martes, 4 de enero de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 5- DE ENERO – MIERCOLES – 2 – SEMANA DE FERIA DE NAVIDAD – C San Juan Nepomuceno Neumann

 

 


 

5- DE ENERO – MIERCOLES –

2 – SEMANA DE FERIA DE  NAVIDAD – C

San Juan Nepomuceno Neumann

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3,11-21):

Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas.

No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros.

También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios.

Palabra de Dios

 

Salmo: 99

R/. Aclama al Señor, tierra entera

 

Aclama al Señor, tierra entera,

servid al Señor con alegría,

entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:

que él nos hizo y somos suyos,

su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos,

dándole gracias y bendiciendo su nombre. R/.

«El Señor es bueno,

su misericordia es eterna,

su fidelidad por todas las edades.» R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,43-51):

 

En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice:

 «Sígueme.»

Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro.

Felipe encuentra a Natanael y le dice:

«Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.»

Natanael le replicó:

«¿De Nazaret puede salir algo bueno?»

Felipe le contestó:

«Ven y verás.»

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:

 «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»

Natanael le contesta:

«¿De qué me conoces?»

Jesús le responde:

 «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»

Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»

Jesús le contestó:

«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.»

Y le añadió:

 «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

 

Palabra del Señor

 

1.  El evangelio de Juan insiste en el tema capital del "seguimiento" de Jesús. Ahora es con Felipe. Y la expresión de Jesús es un imperativo: sígueme ("ako-

louthei moi"), que se repite en los evangelios (Mt 9, 9; 19, 21; Mc 2, 14; 10, 21; Lc 5, 27. 28; 9, 59; 18, 22; Jn 1, 43; 12, 28; 21, 19). Un imperativo sin explicaciones y que exige un cambio total en la vida. Jesús no presenta ningún programa de vida, ningún objetivo, ningún ideal a conseguir, ni en qué condiciones. Solo queda claro que, para responder al imperativo de Jesús, hay que abandonar la familia, la casa, el trabajo, el dinero (Mt 8, 19-22; Lc 9, 57-62)

- ¿Qué queda en pie?

Se abandonan todas las seguridades.  Y nos queda solamente Jesús (D. Bonhoeffer).

 

2.  Esto es lo que nos da miedo. Por esto es por lo que el Evangelio da miedo. Y por esto es por lo que, en el fondo, el Evangelio ha sido marginado en la vida de tantos creyentes en Cristo. La fe les da seguridad y les tranquiliza. La religión y sus observancias, otro tanto. El Evangelio, sin embargo y sin que nos demos cuenta, exige y produce una libertad que nos asusta. Y que resulta un peligro.

La llamada constante, en nuestras vidas, es Jesús, Es Jesús solo. De ahí la apremiante urgencia de analizar, conocer, tomar conciencia y desentrañar lo que Jesús representa en nuestras vidas.

 

3.  Sin darnos cuenta de lo que realmente vivimos, pensamos que el Evangelio) es central en la Iglesia, en la vida de los clérigos y de los religiosos, de los obispos y de los cardenales. El centro de la teología y del derecho eclesiástico.  No es así.

No suele ser así. El Evangelio es importante en la liturgia, a la hora de jurar (cosa prohibida por el mismo Evangelio: Mt 5, 33-37), pero no es el motivo de nuestra seguridad en la vida. La gran pregunta, que los seguidores de Jesús tenemos que hacernos cada día, es esta:

- ¿Qué o quién me da a mí seguridad en mi vida?

- ¿Qué o quién determina lo que hago y lo que dejo de hacer?

 

San Juan Nepomuceno Neumann

 


E
n la ciudad de Filadelfia, del estado de Pensilvania, en los Estados Unidos de Norteamérica, san Juan Nepomuceno Neumann, obispo, de la Congregación del Santísimo Redentor, quien se distinguió por su solicitud a favor de los inmigrantes pobres, ayudándoles con sus consejos y su caridad, así como en la educación cristiana de los niños.

 

Vida de San Juan Nepomuceno Neumann

 

Juan Nepomuceno Neumann nació en 1811 en Prachatitz, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro, hoy población checa. Juan fue el tercero de una familia de seis hijos. Durante los estudios de filosofía, realizados con los cistercienses, su afición eran las ciencias naturales tanto que pensó en estudiar medicina, pero, motivado por su madre, ingresó al seminario.

En el año 1831, mientras estudiaba teología en el seminario de Budweis se interesó vivamente por las misiones y decidió dedicarse a la evangelización en América.

Habiéndole llegado la hora de la ordenación sacerdotal, su obispo la defirió por tiempo indefinido. En esas circunstancias decidió partir para Estados Unidos, invitado por el obispo de Filadelfia. Desde Budweis escribió a sus padres: “Mi inalterable resolución, hace ya tres años acariciada y ahora próxima a cumplirse, de ir en auxilio de las almas abandonadas, me persuade de que es Dios el que me exige este sacrificio... Yo os ruego, queridos padres, que llevéis con paciencia esta cruz que Dios ha puesto sobre vuestros hombros y los míos.”

Llegó a Nueva York en 1836, siendo ordenado sacerdote ese mismo año en la catedral de San Patricio. Inmediatamente se le destinó a la región de las cataratas del Niágara. Movido por un deseo de mayor entrega a Dios e impresionado por la eficacia del apostolado realizado por los misioneros redentoristas, quienes intentaban establecerse en aquellas tierras, pidió ser admitido en la congregación. Como redentorista ejerció el ministerio sagrado en Baltimore. Fue nombrado sucesivamente vicario del provincial, consejero, y finalmente superior de comunidad, en Filadelfia.

Estando esta ciudad, fue nombrado obispo de Filadelfia. En su labor pastoral, ideó un plan llamado sistema de escuelas parroquiales para dotar a cada parroquia con una escuela católica; en sus ocho años de episcopado se abrieron setenta escuelas. En el centenario de su muerte, celebrado en Pennsylvania en el año 1960, fue reconocido por el Senado como hombre insigne, pionero y promotor del sistema escolar católico de Estados Unidos.

Entre 1854 y 1855 se ausentó de su diócesis para ir a Roma en visita “ad límina”. El 8 de diciembre recibió la gracia de estar presente en la basílica de San Pedro cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción. A él correspondió sostener el libro en el que el Papa leyó las palabras de la proclamación del dogma.

De regreso a su diócesis llevó a cabo un permiso recibido del papa Pío IX: recibió los votos religiosos de tres mujeres que pertenecían a la tercera orden de San Francisco y convirtió su asociación en congregación religiosa: las Hermanas Terciarias Franciscanas, para quienes redactó unas constituciones. Murió en 1860. Fue beatificado en 1963 y canonizado en 1977 por el papa Pablo VI.

 

Fuente: Spider Martirologio + Catholic.net

 

 

 

 

 

domingo, 2 de enero de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 4 - DE ENERO – MARTES – 2 – SEMANA DE FERIA DE NAVIDAD – C SAN MANUEL González García

 

 


 

4 - DE ENERO – MARTES –

2 – SEMANA DE FERIA DE NAVIDAD – C

SAN MANUEL González García

 

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3,7-10):

 

Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 97

R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios

 

Cantad al Señor un cántico nuevo,

porque ha hecho maravillas:

su diestra le ha dado la victoria,

su santo brazo. R/.

Retumbe el mar y cuanto contiene,

la tierra y cuantos la habitan;

aplaudan los ríos, aclamen los montes. R/.

Al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia

y los pueblos con rectitud. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,35-42):

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:

«Éste es el Cordero de Dios.»

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

 «¿Qué buscáis?»

Ellos le contestaron:

 «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo:

«Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:

«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:

«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

 

Palabra del Señor

 

1.  La importancia singular de este relato está en que confirma, con fuerza, que el dato central de los evangelios es el seguimiento de Jesús. Un dato que no ha tenido debidamente en cuenta la teología cristiana. Por eso la cristología que normalmente se escribe y se explica no nos descubre la hondura y la actualidad de lo que representa Jesús. Porque no se construye desde el seguimiento de Jesús

(evangelios) sino desde la fe en Jesucristo Salvador (Pablo). Por eso, los evangelios no presentan la relación de los discípulos desde le fe, sino desde el seguimiento.

No se trata de contraponer la fe y el seguimiento. Se trata de poner cada cosa en su sitio. Y darle, a cada uno de estos elementos, su importancia.

 

2.  Por eso, para entender los evangelios y para comprender a Jesús, lo primero que se ha de tener presente es que la primera relación de Jesús con los discípulos no se estableció a partir de la fe, sino a partir del seguimiento. Lo mismo en los sinópticos que en Juan, en el primer encuentro que tuvieron los discípulos con Jesús, lo que allí se destaca no es la fe, sino el seguimiento (Mt 4, 20. 22. 25; Mc 1,18; Lc 5, 11. 27.28; Jn 1, 37. 38. 40. 43).

Jesús no les preguntó si creían o no creían en él. Se limitó a decirles: Sígueme. Y efectivamente le siguieron.

Lo primero, para conocer a Jesús, no es "saber" de o sobre Jesús, sino "vivir" como vivió Jesús.

 

3.  Pero ocurre que, lo mismo en la teología que en la vida y gestión de la Iglesia, tiene mucha más importancia la fe en Jesucristo que el seguimiento de Jesús.

El Vaticano tiene una Congregación para la Doctrina de la Fe. Y en el Derecho Canónico se habla con frecuencia de la fe y la ortodoxia.   Como igualmente se cuida, se vigila y se castiga cuanto pueda representar una desviación de esa ortodoxia doctrinal, por leve que sea.

Mientras tanto, el tema del seguimiento de Jesús ha sido marginado   a la espiritualidad, a las casas de retiro y a las vidas de los santos.

- ¿Por qué se ha producido este fenómeno?    

Porque en la Iglesia se le tiene miedo al seguimiento de Jesús.

Si el seguimiento de Jesús se asumiera como elemento constitutivo de la vida de la Iglesia, todo en ella cambiaría. Entre otras cosas, el seguimiento de Jesús lleva consigo cargar con la cruz (Mt 16,24; Mc 9,34; Lc 9,23).

Se comprende por qué en la Iglesia le tenemos tanto miedo al seguimiento de Jesús. Es un "recuerdo peligroso" (J. B. Metz).

 

SAN MANUEL González García

 


Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó D. Manuel González García.

Leyó y enseñó a leer el Evangelio a la luz de la lámpara de un sagrario.

Fue su lección preferida.

La misma que sigue brindando hoy en su obra.

 

Don Manuel González García nació en Sevilla, un 25 de febrero de 1877.

Familia numerosa la suya: Manuel fue el cuarto de cinco hermanos. Muy pequeño aún, tuvo la suerte de ingresar en el Colegio San Miguel, donde se formaban los niños de coro de la Giralda.

Antes de los diez años ya era uno de los seises de la Catedral, que cantaba y danzaba ante el Santísimo en las fiestas del Corpus y de la Inmaculada.

Seminarista a los doce, tiene calificación sobresaliente en todos los cursos y en todas las asignaturas. Fueron quince años de estudios, hasta llegar al doctorado en Teología y la licenciatura en Derecho Canónico. Lo ordena sacerdote en Sevilla el famoso Cardenal Spínola en 1901. Y ahora comienza su experiencia fuerte de la Eucaristía.

Don Manuel queda impactado por el desolador abandono del sagrario en un pueblecito andaluz, a1 estrenar su primera misión popular. Un hecho para el que buscará remedio mientras Dios le dé vida.

A los cuatro años de su sacerdocio, es nombrado arcipreste de Huelva. Funda su primera Revista de catequesis eucarística, el famoso Granito de arena (1907).

Inaugura y bendice escuelas populares, interviene en las Semanas Sociales de Sevilla, funda la Obra de las Tres Marías de los Sagrarios-Calvarios (1910), escribe el primer libro de una serie fecundísima de títulos: Lo que puede un cura hoy, funda para los niños, Los Juanitos del Sagrario (1912).

Consagrado Obispo en 1916, crea los Misioneros Eucarísticos Diocesanos (1918) y un poco más tarde las Hermanas Marías Nazarenas (1921), las mismas que conocemos hoy con el nombre de Misioneras Eucarísticas de Nazaret.

Pero lo más dramático de su vida está por llegar. Consagrado Obispo el 16 de enero del 1916, Don Manuel lo será de Málaga durante casi 20 años (1916-1935). Y es aquí, en esta su entrañable Málaga, después de 15 años de una incansable labor pastoral, educativa y social, donde el Señor le da a beber el cáliz de la amargura al estallar las algaradas anticlericales de la Segunda República (1931). La trágica noche del 11 de Mayo de 1931 una masa furibunda -aunque de pobre gente-, azuzada y teledirigida por los políticos de turno, incendia el Palacio Episcopal y reduce a cenizas los tesoros archivísticos, artísticos y documentales, no sólo de este lugar sino de la mayoría de los templos y conventos de Málaga.

Don Manuel y sus familiares, tras refugiarse en los sótanos, salen milagrosamente por una puerta trasera del edificio en llamas.

Descubiertos se ven acosados y seguidos por los incendiarios que, sin embargo, no se atreven a tocarlos. Expulsado de la ciudad, se refugia en Gibraltar, donde le da acogida el Obispo local, Mons. Richard Fitgerald, un 13 de Junio de 1931.

Ya no volverá jamás a su querida ciudad de Málaga, donde, como hemos dicho, había realizado una intensa labor como pastor y en la que había levantado su hermoso seminario... ¿Quién podrá olvidar la forma original que ideó para inaugurarlo?

El solemne acto tuvo lugar el 17 de octubre de 1919. Ese día, unos tres mil niños celebran en la explanada del seminario el banquete inaugural. Pero entiéndase bien, en lugar del acostumbrado y suculento banquete, reservado a un número pequeño de personajes y autoridades, fueron éstas el propio Sr. Obispo, el Gobernador, el Alcalde y los profesores del Seminario quienes sirvieron la mesa a los pequeños.

Pero a Don Manuel le queda prácticamente vedado el regreso.

Tiene que trasladarse a Madrid, como un exiliado, un indeseable o un peligroso cualquiera. Pese a todo, su celo por el Señor del Sagrario no cesa, y en esa época funda su obra la Reparación Infantil Eucarística (R.I.E.)

En 1935 es nombrado Obispo de Palencia. Son los cinco últimos años de su vida; 1936-1940- Es ahí en donde tiene la fortuna de conocer, en la Trapa de Dueñas, al Beato Hermano Rafael. Todavía encuentra tiempo para crear su última publicación periódica, la revista infantil REINE desde su nueva sede diocesana.

Soporta, Don Manuel el mayor dolor de su vida: la guerra civil española, y con ella el mayor número de sagrarios profanados, en toda la historia de España, según expresión suya.

En Palencia le sobreviene su última enfermedad. Fallece en Madrid, en el Sanatorio del Rosario, el 4 de enero de 1940. Y es sepultado en su preciosa Catedral palentina en la Capilla del Santísimo en donde hasta hoy reposan sus restos mortales bajo la inscripción sepulcral que él mismo dictó.

 

“Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen abandonado!”

 

APÓSTOL DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS

Don Manuel González García es un Obispo universalmente conocido por su vida y por su obra. Ocupa en el catolicismo español de la primera mitad del siglo xx un lugar preeminente e indiscutible.

Don Manuel González, el famoso arcipreste de Huelva, el benemérito pastor de Málaga y Palencia, se nos muestra como un perfecto testigo de Jesucristo, como un acabado modelo de heroica fe eucarística. Hoy, a más de medio siglo de su muerte, sigue transmitiéndonos su profético mensaje a través del lanzallamas ardiente de su pluma. Continúa hablando a las nuevas generaciones cristianas con el mismo ímpetu suavemente arrollador, infatigablemente persuasivo, eucarísticamente irresistible. Habló mucho, y escribió siempre, dejando rienda suelta a la rica abundancia de su gran corazón. Pero creyó y oró mucho más, y por eso su semilla produjo el ciento por uno.

Las virtudes recias y ejemplarmente pastorales de Don Manuel resplandecen, cada vez más, por ello fue declarado Venerable por el Papa Juan Pablo II, el 6 de marzo de 1998 y será Beatificado el 29 de abril de 2001.

Su personalidad es inconmensurable como sacerdote, como obispo, como fundador, como catequista, como escritor y como heraldo y misionero de la Eucaristía. Aquí radica precisamente su título más glorioso; Apóstol de los Sagrarios Abandonados.

Hablar de Don Manuel González es hablar necesariamente de la Eucaristía y del Evangelio: la Eucaristía profundamente entendida a través del Evangelio.

El Evangelio plenamente vivido a través de la Eucaristía. Ese es el sencillo anverso y reverso de su testimonio y mensaje, siempre actual e imperecedero, porque supo beberlo en la fuente inagotable de donde mana toda su fuerza eclesial. Hoy como ayer, late vivo y fulgurante el ideal eucarístico que absorbió toda su vida al servicio de ese trato íntimo, afectuoso, rendido, imitativo, transformador, perenne, de los hombres con el Dios Hijo, Cordero de nuestros altares y de nuestros Sagrarios.

Practicó sin desmayo y predicó sin cansancio una auténtica piedad centrada en la Eucaristía, buscando en cada Misa, en cada Comunión y en cada visita la savia vivificante del testimonio cristiano, limpio y transparente ante Dios y ante los hombres. Los lectores de su obra saborearán el carisma eucarístico con que Dios quiso enriquecerlo, desde su inefable experiencia de Palomares del Río, donde palpó en toda su crudeza, el abandono de los hombres hacia la Eucaristía.

Todo su vocabulario ascético cabe en dos palabras densamente programáticas para una espiritualidad dinámicamente renovadora: abandono y compañía.

Llegó a experimentar tan sensiblemente el dogma de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía que casi no necesitaba la fe para creer, como él solía decir, ya que sentía muy cerca de sí al Señor. Acertó a hablar de la Eucaristía porque acertó a creer en ella. Esa es la clave de tanta pujanza mística derramada en todos sus escritos como prodigioso caudal que todo lo fecunda. Con sobrada razón se ha dicho que sus obras se convierten en limpio espejo de su alma, siendo al mismo tiempo su mejor autobiografía.

Pero él no quiso tener otro ideal pastoral ni otro programa que el Sagrario, donde Jesús permanece con nosotros hasta la consumación de los siglos.

Los biógrafos coinciden en resaltar varias de sus cualidades más características: unción de estilo, transparencia de ideas, solidez de doctrina, gracia cautivadora, actitud de reparación, actualidad de pensamiento. Quien lea su obra lo podrá confirmar con su personal experiencia y su propia edificación, puesto que tendrá la singular sensación de participar de alguna manera en sus vivencias transidas de original fervor eucarístico.

Don Manuel González resulta muy actual. Sus reflexiones pensamientos y sugerencias resultan sorprendentemente sincronizadas con las enseñanzas conciliares y encajan maravillosamente en la renovada espiritualidad postconciliar de la Iglesia de hoy. Desde luego habla de la adoración Eucarística con acento encendido pues su alma incandescente se abismó de continuo en la fiel contemplación del Sagrario, del cual se sintió en todo instante prisionero y apóstol. Nadie podrá discutirle un destacado puesto en la historia moderna de la espiritualidad eucarística.

 

UN FARO DE LUZ

 

Aquí en Sevilla es obligado recordar a quién fue sacerdote de esta archidiócesis, arcipreste de Huelva, y más tarde Obispo de Málaga y de Palencia sucesivamente: Don Manuel González, el Obispo de los Sagrarios abandonados. Él se esforzó en recordar a todos la presencia de Jesús en los sagrarios, a la que a veces, tan insuficientemente correspondemos. Con su palabra y con su ejemplo no cesaba de repetir que en el sagrario de cada iglesia poseemos un faro de luz, en contacto con el cual nuestras vidas pueden iluminarse y transformarse.

 

Juan Pablo II

45º Congreso Eucarístico Internacional Sevilla, 1992

Por: Damián Darelli

 

 

 

 

 

sábado, 1 de enero de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 3 - DE ENERO – LUNES – 2 – SEMANA DE FERIA DE NAVIDAD – C “Santísimo Nombre de Jesús”

 

 


3 - DE ENERO – LUNES –

2 – SEMANA DE FERIA DE NAVIDAD – C

“Santísimo Nombre de Jesús”

 

Lectura de la primera carta de Juan (2,29;3,1-6):

Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él. Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. Todo el que comete pecado quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley. Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no le ha visto ni conocido.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 97,1.3cd-4.5-6

     R/. Los confines de la tierra han contemplado

la victoria de nuestro Dios

 

Cantad al Señor un cántico nuevo,

porque ha hecho maravillas;

su diestra le ha dado la victoria,

su santo brazo. R/.

Los confines de la tierra han contemplado

la victoria de nuestro Dios.

Aclama al Señor, tierra entera,

gritad, vitoread, tocad. R/.

Tañed la cítara para el Señor

suenen los instrumentos:

con clarines y al son de trompetas

aclamad al Rey y Señor. R/.

 

Lectura del santo Evangelio según san Juan (1,29-34):

 

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

«Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua para que sea manifestado a Israel.»

Y Juan dio testimonio diciendo:

«He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»

 

Palabra del Señor

 

1   En el lenguaje de la Biblia hay dos palabras que se utilizan para hablar del "mal".

El término adikía, el mal que se le hace "a otro ser humano" (M. Lim beck).

Y el termino amartía, el mal en relación "a Dios" (R Fiedler).

Pues bien, lo que más le preocupó a Juan Bautista fue el problema del pecado. Sobre todo, el mal que, según la religión, se le hace a Dios. Por eso, Juan presenta a Jesús como el que quita, suprime, perdona el pecado. A fin de cuentas, Juan Bautista fue hijo de un sacerdote.  El gran tema del clero es el pecado.

 

2.  Jesús tuvo otras preocupaciones.   A Jesús le preocupó, más que nada, el problema del sufrimiento.   

Empezando por el problema de la salud (de ahí, las numerosas curaciones de enfermos que se relatan en los evangelios).

Siguiendo por el problema del hambre (por eso, en los evangelios se habla tanto de las comidas de Jesús con toda clase gentes, sobre todo con los pobres). Y   terminando por el problema de las relaciones humanas, tales como el respeto, la bondad, el perdón y sobre todo el sincero amor a los demás, sean quienes sean.  Esto último es el gran tema del sermón del monte. Y se repite, de distintas maneras, en las parábolas.

 

3.  Juan fue un hombre profundamente religioso, como quedó patente en la austeridad de su vida y en su predicación. Su obsesión era la mejor relación posible con Dios.  Jesús fue también un hombre profundamente "religioso", pero entendiendo y viviendo la religiosidad de otra manera. 

La obsesión de Jesús fue la felicidad de las personas, sobre todo de las personas que más sufren en la vida. No se trata de que Jesús fuera menos religioso. Se trata de que Jesús entendió la religión como el esfuerzo que humaniza este mundo.  

Con frecuencia, los "hombres de la religión", al pensar tanto en el "pecado", se desentienden del "sufrimiento.

En esto está el virus que corrompe a las religiones.

 

4.  Quede claro de una vez: el pecado no es ofender a Dios, sino hacer mal a alguien. Lo afirma Sto. Tomás de Aquino: "Dios no se siente ofendido por nosotros, si no es porque actuamos contra nuestro propio bien" (Non enim Deus a nobis offenditur nisi quod contra nostrum bonum  agimus.  Sum.  contra gent., III, 122) (E. López Azpitarte).

 

“Santísimo Nombre de Jesús”



     Cada 3 de enero la Iglesia celebra el Día del Santísimo Nombre de Jesús.  “Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia”, decía San Bernardino de Siena. La fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, instituida en el año 1721, fue suprimida del Calendario Romano y ha sido introducida nuevamente en la 3ª edición del Misal Romano actual. El nombre, en el judaísmo, expresa el ser de la persona. El nombre de Jesús, es decir, «Dios salva», nos acerca a la misión del recién nacido. Invocar su nombre es recurrir a su fuerza salvadora.

De muchos textos del Nuevo Testamento se puede desentrañar una «teología del nombre de Jesús»: «Al nombre de Jesús, toda rodilla se doble –en el cielo, en la tierra, en el abismo– y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor» (Flp 2,9-11); en los Hechos de los apóstoles: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (4,12); en el evangelio según san Juan: «Pues, os aseguro que, si alegáis mi nombre, el Padre os dará lo que le pidáis. Hasta ahora no habéis pedido nada alegando mi nombre. Pedid y recibiréis, así vuestra alegría será completa» (16,23-24; cf. 14,12-14). Los cristianos son, según san Pablo, los «que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar» (1 Cor 1,2).

 

     “Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción” (Lc. 2, 21).

 

     La palabra Jesús es la forma latina del griego “Iesous”, que a su vez es la transliteración del hebreo “Jeshua” o “Joshua” o también “Jehoshua”, que significa “Yahveh es salvación”.

 

     El Santísimo Nombre de Jesús comenzó a ser venerado en las celebraciones litúrgicas del siglo XIV.  San Bernardino de Siena y sus discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús. En 1530 el Papa Clemente VII concedió por primera vez a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús.

 

San Bernardino solía llevar una tablilla que mostraba la Eucaristía con rayos saliendo de ella y, en el medio, se veía el monograma “IHS”, abreviación del Nombre de Jesús en griego (ιησουσ).

 

     Más adelante la tradición devocional le añade un significado a las siglas: "I", Iesus (Jesús), "H", Hominum (de los hombres), "S", Salvator" (Salvador). Juntos quieren decir “Jesús, Salvador de los hombres”.

 

San Ignacio de Loyola y los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de la Compañía de Jesús.

 

El Nombre de Jesús, invocado con confianza:  -Brinda ayuda en las necesidades corporales, según la promesa de Cristo:

"En mi nombre agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc. 16,17-18).

 En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hch. 3,6; 9,34) y vida a los muertos (Hch. 9,40).

 

-Da consuelo en las pruebas espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador el padre del hijo pródigo y del buen samaritano; al justo le recuerda el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.

 

-Nos protege de Satanás y sus artimañas, ya que el diablo le teme al Nombre de Jesús, quien lo ha vencido en la Cruz.

 

-En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidan al Padre se los dará en mi nombre." (Jn. 16,23).  Por lo tanto, la Iglesia concluye todas sus oraciones con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor", etc.

 

     Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Flp. 2,10).