3 - DE DICIEMBRE
– SÁBADO –
1 – SEMANA
DE ADVIENTO – A
SAN
FRANCISCO JAVIER, presbítero
Lectura
del libro de Isaías (30,19-21.23-26):
Esto dice el Señor, el Santo de Israel:
«Pueblo
de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, se apiadará de ti al
oír tu gemido: apenas te oiga, te responderá.
Aunque
el Señor te diera el pan de la angustia y el agua de la
opresión ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro.
Si
te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a tus
espaldas que te dice:
“Éste
es el camino, camina por él”.
Te
dará lluvia para la semilla que siembras en el campo, y el grano cosechado en el campo será
abundante y suculento; aquel día, tus ganados pastarán en
anchas praderas; los bueyes y asnos que trabajan en el campo comerán forraje fermentado, aventado con
pala y con rastrillo.
En
toda alta montaña, en toda colina elevada habrá canales y cauces de agua el día de la
gran matanza, cuando caigan las torres.
La
luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces
mayor, como la luz de siete días, cuando el Señor vende la herida de su pueblo
y cure las llagas de sus golpes».
Palabra de Dios
Salmo:
146,1-2.3-4.5-6
R/.
Dichosos los que esperan en el Señor
V/. Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios
merece una alabanza armoniosa.
El Señor
reconstruye Jerusalén,
reúne a los
deportados de Israel. R/.
V/. Él sana los corazones destrozados,
venda sus
heridas.
Cuenta el
número de las estrellas,
a cada una la
llama por su nombre. R/.
V/. Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría
no tiene medida.
El Señor
sostiene a los humildes,
humilla hasta
el polvo a los malvados. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (9,35–10,1.6-8):
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas,
enseñando en las sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas
las enfermedades y todas las dolencias. Al ver las gentes se compadecía
de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen
pastor”.
Entonces dijo a sus discípulos:
“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al
Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus
inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. A estos doce los envió con estas
instrucciones: “Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad diciendo
que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos,
limpiad leprosos, echad demonios.
Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
Palabra del Señor.
1. Lo más claro que hay en este relato es que la actividad de
Jesús, y la misión que encomendó a sus discípulos, tuvo (y debe seguir
teniendo) un eje indiscutible: la preocupación central en la vida por el
sufrimiento de enfermos y personas que sufren porque se ven privadas de su
dignidad y sus derechos. El relato menciona “enfermedades y dolencias” (o
equivalentes) tres veces (Mt 9, 35. 36; 10, 1).
2. Para comprender lo que esto representa, hay que tener muy claro,
ante todo, que una cosa es el hecho del milagro; y otra cosa es el significado
de ese relato (A. SuhI, U. Luz...). Jesús no quebrantó la “ley natural”. Lo que
quebrantó fue el “sufrimiento humano” (H. G. Fritzsche, G. Ebeling). El
error de la teología ha sido poner estos relatos al servicio de la cristología
y no al servicio de los que sufren en este mundo. Y la Iglesia, fiel a
semejante teología, ha llenado bibliotecas con interminables discusiones sobre
si los milagros son o no son históricos. Pero, haciendo eso, de no se ha
centrado en lo que se centró Jesús: en remediar el sufrimiento humano.
3. Lo más espantoso, que nos apremia en este momento es:
1) La inseguridad en que vivimos.
2) La desigualdad que nos va distanciando más y más a unos de otros.
La seguridad social se debilita. Crece la inseguridad social. La clase
media se achica. Los ricos son cada día más ricos. Como cada día hay más
pobres. Los medicamentos, los hospitales, la atención a los enfermos y personas
limitadas están pasando, rápidamente, de ser un “servicio” a ser un “negocio”.
Que se lo pregunten a las empresas farmacéuticas y los que se enriquecen
a costa del sector de la salud. La Iglesia no es una ONG. Pero su “acción
caritativa” no remedia estos problemas. Si creemos en Jesús, en lo que
hizo y dijo, ¿por qué nos mantenemos al margen de estos problemas que dan tanto
miedo?
SAN FRANCISCO JAVIER, presbítero
San Francisco Javier
Nació en el castillo de Javier (Navarra)
en 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al grupo de san Ignacio. Fue
ordenado sacerdote en Roma en el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. En
1541 marchó al Oriente.
Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante diez años, y
convirtió a muchos a la fe.
Murió en el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China.
(Francisco de Jasso y Azpilicueta; Castillo de Javier, Navarra, 1506 - Isla
de Sancián, China, 1552) Misionero español.
Mientras
estudiaba filosofía y teología en París conoció a Ignacio de Loyola, quien le
reclutó para su proyecto de fundar una nueva orden: Francisco hizo sus primeros
votos en París (1534), se ordenó sacerdote en Venecia (1537) y participó en la
fundación de la Compañía de Jesús en Roma (1539). Desde entonces se consagró a
la actividad misionera: en 1541 fue enviado a la India como legado pontificio,
con la misión de evangelizar las tierras situadas al este del cabo de Buena
Esperanza, respondiendo a una petición de Juan III de Portugal. Instalado en
1542 en Goa (capital de la India portuguesa), desplegó una intensa actividad
cuidando enfermos, visitando presos, predicando el cristianismo, convirtiendo
nativos, negociando con las autoridades locales y defendiendo la justicia
frente a los abusos de los colonos. Su apostolado se extendió por el sur de la
India, Ceilán, Malaca, las Islas Molucas y Japón. Cuando se disponía a entrar
en China para continuar su labor, murió de pulmonía a las puertas de Cantón.
Fue canonizado en 1622 y declarado patrono de las misiones de la Iglesia
católica.
Francisco de Jasso era el hijo menor de Juan de Jasso y Atondo, presidente
del Real Consejo de Navarra, y de María de Azpilicueta y Aznárez, titular del
señorío de Javier, defensores de la causa de Juan de Albret frente a Fernando
el Católico en la guerra que determinó la anexión de Navarra a la Corona de
Castilla (1512-1515). Tras la muerte de su padre (1515) y la demolición de las
torres y murallas del castillo de Javier por orden del Cardenal Cisneros (1516)
como consecuencia del apoyo prestado por sus hermanos Juan y Miguel a la
sublevación en favor del rey navarro destronado, Francisco Javier se orientó
hacia la carrera eclesiástica y el cultivo de las humanidades, que estudió en
Leyre y Pamplona.
En 1525, probablemente ya adquirida la tonsura, se trasladó a París para
completar su formación; ingresó como interno en el Colegio de Santa Bárbara,
donde trabó amistad con Pedro Fabro e Ignacio de Loyola. En 1530 se graduó como
maestro en artes y pasó a ejercer la enseñanza de la filosofía con el cargo de
catedrático regente en el Colegio Dormans-Beauvais, a la vez que cursaba
estudios de teología. Con el propósito de adquirir prebendas eclesiásticas,
solicitó en 1531 del cabildo de Pamplona la concesión de una canonjía, alegando
su condición de clérigo navarro y su titulación en artes.
Sin embargo, su relación con Ignacio de Loyola, quien pretendía atraerle
para el proyecto de fundación de una nueva orden religiosa, así como su
desagrado por el ambiente universitario y la impresión que le causó la muerte
de su madre y de su hermana, acaecida por aquellas fechas, determinaron a
Francisco Javier a abandonar sus pretensiones de promoción dentro del estamento
eclesiástico. Junto con Ignacio de Loyola y otros cinco compañeros, reunidos en
la capilla parisina de Montmartre, el 15 de agosto de 1534 hizo votos de
castidad y pobreza, de vida consagrada al apostolado y de peregrinar a Tierra
Santa, o bien, en el caso de que esto último no fuese posible, de ponerse a
disposición del papa.
En 1537 se trasladó a Venecia, donde se reunió con sus compañeros con el
objeto de viajar a Roma para obtener la bendición papal antes de iniciar su
peregrinación; durante su estancia en Venecia recibió noticia de la concesión
de la canonjía solicitada, a la que renunció, y del inicio de la guerra entre
Constantinopla y Venecia, lo que significaba el retraso indefinido del viaje a
Tierra Santa. Ordenado sacerdote el 24 de junio de ese año, se dedicó a la
predicación en Bolonia hasta su marcha a Roma (1538), donde Francisco Javier y
sus compañeros se entrevistaron con Paulo III y abandonaron definitivamente sus
propósitos de peregrinación.
Durante su estancia en la Santa Sede
gestionaron la fundación de una nueva orden religiosa, la Compañía de Jesús, a
la que el Papa concedió su aprobación verbal en septiembre de 1539. Ese año
Ignacio de Loyola tuvo noticia de que Juan III de Portugal solicitaba
misioneros que marchasen a evangelizar sus posesiones en las Indias Orientales
y encomendó la tarea a Francisco Javier, quien en marzo de 1540 partió a la
corte portuguesa para organizar la expedición, con el título de legado
pontificio para todas las tierras situadas al este del Cabo de Buena Esperanza.
Iniciado el viaje en abril de 1541, arribó a Goa, capital de las posesiones
portuguesas en la India, trece meses después. Ejerció en esta ciudad una activa
labor evangelizadora, especialmente a partir de la fundación del
colegio-seminario de Santa Fe para sacerdotes nativos, y de dedicación a los
enfermos y presos. En septiembre de 1542 organizó una expedición misionera a la
costa de Pesquería, en el sureste de la India, para predicar la doctrina
cristiana entre los poblados parabas; estableció una comunidad cristiana y la
dotó de un catecismo en lengua indígena. Tras ello inició la evangelización de
Travancor y Ceilán (1544), Madras y Malaca (1545) y las Islas Molucas
(1546-1547). Francisco Javier administró el bautismo a miles de nativos, superó
la oposición de los brahmanes y estableció una asidua correspondencia con los
miembros de la Compañía de Jesús en Roma, cuyas noticias, a las que se unió su
fama de taumaturgo, dieron origen a numerosas vocaciones misioneras entre sus
compañeros.
Tras una nueva estancia en la India y en Malaca, dedicada a reorganizar las
misiones establecidas y a proveerlas de unas normas de funcionamiento, marchó a
evangelizar a Japón, adonde llegó en 1549; predicó durante dos años en
Kagoshima, Hirado, Yamaguchi y Bungo, estableciendo favorables contactos para
su labor con los daymios o gobernadores feudales japoneses, aunque la oposición
de los monjes budistas dificultó enormemente su actividad. Ante las escasas
conversiones logradas en Japón, se persuadió de que para obtener éxito en su
empresa era necesario evangelizar previamente China, puesto que consideraba que
los japoneses habían asimilado la cultura de este imperio y que, por tanto, el
ejemplo de la cristianización en China ejercería una influencia decisiva sobre
Japón.
Reclamado por las comunidades misioneras de
la India, regresó a Goa en 1551, donde inició los trámites necesarios para
organizar su pretendido viaje a China, dificultados por la prohibición
existente en este imperio sobre la entrada de extranjeros en su territorio.
Tras su nombramiento como provincial de la India, que había sido constituida
como provincia jesuítica independiente de Portugal, partió rumbo a China con
una embajada portuguesa en abril de 1552, pero tuvo que detenerse en Malaca,
donde permaneció dos meses intentando vencer la resistencia que el gobernador
Álvaro de Ataide opuso al proyecto.
Finalmente reemprendió el viaje hasta llegar a la isla de Sancián, donde le
sobrevino la muerte antes de que llegara el junco chino que debía transportarlo
a Cantón. Sus restos fueron trasladados a Goa en 1554, donde su culto se
extendió rápidamente. A comienzos del siglo XVII se inició el proceso de su
beatificación, proclamada por Paulo V el 25 de octubre de 1619; nombrado patrón
de Navarra en 1621, el 12 de marzo del año siguiente fue canonizado por
Gregorio XV, juntamente con Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola. Pío X le
declaró patrono de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide en 1904, y Pío XI
patrón de todas las misiones en 1927.
Su fiesta se celebra el 3 de diciembre.
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