3 - DE SEPTIEMBRE
– MARTES –
22ª – SEMANA DEL T.O. - B
San Gregorio I Magno
papa
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,10b-16):
El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. - ¿Quién
conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de
él? Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de
Dios. Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu
que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios
recibimos.
Cuando
explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el
lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu,
expresando realidades espirituales en términos espirituales. A nivel humano,
uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no
es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del
Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo
todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie.
«¿Quién
conoce la mente del Señor para poder instruirlo?»
Pues bien,
nosotros tenemos la mente de Cristo.
Palabra de Dios
Salmo: 144, 8-9.
10-11. 12-13ab. 13cd-14
R/. El Señor es
justo en todos sus caminos
El Señor es clemente y misericordioso, lento a la
cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen
la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y
majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno
va de edad en edad. R/.
El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en
todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas (4,31-37):
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados
enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con
autoridad.
Había en la
sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces:
«¿Qué quieres
de nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has venido a
acabar con nosotros?
Sé quién
eres: el Santo de Dios.»
Jesús le
intimó:
«¡Cierra
la boca y sal!»
El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin
hacerle daño. Todos comentaban estupefactos:
«¿Qué tiene
su palabra?
Da órdenes
con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.»
Noticias de
él iban llegando a todos los lugares de la comarca.
Palabra del Señor
1. Se ha dicho que "en el
Evangelio de Jesús se consuma y perfecciona la aspiración
a... humanizar la idea de Dios". Pero "sería un error
pensar que esta "humanización" significa la eliminación de todo sentimiento
nuestro (R. Otto), es decir, el sentimiento de experimentar, ante Jesús, un
'`un "misterio", un sentimiento "fascinante", que nos atrae
y nos impresiona al mismo tiempo. Esto, según parece, es lo que
sentía la gente ante Jesús, lo que decía y hacía. Por eso la gente, al oír a
Jesús, se quedaba "asombrada”. Porque Jesús, que era
"perfecto en la humanidad", era también, precisamente esa humanidad,
la revelación de Dios que se une a la humanidad perfecta y ella se conoce y se
descubre al Dios que nadie ha visto (Jn 1, 18), ni puede verlo.
2. La
gente se quedaba asombrada porque hablaba "con autoridad". Y con la
misma "palabra" y la misma "autoridad" expulsaba a los
"espíritus inmundos. Se ha dicho acertadamente que Jesús "se parecía
a otros exorcistas de su tierra, pero era diferente". Porque la fuerza de
Jesús "está en sí mismo". No necesita amuletos ni
de otras artes mágicas para actuar con autoridad. "Basta su presencia y el
poder de su palabra para imponerse" a las fuerzas del mal (J. A. Pagola).
3. Aquí
y en esto tocamos el fondo del problema que nos plantea el Evangelio. Jesús no
hizo prodigios para demostrar su condición divina. Se negó siempre a eso (Mc 8,
11-12; Lc 11, 29-30; Mt 12, 38-39).
Una
"divinidad" que da a conocer mediante "obras divinas" no
nos da a conocer nada nuevo, que se limita a reafirmar lo que ya conocíamos:
solo la divinidad puede hace milagros. En ese caso, Jesús no habría sido el
revelador de Dios, sino el repetidor de lo que ya se conocía como propio de
Dios. Lo que demuestra Jesús, con sus palabras y sus obras prodigiosas, es su
condición humana. Una humanización tan profunda y tan perfecta que
no soporta el sufrimiento del enfermo o humillación del que es visto como un
endemoniado. Y ahí, en eso, es donde se nos revela Dios, como el Dios
encarnado, es decir, el Dios humanizado.
El magisterio
de la Iglesia definió, en el concilio de Calcedonia (a. 451) que Jesucristo es
"perfecto en la divinidad" (DH 301). Jesús "fue constituido Hijo
de Dios a partir de la resurrección" (Rm 1, 4).
En todo caso,
la Biblia expresa el mensaje y la revelación de Jesús, no con el lenguaje de la
metafísica (propio del "ser"), sino en relatos de la historia (propio
del "acontecer") (Bernhard Welte).
San Gregorio I Magno papa
(Roma, c. 540 - id.,
604) Papa (590-604).
Nació en Roma hacia el
año 540. Desempeñó primero diversos cargos públicos, y llegó luego a ser
prefecto de la Urbe. Más tarde, se dedicó a la vida monástica, fue ordenado
diácono y nombrado legado pontificio en Constantinopla.
El día 3 de septiembre
del año 590 fue elegido papa, cargo que ejerció como verdadero pastor en su
modo de gobernar, en la ayuda que brindó a los pobres y en la propagación y
consolidación de la fe. Tiene escritas muchas obras sobre teología moral y
dogmática.
Murió el día 12 de
marzo del año 604.
Miembro de una familia de patricios romanos,
fue praefectus urbis de Justino II (572-574). Convirtió su palacio del monte
Celio en el monasterio de San Andrés y abrazó la regla de San Benito. Nuncio en
Constantinopla (579-586), fue nombrado papa a la muerte de Pelayo II (590).
Negoció una tregua con los lombardos (592), afirmó la primacía de la iglesia de
Roma y envió al monje Agustín a evangelizar Inglaterra. Autorizó el culto de
los hebreos y superó el cisma del norte de Italia originado por la supresión de
los Tres Capítulos. Adoptó el título Servus servorum Dei (servidor de los
siervos de Dios), que se convirtió en oficial de los futuros pontífices.
Soberano temporal de la ciudad de Roma, hizo de ella la capital espiritual del
mundo latino y puso las bases del poder territorial del papado.
De noble familia senatorial, estaba destinado
a la carrera política, y todavía joven (en 573) desempeñó el cargo de
praefectus urbis (prefecto de Roma); pero, conmovido por el espectáculo de las
miserias de Roma y de Italia entera, que agudizaron en él el sentimiento de la
inanidad de las cosas terrenas, entregó, a la muerte de su padre, su inmenso
patrimonio a los pobres y a la Iglesia, fundando seis monasterios en sus
tierras de Sicilia y otro en su palacio del Celio, que dedicó a San Andrés y
donde él mismo vistió el hábito benedictino.
Su fuerte personalidad y su práctica en la
política, preciosa en aquellos tiempos de adversidades excepcionales, movieron,
sin embargo, a Benedicto I a sacarlo de su soledad nombrándolo diaconus
regionarius en 577, y a Pelagio II, el año siguiente, a servirse de él como
legado en Constantinopla, donde tuvo ocasión en su larga estancia (579-585) de
formarse una rica experiencia política y humana.
Abad de San Andrés, fue elegido papa a la
muerte de Pelagio con el asentimiento general y consagrado el 3 de septiembre
de 590. Le esperaban la peste, la expansión lombarda y el sitio de Roma (593),
el empeoramiento del cisma de los Tres Capítulos y los pleitos con Bizancio. En
los catorce años de su pontificado hubo de medirse con estos problemas
objetivos y con otros que él mismo se planteó libremente: pacificación de la
península, unificación católica de Occidente mediante una vasta obra de
evangelización y una vasta toma de contactos más operantes con los pueblos
convertidos.
Así, mientras socorría con ayudas materiales
y con su alto magisterio a las poblaciones más próximas, organizaba,
reemplazando la impotente autoridad imperial, la defensa de Italia central, de
Roma y del mismo Nápoles; favoreció la instauración de mejores relaciones con
los invasores; apoyó la conversión de Teodolinda; promovió la misión de Agustín
en Inglaterra (596); organizó una más estrecha colaboración con el episcopado y
con los reyes francos y animó en España la acción del neófito Recaredo.
Obras de San Gregorio
Magno
Dotado de viva sensibilidad y de excepcional
equilibrio para conllevar las exigencias místicas del monje con el respeto y la
simpatía hacia la humanidad doliente, su obra literaria, de estilo sencillo, a
veces humilde, a menudo elocuente, constituye el más luminoso comentario a su
obra de pontífice que no vacila en enfrentarse con los desidiosos y con los
potentados, como puede apreciarse en sus Epístolas. Dirigidas a los más
diversos destinatarios, las cartas de San Gregorio tratan de variadas cuestiones
y son un testimonio fundamental para el conocimiento de su actividad y de su
personalidad. Sobresalen las epístolas dirigidas contra los herejes y los
cismáticos, como los maniqueos de Sicilia o los donatistas en África, y las que
se refieren a los judíos, a los que San Gregorio concedió libertad de culto y
tratamiento benévolo (I, 1, 47), porque "sólo con la mansedumbre, la
bondad, las sabias y persuasivas admoniciones, se puede obtener la unidad de la
fe".
Gregorio Magno mostró su preocupación por la
formación de los pastores de almas en obras como Regla pastoral (591), en que
expuso los objetivos y reglas de la vida sacerdotal. Dedicada a Juan de
Constantinopla, con quien se justifica de haber dudado en asumir el cargo de
obispo de Roma, San Gregorio muestra en este libro lo arduo que es el oficio de
pastor y las reglas de vida que debe seguir; describe el tipo ideal del obispo,
que ha de ser siempre un médico de las almas y encontrar el tono justo para dirigirse
a los hombres de las diversas clases sociales, ejerciendo sobre sus almas el
máximo ascendente posible y teniendo siempre presente su propia debilidad para
no caer en una excesiva confianza en sí mismo. Esta breve obra ejerció gran
influencia y fue durante largo tiempo considerada como el texto de las reglas
episcopales.
De su tarea de consolador y maestro de
espiritualidad hallamos una excelente ilustración en las Homilías sobre el
Evangelio o sobre Ezequiel, pronunciadas en Roma en 590-593, cuando todo
parecía derrumbarse. En Moralia llevó a cabo una exégesis del libro bíblico de
Job. Presenta a Job como figura del Redentor; en su mujer ve simbolizada la
vida carnal, y en sus amigos, a los herejes, orientando siempre la
interpretación hacia las lecciones morales y teológicas.
Los Diálogos, escritos entre los años 593 y
594, fueron probablemente su obra más difundida. Habiéndose retirado por algún
tiempo, cansado de las preocupaciones y responsabilidades de su cargo, a un
lugar apartado, Gregorio expresa al diácono Pedro su disgusto por no haber
podido dedicarse a la vida ascética, con la que tantos hombres pudieron
alcanzar la perfección. Accediendo a los ruegos de Pedro, pasa luego a mostrar
con ejemplos concretos la verdad de tal aserto, describiendo la vida y
enumerando los milagros de santos italianos, tal como los aprendió de
testimonios seguros o de su personal experiencia. La forma dialogada, usada ya
desde antiguo en obras de este género, por ejemplo por Sulpicio Severo,
constituye para el autor un simple medio para dar vivacidad a la narración y
facilitar las transiciones; la forma intencionadamente simple y clara favoreció
la grandísima difusión de la obra, pronto traducida a diversas lenguas y
celebrada por escritores contemporáneos y posteriores.
Si la actividad política del papa Gregorio
Magno tuvo una importancia excepcional para el equilibrio político-religioso de
la Europa medieval, su obra literaria constituyó hasta el siglo XII una
incomparable fuente de meditación y de luz espiritual para todo el Occidente. A
él se le atribuye también la compilación del Antifonario gregoriano, gran
colección de cantos de la Iglesia romana.
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