lunes, 30 de diciembre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 2 - DE ENERO – JUEVES – ANTES DE LA EPIFANIA – C – San Basilio Magno y San Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia.

 


 

2 - DE ENERO – JUEVES

ANTES DE LA EPIFANIA – C –

San Basilio Magno y San Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia.

 

  Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,22-28):

 

  ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna.

  Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas –y es verdadera y no mentirosa– según os enseñó, permanecéis en él. Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida.

 

Palabra de Dios

 

  Salmo: 97

  R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R/.

  El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. R/.

  Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

       Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. R/.

 

  Lectura del santo evangelio según san Juan (1,19-28):

  Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran:

  «¿Tú quién eres?»

  Él confesó sin reservas:

  «Yo no soy el Mesías.»

  Le preguntaron:

  «¿Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?»

  Él dijo:

  «No lo soy.»

  «¿Eres tú el Profeta?»

  Respondió:

  «No.»

  Y le dijeron:

   «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»

  Él contestó:

  «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»

  Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:

  «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»

  Juan les respondió:

   «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»

  Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

 

Palabra del Señor

 

  1.- Las lecturas de este día, en pleno tiempo de Navidad, nos invitan a seguir contemplando el misterio de la Encarnación. Contemplar en el hijo de María, Jesús, al Salvador, a Cristo.

  No fue fácil para la comunidad joánica, como no lo es para nosotros, reconocer en la humanidad de Jesús al hijo de Dios. Por eso, en esta primera lectura del apóstol san Juan se insiste en que no existe otro camino de acceso a Dios sino es a través de la aceptación de la divinidad de la persona de Jesús. Y, frente a otras corrientes que pudieran llevar a engaño, se invita a la comunidad a “permanecer” en aquello que constituye el mensaje recibido en los inicios de la predicación del Evangelio.

 

  2.- Hasta seis veces se invita a este “permanecer” que nos habla de constancia, fidelidad, resistencia, firmeza y que en definitiva significa cultivar la relación de comunión con Cristo, y con el Padre a través de la apertura a la acción del Espíritu Santo que hemos recibido y que obra en nuestro interior.

  En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia


  3.- En el Evangelio de este día, que corresponde a la segunda parte del capítulo 1 del Evangelio de San Juan, justo después del prólogo, encontramos a Juan el Bautista siendo interrogado por un grupo de sacerdotes y levitas, que han sido enviados desde Jerusalén por los judíos. Varias cuestiones le son planteadas, todas ellas relacionadas con su identidad: “¿Tú quién eres? ¿Eres tú Elías? ¿Eres tú el Profeta? ¿Qué dices de ti mismo? ¿Por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”

  La pregunta sobre la identidad personal es clave en la vida de la persona porque tiene que ver con aquello que define el sentido que damos a esa vida, con nuestra vocación, nuestra misión, la verdad más profunda de nuestro ser.

  Juan Bautista responde, pero lo hace para invitarnos a volver la mirada hacia Otro: hacia Jesús, hacia el Señor, de quien Juan es la “voz.” La respuesta a la pregunta sobre su propia identidad se convierte en testimonio sobre Jesús, tal como se nos dice al inicio del Evangelio de este día.

  Este testimonio es como el pórtico que nos introduce hacia el motivo fundamental del evangelista Juan a lo largo de su Evangelio: introducirnos en el conocimiento del misterio de Cristo, Palabra encarnada, tal como nos ha sido presentado en el prólogo. Porque la piedra angular de la fe, para Juan, es conocer y entrar en comunión con Cristo, ser uno con Él.

 

  4.- La figura del Bautista, es central en este pasaje, aparece por tanto en relación a Jesús. El Bautista es quien grita en desierto y allana el camino del Señor; es quien anuncia la presencia en medio de nosotros de aquel que viene después de él y de quien no es digno de desatar la correa de la sandalia.

También nosotros “somos” con relación a Cristo; nuestra identidad está iluminada, clarificada por la suya. En él descubrimos nuestra vocación a ser también testigos de su Palabra, a ser su voz, a intentar que nuestros gestos y palabras puedan hablar de Él y de su presencia viva en medio de nuestro mundo.  Y a hacerlo en medio del “desierto”, de los espacios áridos que nos presenta la vida y en los cuales, a veces, sentimos que no hay nada que hacer, que se nos resisten, que no hay permeabilidad a acoger el mensaje de la buena Noticia del Evangelio.

  Allí nos invita el Señor a permanecer, a ser voz de una Palabra que nos despierta a una visión de la vida muy diferente a la que con frecuencia se vende en nuestros mercados del bienestar, del culto al yo, del consumo loco, que con frecuencia es caldo de cultivo de una cultura de la indiferencia hacia otras vidas humanas, especialmente si se encuentran del lado de la pobreza.

  Pero para ello, antes somos invitados a convertirnos en rastreadores de esa presencia actual de Dios en medio de la humanidad, que es lo que en definitiva celebramos cada Navidad: ¡Dios con nosotros!

  Que, en este tiempo, podamos contemplar la realidad a la luz del misterio de la Encarnación, con la alegría y esperanza de que el Señor está en ella acompañando y sosteniendo el caminar de la humanidad y de toda la creación.

 

San Basilio Magno y San Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia.

 



Memoria de los santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia. 

Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia (hoy en Turquía), apellidado “Magno” por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida según las reglas que él mismo redactó. Con sus egregios escritos educó a los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de los enfermos. Falleció el día uno de enero de 379.

Gregorio, amigo suyo, fue obispo de Sancina, en Constantinopla y, finalmente, de Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, mereciendo por ello ser llamado “Teólogo”. La Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la memoria de tan grandes doctores.

 

San Basilio

 

San Basilio nació en Cesarea (Asia Menor) alrededor del año 330 y en una familia de Santos. Sus hermanos fueron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San Pedro de Sebaste. Su padre fue San Basilio el Viejo, su madre Santa Emelia y su abuela Santa Macrina.

Su compañero de estudios e inseparable amigo en la defensa de la fe fue San Gregorio Nacianceno. Cuando San Basilio estaba en el éxito de su carrera profesional, sintió un gran impulso de abandonar el mundo y fue ayudado por su hermana Santa Macrina, quien junto a su viuda madre y otras mujeres vivían en comunidad en un lugar retirado.

Basilio recibió el bautismo, visitó diversos monasterios y en un sitio agreste se entregó al retiro solitario con la plegaria y el estudio. Se le unieron algunos discípulos y formó el primer monasterio del Asia Menor. Sus enseñanzas se viven hasta hoy en los monjes de oriente e influenció incluso en San Benito, quien lo consideraba su maestro.

Fue ordenado sacerdote y San Gregorio Nacianceno lo animó a que le ayude con la defensa del clero, las iglesias y las verdades de fe. Fue nombrado primer auxiliar del Arzobispo de Cesarea y usó la herencia que le dejó su madre para ayudar a los necesitados. Solía salir con delantal y cucharón repartiendo comida.

Más adelante reemplazó al fallecido arzobispo y defendió la autonomía de la Iglesia ante el emperador Valente. Sus fieles adquirieron la costumbre de comulgar con frecuencia. Partió a la Casa del Padre el primero de enero del año 379.

 

San Gregorio

 

San Gregorio Nacianceno nació en Capadocia (actual Turquía) el mismo año que San Basilio. Su padre fue San Gregorio el Mayor, Obispo de Nacianzo, su madre Santa Nona y sus hermanos Santos Cesáreo y Gorgonia.

También se unió a San Basilio en la vida solitaria, pero fue ordenado sacerdote y le costó un tiempo entregarse a este servicio. Por el 372 San Basilio quería consagrarlo Obispo de Sasima, lugar que estaba sobre terrenos en disputa por las Dos Capadocias (Territorio dividido). Esto trajo enemistad entre los amigos.

Con el tiempo los Santos se volvieron a reconciliar y después de recorrer varias ciudades, San Gregorio se estableció en Constantinopla. Fue consagrado Obispo, pero sufrió por difamaciones y persecuciones de los herejes.

El Concilio de Constantinopla (381) estableció y confirmó las conclusiones del Concilio de Nicea contra los herejes que negaban la divinidad de Cristo y otras verdades de fe.

San Gregorio fue nombrado Obispo de Constantinopla, pero sus enemigos pusieron en duda la validez de su elección por lo que para restaurar la paz el Santo volvió a Nacianzo. Allí se convirtió en el Obispo de este territorio, después se retiró al retiro y partió a la Casa del Padre el 25 de enero del año 389 o 390.

 

 

 

 

 

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