10 de DICIEMBRE – MARTES –
2ª – ADVIENTO – A –
Santa Eulalia de Mérida
Lectura
del libro de Isaías (40,1-11):
«CONSOLAD, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—;
hablad al corazón de
Jerusalén,
gritadle, que se ha
cumplido su servicio, y está pagado su crimen,
pues de la mano del
Señor ha recibido doble paga por sus pecados».
Una
voz grita:
«En
el desierto preparadle
un camino al Señor; allanad
en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten,
que montes y colinas se
abajen,
que lo torcido se
enderece y lo escabroso se iguale.
Se
revelará la gloria del Señor,
y verán todos juntos —ha
hablado la boca del Señor—».
Dice
una voz:
«Grita».
Respondo:
«¿Qué
debo gritar?».
«Toda
carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se
marchita la flor, cuando el aliento del Señor
sopla sobre ellos; sí,
la hierba es el pueblo; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la
palabra de nuestro Dios permanece por siempre».
Súbete
a un monte elevado,
heraldo de Sión; alza
fuerte la voz, heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas, di a
las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios.
Mirad,
el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda.
Mirad,
viene con él su salario
y su recompensa lo
precede.
Como
un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva
sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían».
Palabra
de Dios
Salmo:
95,1-2.3.10ac.11-12.13-14
R/.
Aquí está nuestro Dios, que llega con poder.
V/. Cantad al Señor un
cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la
tierra;
cantad al Señor,
bendecid su nombre,
proclamad día tras día
su victoria. R/.
V/. Contad a los pueblos su
gloria,
sus maravillas a todas las
naciones.
Decid a los pueblos: «El
Señor es rey,
él gobierna a los
pueblos rectamente». R/.
V/. Alégrese el cielo, goce
la tierra,
retumbe el mar y cuanto
lo llena;
vitoreen los campos y
cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del
bosque. R/.
V/. Delante del Señor, que
ya llega,
ya llega a regir la
tierra:
regirá el orbe con
justicia
y los pueblos con
fidelidad. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (18,12-14):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué
os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no
deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la
encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve
que no se habían extraviado.
Igualmente,
no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de
estos pequeños».
Palabra
del Señor
1. Este Evangelio presenta el
conocido (y tan repetido) tema del pecado y el pecador utilizando la imagen de la
oveja que se pierde.
El evangelio no habla de ofensa, de
mancha, de culpa, de nada de eso, ni que se parezca a eso.
Jesús habla del pecador usando la metáfora
entrañable de la "oveja extraviada", la oveja que anda perdida, sola,
abandonada, en peligro. Es un lenguaje que se repite en el evangelio de Mateo
(2, 6; 9, 36; 10, 6. 16; 12, 11-12; 14, 14; 15, 24).
Para Jesús, el pecado no es cuestión de
maldad, sino de desgracia, de abandono, de peligro. O sea, para Jesús, lo del
pecado no es cuestión de "malicia", sino de "sufrimiento".
De ahí que el apostolado, en la mentalidad del Evangelio es, ante todo, la
lucha contra el sufrimiento. Y en eso tiene que centrarse la actividad de la
Iglesia.
2. El Dios de Jesús, el Padre del cielo,
va en busca de la oveja. ¿Porque es mala? No.
La busca porque se ha perdido, está
amenazada, sufre. Eso es lo que tiene que desentrañar la teología. Y lo que
tiene que organizar la pastoral de la Iglesia. Por eso, en cuanto se da cuenta
del peligro en que está alguna criatura, lo deja todo, y se va en busca de
ella. No para reprenderla y menos aún para amenazarla. Sino para buscarla. Y
cuando la encuentra, la Iglesia se siente feliz, se pone como loca de alegría.
Así lo había descrito el profeta Ezequiel: “Buscaré las ovejas perdidas,
recogeré las descarriadas; vendaré a las heridas, curaré a las enfermas"
(Ez 34, 16).
3. Jesús presenta a Dios de forma
que nos desconcierta. Porque, en realidad, el Dios de Jesús no coincide con el
Dios que suelen presentar las religiones.
Las religiones han estado siempre
vinculadas al poder. Y, como es lógico, una religión de poder necesita a un
Dios poderoso. De la misma manera que los dirigentes de la religión justifican
su poder argumentando que ellos representan el poder divino.
Desde el segundo milenio (a. C.), en
tiempos del dios Marduc (en Mesopotamia), los dioses eran ante todo
"Señores-y-Dueños', que podían dar pruebas de bondad, pero que permanecían
siempre envueltos en majestad, lejanos y temibles, aislados en su
esfera propia, inaccesibles" (J. Bottéro). Así se perfilan los dioses. Al
igual que sus representantes en las religiones. Por eso Jesús nos resulta tan
desconcertante. Pero es evidente que al Dios de Jesús no lo encontramos, si
nuestra bondad no sorprende y causa desconcierto.
Santa Eulalia de Mérida
Eulalia, de esclarecido linaje
por su nacimiento, pero más todavía por su muerte, nació en Mérida a finales
del siglo III.
Prudencio hace una primorosa descripción de su martirio,
coincidiendo admirablemente con las actas escritas por un testigo ocular.
Murió, tras crueles torturas, a la edad de doce años, un día 10
de diciembre.
Breve Biografía
Nos encontramos en Mérida,
Extremadura en el año 300. En primer lugar, hay que decir que hay dos Eulalias:
la de Mérida y la de Barcelona.
La vida de estas dos mártires se
relata en los poemas de nuestro compatriota Prudencio (+415).
Dice: "Nuca estuvo una criatura
humana dotada de tanta gracia y atractivo. A pesar de los 12 inviernos y trece
primaveras que tenía, nunca permitió que se le hablara de lecho nupcial, pues
su cuerpo pertenecía a Cristo"…
Vivía con este convencimiento. No
soñaba lo que le aguardaba en puro corazón y mente esclarecida.
Por aquel tiempo se desencadenó la
persecución de Diocleciano. Ya estamos en lo mismo, pero al mismo tiempo
interesante y novedoso por ver la reacción de esta chica de Mérida y de tantos
otros cristianos.
Ella, no solamente no le tenía miedo
a la muerte, sino que incluso deseaba ser mártir por amor a Cristo. Desde
luego, la admiración cuando se estudia todo esto a tantos siglos de distancia,
es extraordinaria.
Los padres querían impedir a toda
costa que muriese. Para ello, la encerraron en un castillo. El único que podía
verla era el sacerdote Félix y la ama de llaves.
El gobernador romano tenía la orden
de que todo aquel cristiano que no quemase incienso a los dioses iría derecho a
la muerte.
Eulalia convenció al ama de llaves
para que le dejara salir. Salieron las dos juntas ante el gobernador. Le
reprocharon su crueldad. En seguida mandó martirizar primero a Julia, la
empleada, y a continuación a Eulalia.
El juez pagano mandó que la
destrozaran golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas
colocaran antorchas encendidas. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y
la jovencita murió quemada y ahogada por el humo.
Dice el poeta Prudencio que, al morir
la santa, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que
los verdugos salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber
matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los
alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron
honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. Allí en el sitio de su
sepultura se levantó un templo de honor de Santa Eulalia, y dice el poeta que
él mismo vio que a ese templo llegaban muchos peregrinos a orar ante los restos
de tan valiente joven y a conseguir por medio de ella muy notables favores de
Dios.
Con el tiempo se convirtió en una de
las santas españolas más venerada.
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