9 de DICIEMBRE – LUNES –
2ª – ADVIENTO – A –
San Juan Diego
Lectura
del libro de Isaías (35,1-10):
EL desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y
florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos
de júbilo.
Le
ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Contemplarán
la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.
Fortaleced
las manos débiles,
afianzad las rodillas
vacilantes;
decid a los inquietos:
«Sed
fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de
Dios.
Viene en persona y os
salvará.»
Entonces
se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces
saltará el cojo como un ciervo,
y cantará la lengua del
mudo,
porque han brotado aguas
en el desierto y corrientes en la estepa.
El
páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial.
En
el lugar donde se echan los chacales habrá hierbas, cañas y juncos. Habrá un
camino recto.
Lo llamarán «Vía sacra».
Los impuros no pasarán
por él.
Él mismo abre el camino
para que no se extravíen
los inexpertos.
No
hay por allí leones,
ni se acercarán las
bestias feroces.
Los
liberados caminan por ella
y por ella retornan los
rescatados del Señor.
Llegarán
a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros.
Los
dominan el gozo y la alegría.
Quedan
atrás la pena y la aflicción.
Palabra
de Dios
Salmo: 84,9ab-10.11-12.13-14
R/. He
aquí nuestro Dios; viene en persona y nos salvará.
V/. Voy a escuchar lo que
dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus
amigos».
La salvación está cerca
de los que lo temen,
y la gloria habitará en
nuestra tierra. R/.
V/. La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se
besan;
la fidelidad brota de la
tierra,
y la justicia mira desde
el cielo. R/.
V/. El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su
fruto.
La justicia marchará
ante él,
Y sus pasos señalarán el
camino. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (5,17-26):
UN día, estaba Jesús enseñando, y estaban sentados unos fariseos
y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y
Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones.
En
esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y
trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. No encontrando por donde
introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la
camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. Él,
viendo la fe de ellos, dijo:
«Hombre,
tus pecados están perdonados».
Entonces
se pusieron a pensar los escribas y los fariseos:
«¿Quién
es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?».
Pero
Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo:
«¿Qué
estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados
te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”?
Pues,
para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar
pecados —dijo al paralítico—:
“A
ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”».
Y,
al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde había estado
tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios.
El
asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían:
«Hoy
hemos visto maravillas».
Palabra
del Señor
1º-
Lo primero que se dice en este relato es que "el Señor impulsaba a
Jesús a curar. El verbo que utiliza el texto es "iáomai", que no
significa simplemente 'cuidar o "servir", sino únicamente
"realizar una curación efectiva" y concreta (R. Leívestad).
Es capital caer en la cuenta de que lo
primero que el Señor quiere es curar efectivamente la enfermedad del que sufre.
El proyecto primero de Dios es ese. Remediar el sufrimiento humano.
Ahí, en eso y de esa manera es
como se revela Dios, la bondad de Dios,
la humanidad de Dios.
2º-
En aquel tiempo, las religiones enseñaban que las enfermedades eran
consecuencia de los pecados: el que estaba enfermo es porque había pecado Jn 9,
1; 1 Cor 11, 30).
Por eso Jesús empieza por perdonar los
pecados al paralítico, sin que este se lo pidiera, ni mostrara arrepentimiento,
ni se confesara.
Lo que Jesús quería era sanar a aquel
hombre por completo. Sanarlo de todo lo que sufría, en su cuerpo y en su
espíritu. El hecho es que este proyecto de Jesús "escandaliza" a los
hombres de la religión, hasta ver en Jesús a un "blasfemo". Y termina
"maravillando" a todo el mundo.
En el fondo, lo que todo esto indica es que un enfermo era, en aquellos
tiempos, una persona doblemente desgraciada. Por su enfermedad y por el
desprecio que llevaba consigo al verse como una mala persona.
Así eran los frutos de la religión. Y
por eso es por lo que Jesús quiso desplazar aquella forma de vivir la religión.
3º-
Hay teologías y catecismos que enseñan que el "pecado" que
ofende a Dios es más grave que el "sufrimiento" que daña al ser
humano.
El Señor, que impulsa a Jesús, no piensa
así. El Señor no hace las distinciones que hacen los enfermos que a perdonar
pecadores. De lo que más hablan los evangelios es de curaciones.
De los pecadores se habla para decir
que Jesús se hizo amigo de ellos. Y con ellos compartía mesa y mantel (Mc 2,
15-17 par; Lc 15, 1-2). Cosa que escandalizaba e irritaba a los observantes y
piadosos. Además, Jesús perdonaba al pecador que se le acercaba, sin exigirle
ni confesión, ni ningún otro ritual. Jesús simplificó la religión.
¿Por qué nosotros la hemos complicado
tanto?
San Juan Diego
San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la
estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y
fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada
María Virgen de Guadalupe, en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, en
donde se le había aparecido la Madre de Dios.
Vida de San Juan Diego
El Beato Juan Diego, que en 1990 Vuestra
Santidad llamó «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac» (L'Osservatore
Romano, 7-8 maggio 1990, p. 5), según una tradición bien documentada nació en
1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los
chichimecas. Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba
«Águila que habla», o «El que habla con un águila».
Ya adulto y padre de familia, atraído por la
doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo
junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió
castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue
coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con
Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.
El 9 de diciembre de 1531, mientras se
dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición
de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa
María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese
al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una
iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la
Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a
encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió
pruebas objetivas en confirmación del prodigio.
El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato
se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le
consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger
flores y traérselas a ella. No obstante, la fría estación invernal y la aridez
del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las
colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al
Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Beato abrió su
«tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció,
inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel
momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.
El Beato, movido por una tierna y profunda
devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y,
con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la
«Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida
de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en este
grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a
la Virgen de Guadalupe.
En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan
Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la
oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad
eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.
En la homilía que Vuestra Santidad pronunció
el 6 de mayo de 1990 en este Santuario, indicó cómo «las noticias que de él nos
han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe simple [...], su confianza
en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y
su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue
ejemplo de humildad» (Ibídem).
Juan Diego, laico fiel a la gracia divina,
gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que éstos acostumbraban decir
a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».
Circundado de una sólida fama de santidad,
murió en 1548.
Su memoria, siempre unida al hecho de la
aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la
entera América, Europa y Asia.
El 9 de
abril de 1990, ante Vuestra Santidad fue promulgado en Roma el decreto «de
vitae sanctitate et de cultu ab immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco
praestito».
El 6 de
mayo sucesivo, en esta Basílica, Vuestra Santidad presidió la solemne
celebración en honor de Juan Diego, decorado con el título de Beato.
Precisamente
en aquellos días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar
un milagro por intercesión de Juan Diego. Con él se abrió la puerta que ha
conducido a la actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia
viven en la alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en
nuestro camino al Beato Juan Diego, que, según las palabras de Vuestra
Santidad, «representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de
Jesús» (Ibídem).
Beatísimo
Padre, la canonización de Juan Diego es un don extraordinario no sólo para la
Iglesia en México, sino para todo el Pueblo de Dios.
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