domingo, 1 de septiembre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 3 - DE SEPTIEMBRE – MARTES – 22ª – SEMANA DEL T.O. - B San Gregorio I Magno papa

 

 


3 - DE SEPTIEMBRE – MARTES –

 22ª – SEMANA DEL T.O. - B

San Gregorio I Magno papa

 

       Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,10b-16):

El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.  - ¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él?  Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos.

Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales. A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie.

«¿Quién conoce la mente del Señor para poder instruirlo?»

Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 144, 8-9. 10-11. 12-13ab. 13cd-14

 

R/. El Señor es justo en todos sus caminos

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R/.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado.

       Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. R/.

El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones.

      El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,31-37):

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.

Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces:

«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?

¿Has venido a acabar con nosotros?

Sé quién eres: el Santo de Dios.»

Jesús le intimó:

 «¡Cierra la boca y sal!»

El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos:

«¿Qué tiene su palabra?

Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.»

Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

 

Palabra del Señor

 

  1.  Se ha dicho que "en el Evangelio de Jesús se consuma y perfecciona la aspiración a...  humanizar la idea de Dios". Pero "sería un error pensar que esta "humanización" significa la eliminación de todo sentimiento nuestro (R. Otto), es decir, el sentimiento de experimentar, ante Jesús, un '`un "misterio", un sentimiento "fascinante", que nos atrae y nos impresiona al mismo tiempo.  Esto, según parece, es lo que sentía la gente ante Jesús, lo que decía y hacía. Por eso la gente, al oír a Jesús, se quedaba "asombrada”.  Porque Jesús, que era "perfecto en la humanidad", era también, precisamente esa humanidad, la revelación de Dios que se une a la humanidad perfecta y ella se conoce y se descubre al Dios que nadie ha visto (Jn 1, 18), ni puede verlo.

 

2.  La gente se quedaba asombrada porque hablaba "con autoridad". Y con la misma "palabra" y la misma "autoridad" expulsaba a los "espíritus inmundos. Se ha dicho acertadamente que Jesús "se parecía a otros exorcistas de su tierra, pero era diferente". Porque la fuerza de Jesús "está en sí mismo". No necesita amuletos ni de otras artes mágicas para actuar con autoridad. "Basta su presencia y el poder de su palabra para imponerse" a las fuerzas del mal (J. A. Pagola).

 

3.  Aquí y en esto tocamos el fondo del problema que nos plantea el Evangelio. Jesús no hizo prodigios para demostrar su condición divina. Se negó siempre a eso (Mc 8, 11-12; Lc 11, 29-30; Mt 12, 38-39).

Una "divinidad" que da a conocer mediante "obras divinas" no nos da a conocer nada nuevo, que se limita a reafirmar lo que ya conocíamos: solo la divinidad puede hace milagros. En ese caso, Jesús no habría sido el revelador de Dios, sino el repetidor de lo que ya se conocía como propio de Dios. Lo que demuestra Jesús, con sus palabras y sus obras prodigiosas, es su condición humana.  Una humanización tan profunda y tan perfecta que no soporta el sufrimiento del enfermo o humillación del que es visto como un endemoniado. Y ahí, en eso, es donde se nos revela Dios, como el Dios encarnado, es decir, el Dios humanizado.

El magisterio de la Iglesia definió, en el concilio de Calcedonia (a. 451) que Jesucristo es "perfecto en la divinidad" (DH 301). Jesús "fue constituido Hijo de Dios a partir de la resurrección" (Rm 1, 4).

En todo caso, la Biblia expresa el mensaje y la revelación de Jesús, no con el lenguaje de la metafísica (propio del "ser"), sino en relatos de la historia (propio del "acontecer") (Bernhard Welte).

 

San Gregorio I Magno papa

 


(Roma, c. 540 - id., 604) Papa (590-604).

 

Nació en Roma hacia el año 540. Desempeñó primero diversos cargos públicos, y llegó luego a ser prefecto de la Urbe. Más tarde, se dedicó a la vida monástica, fue ordenado diácono y nombrado legado pontificio en Cons­tantinopla.

El día 3 de septiembre del año 590 fue elegido papa, cargo que ejerció como verdadero pastor en su modo de gobernar, en la ayuda que brindó a los pobres y en la propagación y consolidación de la fe. Tiene escritas muchas obras sobre teología moral y dogmática.

Murió el día 12 de marzo del año 604.

 

Miembro de una familia de patricios romanos, fue praefectus urbis de Justino II (572-574). Convirtió su palacio del monte Celio en el monasterio de San Andrés y abrazó la regla de San Benito. Nuncio en Constantinopla (579-586), fue nombrado papa a la muerte de Pelayo II (590). Negoció una tregua con los lombardos (592), afirmó la primacía de la iglesia de Roma y envió al monje Agustín a evangelizar Inglaterra. Autorizó el culto de los hebreos y superó el cisma del norte de Italia originado por la supresión de los Tres Capítulos. Adoptó el título Servus servorum Dei (servidor de los siervos de Dios), que se convirtió en oficial de los futuros pontífices. Soberano temporal de la ciudad de Roma, hizo de ella la capital espiritual del mundo latino y puso las bases del poder territorial del papado.

De noble familia senatorial, estaba destinado a la carrera política, y todavía joven (en 573) desempeñó el cargo de praefectus urbis (prefecto de Roma); pero, conmovido por el espectáculo de las miserias de Roma y de Italia entera, que agudizaron en él el sentimiento de la inanidad de las cosas terrenas, entregó, a la muerte de su padre, su inmenso patrimonio a los pobres y a la Iglesia, fundando seis monasterios en sus tierras de Sicilia y otro en su palacio del Celio, que dedicó a San Andrés y donde él mismo vistió el hábito benedictino.

Su fuerte personalidad y su práctica en la política, preciosa en aquellos tiempos de adversidades excepcionales, movieron, sin embargo, a Benedicto I a sacarlo de su soledad nombrándolo diaconus regionarius en 577, y a Pelagio II, el año siguiente, a servirse de él como legado en Constantinopla, donde tuvo ocasión en su larga estancia (579-585) de formarse una rica experiencia política y humana.

Abad de San Andrés, fue elegido papa a la muerte de Pelagio con el asentimiento general y consagrado el 3 de septiembre de 590. Le esperaban la peste, la expansión lombarda y el sitio de Roma (593), el empeoramiento del cisma de los Tres Capítulos y los pleitos con Bizancio. En los catorce años de su pontificado hubo de medirse con estos problemas objetivos y con otros que él mismo se planteó libremente: pacificación de la península, unificación católica de Occidente mediante una vasta obra de evangelización y una vasta toma de contactos más operantes con los pueblos convertidos.

Así, mientras socorría con ayudas materiales y con su alto magisterio a las poblaciones más próximas, organizaba, reemplazando la impotente autoridad imperial, la defensa de Italia central, de Roma y del mismo Nápoles; favoreció la instauración de mejores relaciones con los invasores; apoyó la conversión de Teodolinda; promovió la misión de Agustín en Inglaterra (596); organizó una más estrecha colaboración con el episcopado y con los reyes francos y animó en España la acción del neófito Recaredo.

 

Obras de San Gregorio Magno

Dotado de viva sensibilidad y de excepcional equilibrio para conllevar las exigencias místicas del monje con el respeto y la simpatía hacia la humanidad doliente, su obra literaria, de estilo sencillo, a veces humilde, a menudo elocuente, constituye el más luminoso comentario a su obra de pontífice que no vacila en enfrentarse con los desidiosos y con los potentados, como puede apreciarse en sus Epístolas. Dirigidas a los más diversos destinatarios, las cartas de San Gregorio tratan de variadas cuestiones y son un testimonio fundamental para el conocimiento de su actividad y de su personalidad. Sobresalen las epístolas dirigidas contra los herejes y los cismáticos, como los maniqueos de Sicilia o los donatistas en África, y las que se refieren a los judíos, a los que San Gregorio concedió libertad de culto y tratamiento benévolo (I, 1, 47), porque "sólo con la mansedumbre, la bondad, las sabias y persuasivas admoniciones, se puede obtener la unidad de la fe".

Gregorio Magno mostró su preocupación por la formación de los pastores de almas en obras como Regla pastoral (591), en que expuso los objetivos y reglas de la vida sacerdotal. Dedicada a Juan de Constantinopla, con quien se justifica de haber dudado en asumir el cargo de obispo de Roma, San Gregorio muestra en este libro lo arduo que es el oficio de pastor y las reglas de vida que debe seguir; describe el tipo ideal del obispo, que ha de ser siempre un médico de las almas y encontrar el tono justo para dirigirse a los hombres de las diversas clases sociales, ejerciendo sobre sus almas el máximo ascendente posible y teniendo siempre presente su propia debilidad para no caer en una excesiva confianza en sí mismo. Esta breve obra ejerció gran influencia y fue durante largo tiempo considerada como el texto de las reglas episcopales.

De su tarea de consolador y maestro de espiritualidad hallamos una excelente ilustración en las Homilías sobre el Evangelio o sobre Ezequiel, pronunciadas en Roma en 590-593, cuando todo parecía derrumbarse. En Moralia llevó a cabo una exégesis del libro bíblico de Job. Presenta a Job como figura del Redentor; en su mujer ve simbolizada la vida carnal, y en sus amigos, a los herejes, orientando siempre la interpretación hacia las lecciones morales y teológicas.

Los Diálogos, escritos entre los años 593 y 594, fueron probablemente su obra más difundida. Habiéndose retirado por algún tiempo, cansado de las preocupaciones y responsabilidades de su cargo, a un lugar apartado, Gregorio expresa al diácono Pedro su disgusto por no haber podido dedicarse a la vida ascética, con la que tantos hombres pudieron alcanzar la perfección. Accediendo a los ruegos de Pedro, pasa luego a mostrar con ejemplos concretos la verdad de tal aserto, describiendo la vida y enumerando los milagros de santos italianos, tal como los aprendió de testimonios seguros o de su personal experiencia. La forma dialogada, usada ya desde antiguo en obras de este género, por ejemplo por Sulpicio Severo, constituye para el autor un simple medio para dar vivacidad a la narración y facilitar las transiciones; la forma intencionadamente simple y clara favoreció la grandísima difusión de la obra, pronto traducida a diversas lenguas y celebrada por escritores contemporáneos y posteriores.

Si la actividad política del papa Gregorio Magno tuvo una importancia excepcional para el equilibrio político-religioso de la Europa medieval, su obra literaria constituyó hasta el siglo XII una incomparable fuente de meditación y de luz espiritual para todo el Occidente. A él se le atribuye también la compilación del Antifonario gregoriano, gran colección de cantos de la Iglesia romana.

 

 

 


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