22 DE
SEPTIEMBRE - SÁBADO –
24ª – SEMANA
DEL T.O. – B –
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(15,35-37.42-49):
Alguno
preguntará:
«¿Y cómo resucitan los muertos? - ¿Qué clase de cuerpo traerán?»
¡Necio! Lo que tú siembras no recibe vida si antes no muere. Y,
al sembrar, no siembras lo mismo que va a brotar después, sino un simple grano,
de trigo, por ejemplo, o de otra planta. Igual pasa en la resurrección de los
muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo
miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra
un cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual. Si hay cuerpo animal, lo hay
también espiritual.
En efecto, así es como dice la Escritura:
«El primer hombre, Adán, fue un ser animado.» El último Adán, un
espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo
espiritual viene después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el
segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres
terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que
somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
Palabra de Dios
Salmo: 55,10.11-12.13-14
R/. Caminaré en presencia de Dios a la luz de la vida
Que
retrocedan mis enemigos
cuando te
invoco,
y así
sabré que eres mi Dios. R/.
En Dios,
cuya promesa alabo,
en el
Señor, cuya promesa alabo,
en Dios
confío y no temo;
¿qué
podrá hacerme un hombre? R/.
Te debo,
Dios mío, los votos que hice,
los
cumpliré con acción de gracias;
porque
libraste mi alma de la muerte,
mis pies
de la caída;
para que
camine en presencia de Dios
a la luz
de la vida. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,4-15):
En aquel
tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se
iban añadiendo.
Entonces les dijo esta parábola:
«Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo
cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco
cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco
cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El
resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.»
Dicho esto, exclamó:
«El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Entonces le preguntaron los discípulos:
«¿Qué significa esa
parábola?»
Él les respondió:
«A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de
Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no
entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se
lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del
terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría,
pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de
la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los
afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de
la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la
palabra, la guardan y dan fruto perseverando.»
Palabra del Señor
1. Para
entender esta parábola, lo primero es tener
muy presente que la "palabra" es "inseparable del que la
pronuncia".
Una palabra es creíble cuando el que la
pronuncia merece credibilidad. - ¿Cómo
va a tener aceptación y
acogida
una palabra, un discurso, que proviene de una
persona cuya forma de vivir está en contradicción con lo que dice?
Una "palabra" solo puede dar fruto
cuando la vida del que la pronuncia es concorde con lo que dice. Por eso
Jesús
insistió tanto en que su autoridad no se basa en sus títulos o su saber, sino
en sus "obras": "Si
realizo las obras de mi Padre, aunque no me creáis a mí, creed en mis
obras" (Jn 10, 38).
- ¿Qué predicador puede decir "si no
creéis en lo
que
digo, por qué no creéis en mi forma de vivir?"
Esto vale para predicadores, para catequistas,
para todo el que se ponga a hablar del Evangelio.
2. No
vendría mal que quien explica la parábola (el hablante) se pare a pensar si el
problema no estará en que "el sembrador no siembra lo que tiene que
sembrar". Porque se trata de sembrar la Palabra.
Ahora bien, no se siembra la Palabra en cuanto
uno se pone a hablar, sino que se siembra la Palabra únicamente cuando, al
hablar, se dan las condiciones de lo que se ha llamado la "acción
comunicativa" (J. Habermas).
Condiciones básicas:
1) Que lo que dice el hablante resulte
comprensible.
2) Que
el hablante sea fiable; es decir, que tenga credibilidad.
3) Que la comunicación tenga relación con
un contexto normativo vigente, o sea
que se hable de cosas que se aceptan como normas de conducta ahora, no hace mil
años.
4) Que la intención del hablante sea la que él
expresa, por ejemplo, no utilizar la religión para hablar de otros intereses.
Si no se dan estas condiciones, el problema no
está en la tierra, sino en el sembrador, que no siembra palabra alguna.
3. Pero
igualmente "el oyente de la palabra" (K. Rahner) tiene que repensar
su vida a partir de lo que dice la parábola: - ¿tienes un corazón duro? - ¿Un corazón con piedras? - ¿Con espinas? - ¿Cómo
acogemos la palabra del Evangelio? - ¿Qué atención y qué interés concedemos a
la palabra que nos viene de los demás?
Aquí está el problema.
San Mauricio de Agauno y
compañeros
Santos: Digna, Emérita, Iraides, vírgenes; Jonás o Ión, presbítero;
Exuperio, Inocencio, Vidal, Mauricio, Cándido, Víctor, Focas el Jardinero,
mártires; Félix III, papa; Séptimo, Santino; Lautón (Laudo, Lo), Enmerano,
obispos; Landelino, eremita; Silvano, confesor; Salaberga, abadesa
San Euquero, muerto a mediados del siglo V, quiso recoger por escrito
las tradiciones orales para «salvar del olvido las acciones de estos mártires».
Su relato está escrito a la distancia de siglo y medio adelante de los hechos
descritos que siempre fueron propuestos con valor de ejemplaridad y por
cristianos que cantan las glorias de sus héroes. Es decir, el relato euqueriano
presenta algunos elementos del género épico, pero es innegable que la verdad
cruda, histórica y real aparece bajo la depuración de los elementos
innecesarios.
¿Qué fue lo que pasó?
Diocleciano ha asociado a su Imperio a Maximiano Hércules. Ambos son
acérrimos enemigos del nombre cristiano y decretaron la más terrible de las
persecuciones.
En las Galias se produce una rebelión y Maximiano acude a sofocarla.
Entre sus tropas se encuentra la legión Tebea procedente de Egipto y compuesta
por cristianos. Su jefe es Mauricio que antes de incorporarse a su destino ha
visitado en Roma al papa Marcelo. En los Alpes suizos, antes de introducirse
por los desfiladeros, Maximiano ordena un sacrificio a los dioses para impetrar
su protección en la campaña emprendida.
Los componentes de la legión Tebea rehúsan sacrificar, se apartan del
resto del ejército y van a acampar a Agauna, entre las montañas y el Ródano, no
lejos del lado oriental del lago Leman.
Maximiano, al conocer el motivo de la deserción, manda diezmar a los
legionarios rebeldes, pasándolos a espada. Los sobrevivientes se reafirman en
su decisión y se animan a sufrir todos los tormentos antes que renegar de la
verdadera religión.
Maximiano, cruel como una fiera enfurecida, manda diezmar una segunda
vez la legión formada por soldados cristianos y doblegarla. Mientras se lleva a
cabo la orden imperial, el resto de los tebanos se exhortan entre sí a perseverar
animados por sus jefes: Mauricio («negro» o «moro»), Cándido («blanco») y
Exuperio («levantado en alto»). Encendidos con tales exhortaciones, los
soldados envían una delegación a Maximiano para exponerle su resolución: que
obedecerán al emperador siempre que su fe no se lo impida, y que, si determina
hacerlos perecer, renunciarán a defenderse, como hicieron sus camaradas, cuya
suerte no temen seguir.
Viendo el emperador su inflexibilidad, da órdenes a su ejército para
eliminar a la legión de Tebea que se deja degollar como mansos corderos. En el
campo corren arroyos de sangre como nunca se vio en las más cruentas batallas.
Víctor («victorioso»), un veterano licenciado de otra legión, pasa
por el lugar mientras los verdugos están celebrando su crueldad. Al informarse
de los hechos se lamenta de no haber podido acompañar a sus hermanos en la fe.
Los verdugos le sacrifican junto con los demás.
Solo conocemos el nombre de estos cuatro mártires, los otros nombres
Dios los conoce. Según San Euquero, la legión estaba formada por 6.600
soldados.
Ya en el siglo IV se daba culto en la región a los mártires de Tebea.
Luego, la horrenda matanza de militares que se dejó martirizar por su fe en
Cristo dio la vuelta al mundo entre los bautizados. Los que por su oficio
tuvieron que pelear mucho, a lo largo de los siglos se acogieron a San Mauricio
y a sus compañeros en las batallas (el piadoso rey Segismundo, Carlomagno,
Carlos Martel, la Casa de Saboya, las Órdenes de San Lázaro y la del Toisón de
Oro, el mismo Felipe II…). Y hasta el mundo del arte dejó para la posteridad,
en los pinceles del Greco, la gesta de quienes habían aprendido aquello de que
es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres y prefirieron,
consecuentemente, perder la vida a traicionar su fe.
Archimadrid.org
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