martes, 31 de diciembre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 1 - DE ENERO – MIERCOLES – OCTAVA DE NAVIDAD – C – SANTA MARÍA MADRE DE DIOS - SOLEMNIDAD

 

 


1 - DE ENERO – MIERCOLES –

 OCTAVA DE NAVIDAD – C –

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

SOLEMNIDAD

 

    Lectura del libro de los Números (6,22-27):

  EL Señor habló a Moisés:

  «Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel:

  “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.

  El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz”.

  Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré».

 

Palabra de Dios

 

      Salmo: 66

      R/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga.

Que Dios tenga piedad nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. R/.

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

       Que Dios nos bendiga; que le teman todos los confines de la tierra. R/.

 

       Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (4,4-7):

  Hermanos:

  Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial.

  Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡“Abba”, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

 

Palabra de Dios

 

       Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,16-21):

   EN aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.

  Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

        Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

  Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

 

Palabra del Señor

 

Tres actitudes para el nuevo año

 


 

Un extraño cambio en 1970

Cualquier judío sabe que a un niño hay que circuncidarlo a los ocho días de nacer. Así lo ordenó Dios a Abrahán: “A los ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán circuncidados” (Génesis 17,12). Por consiguiente, cuando la iglesia adoptó el 25 de diciembre como fecha del nacimiento, el 1 de enero pasó a celebrarse la fiesta de la circuncisión e imposición del nombre de Jesús.

  Existía también una fiesta de Santa María, Madre de Dios, solemnidad que se había introducido en las iglesias orientales hacia el año 500 y que la iglesia católica romana terminó celebrando el 11 de octubre. Parecía lógico relacionar más estrechamente esta fiesta de la maternidad de María con el nacimiento de Jesús. Por eso, a partir de 1970 se trasladó la fiesta al 1 de enero.

  Esto implicó unir dos celebraciones importantes el mismo día: nombre de Jesús y Maternidad divina de María. Por si fuera poco, a Pablo VI se le ocurrió celebrar también el 1 de enero la Jornada Mundial por la Paz.

  Dado que incluso los cristianos más piadosos celebran el Fin de Año y no están al día siguiente con la cabeza demasiado despejada, se ha decidido aligerar un poco de celebraciones el 1 de enero.

  Y lo ha pagado quien menos se podía imaginar. La fiesta del Nombre de Jesús perdió la categoría de fiesta y pasó a celebrarse el día 3 de enero, aunque se mantiene en la misa del día 1 la referencia a la circuncisión e imposición del nombre.

 

  El libro bíblico de los Números no lo escribió san Francisco de Asís       

  La primera lectura de hoy dice:

 

El Señor habló a Moisés:

Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.

El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»

  Muchas personas piensan que esta bendición es de san Francisco de Asís. La escribió muchos siglos antes un autor bíblico para que la pronunciaran los sacerdotes sobre los israelitas. Es tan breve, clara y profunda que cualquier comentario sólo sirve para estropearla.

 

  Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21)

 

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

  Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores.

  María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

  Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.

 

Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

 

  El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia. El primero, la visita de los pastores es lo mismo que leímos el 25 de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen diversos personajes:

 

     1.  Empieza y termina con los pastoresque corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios.

 

  A.-  Los pastores simbolizan la “política incorrecta” de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos. Se comunica a unos pastores que, en la escala social de aquel tiempo, ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Sin embargo, esta gente tan poco digna socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: “Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla.”

 

  B.- Está también presente un grupo anónimoque podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente nos representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores.

 

  C.-  Finalmente, el personaje más importante, Maríaque conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Pero, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite “proclama mi alma la grandeza del Señor”. Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.

 

  Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año.

 

   2.  La segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras. Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto Jesús en nuestra vida.

  En vez de propósitos y buenos deseos, una buena compañía

  El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. También se formulan deseos de felicidad, generalmente centrados en la clásica fórmula: salud, dinero y amor. La liturgia nos traslada a un mundo muy distinto. Abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege, de Jesús, que nos salva, de María, que medita en todo lo ocurrido.

 

Santa María, Madre de Dios

 




  La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primer Fiesta Mariana que apareció en la Iglesia Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1º de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.

 

  La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones.

  Más adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso (431), instituyó la Fiesta Mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios.

  De esta manera, esta Fiesta Mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.

 

  El Concilio de Éfeso

  En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".

  Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad... Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.

 

  Madre del Niño Dios

               

  “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”

  Es desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.

  La doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo Jesús.

  Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.

 

 

 

 

 

lunes, 30 de diciembre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 2 - DE ENERO – JUEVES – ANTES DE LA EPIFANIA – C – San Basilio Magno y San Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia.

 


 

2 - DE ENERO – JUEVES

ANTES DE LA EPIFANIA – C –

San Basilio Magno y San Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia.

 

  Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,22-28):

 

  ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna.

  Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas –y es verdadera y no mentirosa– según os enseñó, permanecéis en él. Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida.

 

Palabra de Dios

 

  Salmo: 97

  R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R/.

  El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. R/.

  Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

       Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. R/.

 

  Lectura del santo evangelio según san Juan (1,19-28):

  Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran:

  «¿Tú quién eres?»

  Él confesó sin reservas:

  «Yo no soy el Mesías.»

  Le preguntaron:

  «¿Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?»

  Él dijo:

  «No lo soy.»

  «¿Eres tú el Profeta?»

  Respondió:

  «No.»

  Y le dijeron:

   «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»

  Él contestó:

  «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»

  Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:

  «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»

  Juan les respondió:

   «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»

  Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

 

Palabra del Señor

 

  1.- Las lecturas de este día, en pleno tiempo de Navidad, nos invitan a seguir contemplando el misterio de la Encarnación. Contemplar en el hijo de María, Jesús, al Salvador, a Cristo.

  No fue fácil para la comunidad joánica, como no lo es para nosotros, reconocer en la humanidad de Jesús al hijo de Dios. Por eso, en esta primera lectura del apóstol san Juan se insiste en que no existe otro camino de acceso a Dios sino es a través de la aceptación de la divinidad de la persona de Jesús. Y, frente a otras corrientes que pudieran llevar a engaño, se invita a la comunidad a “permanecer” en aquello que constituye el mensaje recibido en los inicios de la predicación del Evangelio.

 

  2.- Hasta seis veces se invita a este “permanecer” que nos habla de constancia, fidelidad, resistencia, firmeza y que en definitiva significa cultivar la relación de comunión con Cristo, y con el Padre a través de la apertura a la acción del Espíritu Santo que hemos recibido y que obra en nuestro interior.

  En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia


  3.- En el Evangelio de este día, que corresponde a la segunda parte del capítulo 1 del Evangelio de San Juan, justo después del prólogo, encontramos a Juan el Bautista siendo interrogado por un grupo de sacerdotes y levitas, que han sido enviados desde Jerusalén por los judíos. Varias cuestiones le son planteadas, todas ellas relacionadas con su identidad: “¿Tú quién eres? ¿Eres tú Elías? ¿Eres tú el Profeta? ¿Qué dices de ti mismo? ¿Por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”

  La pregunta sobre la identidad personal es clave en la vida de la persona porque tiene que ver con aquello que define el sentido que damos a esa vida, con nuestra vocación, nuestra misión, la verdad más profunda de nuestro ser.

  Juan Bautista responde, pero lo hace para invitarnos a volver la mirada hacia Otro: hacia Jesús, hacia el Señor, de quien Juan es la “voz.” La respuesta a la pregunta sobre su propia identidad se convierte en testimonio sobre Jesús, tal como se nos dice al inicio del Evangelio de este día.

  Este testimonio es como el pórtico que nos introduce hacia el motivo fundamental del evangelista Juan a lo largo de su Evangelio: introducirnos en el conocimiento del misterio de Cristo, Palabra encarnada, tal como nos ha sido presentado en el prólogo. Porque la piedra angular de la fe, para Juan, es conocer y entrar en comunión con Cristo, ser uno con Él.

 

  4.- La figura del Bautista, es central en este pasaje, aparece por tanto en relación a Jesús. El Bautista es quien grita en desierto y allana el camino del Señor; es quien anuncia la presencia en medio de nosotros de aquel que viene después de él y de quien no es digno de desatar la correa de la sandalia.

También nosotros “somos” con relación a Cristo; nuestra identidad está iluminada, clarificada por la suya. En él descubrimos nuestra vocación a ser también testigos de su Palabra, a ser su voz, a intentar que nuestros gestos y palabras puedan hablar de Él y de su presencia viva en medio de nuestro mundo.  Y a hacerlo en medio del “desierto”, de los espacios áridos que nos presenta la vida y en los cuales, a veces, sentimos que no hay nada que hacer, que se nos resisten, que no hay permeabilidad a acoger el mensaje de la buena Noticia del Evangelio.

  Allí nos invita el Señor a permanecer, a ser voz de una Palabra que nos despierta a una visión de la vida muy diferente a la que con frecuencia se vende en nuestros mercados del bienestar, del culto al yo, del consumo loco, que con frecuencia es caldo de cultivo de una cultura de la indiferencia hacia otras vidas humanas, especialmente si se encuentran del lado de la pobreza.

  Pero para ello, antes somos invitados a convertirnos en rastreadores de esa presencia actual de Dios en medio de la humanidad, que es lo que en definitiva celebramos cada Navidad: ¡Dios con nosotros!

  Que, en este tiempo, podamos contemplar la realidad a la luz del misterio de la Encarnación, con la alegría y esperanza de que el Señor está en ella acompañando y sosteniendo el caminar de la humanidad y de toda la creación.

 

San Basilio Magno y San Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia.

 



Memoria de los santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia. 

Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia (hoy en Turquía), apellidado “Magno” por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida según las reglas que él mismo redactó. Con sus egregios escritos educó a los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de los enfermos. Falleció el día uno de enero de 379.

Gregorio, amigo suyo, fue obispo de Sancina, en Constantinopla y, finalmente, de Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, mereciendo por ello ser llamado “Teólogo”. La Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la memoria de tan grandes doctores.

 

San Basilio

 

San Basilio nació en Cesarea (Asia Menor) alrededor del año 330 y en una familia de Santos. Sus hermanos fueron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San Pedro de Sebaste. Su padre fue San Basilio el Viejo, su madre Santa Emelia y su abuela Santa Macrina.

Su compañero de estudios e inseparable amigo en la defensa de la fe fue San Gregorio Nacianceno. Cuando San Basilio estaba en el éxito de su carrera profesional, sintió un gran impulso de abandonar el mundo y fue ayudado por su hermana Santa Macrina, quien junto a su viuda madre y otras mujeres vivían en comunidad en un lugar retirado.

Basilio recibió el bautismo, visitó diversos monasterios y en un sitio agreste se entregó al retiro solitario con la plegaria y el estudio. Se le unieron algunos discípulos y formó el primer monasterio del Asia Menor. Sus enseñanzas se viven hasta hoy en los monjes de oriente e influenció incluso en San Benito, quien lo consideraba su maestro.

Fue ordenado sacerdote y San Gregorio Nacianceno lo animó a que le ayude con la defensa del clero, las iglesias y las verdades de fe. Fue nombrado primer auxiliar del Arzobispo de Cesarea y usó la herencia que le dejó su madre para ayudar a los necesitados. Solía salir con delantal y cucharón repartiendo comida.

Más adelante reemplazó al fallecido arzobispo y defendió la autonomía de la Iglesia ante el emperador Valente. Sus fieles adquirieron la costumbre de comulgar con frecuencia. Partió a la Casa del Padre el primero de enero del año 379.

 

San Gregorio

 

San Gregorio Nacianceno nació en Capadocia (actual Turquía) el mismo año que San Basilio. Su padre fue San Gregorio el Mayor, Obispo de Nacianzo, su madre Santa Nona y sus hermanos Santos Cesáreo y Gorgonia.

También se unió a San Basilio en la vida solitaria, pero fue ordenado sacerdote y le costó un tiempo entregarse a este servicio. Por el 372 San Basilio quería consagrarlo Obispo de Sasima, lugar que estaba sobre terrenos en disputa por las Dos Capadocias (Territorio dividido). Esto trajo enemistad entre los amigos.

Con el tiempo los Santos se volvieron a reconciliar y después de recorrer varias ciudades, San Gregorio se estableció en Constantinopla. Fue consagrado Obispo, pero sufrió por difamaciones y persecuciones de los herejes.

El Concilio de Constantinopla (381) estableció y confirmó las conclusiones del Concilio de Nicea contra los herejes que negaban la divinidad de Cristo y otras verdades de fe.

San Gregorio fue nombrado Obispo de Constantinopla, pero sus enemigos pusieron en duda la validez de su elección por lo que para restaurar la paz el Santo volvió a Nacianzo. Allí se convirtió en el Obispo de este territorio, después se retiró al retiro y partió a la Casa del Padre el 25 de enero del año 389 o 390.