4 de Septiembre – Martes
–
22ª – Semana del T. O. –
B –
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,10b-16):
El Espíritu lo sondea
todo, incluso lo profundo de Dios. - ¿Quién
conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de
él? Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo
conoce sólo el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no
es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de
los dones que de Dios recibimos.
Cuando
explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el
lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu,
expresando realidades espirituales en términos espirituales. A nivel humano,
uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no
es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del
Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo
todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie.
«¿Quién
conoce la mente del Señor para poder instruirlo?»
Pues
bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.
Palabra
de Dios
Salmo:
144, 8-9. 10-11. 12-13ab. 13cd-14
R/. El
Señor es justo en todos sus caminos
El Señor es clemente y
misericordioso,
lento a la cólera y rico
en piedad;
el Señor es bueno con
todos,
es cariñoso con todas
sus criaturas. R/.
Que todas tus criaturas
te den gracias, Señor,
que te bendigan tus
fieles;
que proclamen la gloria
de tu reinado,
que hablen de tus
hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a
los hombres,
la gloria y majestad de
tu reinado.
Tu reinado es un reinado
perpetuo,
tu gobierno va de edad
en edad. R/.
El Señor es fiel a sus
palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los
que van a caer,
endereza a los que ya se
doblan. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (4,31-37):
En aquel tiempo, Jesús
bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se
quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.
Había
en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a
voces:
«¿Qué
quieres de nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has
venido a acabar con nosotros?
Sé
quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús
le intimó:
«¡Cierra la boca y sal!»
El demonio tiró al hombre
por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban
estupefactos:
«¿Qué
tiene su palabra?
Da
órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.»
Noticias
de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.
Palabra
del Señor
1. Se ha dicho que "en
el Evangelio de Jesús se consuma y perfecciona la aspiración a... humanizar la idea de Dios". Pero "sería
un error pensar que esta "humanización" significa la eliminación de
todo sentimiento nuestro (R. Otto), es decir, el sentimiento de experimentar,
ante Jesús, un '`un "misterio", un sentimiento
"fascinante", que nos atrae y nos impresiona al mismo tiempo. Esto, según parece, es lo que sentía la gente
ante Jesús, lo que decía y hacía. Por eso la gente, al oír a Jesús, se quedaba "asombrada”.
Porque Jesús, que era "perfecto en
la humanidad", era también, precisamente esa humanidad, la revelación de
Dios que se une a la humanidad perfecta y ella se conoce y se descubre al Dios
que nadie ha visto (Jn 1, 18), ni puede verlo.
2. La gente se quedaba
asombrada porque hablaba "con autoridad". Y con la misma
"palabra" y la misma "autoridad" expulsaba a los
"espíritus inmundos. Se ha dicho acertadamente que Jesús "se parecía
a otros exorcistas de su tierra, pero era diferente". Porque la fuerza de
Jesús "está en sí mismo". No necesita
amuletos ni de
otras artes mágicas para actuar con autoridad. "Basta su presencia y el
poder de su palabra para imponerse" a las fuerzas del mal (J. A. Pagola).
3. Aquí y en esto tocamos el
fondo del problema que nos plantea el Evangelio.
Jesús no hizo prodigios para demostrar su condición divina. Se negó siempre a
eso (Mc 8, 11-12; Lc 11, 29-30; Mt 12, 38-39).
Una "divinidad" que da a conocer mediante "obras
divinas" no nos da a conocer nada nuevo, que se limita a reafirmar lo que
ya conocíamos: solo la divinidad puede hace milagros. En ese caso, Jesús no
habría sido el revelador de Dios, sino el repetidor de lo que ya se conocía como
propio de Dios. Lo que demuestra Jesús, con sus palabras y sus obras
prodigiosas, es su condición humana. Una
humanización tan profunda y tan perfecta que no soporta el sufrimiento del enfermo
o humillación del que es visto como un endemoniado. Y ahí, en eso, es donde se nos
revela Dios, como el Dios encarnado, es decir, el Dios humanizado.
El magisterio de la Iglesia definió, en el concilio de Calcedonia
(a. 451) que Jesucristo es "perfecto en la divinidad" (DH 301). Jesús
"fue constituido Hijo de Dios a partir de la resurrección" (Rm 1, 4).
En todo caso, la Biblia expresa el mensaje y la revelación de
Jesús, no con el lenguaje de la metafísica (propio del "ser"), sino
en relatos de la historia (propio del "acontecer") (Bernhard Welte).
San Bonifacio I papa
XLII Papa
Martirologio Romano: En
Roma, en el cementerio de Máximo, en vía Salaria Nueva, sepultura de san
Bonifacio I, papa, que trabajó para solucionar muchas controversias sobre
disciplina eclesiástica (422).
Etimología: Bonifacio = que hace el
bien. Viene de la lengua latina.
Elegido el 28 diciembre del
418; falleció en Roma, el 4 de septiembre del 422. Poco se conoce de su vida
previa a su elección. El "Liber Pontificalis" lo llama un romano, e
hijo del presbítero Jocundus. Se cree que ge ordenado por el Papa Damasus I
(366-384) y que fue representante de Inocencio I en Constantinopla (c. 405).
A la muerte del Papa Zosimus,
la Iglesia Romana entró en el quinto de sus cismas, con el resultado de dobles
elecciones papales que perturbaron su paz durante las primeras centurias. Poco
después de las exequias de Zosimus, el 27 diciembre, 418, una facción del clero
romano formada principalmente por diáconos, tomó la basílica de Lateran y
eligió como papa al Archidiácono Eulalius. El alto clero intentó entrar, pero
fue violentamente rechazado por una chusma de partidarios de Eulalian.
Al día siguiente, ellos se
reunieron en la iglesia de Theodora y eligieron como Papa, contra su voluntad,
al anciano Bonifacio, un sacerdote muy estimado por su caridad, conocimientos,
y buen carácter. El domingo 29 diciembre, fueron consagrados los dos, Bonifacio
en la Basílica de San Marcelo, apoyado por nueve obispos provinciales y unos
setenta sacerdotes; Eulalius en la basílica de Lateran en presencia de los
diáconos, unos pocos sacerdotes y el Obispo de Ostia que fue convocado desde su
lecho de enfermo para ayudar en la ordenación. Los dos procedieron a actuar
como papas, y Roma comenzó a vivir en una tumultuosa confusión por el ruido
producido por las facciones de ambos rivales. El Prefecto de Roma, Symmachus,
hostil a Bonifacio, informó el problema al Emperador Honorius de Ravenna, y
aseguró la confirmación imperial de la elección de Eulalius. Bonifacio fue
expulsado de la ciudad. Sus partidarios, sin embargo, lograron hacerse oír por
el emperador que convocó a un sínodo de obispos italianos en Ravenna para
reunir a los papas rivales y discutir la situación (febrero, marzo, 419).
Incapaz de alcanzar una decisión, el sínodo tomó unas pocas decisiones
prácticas pendientes hasta un concilio general de obispos italianos, galos y
africanos, a ser convocados en mayo para solucionar la dificultad. Pidió que
ambos demandantes dejaran Roma hasta que se alcanzara una decisión, y prohibió
el retorno bajo pena de condenación. Como Pascua, el 30 de marzo, estaba acercándose,
Achilleus, Obispo de Spoleto, fue delegado para encabezar los servicios
Pascuales en la vacante sede romana. Bonifacio fue enviado, aparentemente, al
cementerio de Santa Felicitas en la Vía Salaria, y Eulalius a Antium. El 18
marzo, Eulalius volvió audazmente a Roma, reunió a sus partidarios avivando
nuevamente la disputa, y rechazó con desprecio las órdenes del prefecto para
dejar la ciudad; tomó la basílica de Lateran el sábado Santo (29 marzo),
decidido a presidir las ceremonias pascuales. Las tropas imperiales fueron
convocadas para deponerlo y hacer posible para Achilleus dirigir los servicios.
El emperador, profundamente indignado con estos procedimientos, se negó a
considerar nuevamente las demandas de Eulalius reconociéndose a Bonifacio como
Papa legítimo (3 de abril, 418). Este último volvió a Roma el 10 abril y ge
aclamado por el pueblo. Eulalius fue designado Obispo de Nepi en Toscana o de
alguna sede en Campania, según los contradictorios datos de las fuentes del
"Liber Pontificalis". El cisma había durado quince semanas. A
comienzos de 420, la crítica enfermedad del papa, animó a los partidarios de
Eulalius a hacer otro intento. Ya recuperado, Bonifacio pidió al emperador (1o.
de julio, 420) prever alguna manera de evitar un nuevo cisma en el caso de su
muerte. Honorius promulgó una ley estableciendo que, en el caso de elecciones
Papales disputadas, no debe reconocerse ningún candidato, y debe efectuarse una
nueva elección.
El reino de Bonifacio fue
marcado por el gran celo y actividad en organizar la disciplina y la autoridad.
Revirtió la política de su predecesor de dotar a ciertos obispos Occidentales
con poderes extraordinarios del vicariato papal. Zosimus había dado a
Patroclus, Obispo de Arles, extensa jurisdicción en las provincias de Viena y
Narbonne, y lo había hecho intermediario entre estas provincias y la Sede
Apostólica. Bonifacio disminuyó estos derechos primados y restauró los poderes
metropolitanos de los obispos principales de provincias. Así él respaldó a
Hilary, Arzobispo de Narbonne, en su elección de un obispo de la sede vacante
de Lodeve, contra Patroclus que intentó designar a otro (422). Así, también,
insistió para que Maximus, Obispo de Valencia, fuera juzgado por sus supuestos
crímenes, no por un primado, sino por un sínodo de obispos galos, y prometió
sostener su decisión (419). Bonifacio tuvo éxito en las dificultades de Zosimus
con la Iglesia africana con respecto a las apelaciones a Roma y, en particular,
en el caso de Apiarius. El Concilio de Cartago, habiendo escuchado las
presentaciones de los delegados de Zosimus, envió a Bonifacio el 31 mayo, 419,
una carta en respuesta al commonitorium de su predecesor. Declaraba que el
concilio había sido incapaz de verificar los cánones que los delegados habían
citado como de Nicena, pero que más tarde resultaron ser de Sardican. Estaba de
acuerdo, sin embargo en observarlos hasta que pudiera efectuarse la
comprobación. Esta carta se cita a menudo para ilustrar la actitud desafiante
de la Iglesia africana ante la Sede Romana. Un estudio imparcial de la misma,
sin embargo, debe llevar a una conclusión no más extrema que la de Dom Chapman:
"fue escrita con considerable irritación, aunque en un muy estudiado tono
moderado"(Revisión de Dublín. Julio, 1901, 109-119). Los africanos estaban
irritados ante la insolencia de los delegados de Zosimus y se indignaron por
ser instados a obedecer leyes que pensaron no tenían una consistente fuerza en
Roma. Esto ellos se lo manifestaron a Bonifacio directamente; todavía, lejos de
repudiar su autoridad, le prometieron obedecer las leyes sospechosas, mientras
que reconocieron la función del Papa como guardián de la disciplina de la
Iglesia. En 422 Bonifacio recibió la apelación de Anthony de Fussula que, a
través de los esfuerzos de San Agustín, había sido depuesto por un sínodo
provincial de Numidia, y decidió que debía ser restaurado en el caso de que su
inocencia se estableciera. Bonifacio apoyó ardientemente a San Agustín en su
combate contra el Pelagianismo. Habiendo recibido dos cartas de Pelagian que
calumniaban a Agustín, se las envió. En reconocimiento de esta lealtad Agustín
dedicó a Bonifacio su respuesta, contenida en "Contra das Epístolas
Pelagianoruin Libri quatuor".
En el Este, mantuvo
celosamente su jurisdicción sobre las provincias eclesiásticas de Illyricurn,
sobre las que el Patriarca de Constantinopla estaba intentando afianzar el
mando a causa de volverse una parte del imperio Oriental. El Obispo de
Thessalonica había sido constituido vicario papal en este territorio, mientras
ejercía su jurisdicción por encima de los metropolitanos y obispos. Por las
cartas a Rufus, el titular contemporáneo de la sede, Bonifacio vigiló
estrechamente los intereses de la iglesia de Illyrian e insistió en la
obediencia a Roma. En 421, el descontento expresado por ciertos obispos, a
causa de la negativa del Papa para confirmar la elección de Perigines como
Obispo de Corinto a menos que el candidato fuera reconocido por Rufus, sirvió
como pretexto para que el joven emperador Theodosius II concediera el dominio
eclesiástico de Illyricurn al Patriarca de Constantinopla (14 julio, 421).
Bonifacio protestó ante Honorius por la violación de los derechos de su sede, y
prevaleció sobre él, que instó a Theodosius para que rescinda su promulgación.
La ley no fue promulgada, pero permaneció en los códigos de Theodosian (439) y
Justiniano (534) y causó muchos problemas a los papas subsiguientes. Por una
carta del 11 marzo, 422, Bonifacio prohibió la consagración en Illyricum de
cualquier obispo que Rufus no hubiera reconocido. Bonifacio renovó la
legislación del Papa Soter, prohibiendo a las mujeres tocar los sagrados linos
o intervenir en el quemado de incienso. Dio fuerza a las leyes que prohibían a
los esclavos ser clérigos. Fue enterrado en el cementerio de Maximus en la Vía
Salaria, cerca de la tumba de su favorito, San. Felicitas en cuyo honor y en
gratitud por su ayuda, le había erigido un oratorio encima del cementerio que
lleva su nombre.
Fuente:
ar.geocities.com/misa_tridentina01
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