1 de Octubre – Lunes –
26ª – Semana del T.O.- B
–
Lectura
del libro de Job (1,6-22):
Un día, fueron los
ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás.
El
Señor le preguntó:
«¿De
dónde vienes?»
Él respondió:
«De dar vueltas por la tierra.»
El
Señor le dijo:
«¿Te
has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre
justo y honrado, que teme a Dios y se aparta del mal.»
Satanás
le respondió:
«¿Y
crees que teme a Dios de balde? ¡Si tú mismo lo has cercado y protegido, a él,
a su hogar y todo lo suyo! Has bendecido sus trabajos, y sus rebaños se
ensanchan por el país. Pero extiende la mano, daña sus posesiones, y te apuesto
a que te maldecirá en tu cara.»
El
Señor le dijo:
«Haz
lo que quieras con sus cosas, pero a él no lo toques.»
Y
Satanás se marchó.
Un
día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor, llegó un
mensajero a casa de Job y le dijo:
«Estaban
los bueyes arando y las burras pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos
unos sabeos, apuñalaron a ¡os mozos y se llevaron el ganado. Sólo yo pude
escapar para contártelo.»
No
había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:
«Ha
caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido tus ovejas y pastores. Sólo
yo pude escapar para contártelo.»
No
había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:
«Una banda de caldeos, dividiéndose en tres
grupos, se echó sobre los camellos y se los llevó, y apuñaló a los mozos. Sólo
yo pude escapar para contártelo.»
No había
acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:
«Estaban tus hijos y tus hijas comiendo y
bebiendo en casa del hermano mayor, cuando un huracán cruzó el desierto y
embistió por los cuatro costados la casa, que se derrumbó y los mató. Sólo yo
pude escapar para contártelo.»
Entonces
Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y
dijo:
«Desnudo
salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el
Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor.»
A pesar
de todo, Job no protestó contra Dios.
Palabra
de Dios
Salmo:
16,1.2-3.6-7
R/.
Inclina el oído y escucha mis palabras
Señor, escucha mi
apelación,
atiende a mis
clamores,
presta oído a mi
súplica,
que en mis labios
no hay engaño. R/.
Emane de ti la
sentencia,
miren tus ojos la
rectitud.
Aunque sondees mi
corazón,
visitándolo de
noche,
aunque me pruebes
al fuego,
no encontrarás
malicia en mí. R/.
Yo te invoco porque
tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y
escucha mis palabras.
Muestra las
maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de
los adversarios
a quien se refugia
a tu derecha. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (9,46-50):
En aquel tiempo,
los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante.
Jesús,
adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les
dijo:
«El
que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge
al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.»
Juan
tomó la palabra y dijo:
«Maestro,
hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los
nuestros, se lo hemos querido impedir.»
Jesús
le respondió:
«No
se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»
Palabra del
Señor
1. Una vez más, el Evangelio le recuerda a la
Iglesia el interés y hasta la preocupación casi obsesiva, que tenían los
discípulos, por saber quién es el más importante.
Lo más razonable es pensar que el problema no estaba en que
aquellos hombres fueran especialmente orgullosos o ambiciosos. No.
Aquellos hombres eran como
somos todos los humanos. La apetencia
por ser importantes es más fuerte que la apetencia por ser ricos.
Está demostrado que, a uno, que le suben el sueldo, suele ser más
feliz solo en el caso de que no se lo suban
igualmente a sus compañeros o vecinos. Si gana más que los demás, se
sentirá más feliz. Si a todos se lo suben igual, no por eso es más feliz
(Richard Layard).
Y no olvidemos que se trata de una apetencia que nos dura mientras
vivimos, aunque seamos creyentes, religiosos, sacerdotes...
Por otra parte, si Jesús se opuso siempre de forma tajante a esta apetencia, es que en ella vio
el mayor peligro para los humanos y para su comunidad de seguidores. ¿Por qué?
2. No es, ante todo, cuestión de humildad.
El problema está en que, como es
lógico, el que quiere ser el primero, por eso mismo quiere estar por encima de
los demás, quiere ser más que los demás. Y para lograr eso, lo más seguro es
que se va a enfrentar a otros, los va a humillar o los querrá dominar. Todo el que
sube, divide. Como todo el que baja, une. Y no hay argumento o motivo que
justifique o haga santas estas apetencias.
3. Pero hay algo más grave.
Lo peor que hace, el que quiere ser el más importante, es que pretende ponerse por encima de Cristo y hasta por
encima de Dios. Es lo que afirma Jesús cuando presenta al niño y dice que en el
niño está él y está Dios. Como lo está en el que acoge o escucha a cualquiera
de los discípulos (Mt 10, 40; Mc 9, 37; Mt 18, 5; Lc 10, 16; 9, 48; Jn 13, 20).
Dios se ha fundido con Jesús. Y Dios en Jesús se ha fundido con el
ser humano. Por tanto, querer ser el más
importante, en última instancia, es pretender (sin darse cuenta de ello)
estar por encima de Dios.
Ni Dios puede humanizarse más. Ni el hombre puede endiosarse más.
Santa Teresita del Niño
Jesús
Memoria de santa Teresa del Niño
Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio
de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en
Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección
cristiana por medio de la infancia espiritual, demostrando una mística
solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia, y terminó su
vida a los veinticinco años, el día treinta de septiembre.
Vida de Santa Teresita del Niño Jesús
Santa Teresa del Niño Jesús
nació en la ciudad francesa de Alençon, el 2 de enero de 1873, sus padres
ejemplares eran Luis Martin y Acelia María Guerin, ambos venerables. Murió en
1897, y en 1925 el Papa Pío XI la canonizó, y la proclamaría después patrona universal
de las misiones. La llamó «la estrella de mi pontificado», y definió como «un
huracán de gloria» el movimiento universal de afecto y devoción que acompañó a
esta joven carmelita. Proclamada "Doctora de la Iglesia" por el Papa
Juan Pablo II el 19 de Octubre de 1997 (Día de las misiones).
«Siempre he deseado, afirmó en
su autobiografía Teresa de Lisieux, ser una santa, pero, por desgracia, siempre
he constatado, cuando me he parangonado a los santos, que entre ellos y yo hay
la misma diferencia que hay entre una montaña, cuya cima se pierde en el cielo,
y el grano de arena pisoteado por los pies de los que pasan. En vez de
desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables,
por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad; llegar a ser más
grande me es imposible, he de soportarme tal y como soy, con todas mis
imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio de ir al Cielo por un
camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente nuevo. Quisiera
yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy
demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección».
Teresa era la última de cinco
hermanas - había tenido dos hermanos más, pero ambos habían fallecido - Tuvo
una infancia muy feliz. Sentía gran admiración por sus padres: «No podría
explicar lo mucho que amaba a papá, decía Teresa, todo en él me suscitaba
admiración».
Cuando sólo tenía cinco años,
su madre murió, y se truncó bruscamente su felicidad de la infancia. Desde
entonces, pesaría sobre ella una continua sombra de tristeza, a pesar de que la
vida familiar siguió transcurriendo con mucho amor. Es educada por sus
hermanas, especialmente por la segunda; y por su gran padre, quien supo
inculcar una ternura materna y paterna a la vez.
Con él aprendió a amar la
naturaleza, a rezar y a amar y socorrer a los pobres. Cuando tenía nueve años,
su hermana, que era para ella «su segunda mamá», entró como carmelita en el
monasterio de la ciudad. Nuevamente Teresa sufrió mucho, pero, en su
sufrimiento, adquirió la certeza de que ella también estaba llamada al Carmelo.
Durante su infancia siempre
destacó por su gran capacidad para ser «especialmente» consecuente entre las
cosas que creía o afirmaba y las decisiones que tomaba en la vida, en cualquier
campo. Por ejemplo, si su padre desde lo alto de una escalera le decía:
«Apártate, porque si me caigo te aplasto», ella se arrimaba a la escalera
porque así, «si mi papá muere no tendré el dolor de verlo morir, sino que
moriré con él»; o cuando se preparaba para la confesión, se preguntaba si
«debía decir al sacerdote que lo amaba con todo el corazón, puesto que iba a
hablar con el Señor, en la persona de él».
Cuando sólo tenía quince
años, estaba convencida de su vocación: quería ir al Carmelo. Pero al ser menor
de edad no se lo permitían. Entonces decidió peregrinar a Roma y pedírselo allí
al Papa. Le rogó que le diera permiso para entrar en el Carmelo; él le dijo:
«Entraréis, si Dios lo quiere. Tenía ‹dice Teresa‹ una expresión tan penetrante
y convincente que se me grabó en el corazón».
En el Carmelo vivió dos
misterios: la infancia de Jesús y su pasión. Por ello, solicitó llamarse sor
Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a Dios como su instrumento.
Trataba de renunciar a imaginar y pretender que la vida cristiana consistiera
en una serie de grandes empresas, y de recorrer de buena gana y con buen ánimo
«el camino del niño que se duerme sin miedo en los brazos de su padre».
A los 23 años enfermó de
tuberculosis; murió un año más tarde en brazos de sus hermanas del Carmelo. En
los últimos tiempos, mantuvo correspondencia con dos padres misioneros, uno de
ellos enviado a Canadá, y el otro a China, y les acompañó constantemente con
sus oraciones. Por eso, Pío XII quiso asociarla, en 1927, a san Francisco
Javier como patrona de las misiones.