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DE ABRIL
- SÁBADO 2ª SEMANA DE PASCUA -
Jn
6, 16-21
En aquel tiempo, al oscurecer, los
discípulos de Jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar
hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada y todavía Jesús no los había
alcanzado, soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando.
Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús
que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron.
Pero él les dijo: “Soy yo, no temáis’. Querían recogerlo a
bordo, pero la barca tocó tierra enseguida, en el sitio a donde
iban.
1. El
relato de la multiplicación de los panes termina diciendo que
aquellas gentes, entusiasmadas al ver que Jesús les había dado de
comer en abundancia, quisieron proclamarlo rey. Jesús no aceptó
semejante propuesta: despidió a la gente, mandó a los discípulos a
la otra orilla del lago, lejos de aquella posible tentación, y él
se fue solo al monte, a orar. Jesús era un “hombre de Dios",
no un “hombre del poder", ni “hombre de fama” y, menos
aún, un “populista”. La profunda humanidad de Jesús se
alimentaba de su profunda espiritualidad.
2. Alejarse
del lugar del éxito, de la popularidad y del aplauso de la gente,
resultó
difícil, como una noche oscura, en un mar encrespado y con viento
contrario. Así las cosas, lo que más sintieron fue el miedo, no la
cercanía de Jesús que les buscaba rápido, para alcanzarlos, con la
ingravidez del que se desliza por encima de las aguas agitadas.
3. La
palabra de Jesús, “Soy yo", va acompañada de un mandato que
siempre
agrada: “No temáis". La cercanía de Jesús, la presencia de
Jesús,
va
siempre acompañada de una experiencia que todos necesitamos y que
tanto deseamos: liberarnos del miedo. Son demasiados los miedos que
nos atenazan, nos atormentan, nos avergüenzan. Miedos inconfesables,
miedos que no podemos superar. La presencia de Jesús se nota en la
paz, la alegría y la ilusión que va unida a la victoria sobre el
miedo.
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