11 DE ABRIL-SÁBADO
DE LA OCTAVA DE PASCUA
Mc
16,9-15
Jesús, resucitado al amanecer del primer día de semana, se
apareció
primero a María Magdalena, de la que había echado siete
demonios.
Ella fue a anunciárselo a sus compañeros que estaban tristes y
llorando.
Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo habían visto, no
la creyeron.
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la
mesa, y
les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón porque no
habían
creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: “íd al
mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación’.
1. Este texto no fue escrito por el autor
del evangelio de Marcos. No aparece en los papiros y códices más antiguos e
importantes. Fue añadido
algún
tiempo después. Y ha sido aceptado como auténtico por las comunidades
cristianas y por la autoridad de la Iglesia. Su antigüedad, tan cercana al
texto original de Marcos, lo autentifica.
2. El mismo Jesús que había liberado a la
Magdalena de los males que
la
oprimían es el Jesús que se le muestra a ella y a los demás discípulos.
Se
afirma, una vez más, la identidad del Jesús resucitado y del Jesús que
había
muerto. Como se ha dicho muy bien, solo puede haber resurrección
donde
previamente ha habido muerte. Pero, además, los textos evangélicos no hablan
solo de muerte, sino más concretamente de muerte en cruz.
3. La consecuencia que se sigue de lo dicho
es clara: si la resurrección nos habla de la cruz y se comprende desde la cruz,
de forma que sin cruz no hay resurrección, los crucificados de la historia son
el lugar más apropiado para comprender la resurrección de Jesús (J. Sobrino).
Dios no resucitó a un muerto cualquiera. Dios resucitó a un crucificado. La resurrección
de Jesús es el argumento, que tenemos los cristianos, para fundamentar la esperanza
de las víctimas de la historia para reivindicar la vida y la dignidad que les
fueron arrebatadas por la violencia.
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