jueves, 27 de septiembre de 2018

Párate un momento: El Evangelio del dia 28 DE SEPTIEMBRE – VIERNES – 25ª – SEMANA DEL T. O. – B – San Lorenzo Ruiz y compañeros




28   DE  SEPTIEMBRE – VIERNES –
25ª –  SEMANA  DEL T. O. – B –

Lectura del libro del Eclesiastés (3,1-11):
Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de derruir, tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de desechar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz.
- ¿Qué saca el obrero de sus fatigas?
Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres para afligirlos: todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que pensara; pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin.

Palabra de Dios

Salmo: 143,1a.2abc.3-4

R/. Bendito el Señor, mi Roca
Bendito el Señor, mi Roca,
mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio. R/.
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?;
¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,18-22):
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
 «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo:
 «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»

Palabra del Señor

1.   En los tres evangelios sinópticos se dice que cuando Pedro, en nombre de los discípulos, confesó que Jesús era el Mesías (Mt 16, 16; Mc 8, 29; Lc 9, 20) e
incluso el Hijo de Dios (Mt 16, 16), la respuesta de Jesús, después de aceptar que efectivamente era así (Mt 16, 17), fue una prohibición y un anuncio. 
Jesús les prohibió terminantemente decir a nadie que él era el Mesías (Mt 16, 20; Mc 8, 30; Lc 21, 22). Y les anunció que le esperaba un final de fracaso, sufrimiento y muerte (Mt 16, 21; Mc 8, 31; Lc 9, 22).

2.   Dos cosas quedan claras:
1) Jesús no quería popularidad en un país en el
que se esperaba la llegada de un Mesías que era deseado como un militar, guerrero y victorioso (O. Cullmann, V. Taylor, J. Schmid), lo que se refuerza con el anuncio que Jesús hace a continuación (J. Gnilka).
2) Jesús asumió conscientemente una forma de vida que le llevó a lo que se anuncia aquí: el rechazo y
la condena muerte de los dirigentes oficiales de la religión.

3.   Estos hechos han sido leídos, interpretados y vividos de forma que han hecho del cristianismo, para la mentalidad de mucha gente, una religión que tiene su centro en el fracaso y no en el éxito, en el sufrimiento y no en la felicidad, en la muerte y no en la vida, la vida que vivimos en este mundo.
Así, la humanidad de Jesús, y la humanización del Evangelio, al ser leídas e interpretadas como divinidad de Cristo, y como divinización del cristiano, han dado paso y han justificado una teología y una espiritualidad que le dicen a la gente que, para lograr esa divinización y sus premios eternos, la que hay que hacer en esta vida es mortificarse, someterse, callar y aguantar con paciencia.  Porque la felicidad no está en esta vida, sino en la otra.
Ahora bien, cuando hacemos eso, no se nos pasa por la cabeza que lo que Jesús hizo, y por lo que se jugó la vida, fue aliviar los sufrimientos de esta vida, dignificar a los pobres y excluidos de este mundo. Porque en el centro de las preocupaciones de Jesús siempre estuvo humanizar este mundo y hacer más
soportable esta vida. Solo así es posible alcanzar lo que la fe nos dice que es la eternidad.

San Lorenzo Ruiz y compañeros


Después del martirio de 1597, subió al poder el usurpador Daifusama, el cual ofreció relaciones de amistad al gobernador de Filipinas y autorizó la entrada de misioneros en el país. En este clima se establecieron los dominicos en Japón a partir de 1602, aunque el primer dominico había llegado en 1592. Se presentaron con el estandarte del Santo Rosario y entronizaron la devoción a la virgen del Rosario en Koshiki. Su labor fue muy fructífera, muchos ingresaron en la Orden, otros se hicieron terciarios dominicos y cofrades del Santo Rosario.
Se dice que Daifusama, que murió envenedado pidió a su hijo Xogunsama que persiguiera a los cristianos y que se apartara de su políca liberal. Xongusma persiguió a los cristianos entre 1617 y 1630. Muerto Xongusama, le sucedió Toxogunsama, que fue un acérrimo perseguidor del cristianismo entre 1632-1660.
Lorenzo nació en Binondo, Manila; su padre era chino y su madre filipina. Sirvió desde muy joven en el convento de los dominicos de Binondo, donde recibió la formación cristiana. Llegó a ser escribano y llevó una vida de entrega a los demás. Pertenecía a la Cofradía del Santo Rosario. Padre de familia muy piadoso, con tres hijos. Hacia 1636 fue acusado de complicidad en un homicidio y, perseguido por la justicia, buscó refugio en los dominicos. Gracias a la intervención del padre san Antonio González pudo salir indemne.
Acompañó al Japón a una misión dominica mandada por Antonio González, pero una tempestad les obligó a desembarcar en Okinawa, donde fueron todos arrestados y encarcelados. Aquí se robusteció la fe de Lorenzo; no dudó en confesar su fe en el tribunal de Nagasaki: "Quisiera dar mil veces mi vida por él. Jamás seré apostata. Si queréis, podéis matarme. Mi deseo es morir por Dios". Confiado en la intercesión del padre Antonio, sacrificado antes que él, fue rezando, durante el paseo oraciones y jaculatorias y ya en la colina de Nishizaka, sufrió la tortura del agua ingurgitada que soportó con heroica entereza y paciencia, aunque en algún momento titubeó, pero permaneció firme gracias a las palabras de san Antonio González. Sus cenizas fueron arrojadas al mar. Es el primer santo mártir de la iglesia filipina. Todos murieron mártires por los japoneses después de horribles torturas.
Los mártires eran 17 compañeros que forman parte de los "mártires de Nagasaki". Todos pertenecían a la misión dominica española de Japón, en la isla de Kiusiu. Nueve eran japoneses: Francisco Shoyemon, cooperador. Jaime Kyushei Gorobioye Tomonaga, dominico. Miguel Kurobjoye, catequista. Mateo Kohioye del Rosario, cooperador. Magdalena de Uagasaka, terciaria dominica. Marina de Ômura, terciaria. Tomás Hyoji de San Jacinto, dominico. Vicente de la Cruz Schiwozuka, dominico. Lázaro de Kyoto, laico. Cuatro dominicos españoles: Domingo Ibáñez de Erquiza. Lucas del Espíritu Santo. Antonio González. Miguel de Aozaraza. Un francés: Guillermo Courtet. Un italiano: Jordán Ansalone de San Esteban. 
Se da el caso de que todos los dominicos que murieron el Japón durante el breve periodo de 1602-1637, fueron martirizados excepto uno. Fue la desolación causada por la cristiandad del Japón lo que motivó que muchos mártires se ofrecieron voluntarios, a fin de evitar una posible apostasía. Este grupo es variado en etnias, en estados de vida, en situaciones sociales. Hay en él hombres, mujeres, sacerdotes y laicos. Ofrecieron su vida durante la persecución de un shogun que estaba decidido destruir todo vestigio cristiano, durante sus 28 años de mandato fueron sacrificados la mayor parte de los cuatro mil mártires de aquella época de la historia japonesa. En 1639 cerró el Japón a todo influjo comercial de España y Portugal. Sin embargo, su proyectado exterminio del cristianismo no fue total. Quedó un núcleo de cristianos japoneses escondidos en las islas del Sur, que mantuvieron la fe a lo largo de varios siglos hasta la apertura de Japón a Occidente en 1865. Entonces los descendientes de aquellos mártires emergieron como pequeña comunidad cristiana que se había transmitido de padres a hijos.

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