7 de DICIEMBRE – SÁBADO –
1ª – ADVIENTO – A –
San Ambrosio de Milán
Lectura
del libro de Isaías (30,19-21.23-26):
ESTO dice el Señor, el Santo de Israel:
«Pueblo
de Sión, que habitas en Jerusalén,
no tendrás que llorar,
se apiadará de ti al oír
tu gemido:
apenas te oiga, te
responderá.
Aunque
el Señor te diera
el pan de la angustia y
el agua de la opresión
ya no se esconderá tu
Maestro,
tus ojos verán a tu
Maestro.
Si
te desvías a la derecha o a la izquierda,
tus oídos oirán una
palabra a tus espaldas que te dice: “Éste es el camino, camina por él”.
Te
dará lluvia para la semilla
que siembras en el
campo,
y el grano cosechado en
el campo
será abundante y
suculento;
aquel día, tus ganados
pastarán en anchas praderas;
los bueyes y asnos que
trabajan en el campo
comerán forraje
fermentado,
aventado con pala y con
rastrillo.
En
toda alta montaña,
en toda colina elevada
habrá canales y cauces
de agua
el día de la gran
matanza, cuando caigan las torres.
La
luz de la luna será como la luz del sol,
y la luz del sol será siete
veces mayor,
como la luz de siete
días,
cuando el Señor vende la
herida de su pueblo
y cure las llagas de sus
golpes».
Palabra
de Dios
Salmo:
146,1-2.3-4.5-6
R/.
Dichosos los que esperan en el Señor
V/. Alabad al Señor, que la
música es buena;
nuestro Dios merece una
alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye
Jerusalén,
reúne a los deportados
de Israel. R/.
V/. Él sana los corazones
destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las
estrellas,
a cada una la llama por
su nombre. R/.
V/. Nuestro Señor es grande
y poderoso,
su sabiduría no tiene
medida.
El Señor sostiene a los
humildes,
humilla hasta el polvo a
los malvados. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (9,35–10,1.6-8):
EN aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas,
enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda
enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las
muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas,
«como ovejas que no tienen pastor».
Entonces
dice a sus discípulos:
«La
mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la
mies que mande trabajadores a su mies».
Llamó
a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y
curar toda enfermedad y toda dolencia.
A
estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«Id
a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de
los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad
demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
Palabra
del Señor
1. Está claro,
en este relato, que el Evangelio no es primordialmente un libro de religión,
sino que es sobre todo un proyecto de humanidad.
Por eso, lo
primero que queda patente, al leer lo que aquí se dice, es que Jesús actuaba de
tal manera que unía el anuncio del Reino de Dios con la curación de
enfermedades y dolencias. Para Jesús, la predicación era inseparable de la
bondad con los que sufren. Y todo eso, asociado a una manera de ver la vida y
la sociedad en la que las gentes de Galilea —gentes de pobre condición,
ignorantes, mal vistas, poco religiosas— son enjuiciadas como personas
"extenuadas y abandonadas".
¿Por
qué? ¿Porque eran malas personas? ¿Porque allí mandaba Herodes, que era
un degenerado y un egoísta?
Nada de eso es
lo que dice el Evangelio. La situación de aquellas gentes se atribuye a que
vivían "como ovejas que no tienen pastor".
2.
En la tradición de Israel, las "ovejas" eran el pueblo; y los
"pastores" eran los dirigentes (Sal 100, 3; Is 53, 6; Jer 23, 1-4; Ez
34, 5-6).
La denuncia
del Evangelio apunta directamente a los dirigentes religiosos, es decir, a los
sacerdotes.
Es el tema que
desarrolla con fuerza el capítulo 34 del profeta Ezequiel.
La idea
central del profeta tendría que hacer temblar al clero y, en general, a los
"hombres de la religión": Dios está a favor del pueblo
ignorante y extraviado; de la misma manera que está en contra de
los pastores que viven a costa del pueblo.
Las
afirmaciones del profeta son durísimas: "Mis ovejas se desperdigaron y
vagaron sin rumbo... Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor:
¡Lo juro por
mi vida... Me voy a enfrentar con los pastores: les reclamaré mis ovejas, los
quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentarse a sí mismos,
los pastores" (Ez 34, 6-7. 10).
3. Dios dictó
sentencia. Dios se dio cuenta de que los funcionarios del culto y del templo,
los sacerdotes, son la ruina del pueblo: con pretexto de culto a Dios, se dan
culto a sí mismos. Y lo que les importa es su poder, sus privilegios, su rango,
mientras dejan abandonado al pueblo. Y encima le echan en cara a la
gente sus pecados, el abandono de la religión, etc.
Por eso, este
evangelio, después de repetir la queja del profeta de Dios, nos explica cómo
Jesús no eligió nuevos "sacerdotes" para un nuevo templo y un nuevo
culto, sino que
escogió
"discípulos".
¿Para qué?
"Para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y
dolencia".
Jesús
sustituyó el "sacerdocio" por el "discipulado". para que el
"culto a Dios" se realice en "la misericordia que alivia el
dolor del hermano".
Así, Jesús
desplazó la religión: la sacó del Templo y la puso en la vida. Donde se
desarrolla nuestra vida.
San Ambrosio de Milán
Memoria de san Ambrosio,
obispo de Milán y doctor de la Iglesia, que descansó en el Señor el día cuatro
de abril, que en aquel año coincidía con la vigilia pascual, pero al que se
venera en la fecha de hoy, en la que siendo aún catecúmeno fue escogido para gobernar
aquella célebre sede, mientras ejercía el oficio de Prefecto de la ciudad.
Verdadero pastor y doctor de los
fieles, ejerció preferentemente la caridad para con todos, defendió
valerosamente la libertad de la Iglesia y la recta doctrina de la fe en contra
de los arrianos, y catequizó el pueblo con los comentarios y la composición de
himnos.
Vida de San
Ambrosio de Milán
San Ambrosio,
(Tréveris, c. 340 - Milán, 397) fue un destacado arzobispo de Milán, y un
importante teólogo y orador. Es uno de los Padres de la Iglesia y uno de los 33
doctores de la Iglesia Católica.
Hijo de un
prefecto romano (Simmaco) de las Galias, Ambrosio estudió letras y
jurisprudencia en Roma y fue después secretario del prefecto de la ciudad,
Petronio Probo. A los 31 años de edad era ya él, a su vez, prefecto de las
provincias de Emilia y Liguria, con residencia en Milán. A inicios de su
carrera política fue elegido obispo de la diócesis milanesa, que rigió hasta su
muerte, acaecida en el año 397.
La leyenda cuenta
que un día, cuando aún no sabía hablar, estando en el jardín de la residencia
de su padre en Tréveris, acudió un enjambre de abejas a revolotear por su
rostro, y que varias de ellas se deslizaron, sin picarle, en el interior de su
boca. Al verlo, exclamó el prefecto: "Este niño va a ser algo
grande". Con algo más de edad, el niño veía que todos besaban cuando del
obispo cuando éste visitaba su casa y él presentaba también la suya a los
criados y a su hermana, para que se la besaran, diciendo: "¿No sabéis que
también yo voy a ser obispo?". Y cuando Petronio Probo le despedía al
partir para tomar posesión de su cargo de prefecto en Milán —nombramiento para
el cual le había propuesto al emperador—, le dijo: "Ve, hijo mío, y
pórtate, no como juez, sino como obispo".
A los dos
años de su prefectura en Milán, cuando apenas había empezado a desarrollar su
programa de gobierno, falleció el obispo y se planteó el problema de la
elección de sucesor, la cual, según la costumbre establecida, debían hacer el
clero y el pueblo. Hubo disputas y un día, mientras el clero deliberaba en la
parte superior de la basílica catedral, y el pueblo aguardaba abajo la decisión
con una actitud que fácilmente podían degenerar en motín, el gobernador creyó
deber suyo presentarse en medio de los fieles para hablarles y tranquilizarles.
Apenas había
terminado su exhortación, cuando se oyó una voz infantil, que decía:
"Ambrosio, obispo". "¡Ambrosio, obispo!", empezó a gritar
la muchedumbre. Y el clero se unió a la aclamación general. El único que
protestaba era el elegido y podía alegar una razón magnífica. El Concilio de
Nicea, en 325, había prohibido que los no bautizados fuesen escogidos para el
episcopado, y Ambrosio no estaba bautizado todavía.
Los electores no
cedieron. Se consultó al Papa, quien aprobó la elección, suspendiendo la
disposición de Nicea. Pero cuando los obispos designados fueron en busca de
Ambrosio, con el propósito de disponerlo y consagrarlo, no lo encontraron en la
ciudad; se había evadido al campo y sólo por la traición de un amigo pudieron
dar con su paradero.
Recibió el
bautismo, la ordenación y la consagración en 374 y seguidamente tomó posesión
de su Sede.
El nuevo prelado
demostró muy pronto que estaba a la altura de su dignidad. Su vida, ya siempre
sobria, se hizo ahora austera y penitente. Distribuyó a los pobres todo su
dinero y se trazó un programa pastoral vastísimo, al cual se adaptó con gran
actividad durante todo su pontificado. Uno de los rasgos más característicos de
su actuación fue siempre la caridad para con los pobres, enfermos, moribundos,
cautivos, viudas y huérfanos. Fundó hospitales y albergues.
Más guerrero que
intelectual fue el primer cristiano en conseguir que se reconociera el poder de
la iglesia por encima de la del estado. Y desterró definitivamente en sucesivas
confrontaciones a los paganos de la vida política romana.
En el orden
espiritual, lo primero que hizo fue perfeccionar su cultura teológica y
bíblica, bajo la guía personal o los escritos de maestros como San Basilio, San
Cirilo de Alejandría, San Gregorio Nacianceno, y otros eclesiásticos de su
tiempo, vivientes o ya difuntos, aparte del famoso sacerdote Simpliciano, que
le aleccionaba directamente y que había de ser su sucesor como Prelado de
Milán.
Desde su juventud
había sido Ambrosio hombre de relaciones escogidas. Con San Basilio tuvo una
especial comunicación y amistad. Ya en sus tiempos de Roma frecuentó
seguramente con San Jerónimo, con San Paulino de Nola, con Santa Paula y sus
hijas.
Como escritor, su
obra más voluminosa es el comentario al evangelio de San Lucas; otras obras son
tratados sobre los sacramentos y sobre la virginidad. Dejó también escritos
contra los arrianos. Finalmente, compuso para el rezo una serie de himnos
solemnes, que se utilizan todavía en la liturgia actual.
La situación de
Ambrosio en Milán, su conocimiento de los asuntos políticos y su autoridad de
jurista, hacían de él un consejero técnico para los emperadores en materia
religiosa, en la cual éstos necesariamente debían intervenir, pues desde que
Constantino se había hecho protector de la Iglesia, -y, con tal pretexto, una
especie de obispo externo a la Jerarquía- no podían desinteresarse de los
conflictos que incesantemente se provocaban entre cristianos y paganos, entre
ortodoxos y arrianos.
Fallecido
Valentiniano I en 375, quedaba heredero del Imperio su hijo Graciano, de veinte
años de edad. El otro hijo era un niño de cuatro, que fue educado en Sirmio por
su madre Justina. Ambrosio fue para ambos más que un consejero político, un
tutor, un confidente, un padre. Graciano se formó a su lado, y favoreció la
caída del paganismo como religión del Estado.
Al principio el
reparto de poder entre cristianos y paganos estaba más o menos en equilibrio
con Graciano, emperador romano y cristiano católico. A la muerte de Graciano
(383), víctima de una sedición cantonal en las Galias capitaneada por un
usurpador llamado Máximo, Ambrosio, a súplicas de Justina, se encaminó a
Tréveris para parlamentar con él y calmar sus iras. Así ganaba tiempo en favor
del pequeño Valentiniano II cuyo trono se veía amenazado. Gracias a la
habilidad del Prelado obtuvo una especie de tregua que podría resultar muy
provechosa.
Al regresar de la
embajada suponía que la emperatriz le estaría agradecida. Pero ella sentía
verdadera simpatía por los arrianos, y pidió al obispo una basílica de la
ciudad para ellos. La actitud de Ambrosio y su creciente popularidad la
hicieron desistir. Él se había encerrado con el pueblo católico en la basílica,
y contestó a los emisarios de Justina: "Mis bienes son de la patria, pero
lo que es de Dios no tengo derecho a entregarlo".
El pueblo se
apiñó en torno a Ambrosio y le defendió. Y Justina tuvo que doblegarse. No
mucho tiempo más tarde la emperatriz falleció, pero la lucha entre paganos,
herejes y católicos se acentuó definitivamente.
La llamada guerra
de las estatuas enfrentaba desde Constantino a las diversas religiones con
representación en el senado. En el 384, el partido pagano aprovechó la
debilidad de Valentiniano II para devolver la Estatua de la Victoria al senado,
lo que provocó la ira de Ambrosio.
Finalmente,
Ambrosio hizo declarar a Valentino II que los emperadores tenían que estar a
las órdenes de Dios al igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes
del emperador como soldados.
A partir de
aquí, Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda por la que la Iglesia
ostenta un poder superior no solo al Estado Romano sino a todos los estados.
Estas ideas de la Iglesia como institución universal e internacional por una
parte y de control sobre los estados por otra permitiría a la iglesia
sobrevivir a la caída del Imperio.
Durante el
reinado de Teodosio, éste habría ordenado a un obispo local que sufragara los
daños de la destrucción de una sinagoga a manos de los cristianos. El emperador
estaba dispuesto a acabar con esas prácticas intimidatorias.
Ambrosio se opuso
de nuevo, y consiguió del emperador que declarara libre a la iglesia de tener
que responder por tales cuestiones. Algo que resulto muy pernicioso ya que dio
vía libre para la persecución cristiana de miles de paganos.
En el 393 el
emperador Teodosio I prohibió los Juegos Olímpicos por influencia de San
Ambrosio, al considerarlos paganos.
Convirtió y
bautizó a san Agustín. Creó nuevas formas litúrgicas y promovió el culto a las
reliquias en Occidente.
Su fiesta se
celebra el 7 de diciembre.
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