miércoles, 21 de diciembre de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 23 - DE DICIEMBRE – VIERNES – 4 – SEMANA DE ADVIENTO – A – San Juan de Kety

 


 

23 - DE DICIEMBRE – VIERNES –

4 – SEMANA DE ADVIENTO – A –

San Juan de Kety

 

    Lectura de la profecía de Malaquías (3,1-4.23-24):

 

ESTO dice el Señor Dios:

«Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.

De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.

¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como el fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.

Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño.

Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 24,4-5ab.8-9.10.14

 

R/. Levantaos, alzad la cabeza;

se acerca vuestra liberación.

 

V/. Señor, enséñame tus caminos,

instrúyeme en tus sendas:

haz que camine con lealtad;

enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

 

V/. El Señor es bueno y es recto,

y enseña el camino a los pecadores;

hace caminar a los humildes con rectitud,

enseña su camino a los humildes. R/.

 

V/. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad

para los que guardan su alianza y sus mandatos.

El Señor se confía a los que lo temen,

y les da a conocer su alianza. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,57-66):

 

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.

A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:

«¡No! Se va a llamar Juan».

Y le dijeron:

«Ninguno de tus parientes se llama así».

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió:

«Juan es su nombre».

Y todos se quedaron maravillados.

Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:

«Pues ¿qué será este niño?»

Porque la mano del Señor estaba con él.

 

Palabra del Señor

 

1.  El tema central de este evangelio es el nombre que le pusieron al Bautista. El nombre no expresaba simplemente la identidad de la persona, sino que era el indicador de la misión que el titular de ese nombre tenía que desempeñar en la vida.  O sea, el nombre no era la mera designación de la persona. Para los israelitas, el nombre de una persona expresaba lo que en realidad era aquella persona, su misión y su destino en la vida.

Al menos, teóricamente este era el alcance del nombre, aunque en bastantes casos no se cumpliera así.

 

2.  Lo significativo de este relato está en que una de las costumbres de aquel tiempo era que, sobre todo en el caso de los sacerdotes, lo más frecuente era poner al recién nacido el nombre de su padre (Josefo, Vita, 1). 

Seguramente, así se quería decir que el hijo sería una prolongación de lo que era su padre, un servidor del Templo y del culto sagrado.  Sin embargo, en el caso de Juan, esta costumbre se rompe.  Y no le llaman Zacarías, como debería ser, según la costumbre.  Sino que, por inspiración del ángel (Lc 1, 13), le pusieron el nombre de Juan. Lo cual venía a indicar o sugerir (al menos) que el hijo del sacerdote no sería continuador de la tarea y del oficio del padre.

¿Qué importancia tiene esto?

 

3.  Juan es nombre que viene del griego "lóannés", que a su vez procede del hebreo "yóhánán", que significa "Yahvé se ha compadecido".   

Como es lógico, si tenemos en cuenta lo que fue la vida, la misión y la personalidad de Juan, lo que aquí se está indicando es que la compasión de Dios hacia su pueblo (y hacia la humanidad entera) pasó del sacerdote Zacarías al profeta Juan. Pasó, por tanto, del templo al desierto.

Y pasó también del culto sagrado a la profecía laica de aquel hombre de Dios, que fue Juan, que ejerció su ministerio al margen de la institución religiosa, mirado con recelo por los sumos sacerdotes (Jn 1, 19-28) y asesinado finalmente por su libertad ante los grandes y notables de este mundo. Así se preparó el camino de Jesús.

El Evangelio toma distancias respecto a la religión.

 

San Juan de Kety

 

Sacerdote y Maestro

 

Nació en Kety, diócesis de Cracovia, en 1390; se ordenó sacerdote y fue muchos años profesor de la universidad de Cracovia; después regentó la parroquia de Ilkus. A la fe, que exponía con acierto desde su cátedra, unió grandes virtudes, sobre todo la piedad y la caridad con el prójimo, llegando a ser modelo para sus colegas y discípulos. Murió en el año 1473.

Martirologio Romano: San Juan de Kety, presbítero, el cual, siendo sacerdote, se dedicó a la enseñanza durante muchos años en la Academia de Cracovia, después recibió el encargo pastoral de la parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta fe un cúmulo de virtudes, se convirtió para los cooperadores y discípulos en ejemplo de piedad y caridad hacia el prójimo, y después emigró a los gozos celestiales en Cracovia, ciudad de Polonia. († 1473)

 

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordia. Viene de la lengua hebrea.

 

Breve Biografía

Hagamos un esfuerzo por imaginarnos el ambiente en que se encuadra la figura de este Santo y que es, en verdad, muy diverso del que hemos encontrado al hablar de otros muchos. Porque Polonia, en plena Edad Media, presentaba características profundamente similares. No era sólo su clima, extremado y duro, ni la vecindad, siempre amenazadora de los turcos, ni de la singularidad de su régimen político, fuertemente dominado por una aristocracia que, en su ceguera, habrá de conducir reiteradamente a lo largo de la historia al país hacia su ruina. Es, sobre todo, el carácter abigarrado del elemento humano.

Polonia, sin fronteras naturales, fácilmente accesible a sus vecinos, presentaba entonces, como continúa presentando hoy mismo, una extremada mezcla de razas. Cuando en 1390 nace el que habia de ser San Juan Cancio, su pueblo, Kanty, situado cerca de Auschwitz, al oeste de Cracovia, no pertenecía propiamente a Polonia, sino a Silesia y sólo muchos años después, hacia el fin de la vida del Santo, vol]vería a ser polaco. Pero no demos demasiada importancia a esto, porque todo era mezcla. En las mismas poblaciones inequívocamente polacas, continuaba rigiendo el Derecho germánico, juntamente con el polaco, y no era raro oir hablar alemán. Las mismas costumbres estaban fuertemente impregnadas de orientación teutónica, Lo mismo se diga, y mucho más, de Cracovia, donde habría de transcurrir casi toda la vida del Santo. Ciudad cosmopolita, constituía el más importante mercado del este de Europa. Aún no se había descubierto América, ni la ruta del Cabo de Buena Esperanza permitía traer los productos exóticos desde el Lejano Oriente. Por eso Cracovia era el gran mercado en que se abastecían españoles, italianos, franceses..., y al que concurrían también húngaros, checos, eslovacos e incluso, en los tiempos de paz, los mismos turcos.

En este ambiente va a actuar nuestro Santo. Y lo va a hacer en tiempos de intensa fermentación intelectual. Durante toda su vida ha de sentir frente a si el peso del atractivo que sobre la multitud estudiantil ejercían las nuevas ideas. La Universidad pasaba por un buen momento. Fundada por Casimiro el Grande en 1364, había conseguido en 1397 la Facultad de Teología, y se encontraba al mediar el siglo xv en una etapa de extraordinario florecimiento. Los reyes la habían mimado, y los estudiantes acudían a ella en gran cantidad. Pero... los errores de los husitas y taboritas no dejaban de ejercer atractivo y se imponía un trabajo duro para defender la ortodoxia.

Al llegar a la Universidad, Juan ponía fin a una educación que pudiéramos llamar casi campesina. Había nacido en el seno de una familia patriarcal, y se había educado cristianísimamente, con una orientación ortodoxa, sólida y segura. Incorporado a la Universidad, después de algunas duras pruebas que él supo sobrellevar con firmeza, se dedicó con tal entusiasmo a los estudios que su figura pronto destacó. En 1417 obtuvo el doctorado en Filosofía, y poco después en Teología. Ordenado de sacerdote, nombrado canónigo de Cracovia obtuvo una cátedra de teología en la Universidad, y continuó residiendo en el mismo Colegio Mayor en que había residido mientras fue estudiante. Fuera de su estancia en una parroquia y de sus viajes, no conocerá Juan ninguna otra residencia.

La estampa que nos ha llegado de él a través de los siglos es la de un profesor universitario verdaderamente ejemplar; sin faltar jamás a clase, enteramente al servicio de los estudiantes, consagrando largas horas al estudio, explicando con claridad y humildad, viviendo intensamente la vida universitaria. Sus méritos le llevarán hasta el mismo rectorado y durante muchos siglos la toga morada que él había ostentado mientras fue rector servirá también a quienes le sucedan en el cargo como una consigna de superación y de fidelidad.

No escapó, sin embargo, a las intrigas, no infrecuentes por desgracia en ambientes universitarios. Cuando el claustro hubo de designar algunos de sus miembros para tareas muy delicadas, pudo observarse que prescindían de él. Es posible que su rectitud hiciera de él un profesor incómodo, de los que no transigen, de los que, con su cumplimiento, constituyen una muda reprensión para los demás. Lo cierto es que un buen día la Universidad, correspondiendo a una petición de los feligreses de la parroquia de Olkusz, le designó como párroco de la misma.

La prueba debió de resultarle dura, porque no suele ser fácil que un intelectual se adapte a las tareas pastorales, en directo contacto con las almas. De hecho, nos consta, sin embargo, que fue un párroco admirable, y que en los años, que no fueron muchos, que estuvo al frente de su parroquia, esta cambió profundamente. Había estado hasta entonces muy descuidada, faltando la instrucción religiosa, existiendo en ella facciones y partidos que se odiaban a muerte, y pudiéndose encontrar no poca indiferencia en algunos feligreses. Pero el párroco consiguió transformar por completo la parroquia: la caridad, la unión fraternal, el destierro de los vicios, proclamaron la fina calidad del buen pastor. Sin embargo, a éste se le hacía dura aquella vida, que parece que le condujo a sentir fuertes escrúpulos, y la Universidad terminó por darse cuenta del disparate que había hecho. En 1340 volvía a triunfar a su cátedra de teología. Y poco después fue designado como profesor de religión de la familia real de Polonia.

Es curioso que el Santo, que jamás se permitía faltar a clase, hiciera una excepción para emprender por dos veces muy largos viajes. En efecto, primero emprendió una peregrinación hacia Jerusalén, pasando por Roma, ciudad para él amadísima como sede del Papa. Y años después vuelve de nuevo a emprender el camino de Roma, aunque sin condescender con las peticiones de quienes, pasmados por su ciencia, querían que se quedase allí.

En uno de estos viajes le ocurrió el conocido episodio de su encuentro con los ladrones, que demuestra su amor a la verdad. Cuando le hubieron despojado de todo su dinero le preguntaron si tenía más, contestó que no, pero habiendo recordado que le quedaban unos escudos cosidos en el forro de su manto, llamó a los ladrones para entregárselo.

Más hermosa aún es la anécdota ocurrida en el refectorio del Colegio Mayor en que vivía. Iba a sentarse a la mesa cuando vio a la puerta un pobre pidiendo limosna. Los ojos de todos estaban fijos en él. Con toda sencillez se levantó, entregó su comida íntegra al pobre y al volver a su sitio... estaba allí la comida. Desde entonces, durante siglos, en el Colegio Universitario de Cracovia se preparaba siempre una ración para un pobre. "Pauper venit", viene un pobre, exclamaba el rector. "Iesus Christus venit", Jesucristo viene, contestaban todos los reunidos. Y la comida era entregada al pobre.

Notemos que, no sólo en su época de párroco, sino también en su cargo de profesor de Universidad, San Juan sentía como exigencia de su sacerdocio el trabajo directo con las almas. Con frecuencia se le veía predicando en las iglesias de la ciudad, ordinariamente en latín, lengua entonces muy corriente en Polonia, y a veces en polaco, porque, paradójicamente, en las iglesias de la ciudad se usaba el latín, mientras en la de la Universidad se usaba la lengua nacional.

Inmensamente limosnero, era el paño de lágrimas de todos los estudiantes necesitados de la ciudad. En cierta ocasión, en medio del crudísimo invierno polaco, cruzando la plaza a media noche, encontró a un pobre que temblaba, le entregó su manteo y siguió a cuerpo, muerto de frío, camino de la iglesia para recitar maitines. Casos como éstos, en ocasiones florecidos de milagros, se conservan en gran número en los documentos de la época.

Murió a los ochenta y tres años, en la vigilia de Navidad del año 1473. Pero antes pronunció, ante todo el claustro de la Universidad, reunido en torno a su lecho, una hermosísima alocución, en la que condensó su espiritualidad de sacerdote, de canónigo y de profesor de Universidad santo:

"Confiándoos el cuidado de formar la juventud en la ciencia y en las buenas costumbres, Dios os ha elevado, señores y hermanos míos, lo bastantemente alto para que no dudéis en pisotear, como indigna de vosotros, la gloria que los hombres reciben unos de otros, y cuya búsqueda insensata trae frecuentemente la muerte a nuestras almas. Velad cuidadosamente de la doctrina, conservad el depósito sin alteración y combatid, sin cansaros jamás, toda opinión contraria a la verdad; pero revestíos en este combate de las armas de la paciencia, de la dulzura y de la caridad recordando que la violencia, aparte del daño que hace a nuestras almas, daña las mejores causas. Aunque hubiera estado en el error sobre un punto verdaderamente capital, jamás un violento hubiera conseguido sacarme de él; muchos hombres están sin duda hechos como yo. Tened cuidado de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos."

Su voz se quebró al llegar aquí, sin duda por el esfuerzo que estaba haciendo. Descansó un momento, y continuó después:

"Causa y fin de todo lo que existe, Dios eterno y todopoderoso, que gobiernas y conservas por tu divina providencia todo lo que has creado, recíbeme en tu inefable misericordia, y consiente que por la pasión y los méritos infinitos de tu Hijo, yo me reúna a Ti por toda la eternidad."

dicho esto, expiró suavemente.

Toda la ciudad se conmovió. Sus funerales fueron verdaderamente extraordinarios. Pronto empezó el rumor de los milagros obtenidos por su intercesión, que Matías de Miechow primero, y después otros continuadores fueron recogiendo en un curioso diario, en el que se reflejan las costumbres polacas del siglo xv, desde 1475 a 1519. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de Cracovia, en la que sesenta años después se le dio una sepultura más honrosa. Sin embargo, su causa de beatificación se fue retrasando durante muchos años. En 1628 el cura de la iglesia de Santa Ana, Adán Opatavius (Opatowczyk) publicó una vida con un catálogo de milagros, en latín. En 1632 aparecía la traducción polaca. Y en 1680 Inocencio XII le beatificaba. Por fin, el 16 de julio de 1767, Clemente XII le canonizó, cinco años antes de la primera partición de Polonia. Su fiesta fue fijada el 20 de octubre y elevada por Pío VI en 1782 a rito doble.

"Insigne Juan, tú eres la gloria de la nación polaca, el orgullo del clero, el honor de la Universidad, el padre de tu patria".

 

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