lunes, 9 de diciembre de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 10 de DICIEMBRE – MARTES – 2ª – ADVIENTO – A – Santa Eulalia de Mérida




10 de DICIEMBRE – MARTES –
2ª – ADVIENTO – A –
Santa Eulalia de Mérida

Lectura del libro de Isaías (40,1-11):

«CONSOLAD, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—;
hablad al corazón de Jerusalén,
gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados».
Una voz grita:
«En el desierto preparadle
un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor,
y verán todos juntos —ha hablado la boca del Señor—».
Dice una voz:
«Grita».
Respondo:
«¿Qué debo gritar?».
«Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor
sopla sobre ellos; sí, la hierba es el pueblo; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre».
Súbete a un monte elevado,
heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios.
Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían».

Palabra de Dios

Salmo: 95,1-2.3.10ac.11-12.13-14

R/. Aquí está nuestro Dios, que llega con poder.

V/. Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria. R/.

V/. Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente». R/.

V/. Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R/.

V/. Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,12-14):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».

Palabra del Señor

1.  Este Evangelio presenta el conocido (y tan repetido) tema del pecado y el pecador utilizando la imagen de la oveja que se pierde.
El evangelio no habla de ofensa, de mancha, de culpa, de nada de eso, ni que se parezca a eso.
Jesús habla del pecador usando la metáfora entrañable de la "oveja extraviada", la oveja que anda perdida, sola, abandonada, en peligro. Es un lenguaje que se repite en el evangelio de Mateo (2, 6; 9, 36; 10, 6. 16; 12, 11-12; 14, 14; 15, 24).

Para Jesús, el pecado no es cuestión de maldad, sino de desgracia, de abandono, de peligro. O sea, para Jesús, lo del pecado no es cuestión de "malicia", sino de "sufrimiento". De ahí que el apostolado, en la mentalidad del Evangelio es, ante todo, la lucha contra el sufrimiento. Y en eso tiene que centrarse la actividad de la Iglesia.

2. El Dios de Jesús, el Padre del cielo, va en busca de la oveja. ¿Porque es mala? No.
La busca porque se ha perdido, está amenazada, sufre. Eso es lo que tiene que desentrañar la teología. Y lo que tiene que organizar la pastoral de la Iglesia. Por eso, en cuanto se da cuenta del peligro en que está alguna criatura, lo deja todo, y se va en busca de ella. No para reprenderla y menos aún para amenazarla. Sino para buscarla. Y cuando la encuentra, la Iglesia se siente feliz, se pone como loca de alegría. Así lo había descrito el profeta Ezequiel: “Buscaré las ovejas perdidas, recogeré las descarriadas; vendaré a las heridas, curaré a las enfermas" (Ez 34, 16).

3.  Jesús presenta a Dios de forma que nos desconcierta. Porque, en realidad, el Dios de Jesús no coincide con el Dios que suelen presentar las religiones.
Las religiones han estado siempre vinculadas al poder. Y, como es lógico, una religión de poder necesita a un Dios poderoso. De la misma manera que los dirigentes de la religión justifican su poder argumentando que ellos representan el poder divino.
Desde el segundo milenio (a. C.), en tiempos del dios Marduc (en Mesopotamia), los dioses eran ante todo "Señores-y-Dueños', que podían dar pruebas de bondad, pero que permanecían siempre envueltos en majestad, lejanos y temibles, aislados en su esfera propia, inaccesibles" (J. Bottéro). Así se perfilan los dioses. Al igual que sus representantes en las religiones. Por eso Jesús nos resulta tan desconcertante. Pero es evidente que al Dios de Jesús no lo encontramos, si nuestra bondad no sorprende y causa desconcierto.

Santa Eulalia de Mérida


 Eulalia, de esclarecido linaje por su nacimiento, pero más todavía por su muerte, nació en Mérida a finales del siglo III.
Prudencio hace una primorosa descripción de su martirio, coincidiendo admirablemente con las actas escritas por un testigo ocular.
Murió, tras crueles torturas, a la edad de doce años, un día 10 de diciembre.

Breve Biografía

Nos encontramos en Mérida, Extremadura en el año 300. En primer lugar, hay que decir que hay dos Eulalias: la de Mérida y la de Barcelona.
La vida de estas dos mártires se relata en los poemas de nuestro compatriota Prudencio (+415).
Dice: "Nuca estuvo una criatura humana dotada de tanta gracia y atractivo. A pesar de los 12 inviernos y trece primaveras que tenía, nunca permitió que se le hablara de lecho nupcial, pues su cuerpo pertenecía a Cristo"…
Vivía con este convencimiento. No soñaba lo que le aguardaba en puro corazón y mente esclarecida.
Por aquel tiempo se desencadenó la persecución de Diocleciano. Ya estamos en lo mismo, pero al mismo tiempo interesante y novedoso por ver la reacción de esta chica de Mérida y de tantos otros cristianos.
Ella, no solamente no le tenía miedo a la muerte, sino que incluso deseaba ser mártir por amor a Cristo. Desde luego, la admiración cuando se estudia todo esto a tantos siglos de distancia, es extraordinaria.
Los padres querían impedir a toda costa que muriese. Para ello, la encerraron en un castillo. El único que podía verla era el sacerdote Félix y la ama de llaves.
El gobernador romano tenía la orden de que todo aquel cristiano que no quemase incienso a los dioses iría derecho a la muerte.
Eulalia convenció al ama de llaves para que le dejara salir. Salieron las dos juntas ante el gobernador. Le reprocharon su crueldad. En seguida mandó martirizar primero a Julia, la empleada, y a continuación a Eulalia.
El juez pagano mandó que la destrozaran golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y la jovencita murió quemada y ahogada por el humo.
Dice el poeta Prudencio que, al morir la santa, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. Allí en el sitio de su sepultura se levantó un templo de honor de Santa Eulalia, y dice el poeta que él mismo vio que a ese templo llegaban muchos peregrinos a orar ante los restos de tan valiente joven y a conseguir por medio de ella muy notables favores de Dios.
Con el tiempo se convirtió en una de las santas españolas más venerada.

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