15 de DICIEMBRE – DOMINGO –
3ª – ADVIENTO – A –
Lectura
del libro de Isaías (35,1-6a.10):
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la
estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene
la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la
gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.
Fortaleced
las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de
corazón:
«Sed
fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en
persona, resarcirá y os salvará.»
Se
despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un
ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Volverán los rescatados del Señor,
vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y
alegría. Pena y aflicción se alejarán.
Palabra
de Dios
Salmo:
145,7.8-9a.9bc-10
R/.
Ven, Señor, a salvarnos
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los
oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los
cautivos. R/.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que
ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los
peregrinos. R/.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los
malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en
edad. R/.
Lectura
de la carta del apóstol Santiago (5,7-10):
Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador
aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia
temprana y tardía.
Tened
paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está
cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad
que el juez está ya a la puerta.
Tomad,
hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que
hablaron en nombre del Señor.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (11,2-11):
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del
Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:
«¿Eres
tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús
les respondió:
«Id a
anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos
andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y
a los pobres se les anuncia el Evangelio.
¡Y
dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse
ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
«¿Qué
salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento?
¿O qué
fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo?
Los que
visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a
un profeta?
Sí, os
digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
"Yo
envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os
aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque
el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»
Palabra
del Señor
Destierro, desconcierto y paciencia
"El desierto y el yermo se regocijarán"
Las
lecturas no tienen relación entre ellas, pero siguen en la misma onda de los
domingos anteriores. La primera (de Isaías) vuelve a tratar uno de los grandes
problemas antiguos y actuales: el de los deportados y desplazados.
El evangelio se relaciona de forma muy estrecha con el del domingo precedente
(que este año no hemos leído debido la solemnidad de la Inmaculada): la
actividad de Jesús provoca el desconcierto de Juan Bautista.
La
carta de Santiago ofrece un nuevo consejo para vivir el Adviento.
1. Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de
ahora
Los
dos primeros domingos de Adviento nos recuerdan los graves problemas de la
guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz
y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de
las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro.
La
primera deportación importante la sufrieron los israelitas del norte a finales
del siglo VIII a.C. (año 720). Pero las más famosas fueron las que tuvieron
como protagonistas a los judíos a comienzos del siglo VI a.C. (años 598 y 586).
Fue grande la tragedia, angustia y odio que provocaron estas deportaciones.
Pero más fuerte aún fue en muchos casos, no siempre, el deseo de volver a la
patria. Numerosos textos proféticos en los libros de Jeremías, Ezequiel,
Isaías, anuncian esta repatriación.
En
esta línea se orienta la primera lectura del tercer domingo de Adviento. Para comprenderla
debemos recordar que el camino de miles de kilómetros entre Babilonia y
Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada
por cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese
largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto.
Un grupo del que formaran parte ancianos, mujeres embarazadas, niños, podía
desanimarse fácilmente ante la difícil empresa. El profeta los anima con
palabras enormemente poéticas.
Esta lectura del tercer domingo nos
obliga a pensar en tantos millones de personas que se encuentran en la misma
situación que los antiguos israelitas y necesitan como ellos una palabra y una
acción que les lleve esperanza y consuelo.
2. Desconcierto (Mt 11,2-11)
Si
el domingo pasado hubiéramos leído el evangelio correspondiente al segundo de
Adviento, habríamos oído a Juan Bautista hablar de un Mesías enérgico, con el
hacha en la mano, dispuesto a talar todo árbol improductivo, y con el bieldo
para quemar la paja en el fuego. Sin embargo, las noticias que le llegan a la
cárcel de la actividad de Jesús son muy distintas.
El comienzo es muy significativo: «Juan se enteró... de las obras que hacía el Mesías».
No
dice Jesús, sino el Mesías. Y «las obras» se refiere a
todo lo que se ha contado anteriormente: palabras, curaciones, misión. Pero lo
que debía animar a Juan provoca en él la duda. Había esperado un Mesías que
solucionase definitivamente los problemas; dispuesto a cortar el árbol que no
diese buen fruto (3,10), a distinguir entre el trigo y la paja, para quemar lo
inútil en una hoguera inextinguible (3,12).
Jesús
le falla; al menos, lo desconcierta. Actúa de forma muy distinta a como actúa
él: no va vestido con una piel de camello, no se alimenta de langostas y miel
silvestre, no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez
de a dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan,
después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta
ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir
esperando a otro.
La
respuesta de Jesús es desconcertante a primera vista: repite lo que Juan ya
sabe. Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos
quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les
anuncia el Evangelio. Sin
embargo, es distinto saber y comprender. Y las obras del Mesías se comprenden
cuando son contempladas a la luz de la Escritura.
No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un
leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por
los antiguos profetas.
"Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del
sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará" (Is 35,5)
"Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,
despertarán jubilosos los que habitan en el polvo" (Is 26,19)
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el
Señor me ha ungido.
Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren" (Is 61,1)
A
partir de esas promesas elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad
física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de
los pobres. A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen
muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que solo subraya
lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con
un serio aviso: «¡Dichoso
el que no se escandalice de mí!»
Esto
es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.
Este
episodio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús.
Generalmente partimos de que Jesús es el Hijo de Dios, segunda persona de la
Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser
perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe.
Las
palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a
los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo
pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas.
El
episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de
Juan Bautista. Por eso, el evangelio añade unas palabras de Jesús sobre él.
Al irse ellos,
Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
-¿Qué salisteis a
contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento?
¿O qué fuisteis a
ver, un hombre vestido con lujo?
Los que visten con
lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más
que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante
de ti, para que prepare el camino ante ti."
Os aseguro que no
ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño
en el reino de los cielos es más grande que él.
Para
comprender este pasaje hay que recordar un dato fundamental. Nosotros siempre
hemos visto a Juan Bautista en relación con Jesús. Su única misión era anunciar
la venida del Mesías. Esto significa una simplificación muy grande.
En los
ambientes judíos de comienzos del siglo I, Juan Bautista era más conocido que
Jesús; y sus discípulos llegaron a Grecia antes incluso que los cristianos. Por
otra parte, los episodios anteriores demuestran que los discípulos de Juan
Bautista no perdieron su identidad al aparecer Jesús, sino que siguieron
vinculados a Juan, viviendo según sus enseñanzas (por ejemplo, con respecto al
ayuno).
Se
creó, entonces, entre los discípulos de Jesús y los de Juan cierta tensión
sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema, exaltando a
Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio.
Las
afirmaciones son bastante distintas, y a veces enigmáticas. Ante todo, Jesús
elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un
asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el
camino del Señor, «el
Elías que tenía que venir» (Ex
23,20; Mal 3,1). Por eso, «no
ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».
Sin
embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús,
y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el
Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase
resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo
importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas,
incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de
Dios.
3. Paciencia (Snt
5,7-10)
El tercer consejo procede de la carta de
Santiago y se centra en la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a
personas tan distintas como los campesinos y los profetas.
El problema de fondo es el retraso de la vuelta
de Jesús, que los primeros cristianos esperaban muy pronto. Por eso el autor de
la carta insiste en que «la venida del Señor está
cerca» y que «el juez está ya a la puerta».
La Iglesia terminó aceptando que la vuelta de
Jesús no sería inminente, pero los consejos de la carta siguen siendo válidos
para los momentos en los que la vida nos exige paciencia y fortaleza en los
sufrimientos.
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