28 DE
SEPTIEMBRE – VIERNES –
25ª – SEMANA
DEL T. O. – B –
Lectura del libro del Eclesiastés (3,1-11):
Todo tiene
su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de nacer, tiempo de
morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar;
tiempo de derruir, tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír;
tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de
recoger piedras; tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de buscar,
tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de desechar; tiempo de rasgar,
tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de
odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz.
- ¿Qué saca el obrero de sus fatigas?
Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres para
afligirlos: todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que
pensara; pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio
hasta el fin.
Palabra de Dios
Salmo: 143,1a.2abc.3-4
R/. Bendito el Señor, mi Roca
Bendito el
Señor, mi Roca,
mi
bienhechor, mi alcázar,
baluarte
donde me pongo a salvo,
mi escudo
y mi refugio. R/.
Señor,
¿qué es el hombre para que te fijes en él?;
¿qué los
hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre
es igual que un soplo;
sus días,
una sombra que pasa. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,18-22):
Una vez
que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
«¿Quién dice la gente que
soy yo?»
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha
vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo:
«El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por
los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer
día.»
Palabra del Señor
1. En
los tres evangelios sinópticos se dice que cuando Pedro, en nombre de los
discípulos, confesó que Jesús era el Mesías (Mt 16, 16; Mc 8, 29; Lc 9, 20) e
incluso
el Hijo de Dios (Mt 16, 16), la respuesta de Jesús, después de aceptar que
efectivamente era así (Mt 16, 17), fue una prohibición y un anuncio.
Jesús les prohibió terminantemente decir a
nadie que él era el Mesías (Mt 16, 20; Mc 8, 30; Lc 21, 22). Y les anunció que
le esperaba un final de fracaso, sufrimiento y muerte (Mt 16, 21; Mc 8, 31; Lc
9, 22).
2. Dos
cosas quedan claras:
1) Jesús no quería
popularidad en un país en el
que
se esperaba la llegada de un Mesías que era deseado como un militar, guerrero y
victorioso (O. Cullmann, V. Taylor, J. Schmid), lo que se refuerza con el
anuncio que Jesús hace a continuación (J. Gnilka).
2) Jesús asumió conscientemente una forma de vida
que le llevó a lo que se anuncia aquí: el rechazo y
la
condena muerte de los dirigentes oficiales de la religión.
3.
Estos hechos han sido leídos, interpretados y vividos de forma que han
hecho del cristianismo, para la mentalidad de mucha gente, una religión que
tiene su centro en el fracaso y no en el éxito, en el sufrimiento y no en la
felicidad, en la muerte y no en la vida, la vida que vivimos en este mundo.
Así, la humanidad de Jesús, y la humanización
del Evangelio, al ser leídas e interpretadas como divinidad de Cristo, y como
divinización del cristiano, han dado paso y han justificado una teología y una
espiritualidad que le dicen a la gente que, para lograr esa divinización y sus
premios eternos, la que hay que hacer en esta vida es mortificarse, someterse,
callar y aguantar con paciencia. Porque
la felicidad no está en esta vida, sino en la otra.
Ahora bien, cuando hacemos eso, no se nos pasa
por la cabeza que lo que Jesús hizo, y por lo que se jugó la vida, fue aliviar
los sufrimientos de esta vida, dignificar a los pobres y excluidos de este
mundo. Porque en el centro de las preocupaciones de Jesús siempre estuvo
humanizar este mundo y hacer más
soportable
esta vida. Solo así es posible alcanzar lo que la fe nos dice que es la
eternidad.
San Lorenzo Ruiz y
compañeros
Después del martirio de 1597, subió al poder el usurpador Daifusama,
el cual ofreció relaciones de amistad al gobernador de Filipinas y autorizó la
entrada de misioneros en el país. En este clima se establecieron los dominicos
en Japón a partir de 1602, aunque el primer dominico había llegado en 1592. Se
presentaron con el estandarte del Santo Rosario y entronizaron la devoción a la
virgen del Rosario en Koshiki. Su labor fue muy fructífera, muchos ingresaron
en la Orden, otros se hicieron terciarios dominicos y cofrades del Santo
Rosario.
Se dice que
Daifusama, que murió envenedado pidió a su hijo Xogunsama que persiguiera a los
cristianos y que se apartara de su políca liberal. Xongusma persiguió a los
cristianos entre 1617 y 1630. Muerto Xongusama, le sucedió Toxogunsama, que fue
un acérrimo perseguidor del cristianismo entre 1632-1660.
Lorenzo nació en Binondo, Manila; su padre era chino y su madre
filipina. Sirvió desde muy joven en el convento de los dominicos de Binondo,
donde recibió la formación cristiana. Llegó a ser escribano y llevó una vida de
entrega a los demás. Pertenecía a la Cofradía del Santo Rosario. Padre de
familia muy piadoso, con tres hijos. Hacia 1636 fue acusado de complicidad en
un homicidio y, perseguido por la justicia, buscó refugio en los dominicos.
Gracias a la intervención del padre san Antonio González pudo salir indemne.
Acompañó al
Japón a una misión dominica mandada por Antonio González, pero una tempestad
les obligó a desembarcar en Okinawa, donde fueron todos arrestados y
encarcelados. Aquí se robusteció la fe de Lorenzo; no dudó en confesar su fe en
el tribunal de Nagasaki: "Quisiera dar mil veces mi vida por él. Jamás
seré apostata. Si queréis, podéis matarme. Mi deseo es morir por Dios".
Confiado en la intercesión del padre Antonio, sacrificado antes que él, fue
rezando, durante el paseo oraciones y jaculatorias y ya en la colina de
Nishizaka, sufrió la tortura del agua ingurgitada que soportó con heroica
entereza y paciencia, aunque en algún momento titubeó, pero permaneció firme
gracias a las palabras de san Antonio González. Sus cenizas fueron arrojadas al
mar. Es el primer santo mártir de la iglesia filipina. Todos murieron mártires
por los japoneses después de horribles torturas.
Los mártires eran 17 compañeros que forman parte de los
"mártires de Nagasaki". Todos pertenecían a la misión dominica
española de Japón, en la isla de Kiusiu. Nueve eran japoneses: Francisco
Shoyemon, cooperador. Jaime Kyushei Gorobioye Tomonaga, dominico. Miguel
Kurobjoye, catequista. Mateo Kohioye del Rosario, cooperador. Magdalena de
Uagasaka, terciaria dominica. Marina de Ômura, terciaria. Tomás Hyoji de San
Jacinto, dominico. Vicente de la Cruz Schiwozuka, dominico. Lázaro de Kyoto,
laico. Cuatro dominicos españoles: Domingo Ibáñez de Erquiza. Lucas del
Espíritu Santo. Antonio González. Miguel de Aozaraza. Un francés: Guillermo
Courtet. Un italiano: Jordán Ansalone de San Esteban.
Se da el caso de que todos los dominicos que murieron el Japón
durante el breve periodo de 1602-1637, fueron martirizados excepto uno. Fue la
desolación causada por la cristiandad del Japón lo que motivó que muchos
mártires se ofrecieron voluntarios, a fin de evitar una posible apostasía. Este
grupo es variado en etnias, en estados de vida, en situaciones sociales. Hay en
él hombres, mujeres, sacerdotes y laicos. Ofrecieron su vida durante la
persecución de un shogun que estaba decidido destruir todo vestigio cristiano,
durante sus 28 años de mandato fueron sacrificados la mayor parte de los cuatro
mil mártires de aquella época de la historia japonesa. En 1639 cerró el Japón a
todo influjo comercial de España y Portugal. Sin embargo, su proyectado
exterminio del cristianismo no fue total. Quedó un núcleo de cristianos
japoneses escondidos en las islas del Sur, que mantuvieron la fe a lo largo de
varios siglos hasta la apertura de Japón a Occidente en 1865. Entonces los
descendientes de aquellos mártires emergieron como pequeña comunidad cristiana
que se había transmitido de padres a hijos.
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