13 DE SEPTIEMBRE –
JUEVES –
23ª – SEMANA DEL T.O. –
B –
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (8,1b-7.11-13):
El conocimiento engríe,
lo constructivo es el amor. Quien se figura haber terminado de conocer algo,
aún no ha empezado a conocer como es debido. En cambio, al que ama a Dios, Dios
lo reconoce. Vengamos a eso de comer de lo sacrificado. Sabemos que en el mundo
real un ídolo no es nada, y que Dios no hay más que uno; pues, aunque hay los
llamados dioses en el cielo y en la tierra –y son numerosos los dioses y
numerosos los señores–, para nosotros no hay más que un Dios, el Padre, de
quien procede el universo y a quien estamos destinados nosotros, y un solo
Señor, Jesucristo, por quien existe el universo y por quien existimos nosotros.
Sin embargo, no todos tienen ese conocimiento: algunos, acostumbrados a la
idolatría hasta hace poco, comen pensando que la carne está consagrada al ídolo
y, como su conciencia está insegura, se mancha. Así, tu conocimiento llevará al
desastre al inseguro, a un hermano por quien Cristo murió. Al pecar de esa
manera contra los hermanos, turbando su conciencia insegura, pecáis contra
Cristo. Por eso, si por cuestión de alimento peligra un hermano mío, nunca
volveré a comer carne, para no ponerlo en peligro.
Palabra
de Dios
Salmo:
138,1-3.13-14ab.23-24
R/.
Guíame, Señor, por el camino eterno
Señor, tú me sondeas y me
conoces;
me conoces cuando me
siento o me levanto,
de lejos penetras mis
pensamientos;
distingues mi camino y
mi descanso,
todas mis sendas te son
familiares. R/.
Tú has creado mis
entrañas,
me has tejido en el seno
materno.
Te doy gracias, porque
me has escogido portentosamente,
porque son admirables
tus obras. R/.
Señor, sondéame y conoce
mi corazón,
ponme a prueba y conoce
mis sentimientos,
mira si mi camino se
desvía,
guíame por el camino
eterno. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«A
los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que
os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Al
que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa,
déjale también la túnica.
A
quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los
demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman,
¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis
bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo
hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También
los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
¡No!
Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un
gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y
desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y
no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada,
remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»
Palabra
del Señor
1. La primera convicción de
Jesús, que queda patente en este discurso,
es que el mundo no se transforma (se hace más humano y más habitable) cambiando
estructuras políticas y económicas. Eso es importante, es fundamental incluso.
Pero no es lo decisivo.
El mundo se transforma cambiando a las personas. Por eso Jesús, en
este discurso, que es central en el Evangelio, no dice no palabra de luchas
políticas o económicas. Estamos
cansados de ver cambios políticos y económicos en los que siempre ocurre lo
mismo: los que están arriba viven bien y los que están abajo siguen en la
miseria.
2. Jesús vio que lo
decisivo en la vida es la humanización de los seres humanos.
Decimos que "es humano" odiar, injuriar, humillar,
robar, pensar mal para acertar. Todo eso "es inhumano". Porque lo humano químicamente puro no existe.
Lo humano siempre
está mezclado con lo inhumano. Por eso
Jesús propuso como modelo de humanidad, el
amor que vence al odio, la mansedumbre que vence a la injuria, la
aceptación de la ofensa que vence a la humillación, la renuncia a lo propio que
vence al robo, el juicio bueno que vence al mal
pasado.
Estamos, pues, ante el "escándalo" de la renuncia a los
propios derechos humanos para que los derechos
humanos alcancen a todos y lleguen a universales.
3. ¿Qué quiere decir todo esto?
Solo la bondad es digna de fe. Porque la bondad es lo más propio,
lo más original y lo más específico del ser humano. Por eso se explica que únicamente lo
verdaderamente humano es lo que nos hace felices. De forma que solo donde hay
humanidad hay paz, respeto, tolerancia, amistad, gozo y disfrute de la vida
para todos. De ahí que la consecuencia es patente: el Evangelio, antes que un
libro de religión o de espiritualidad, es un gran tratado de humanidad. Lo que
ocurre es que la "humanidad para todos", solo se alcanza mediante la
"autoestigmatización". Es exactamente lo que hizo Jesús: aceptó la
función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente
ejecutado" (Gerd Theissen).
San Juan Crisóstomo
Patrono de los predicadores – Año 407
A este santo arzobispo de
Constantinopla, la gente le puso el apodo de "Crisóstomo" que
significa: "boca de oro", porque sus predicaciones eran enormemente
apreciadas por sus oyentes. Es el más famoso orador que ha tenido la Iglesia. Su
oratoria no ha sido superada después por ninguno de los demás predicadores.
Nació en Antioquía (Siria) en
el año 347. Era hijo único de un gran militar y de una mujer virtuosísima,
Antusa, que ha sido declarada santa también.
A los 20 años Antusa quedó
viuda y aunque era hermosa renunció a un segundo matrimonio para dedicarse por
completo a la educación de su hijo Juan.
Desde sus primeros años el
jovencito demostró tener admirables cualidades de orador, y en la escuela
causaba admiración con sus declamaciones y con las intervenciones en las
academias literarias. La mamá lo puso a estudiar bajo la dirección de Libanio,
el mejor orador de Antioquía, y pronto hizo tales progresos, que preguntado un
día Libanio acerca de quién desearía que fuera su sucesor en el arte de enseñar
oratoria, respondió: "Me gustaría que fuera Juan, pero veo que a él le
llama más la atención la vida religiosa, que la oratoria en las plazas".
Juan deseaba mucho irse de
monje al desierto, pero su madre le rogaba que no la fuera a dejar sola.
Entonces para complacerla se quedó en su hogar, pero convirtiendo su casa en un
monasterio, o sea viviendo allí como si fuera un monje, dedicado al estudio y
la oración y a hacer penitencia.
Cuando su madre murió se fue
de monje al desierto y allá estuvo seis años rezando, haciendo penitencias y
dedicándose a estudiar la S. Biblia. Pero los ayunos tan prolongados, la falta
total de toda comodidad, los mosquitos, y la impresionante humedad de esos
terrenos le dañaron la salud, y el superior de los monjes le aconsejó que, si
quería seguir viviendo y ser útil a la sociedad tenía que volver a la ciudad,
porque la vida de monje en el desierto no era para una salud como la suya.
El llegar otra vez a
Antioquía fue ordenado de sacerdote y el anciano Obispo Flaviano le pidió que
lo reemplazara en la predicación. Y empezó pronto a deslumbrar con sus
maravillosos sermones. La ciudad de Antioquía tenía unos cien mil cristianos,
los cuales no eran demasiado fervorosos. Juan empezó a predicar cada domingo.
Después cada tres días. Más tarde cada día y luego varias veces al día. Los
templos donde predicaba se llenaban de bote en bote. Frecuentemente sus
sermones duraban dos horas, pero a los oyentes les parecían unos pocos minutos,
por la magia de su oratoria insuperable. La entonación de su voz era
impresionante. Sus temas, siempre tomados de la S. Biblia, el libro que él leía
día por día, y meditaba por muchas horas. Sus sermones están coleccionados en
13 volúmenes. Son impresionantemente bellos.
Era un verdadero pescador de
almas. Empezaba tratando temas elevados y de pronto descendía rápidamente como
un águila hacia las realidades de la vida diaria. Se enfrentaba enardecido
contra los vicios y los abusos. Fustigaba y atacaba implacablemente al pecado.
Tronaba terrible su fuerte voz contra los que malgastaban su dinero en lujos e
inutilidades, mientras los pobres tiritaban de frío y agonizaban de hambre.
El pueblo le escuchaba
emocionado y de pronto estallaba en calurosos aplausos, o en estrepitoso llanto
el cual se volvía colectivo e incontenible. Los frutos de conversión eran
visibles.
El emperador Teodosio decretó
nuevos impuestos. El pueblo de Antioquía se disgustó y por ello armó una
revuelta y en el colmo de la trifulca derribaron las estatuas del emperador y
de su esposa y las arrastraron por las calles. La reacción del gobernante fue
terrible. Envió su ejército a dominar la ciudad y con la orden de tomar una
venganza espantosa. Entre la gente cundió la alarma y a todos los invadió el
terror. El Obispo se fue a Constantinopla, la capital, a implorar el perdón del
airado emperador y las multitudes llenaron los templos implorando la ayuda de
Dios.
Y fue entonces cuando Juan
Crisóstomo aprovechó la ocasión para pronunciar ante aquel populacho sus
famosísimos "Discursos de las estatuas" que conmovieron enormemente a
sus miles de oyentes logrando conversiones. Esos 21 discursos fueron quizás los
mejores de toda su vida y lo hicieron famoso en los países de los alrededores.
Su fama llegó hasta la capital del imperio. Y el fervor y la conversión a que
hizo llegar a sus fieles cristianos, obtuvieron que las oraciones fueran
escuchadas por Dios y que el emperador desistiera del castigo a la ciudad.
En el año 398, habiendo
muerto el arzobispo de Constantinopla, le pareció al emperador que el mejor
candidato para ese puesto era Juan Crisóstomo, pero el santo se sentía
totalmente indigno y respondía que había muchos que eran más dignos que él para
tan alto cargo. Sin embargo, el emperador Arcadio envió a uno de sus ministros
con la orden terminante de llevar a Juan a Constantinopla aunque fuera a la
fuerza. Así que el enviado oficial invitó al santo a que lo acompañara a las
afueras de la ciudad de Antioquía a visitar las tumbas de los mártires, y
entonces dio la orden a los oficiales del ejército de que lo llevaran a
Constantinopla con la mayor rapidez posible, y en el mayor secreto porque si en
Antioquía sabían que les iban a quitar a su predicador se iba a formar un
tumulto inmenso. Y así fue como tuvo que aceptar ser arzobispo.
Apenas posesionado de su
altísimo cargo lo primero que hizo fue mandar quitar de su palacio todos los
lujos. Con las cortinas tan elegantes fabricaron vestidos para cubrir a los
pobres que se morían de frío. Cambió los muebles de lujo por muebles
ordinarios, y con la venta de los otros ayudó a muchos pobres que pasaban
terribles necesidades. El mismo vestía muy sencillamente y comía tan pobremente
como un monje del desierto. Y lo mismo fue exigiendo a sus sacerdotes y monjes:
ser pobres en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y así dar buen
ejemplo y con lo que se ahorraba en todo esto ayudar a los necesitados.
Pronto, en sus elocuentes
sermones empezó a atacar fuertemente el lujo de las gentes en el vestir y en
sus mobiliarios y fue obteniendo que con lo que muchos gastaban antes en
vestidos costosísimos y en muebles ostentosos, lo empezaran a emplear en ayudar
a la gente pobre. El mismo daba ejemplo en esto, y la gente se conmovía ante
sus palabras y su modo tan pobre y mortificado de vivir.
En aquellos tiempos había una
ley de la Iglesia que ordenaba que cuando una persona se sentía injustamente
perseguida podía refugiarse en el templo principal de la ciudad y que allí no
podían ir las autoridades a apresarle. Y sucedió que una pobre viuda se sintió
injustamente perseguida por la emperatriz Eudoxia y por su primer ministro y se
refugió en el templo del Arzobispo. Las autoridades quisieron ir allí a apresarla,
pero San Juan Crisóstomo se opuso y no lo permitió. Esto disgustó mucho a la
emperatriz. Y unos meses más tarde Eudoxia peleó con su primer ministro y se
propuso echarlo a la cárcel. Él corrió a refugiarse en el templo del arzobispo
y aunque la policía de la emperatriz quiso llevarlo preso, San Juan Crisóstomo
no lo permitió. El ministro que antes había querido llevarse prisionera a una
pobre mujer y no pudo, porque el arzobispo la defendía, ahora se vio él mismo
defendido por el propio santo. Eudoxia ardía de rabia por todo esto y juraba vengarse,
pero el gran predicador gritaba en sus sermones: "¿Cómo puede pretender
una persona que Dios le perdone sus maldades si ella no quiere perdonar a los
que le han ofendido?"
Eudoxia se unió con un
terrible enemigo que tenía Crisóstomo, y era Teófilo de Alejandría. Este reunió
un grupo de los que odiaban al santo y entre todos lo acusaron de un montón de
cosas. Por ej. Que había gastado los bienes de la Iglesia en repartir ayudas a
los pobres. Que prefería comer solo en vez de ir a los banquetes. Que a los
sacerdotes que no se portaban debidamente los amenazaba con el grave peligro
que tenían de condenarse, y que había dicho que la emperatriz, por las maldades
que cometía, se parecía a la pérfida reina Jetzabel que quiso matar al profeta
Elías, etc., etc.
Al oír estas acusaciones, el
emperador, atizado por su esposa Eudoxia, decretó que Juan quedaba condenado al
destierro. Al saber tal noticia, un inmenso gentío se reunió en la catedral, y
Juan Crisóstomo renunció uno de sus más hermosos sermones. Decía: "¿Qué me
destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando de
mí? ¿Qué me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido
todos? ¿Qué me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y como
El, daré mi vida por mis ovejas..."
Ocultamente fue enviado al
destierro, pero sobrevino un terremoto en Constantinopla y llenos de terror los
gobernantes le rogaron que volviera otra vez a la ciudad, y un inmenso gentío
salió a recibirlo en medio de grandes aclamaciones.
Eudoxia, Teófilo y los demás
enemigos no se dieron por vencidos. Inventaron nuevas acusaciones contra Juan,
y aunque el Papa de Roma y muchos obispos más lo defendían, le enviaron
desterrado al Mar Negro. El anciano arzobispo fue tratado brutalmente por
algunos de los militares que lo llevaban prisionero, los cuales le hacían
caminar kilómetros y kilómetros cada día, con un sol ardiente, lo cual lo
debilitó muchísimo. El trece de septiembre, después de caminar diez kilómetros
bajo un sol abrasador, se sintió muy agotado. Se durmió y vio en sueños que San
Basilisco, un famoso obispo muerto hacía algunos años, se le aparecía y le
decía: "Animo, Juan, mañana estaremos juntos". Se hizo aplicarlos
últimos sacramentos; se revistió de los ornamentos de arzobispo y al día
siguiente diciendo estas palabras: "Sea dada gloria a Dios por todo",
quedó muerto. Era el 14 de septiembre del año 404.
Eudoxia murió unos días antes
que él, en medio de terribles dolores.
Al año siguiente el cadáver
del santo fue llevado solemnemente a Constantinopla y todo el pueblo, precedido
por las más altas autoridades, salió a recibirlo cantando y rezando.
El Papa San Pío X nombró a
San Juan Crisóstomo como Patrono de todos los predicadores católicos del mundo.
Que Dios nos siga enviando
muchos predicadores como él.
¿Si Dios está con nosotros,
quién podrá contra nosotros? (San Pablo Rom.8).
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