lunes, 2 de septiembre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 4 - DE SEPTIEMBRE – MIERCOLES – 22ª – SEMANA DEL T.O. – B San Bonifacio I papa

 

 


4 - DE SEPTIEMBRE – MIERCOLES

 22ª – SEMANA DEL T.O. – B

San Bonifacio I papa

 

        Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (3,1-9):

Hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente carnal, como a niños en Cristo. Por eso os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más. Por supuesto, tampoco ahora, que seguís los instintos carnales. Mientras haya entre vosotros envidias y contiendas, es que os guían los instintos carnales y que procedéis según lo humano.

Cuando uno dice «yo soy de Pablo» y otro, «yo de Apolo», ¿no estáis procediendo según lo humano? En fin, de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Ministros que os llevaron a la fe, cada uno como le encargó el Señor. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta no significa nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios. El que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada uno recibirá el salario según lo que haya trabajado. Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros campo de Dios, edificio de Dios.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 32,12-13.14-15.20-21

 

      R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad.

       El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. R/.

Desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra: él modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones. R/.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. R/.

 

  Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,38-44):

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.

De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban:

«Tú eres el Hijo de Dios.»

Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.

Pero él les dijo:

«También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.»

Y predicaba en las sinagogas de Judea.

 

Palabra del Señor

 

   1.  Este evangelio, continuación del que se leyó ayer, es un resumen de lo que era la actividad de Jesús durante un día cualquiera, concretamente en un sábado. Ante todo, enseñaba en la sinagoga. Enseñanza que impresiona a la gente. Porque no se limitaba a repetir lo que venían enseñando los letrados, sino que decía cosas que aquellos sencillos galileos no podían imaginar.

Hablar del Evangelio y aburrir a la gente es lo mismo que no hablar del Evangelio.  Cuando se explica el Evangelio, el Evangelio produce admiración y entusiasmo. Si no se produce eso, hay que preguntarse qué es lo que se predica.

 

   2.  La otra actividad de Jesús era sanar a los enfermos, expulsar demonios, acoger a los que sufrían penas y desgracias. A veces, los sacerdotes no entusiasman, sino que atemorizan, infunden no sé qué respeto o cierto miedo. Y hay casos en los que el clero produce rechazo o recelo. Si la presencia de Jesús era motivo de atracción precisamente para todos los que sufrían, eso quiere decir que la humanidad, la bondad, la acogida de Jesús superaba toda ponderación.

 

3.  Pero antes que ninguna otra cosa, Jesús se levantaba temprano y se retiraba a sitios solitarios. ¿Reflexión?  ¿Oración?  ¿Búsqueda de sosiego y paz interior?

Seguramente todo eso. Lo necesitamos todos los humanos y Jesús lo necesitaba como todos.   

Precisamente porque vivía a fondo la existencia, por eso, porque no fue un hombre superficial, tenía la fuerza que siempre tuvo en su palabra y la acogida para todo achaque y toda dolencia.

 

San Bonifacio I papa


 

XLII Papa

 

Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Máximo, en vía Salaria Nueva, sepultura de san Bonifacio I, papa, que trabajó para solucionar muchas controversias sobre disciplina eclesiástica (422).

 

Etimología: Bonifacio = que hace el bien. Viene de la lengua latina.

Elegido el 28 diciembre del 418; falleció en Roma, el 4 de septiembre del 422. Poco se conoce de su vida previa a su elección. El "Liber Pontificalis" lo llama un romano, e hijo del presbítero Jocundus. Se cree que fue ordenado por el Papa Damasus I (366-384) y que fue representante de Inocencio I en Constantinopla (c. 405).

A la muerte del Papa Zosimus, la Iglesia Romana entró en el quinto de sus cismas, con el resultado de dobles elecciones papales que perturbaron su paz durante las primeras centurias. Poco después de las exequias de Zosimus, el 27 diciembre, 418, una facción del clero romano formada principalmente por diáconos, tomó la basílica de Lateran y eligió como papa al Archidiácono Eulalius. El alto clero intentó entrar, pero fue violentamente rechazado por una chusma de partidarios de Eulalian.

Al día siguiente, ellos se reunieron en la iglesia de Theodora y eligieron como Papa, contra su voluntad, al anciano Bonifacio, un sacerdote muy estimado por su caridad, conocimientos, y buen carácter. El domingo 29 diciembre, fueron consagrados los dos, Bonifacio en la Basílica de San Marcelo, apoyado por nueve obispos provinciales y unos setenta sacerdotes; Eulalius en la basílica de Lateran en presencia de los diáconos, unos pocos sacerdotes y el Obispo de Ostia que fue convocado desde su lecho de enfermo para ayudar en la ordenación. Los dos procedieron a actuar como papas, y Roma comenzó a vivir en una tumultuosa confusión por el ruido producido por las facciones de ambos rivales. El Prefecto de Roma, Symmachus, hostil a Bonifacio, informó el problema al Emperador Honorius de Ravenna, y aseguró la confirmación imperial de la elección de Eulalius. Bonifacio fue expulsado de la ciudad. Sus partidarios, sin embargo, lograron hacerse oír por el emperador que convocó a un sínodo de obispos italianos en Ravenna para reunir a los papas rivales y discutir la situación (febrero, marzo, 419). Incapaz de alcanzar una decisión, el sínodo tomó unas pocas decisiones prácticas pendientes hasta un concilio general de obispos italianos, galos y africanos, a ser convocados en mayo para solucionar la dificultad. Pidió que ambos demandantes dejaran Roma hasta que se alcanzara una decisión, y prohibió el retorno bajo pena de condenación. Como Pascua, el 30 de marzo, estaba acercándose, Achilleus, Obispo de Spoleto, fue delegado para encabezar los servicios Pascuales en la vacante sede romana. Bonifacio fue enviado, aparentemente, al cementerio de Santa Felicitas en la Vía Salaria, y Eulalius a Antium. El 18 marzo, Eulalius volvió audazmente a Roma, reunió a sus partidarios avivando nuevamente la disputa, y rechazó con desprecio las órdenes del prefecto para dejar la ciudad; tomó la basílica de Lateran el sábado Santo (29 marzo), decidido a presidir las ceremonias pascuales. Las tropas imperiales fueron convocadas para deponerlo y hacer posible para Achilleus dirigir los servicios. El emperador, profundamente indignado con estos procedimientos, se negó a considerar nuevamente las demandas de Eulalius reconociéndose a Bonifacio como Papa legítimo (3 de abril, 418). Este último volvió a Roma el 10 abril y fue aclamado por el pueblo. Eulalius fue designado Obispo de Nepi en Toscana o de alguna sede en Campania, según los contradictorios datos de las fuentes del "Liber Pontificalis". El cisma había durado quince semanas. A comienzos de 420, la crítica enfermedad del papa, animó a los partidarios de Eulalius a hacer otro intento. Ya recuperado, Bonifacio pidió al emperador (1o. de julio, 420) prever alguna manera de evitar un nuevo cisma en el caso de su muerte. Honorius promulgó una ley estableciendo que, en el caso de elecciones Papales disputadas, no debe reconocerse ningún candidato, y debe efectuarse una nueva elección.

El reino de Bonifacio fue marcado por el gran celo y actividad en organizar la disciplina y la autoridad. Revirtió la política de su predecesor de dotar a ciertos obispos Occidentales con poderes extraordinarios del vicariato papal. Zosimus había dado a Patroclus, Obispo de Arles, extensa jurisdicción en las provincias de Viena y Narbonne, y lo había hecho intermediario entre estas provincias y la Sede Apostólica. Bonifacio disminuyó estos derechos primados y restauró los poderes metropolitanos de los obispos principales de provincias. Así él respaldó a Hilary, Arzobispo de Narbonne, en su elección de un obispo de la sede vacante de Lodeve, contra Patroclus que intentó designar a otro (422). Así, también, insistió para que Maximus, Obispo de Valencia, fuera juzgado por sus supuestos crímenes, no por un primado, sino por un sínodo de obispos galos, y prometió sostener su decisión (419). Bonifacio tuvo éxito en las dificultades de Zosimus con la Iglesia africana con respecto a las apelaciones a Roma y, en particular, en el caso de Apiarius. El Concilio de Cartago, habiendo escuchado las presentaciones de los delegados de Zosimus, envió a Bonifacio el 31 mayo, 419, una carta en respuesta al commonitorium de su predecesor. Declaraba que el concilio había sido incapaz de verificar los cánones que los delegados habían citado como de Nicena, pero que más tarde resultaron ser de Sardican. Estaba de acuerdo, sin embargo, en observarlos hasta que pudiera efectuarse la comprobación. Esta carta se cita a menudo para ilustrar la actitud desafiante de la Iglesia africana ante la Sede Romana. Un estudio imparcial de la misma, sin embargo, debe llevar a una conclusión no más extrema que la de Dom Chapman: "fue escrita con considerable irritación, aunque en un muy estudiado tono moderado"(Revisión de Dublín. Julio, 1901, 109-119). Los africanos estaban irritados ante la insolencia de los delegados de Zosimus y se indignaron por ser instados a obedecer leyes que pensaron no tenían una consistente fuerza en Roma. Esto ellos se lo manifestaron a Bonifacio directamente; todavía, lejos de repudiar su autoridad, le prometieron obedecer las leyes sospechosas, mientras que reconocieron la función del Papa como guardián de la disciplina de la Iglesia. En 422 Bonifacio recibió la apelación de Anthony de Fussula que, a través de los esfuerzos de San Agustín, había sido depuesto por un sínodo provincial de Numidia, y decidió que debía ser restaurado en el caso de que su inocencia se estableciera. Bonifacio apoyó ardientemente a San Agustín en su combate contra el Pelagianismo. Habiendo recibido dos cartas de Pelagian que calumniaban a Agustín, se las envió. En reconocimiento de esta lealtad Agustín dedicó a Bonifacio su respuesta, contenida en "Contra das Epístolas Pelagianoruin Libri quatuor".

En el Este, mantuvo celosamente su jurisdicción sobre las provincias eclesiásticas de Illyricurn, sobre las que el Patriarca de Constantinopla estaba intentando afianzar el mando a causa de volverse una parte del imperio Oriental. El Obispo de Thessalonica había sido constituido vicario papal en este territorio, mientras ejercía su jurisdicción por encima de los metropolitanos y obispos. Por las cartas a Rufus, el titular contemporáneo de la sede, Bonifacio vigiló estrechamente los intereses de la iglesia de Illyrian e insistió en la obediencia a Roma. En 421, el descontento expresado por ciertos obispos, a causa de la negativa del Papa para confirmar la elección de Perigines como Obispo de Corinto a menos que el candidato fuera reconocido por Rufus, sirvió como pretexto para que el joven emperador Theodosius II concediera el dominio eclesiástico de Illyricurn al Patriarca de Constantinopla (14 julio, 421). Bonifacio protestó ante Honorius por la violación de los derechos de su sede, y prevaleció sobre él, que instó a Theodosius para que rescinda su promulgación. La ley no fue promulgada, pero permaneció en los códigos de Theodosian (439) y Justiniano (534) y causó muchos problemas a los papas subsiguientes. Por una carta del 11 marzo, 422, Bonifacio prohibió la consagración en Illyricum de cualquier obispo que Rufus no hubiera reconocido. Bonifacio renovó la legislación del Papa Soter, prohibiendo a las mujeres tocar los sagrados linos o intervenir en el quemado de incienso. Dio fuerza a las leyes que prohibían a los esclavos ser clérigos. Fue enterrado en el cementerio de Maximus en la Vía Salaria, cerca de la tumba de su favorito, San. Felicitas en cuyo honor y en gratitud por su ayuda, le había erigido un oratorio encima del cementerio que lleva su nombre.

 

Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01

 

 

 

 

 


domingo, 1 de septiembre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 3 - DE SEPTIEMBRE – MARTES – 22ª – SEMANA DEL T.O. - B San Gregorio I Magno papa

 

 


3 - DE SEPTIEMBRE – MARTES –

 22ª – SEMANA DEL T.O. - B

San Gregorio I Magno papa

 

       Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,10b-16):

El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.  - ¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él?  Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos.

Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales. A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie.

«¿Quién conoce la mente del Señor para poder instruirlo?»

Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 144, 8-9. 10-11. 12-13ab. 13cd-14

 

R/. El Señor es justo en todos sus caminos

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R/.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado.

       Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. R/.

El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones.

      El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,31-37):

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.

Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces:

«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?

¿Has venido a acabar con nosotros?

Sé quién eres: el Santo de Dios.»

Jesús le intimó:

 «¡Cierra la boca y sal!»

El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos:

«¿Qué tiene su palabra?

Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.»

Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

 

Palabra del Señor

 

  1.  Se ha dicho que "en el Evangelio de Jesús se consuma y perfecciona la aspiración a...  humanizar la idea de Dios". Pero "sería un error pensar que esta "humanización" significa la eliminación de todo sentimiento nuestro (R. Otto), es decir, el sentimiento de experimentar, ante Jesús, un '`un "misterio", un sentimiento "fascinante", que nos atrae y nos impresiona al mismo tiempo.  Esto, según parece, es lo que sentía la gente ante Jesús, lo que decía y hacía. Por eso la gente, al oír a Jesús, se quedaba "asombrada”.  Porque Jesús, que era "perfecto en la humanidad", era también, precisamente esa humanidad, la revelación de Dios que se une a la humanidad perfecta y ella se conoce y se descubre al Dios que nadie ha visto (Jn 1, 18), ni puede verlo.

 

2.  La gente se quedaba asombrada porque hablaba "con autoridad". Y con la misma "palabra" y la misma "autoridad" expulsaba a los "espíritus inmundos. Se ha dicho acertadamente que Jesús "se parecía a otros exorcistas de su tierra, pero era diferente". Porque la fuerza de Jesús "está en sí mismo". No necesita amuletos ni de otras artes mágicas para actuar con autoridad. "Basta su presencia y el poder de su palabra para imponerse" a las fuerzas del mal (J. A. Pagola).

 

3.  Aquí y en esto tocamos el fondo del problema que nos plantea el Evangelio. Jesús no hizo prodigios para demostrar su condición divina. Se negó siempre a eso (Mc 8, 11-12; Lc 11, 29-30; Mt 12, 38-39).

Una "divinidad" que da a conocer mediante "obras divinas" no nos da a conocer nada nuevo, que se limita a reafirmar lo que ya conocíamos: solo la divinidad puede hace milagros. En ese caso, Jesús no habría sido el revelador de Dios, sino el repetidor de lo que ya se conocía como propio de Dios. Lo que demuestra Jesús, con sus palabras y sus obras prodigiosas, es su condición humana.  Una humanización tan profunda y tan perfecta que no soporta el sufrimiento del enfermo o humillación del que es visto como un endemoniado. Y ahí, en eso, es donde se nos revela Dios, como el Dios encarnado, es decir, el Dios humanizado.

El magisterio de la Iglesia definió, en el concilio de Calcedonia (a. 451) que Jesucristo es "perfecto en la divinidad" (DH 301). Jesús "fue constituido Hijo de Dios a partir de la resurrección" (Rm 1, 4).

En todo caso, la Biblia expresa el mensaje y la revelación de Jesús, no con el lenguaje de la metafísica (propio del "ser"), sino en relatos de la historia (propio del "acontecer") (Bernhard Welte).

 

San Gregorio I Magno papa

 


(Roma, c. 540 - id., 604) Papa (590-604).

 

Nació en Roma hacia el año 540. Desempeñó primero diversos cargos públicos, y llegó luego a ser prefecto de la Urbe. Más tarde, se dedicó a la vida monástica, fue ordenado diácono y nombrado legado pontificio en Cons­tantinopla.

El día 3 de septiembre del año 590 fue elegido papa, cargo que ejerció como verdadero pastor en su modo de gobernar, en la ayuda que brindó a los pobres y en la propagación y consolidación de la fe. Tiene escritas muchas obras sobre teología moral y dogmática.

Murió el día 12 de marzo del año 604.

 

Miembro de una familia de patricios romanos, fue praefectus urbis de Justino II (572-574). Convirtió su palacio del monte Celio en el monasterio de San Andrés y abrazó la regla de San Benito. Nuncio en Constantinopla (579-586), fue nombrado papa a la muerte de Pelayo II (590). Negoció una tregua con los lombardos (592), afirmó la primacía de la iglesia de Roma y envió al monje Agustín a evangelizar Inglaterra. Autorizó el culto de los hebreos y superó el cisma del norte de Italia originado por la supresión de los Tres Capítulos. Adoptó el título Servus servorum Dei (servidor de los siervos de Dios), que se convirtió en oficial de los futuros pontífices. Soberano temporal de la ciudad de Roma, hizo de ella la capital espiritual del mundo latino y puso las bases del poder territorial del papado.

De noble familia senatorial, estaba destinado a la carrera política, y todavía joven (en 573) desempeñó el cargo de praefectus urbis (prefecto de Roma); pero, conmovido por el espectáculo de las miserias de Roma y de Italia entera, que agudizaron en él el sentimiento de la inanidad de las cosas terrenas, entregó, a la muerte de su padre, su inmenso patrimonio a los pobres y a la Iglesia, fundando seis monasterios en sus tierras de Sicilia y otro en su palacio del Celio, que dedicó a San Andrés y donde él mismo vistió el hábito benedictino.

Su fuerte personalidad y su práctica en la política, preciosa en aquellos tiempos de adversidades excepcionales, movieron, sin embargo, a Benedicto I a sacarlo de su soledad nombrándolo diaconus regionarius en 577, y a Pelagio II, el año siguiente, a servirse de él como legado en Constantinopla, donde tuvo ocasión en su larga estancia (579-585) de formarse una rica experiencia política y humana.

Abad de San Andrés, fue elegido papa a la muerte de Pelagio con el asentimiento general y consagrado el 3 de septiembre de 590. Le esperaban la peste, la expansión lombarda y el sitio de Roma (593), el empeoramiento del cisma de los Tres Capítulos y los pleitos con Bizancio. En los catorce años de su pontificado hubo de medirse con estos problemas objetivos y con otros que él mismo se planteó libremente: pacificación de la península, unificación católica de Occidente mediante una vasta obra de evangelización y una vasta toma de contactos más operantes con los pueblos convertidos.

Así, mientras socorría con ayudas materiales y con su alto magisterio a las poblaciones más próximas, organizaba, reemplazando la impotente autoridad imperial, la defensa de Italia central, de Roma y del mismo Nápoles; favoreció la instauración de mejores relaciones con los invasores; apoyó la conversión de Teodolinda; promovió la misión de Agustín en Inglaterra (596); organizó una más estrecha colaboración con el episcopado y con los reyes francos y animó en España la acción del neófito Recaredo.

 

Obras de San Gregorio Magno

Dotado de viva sensibilidad y de excepcional equilibrio para conllevar las exigencias místicas del monje con el respeto y la simpatía hacia la humanidad doliente, su obra literaria, de estilo sencillo, a veces humilde, a menudo elocuente, constituye el más luminoso comentario a su obra de pontífice que no vacila en enfrentarse con los desidiosos y con los potentados, como puede apreciarse en sus Epístolas. Dirigidas a los más diversos destinatarios, las cartas de San Gregorio tratan de variadas cuestiones y son un testimonio fundamental para el conocimiento de su actividad y de su personalidad. Sobresalen las epístolas dirigidas contra los herejes y los cismáticos, como los maniqueos de Sicilia o los donatistas en África, y las que se refieren a los judíos, a los que San Gregorio concedió libertad de culto y tratamiento benévolo (I, 1, 47), porque "sólo con la mansedumbre, la bondad, las sabias y persuasivas admoniciones, se puede obtener la unidad de la fe".

Gregorio Magno mostró su preocupación por la formación de los pastores de almas en obras como Regla pastoral (591), en que expuso los objetivos y reglas de la vida sacerdotal. Dedicada a Juan de Constantinopla, con quien se justifica de haber dudado en asumir el cargo de obispo de Roma, San Gregorio muestra en este libro lo arduo que es el oficio de pastor y las reglas de vida que debe seguir; describe el tipo ideal del obispo, que ha de ser siempre un médico de las almas y encontrar el tono justo para dirigirse a los hombres de las diversas clases sociales, ejerciendo sobre sus almas el máximo ascendente posible y teniendo siempre presente su propia debilidad para no caer en una excesiva confianza en sí mismo. Esta breve obra ejerció gran influencia y fue durante largo tiempo considerada como el texto de las reglas episcopales.

De su tarea de consolador y maestro de espiritualidad hallamos una excelente ilustración en las Homilías sobre el Evangelio o sobre Ezequiel, pronunciadas en Roma en 590-593, cuando todo parecía derrumbarse. En Moralia llevó a cabo una exégesis del libro bíblico de Job. Presenta a Job como figura del Redentor; en su mujer ve simbolizada la vida carnal, y en sus amigos, a los herejes, orientando siempre la interpretación hacia las lecciones morales y teológicas.

Los Diálogos, escritos entre los años 593 y 594, fueron probablemente su obra más difundida. Habiéndose retirado por algún tiempo, cansado de las preocupaciones y responsabilidades de su cargo, a un lugar apartado, Gregorio expresa al diácono Pedro su disgusto por no haber podido dedicarse a la vida ascética, con la que tantos hombres pudieron alcanzar la perfección. Accediendo a los ruegos de Pedro, pasa luego a mostrar con ejemplos concretos la verdad de tal aserto, describiendo la vida y enumerando los milagros de santos italianos, tal como los aprendió de testimonios seguros o de su personal experiencia. La forma dialogada, usada ya desde antiguo en obras de este género, por ejemplo por Sulpicio Severo, constituye para el autor un simple medio para dar vivacidad a la narración y facilitar las transiciones; la forma intencionadamente simple y clara favoreció la grandísima difusión de la obra, pronto traducida a diversas lenguas y celebrada por escritores contemporáneos y posteriores.

Si la actividad política del papa Gregorio Magno tuvo una importancia excepcional para el equilibrio político-religioso de la Europa medieval, su obra literaria constituyó hasta el siglo XII una incomparable fuente de meditación y de luz espiritual para todo el Occidente. A él se le atribuye también la compilación del Antifonario gregoriano, gran colección de cantos de la Iglesia romana.