso dice:
“Donde yo voy no podéis venir vosotros”?».
Y él les dijo:
«Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá
arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he
dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis
en vuestros pecados».
Ellos le decían:
«¿Quién eres tú?».
Jesús les contestó:
«Lo que os estoy diciendo desde el principio.
Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es
veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él».
Ellos no comprendieron que les hablaba del
Padre.
Y entonces dijo Jesús:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre,
sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el
Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo;
porque yo hago siempre lo que le agrada».
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en
él.
Palabra del Señor
1.- El relato
del ataque masivo de serpientes venenosas al pueblo que sale de Egipto, como
castigo por quejarse de la dureza de su peregrinación; así como la serpiente
salvadora de bronce que Moisés por encargo de Yahvé erige para que al mirarla
se supere el ataque de las serpientes, ha sido interpretado en la tradición
antigua de la Iglesia, como un símbolo profético de la acción salvadora de
Cristo elevado en la cruz. Pero el mismo relato en sí mismo, sin considerar su
posible simbolismo, es aleccionador. Liberar del yugo de la esclavitud, asumir
la libertad es siempre una peregrinación dura. Supone sí, liberarse del tirano,
pero también responsabilizarse de la propia vida individual y colectiva en el
caminar por la historia, que con frecuencia se muestra difícil de transitar.
Y por ello se eleva la queja, la queja a Dios. Sí, al Dios que libera para
hacernos dueños de nuestra vida en los momentos fáciles y en los difíciles.
Mirar a la causa de los males, como los judíos a la serpiente, asumirlo con
confianza en Dios y en las propias fuerzas será necesario si queremos ser
libres, liberarnos de quien nos oprime.
En el salmo
responsorial, 101, Dios viene en auxilio de su pueblo para “escuchar los
gemidos de los cautivos, y librar a los condenados a muerte”. Como eran los
picados por las serpientes de la primera lectura al mirar a la serpiente del
estandarte.
2.- ¿Quién
eres tú?
Seguimos con
el evangelio de San Juan, el evangelista más hondo más profundo, pero no el más
fácil de entender. Jesús dice a sus oyentes judíos “donde yo voy no podéis
venir vosotros”, a causa de su pecado. Los judíos no entendían esa diferencia
entre uno, Jesús, sin atributo alguno religioso, y ellos. Juan utiliza su
concepto negativo del mundo, que es el ámbito de los judíos y del pecado,
al que Jesús no pertenece; pues Jesús no es de la tierra como son los judíos
que le interpelan, él es del cielo.
Cuando le preguntan sorprendidos tú ¿quién
eres? o ¿quién te crees ser? Jesús no les responde, pues les cree incapaces de
entender. Por lo menos hasta “que levanten al Hijo del Hombre…”. En esta
expresión ha visto la tradición una referencia a la serpiente de bronce en el
desierto, liberadora de los atacados por serpientes. Y Jesús continúa con más
claridad al afirmar que ha orientado su vida en orden a obedecer al Padre; de
modo que pueda decir: “yo hago siempre lo que le agrada”; aunque sea a costa de
su vida.
3.- Se puede pensar que Jesús no se
expresó con toda claridad, que no se ha dejado entender; sin embargo, el texto
añade, “cuando les exponía esto muchos creyeron en él”. Esa expresión resuena
en nuestro interior: ser de los que creen él, y hacer lo que al Padre le
agrada, como objetivo vital, cueste lo que cueste. Jesús, elevado en la cruz,
será serpiente de bronce que nos libre del veneno de quien no puede más que
arrastrarse por el suelo, del que no se eleva para mirar a la referencia de
nuestro vivir: el crucificado. Esa, entiendo, es la reflexión que nos ofrece la
liturgia hoy.
San Dionisio
de Corinto
Conmemoración de san Dionisio, obispo de Corinto, el cual, dotado de
admirable conocimiento de la palabra de Dios, no sólo enseñó con la predicación
a los fieles de su ciudad y de su provincia, sino también a los obispos de
otras ciudades y provincias mediante sus cartas.
Los menologios griegos dan noticia de su condición episcopal cuando lo
incluyen en las listas de obispos, mencionando su óbito alrededor del año 180.
También Eusebio de Cesarea nos relata algo de su actividad al recogerlo en la
Historia Eclesiástica como uno de los grandes hombres que contribuyeron a
extender por el mundo el Evangelio.
Pertenece a las primeras generaciones de cristianos. Es uno de los
primitivos eslabones de la larga cadena que sólo tendrá fin cuando acabe el
tiempo. Por el momento en que vivió, resulta que con él entramos en contacto
con la antiquísima etapa en que la Iglesia está aún, como aprendiendo a andar,
dando sus primeros pasos; su expresión en palabras sólo se siente en la tierra
como un balbuceo y la gente que conoce y sigue a Cristo son poco más que un
puñado de hombres y mujeres echados al mundo, como a voleo, por la mano del
sembrador y desparramados por el orbe.
Dionisio fue un obispo que destaca por su celo apostólico y se aprecia en él
la preocupación ordinaria de un hombre de gobierno. Rebasa los límites
geográficos del terruño en donde viven sus fieles y se vuelca allá donde hay
una necesidad que él puede aliviar o encauzar. En su vida resuena el eco
paulino de sentir la preocupación por todas las iglesias. Aún la organización
eclesiástica -distinta de la de hoy- no entiende de intromisiones; la acción
pastoral es aceptada como buena en cualquier terreno en donde hay cristianos.
Posiblemente el obispo Dionisio pensaba que, si se puede hacer el bien, es
pecado no hacerlo. Todas las energías se aprovechan, porque son pocos los
brazos, es extenso el campo de labranza... y corto el tiempo. Siendo la labor
tan amplia, el estilo que impera es prestar atención espiritual a los fieles
cristianos donde quiera que se encuentren sin sentirse coartado por el espacio;
la jurisdicción territorial vino después. Él se siente responsable de todos
porque todos sirven al mismo Señor y tienen el mismo Dueño.
Los discípulos -pocos para lo que es el mundo- se tratan mucho entre ellos,
todo lo que pueden; traen y llevan noticias de unos y de otros; todos se
encuentran inquietos, ocupados por la suerte del "misterio" y
dispuestos siempre a darlo a conocer. Las dificultades para el contacto son
muchas, lentas y hasta peligrosas algunas veces, pero por las vías van los
carros y por los mares los veleros; lo que sirve a los hombres para la guerra,
las conquistas, la cultura o el dinero, el cristiano lo usa —como uno más— para
extender también el Reino. Se saben familia numerosa esparcida por el universo;
tienen intereses, dificultades, proyectos y anhelos comunes ¡lógico que se
sientan unidos en un entorno adverso en tantas ocasiones!
Y en este sentido tuvo mucho que ver Corinto, —junto al istmo y al
golfo del mismo nombre— que en este tiempo es la ciudad más rica y próspera de
Grecia, aunque no llega al prestigio intelectual de Atenas. Corinto es la sede
de Dionisio; fue, no hace mucho, aquella iglesia que fundó Pablo con la
predicación de los primeros tiempos y que luego atendió, vigiló sus
pasos, guió su vida y alentó su caminar. Tiene una situación
privilegiada: es una ciudad con dos puertos, un importante nudo de comunicaciones
en donde se mezcla el sabio griego con el comerciante latino y el rico
oriental; allí viven hermanadas la grandeza y el vicio, la avaricia, la trampa,
la insidia y el desconcierto; todas las razas tienen sitio y también los
colores y los esclavos y los dueños. El barullo de los mercados es trajín en
los puertos. Hay intercambio de culturas, de pensamiento.
Entre los miles que van vienen, de vez en cuando un cristiano se acerca,
contacta, trae noticias y lleva nuevas a otro sitio del Imperio. ¡Cómo
aprovechó Dionisio sus posibilidades! Porque resalta su condición de escritor.
Que se tengan noticias, mandó cartas a los cristianos Lacedemonios,
instruyéndoles en la fe y exhortándoles a la concordia y la paz; a los
Atenienses, estimulándoles para que no decaiga su fe; a los cristianos de
Nicomedia para impugnar muy eruditamente la herejía de Marción; a la iglesia de
Creta a la que da pistas para que sus cristianos aprendan a descubrir la
estrategia que emplean los herejes cuando difunden el error. En la carta que
mandó al Ponto expone a los bautizados las enseñanzas sobre las Sagradas
Escrituras, les aclara la doctrina sobre la castidad y la grandeza del
matrimonio; también los anima para que sean generosos con aquellos pecadores
que, arrepentidos, quieran volver desde el pecado. Igualmente escribió carta a
los fieles de Roma en tiempos del papa Sotero; en ella, elogia los notables
gestos de caridad que tienen los romanos con los pobres y testifica su personal
veneración a los Vicarios de Cristo.
La vida de este obispo griego —incansable articulista— terminó en el último
tercio del siglo II.
Sin moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado epistolar que no
conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo fueron sus
cómplices generosos en la difusión de la fe.
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