9 - DE DICIEMBRE
– VIERNES –
2 – SEMANA
DE ADVIENTO – A –
San Juan Diego
Lectura del libro
de Isaías (48,17-19):
ESTO dice el Señor, tu libertador,
el Santo de Israel:
«Yo, el
Señor, tu Dios,
te instruyo por tu bien,
te marco el camino a seguir.
Si hubieras atendido a mis mandatos,
tu bienestar sería como un río,
tu justicia como las olas del mar,
tu descendencia como la arena,
como sus granos, el fruto de tus
entrañas;
tu nombre no habría sido aniquilado,
ni eliminado de mi presencia».
Palabra de Dios
Salmo:1,1-2.3.4.6
R/. El que te
sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los
cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los
justos,
pero el camino de los impíos acaba
mal. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Mateo (11,16-19):
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«¿A quién
compararé esta generación?
Se asemeja a
unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta,
y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.
Porque vino
Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del
hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de
publicanos y pecadores”.
Pero la
sabiduría se ha acreditado por sus obras».
Palabra del Señor
1. Sea
cual sea el origen y el significado de la parábola de los niños jugando a boda
y entierro, lo que está fuera de duda es que aquí se contraponen dos formas de
vida: la de Juan y la de Jesús.
La vida de
Juan sugiere la idea de un entierro, mientras que la vida de
Jesús nos evoca la experiencia gozosa de una fiesta de boda.
2. La
contraposición es fuerte: Juan vivió como un asceta que se privaba de casi todo, mientras que Jesús fue un ciudadano normal, que incluso dio pie
a que se pudiera decir de él que era un tragón y un bebedor.
Pero lo
sorprendente es que la mayoría de la gente ("esta generación": Gen 6,
9; 7, 1; Job 5, 5; Exdo 44,17) no hizo caso ni a Juan ni a Jesús. De hecho, lo
mismo Juan que Jesús se fueron de este mundo abandonados de casi todo el
pueblo.
¿Qué nos
viene a decir esta parábola?
3. Jesús
da la respuesta: "los hechos han dado la razón a la sabiduría de
Dios". La sabiduría de Dios se hizo vida en Jesús, en la vida
de Jesús (cf. Mt 11, 25-30; 1, 21-23; 4, 17; 13, 54).
Esto
supuesto, fueron los hechos de la vida de Jesús, sus obras, sus buenas obras,
son las que marcan el camino a seguir en la vida. Lo cual quiere decir: el camino
a seguir en la vida no es el de los sacerdotes
del templo, ni el de los anacoretas del desierto, ni el de los ascetas que se
privan de casi todo. Lo que importa en la vida son las "obras"
(érga), el comportamiento que cada cual tiene en su relación con los
demás. Y eso es lo que quedó de Juan y de Jesús: de Juan, quedaron
sus recriminaciones contra el pecado y los pecadores; de Jesús, quedaron sus
preocupaciones por aliviar el sufrimiento de enfermos, pobres, marginados
y gente desgraciada. Y aquí en esto, es en lo que se manifiesta la sabiduría de
Dios.
San Juan Diego
San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la
estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y
fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada
María Virgen de Guadalupe, en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, en
donde se le había aparecido la Madre de Dios.
Vida de San Juan Diego
El Beato Juan Diego, que en 1990 Vuestra
Santidad llamó «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac» (L'Osservatore
Romano, 7-8 maggio 1990, p. 5), según una tradición bien documentada nació en
1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los
chichimecas. Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba
«Águila que habla», o «El que habla con un águila».
Ya adulto y padre de familia, atraído por la
doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo
junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió
castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue
coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con
Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.
El 9 de diciembre de 1531, mientras se
dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición
de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa
María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese
al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una
iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la
Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a
encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió
pruebas objetivas en confirmación del prodigio.
El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato
se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le
consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger
flores y traérselas a ella. No obstante, la fría estación invernal y la aridez
del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las
colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al
Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Beato abrió su
«tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció,
inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel
momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.
El Beato, movido por una tierna y profunda
devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y,
con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la
«Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida
de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en este
grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a
la Virgen de Guadalupe.
En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan
Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la
oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad
eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.
En la homilía que Vuestra Santidad pronunció
el 6 de mayo de 1990 en este Santuario, indicó cómo «las noticias que de él nos
han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe simple [...], su confianza
en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y
su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue
ejemplo de humildad» (Ibídem).
Juan Diego, laico fiel a la gracia divina,
gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que éstos acostumbraban decir
a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».
Circundado de una sólida fama de santidad,
murió en 1548.
Su memoria, siempre unida al hecho de la
aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la
entera América, Europa y Asia.
El 9 de abril de 1990, ante Vuestra Santidad
fue promulgado en Roma el decreto «de vitae sanctitate et de cultu ab
immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco praestito».
El 6 de mayo sucesivo, en esta Basílica,
Vuestra Santidad presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego,
decorado con el título de Beato.
Precisamente en aquellos días, en esta misma
arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un milagro por intercesión de
Juan Diego. Con él se abrió la puerta que ha conducido a la actual celebración,
que el pueblo mexicano y toda la Iglesia viven en la alegría y la gratitud al
Señor y a María por haber puesto en nuestro camino al Beato Juan Diego, que,
según las palabras de Vuestra Santidad, «representa todos los indígenas que
reconocieron el evangelio de Jesús» (Ibídem).
Beatísimo Padre, la canonización de Juan
Diego es un don extraordinario no sólo para la Iglesia en México, sino para
todo el Pueblo de Dios.
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