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DE ABRIL
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VIERNES - 3ª SEMANA DE PASCUA
Jn
6,52-59
En
aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: "¿ Cómo puede
este darnos a comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo: “Os
aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre
que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre: del mismo modo, el que
me come, vivirá por mi. Este es el pan que ha bajado del cielo: no
como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come
este pan vivirá para siempre".
1. Para
entender correctamente este texto, parece necesario tener en cuenta
lo siguiente: 1) Lo más probable es que Jesús no dijo estas cosas.
Así lo piensan los autores mejor documentados sobre este punto (A.
Sand). Al unir “comer la carne” con “beber la sangre",
seguramente estamos ante una añadidura del redactor final del IV
evangelio, para conectar el discurso de Jesús con la ceremonia
eucarística que ya entonces celebraban no pocas comunidades
cristianas. 2) En esta forma de hablar, se expresa (según parece)
la postura que los cristianos más ortodoxos adoptaron frente a los
docetas, una de las muchas sectas gnósticas de aquel tiempo, que
mostraban un desprecio fuerte contra lo carnal del ser humano.
2. En la
eucaristía está presente Jesús. Pero en la eucaristía no nos
comemos el cuerpo histórico de Jesús, el cuerpo que nació de
María, el que recorrió los caminos de Palestina, el que murió en
la cruz. No comemos ese cuerpo porque ese cuerpo ya no existe. En la
eucaristía recibimos al Cristo resucitado. Lo recibimos realmente,
de verdad. Pero eso se ha explicado en la Iglesia de distintas
maneras. San Agustín decía que la eucaristía es “una figura que
nos manda comulgar con la pasión del Señor”. (De Doctr. Christ.,
III, 24). Esta comunión la entendió la Iglesia de forma simbólica
durante más de diez siglos. Comulgar no es recibir una “cosa”
santa y sagrada. Comulgar es unirse a Cristo de forma que la persona
y la vida de Jesús están presentes en la vida del que comulga.
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