martes, 4 de enero de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 5- DE ENERO – MIERCOLES – 2 – SEMANA DE FERIA DE NAVIDAD – C San Juan Nepomuceno Neumann

 

 


 

5- DE ENERO – MIERCOLES –

2 – SEMANA DE FERIA DE  NAVIDAD – C

San Juan Nepomuceno Neumann

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3,11-21):

Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas.

No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros.

También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios.

Palabra de Dios

 

Salmo: 99

R/. Aclama al Señor, tierra entera

 

Aclama al Señor, tierra entera,

servid al Señor con alegría,

entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:

que él nos hizo y somos suyos,

su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos,

dándole gracias y bendiciendo su nombre. R/.

«El Señor es bueno,

su misericordia es eterna,

su fidelidad por todas las edades.» R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,43-51):

 

En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice:

 «Sígueme.»

Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro.

Felipe encuentra a Natanael y le dice:

«Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.»

Natanael le replicó:

«¿De Nazaret puede salir algo bueno?»

Felipe le contestó:

«Ven y verás.»

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:

 «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»

Natanael le contesta:

«¿De qué me conoces?»

Jesús le responde:

 «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»

Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»

Jesús le contestó:

«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.»

Y le añadió:

 «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

 

Palabra del Señor

 

1.  El evangelio de Juan insiste en el tema capital del "seguimiento" de Jesús. Ahora es con Felipe. Y la expresión de Jesús es un imperativo: sígueme ("ako-

louthei moi"), que se repite en los evangelios (Mt 9, 9; 19, 21; Mc 2, 14; 10, 21; Lc 5, 27. 28; 9, 59; 18, 22; Jn 1, 43; 12, 28; 21, 19). Un imperativo sin explicaciones y que exige un cambio total en la vida. Jesús no presenta ningún programa de vida, ningún objetivo, ningún ideal a conseguir, ni en qué condiciones. Solo queda claro que, para responder al imperativo de Jesús, hay que abandonar la familia, la casa, el trabajo, el dinero (Mt 8, 19-22; Lc 9, 57-62)

- ¿Qué queda en pie?

Se abandonan todas las seguridades.  Y nos queda solamente Jesús (D. Bonhoeffer).

 

2.  Esto es lo que nos da miedo. Por esto es por lo que el Evangelio da miedo. Y por esto es por lo que, en el fondo, el Evangelio ha sido marginado en la vida de tantos creyentes en Cristo. La fe les da seguridad y les tranquiliza. La religión y sus observancias, otro tanto. El Evangelio, sin embargo y sin que nos demos cuenta, exige y produce una libertad que nos asusta. Y que resulta un peligro.

La llamada constante, en nuestras vidas, es Jesús, Es Jesús solo. De ahí la apremiante urgencia de analizar, conocer, tomar conciencia y desentrañar lo que Jesús representa en nuestras vidas.

 

3.  Sin darnos cuenta de lo que realmente vivimos, pensamos que el Evangelio) es central en la Iglesia, en la vida de los clérigos y de los religiosos, de los obispos y de los cardenales. El centro de la teología y del derecho eclesiástico.  No es así.

No suele ser así. El Evangelio es importante en la liturgia, a la hora de jurar (cosa prohibida por el mismo Evangelio: Mt 5, 33-37), pero no es el motivo de nuestra seguridad en la vida. La gran pregunta, que los seguidores de Jesús tenemos que hacernos cada día, es esta:

- ¿Qué o quién me da a mí seguridad en mi vida?

- ¿Qué o quién determina lo que hago y lo que dejo de hacer?

 

San Juan Nepomuceno Neumann

 


E
n la ciudad de Filadelfia, del estado de Pensilvania, en los Estados Unidos de Norteamérica, san Juan Nepomuceno Neumann, obispo, de la Congregación del Santísimo Redentor, quien se distinguió por su solicitud a favor de los inmigrantes pobres, ayudándoles con sus consejos y su caridad, así como en la educación cristiana de los niños.

 

Vida de San Juan Nepomuceno Neumann

 

Juan Nepomuceno Neumann nació en 1811 en Prachatitz, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro, hoy población checa. Juan fue el tercero de una familia de seis hijos. Durante los estudios de filosofía, realizados con los cistercienses, su afición eran las ciencias naturales tanto que pensó en estudiar medicina, pero, motivado por su madre, ingresó al seminario.

En el año 1831, mientras estudiaba teología en el seminario de Budweis se interesó vivamente por las misiones y decidió dedicarse a la evangelización en América.

Habiéndole llegado la hora de la ordenación sacerdotal, su obispo la defirió por tiempo indefinido. En esas circunstancias decidió partir para Estados Unidos, invitado por el obispo de Filadelfia. Desde Budweis escribió a sus padres: “Mi inalterable resolución, hace ya tres años acariciada y ahora próxima a cumplirse, de ir en auxilio de las almas abandonadas, me persuade de que es Dios el que me exige este sacrificio... Yo os ruego, queridos padres, que llevéis con paciencia esta cruz que Dios ha puesto sobre vuestros hombros y los míos.”

Llegó a Nueva York en 1836, siendo ordenado sacerdote ese mismo año en la catedral de San Patricio. Inmediatamente se le destinó a la región de las cataratas del Niágara. Movido por un deseo de mayor entrega a Dios e impresionado por la eficacia del apostolado realizado por los misioneros redentoristas, quienes intentaban establecerse en aquellas tierras, pidió ser admitido en la congregación. Como redentorista ejerció el ministerio sagrado en Baltimore. Fue nombrado sucesivamente vicario del provincial, consejero, y finalmente superior de comunidad, en Filadelfia.

Estando esta ciudad, fue nombrado obispo de Filadelfia. En su labor pastoral, ideó un plan llamado sistema de escuelas parroquiales para dotar a cada parroquia con una escuela católica; en sus ocho años de episcopado se abrieron setenta escuelas. En el centenario de su muerte, celebrado en Pennsylvania en el año 1960, fue reconocido por el Senado como hombre insigne, pionero y promotor del sistema escolar católico de Estados Unidos.

Entre 1854 y 1855 se ausentó de su diócesis para ir a Roma en visita “ad límina”. El 8 de diciembre recibió la gracia de estar presente en la basílica de San Pedro cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción. A él correspondió sostener el libro en el que el Papa leyó las palabras de la proclamación del dogma.

De regreso a su diócesis llevó a cabo un permiso recibido del papa Pío IX: recibió los votos religiosos de tres mujeres que pertenecían a la tercera orden de San Francisco y convirtió su asociación en congregación religiosa: las Hermanas Terciarias Franciscanas, para quienes redactó unas constituciones. Murió en 1860. Fue beatificado en 1963 y canonizado en 1977 por el papa Pablo VI.

 

Fuente: Spider Martirologio + Catholic.net

 

 

 

 

 

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