15 de Septiembre –
Sabado –
23ª – Semana del T.O. –
B –
Lectura de la carta a los Hebreos:5, 7-9
Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con
fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue
escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por
medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él
alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los
que le obedecen.
Palabra de Dios.
SALMO: 30, 2-3a. 3b-4. 5-6. 15-16. 20 (R.: 17b)
R. Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me
vea defraudado!
Líbrame, por
tu justicia;
inclina tu
oído hacia mí
y ven pronto
a socorrerme. R.
Sé para mí una roca protectora,
un baluarte
donde me encuentre a salvo,
porque tú
eres mi Roca y mi baluarte:
por tu
Nombre, guíame y condúceme. R.
Sácame de la red que me han tendido,
porque tú
eres mi refugio.
Yo pongo mi vida
en tus manos:
tú me
rescatarás, Señor, Dios fiel. R.
Pero yo confío en ti, Señor,
y te digo:
«Tú eres mi Dios,
mi destino
está en tus manos.»
Líbrame del
poder de mis enemigos
y de aquellos
que me persiguen. R.
¡Qué grande es tu bondad, Señor!
Tú la reservas
para tus fieles;
y la brindas
a los que se refugian en ti,
en la
presencia de todos. R.
SECUENCIA (Esta Secuencia es optativa.)
Se encontraba la Madre dolorosa
junto a la
cruz, llorando,
en que el
Hijo moría,
suspendido.
Con el alma dolida y suspirando,
sumida en la
tristeza,
que traspasa
el acero
de una
espada.
Qué afligida y qué triste se encontraba,
de pie
aquella bendita
Madre del
Hijo único
de Dios.
Cuánto se dolía y padecía
esa piadosa
Madre,
contemplando
las penas
de su Hijo.
¿A qué hombre no va a hacer llorar,
el mirar a la
Madre de Cristo
en un
suplicio tan tremendo?
¿Quién es el que podrá no entristecerse
de contemplar
tan sólo a esta Madre
que sufre con
su Hijo?
Ella vio a Jesús en los tormentos,
sometido al
flagelo,
por cargar
los pecados
de su pueblo.
Y vio cómo muriendo abandonado,
aquél, su
dulce Hijo,
entregaba su
espíritu
a los
hombres.
Madre, fuente de amor,
que yo sienta
tu dolor,
para que
llore contigo.
Que arda mi corazón
en el amor de
Cristo, mi Dios,
para que pueda
agradarle.
Madre santa,
imprime
fuertemente en mi corazón
las llagas de
Jesús crucificado.
Que yo pueda compartir
las penas de
tu Hijo,
que tanto
padeció por mí.
Que pueda llorar contigo,
condoliéndome
de Cristo
todo el
tiempo de mi vida.
Quiero estar a tu lado
y asociarme a
ti en el llanto,
junto a la
cruz de tu Hijo.
Virgen, la más santa de las vírgenes,
no seas dura
conmigo:
que siempre
llore contigo.
Que pueda morir con Cristo
y participar
de su pasión,
reviviendo
sus dolores.
Hiéreme con sus heridas,
embriágame
con la sangre
por él
derramada en la cruz.
Para que no arda eternamente
defiéndeme,
Virgen,
en el día del
Juicio.
Jesús, en la hora final,
concédeme,
por tu madre,
la palma de
la victoria.
Cuando llegue mi muerte, yo te pido,
oh Cristo,
por tu madre,
alcanzar la
victoria eterna.
Lectura del santo evangelio según san Juan, 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre,
María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba,
Jesús le dijo:
«Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
Luego dijo al discípulo:
«Aquí tienes a tu madre.» Y desde aquel momento, el discípulo la
recibió en su casa.
Palabra del Señor.
1,- La
fiesta, o «memoria» de Nuestra Señora de los Dolores se celebra en la Iglesia
católica el día 15 de septiembre, el día siguiente a la celebración de la
«Exaltación de la Santa Cruz». La razón de esta celebración y su ubicación en
el calendario litúrgico obedece a un mismo postulado: la relación especialísima
que la Virgen María tiene con la cruz, en que murió su Hijo, clavado en sus
brazos, y el contenido teológico, espiritual y simbólico que tiene la escena
del Calvario. Establecida así su celebración, esta fiesta mantiene y continúa
esa relación mística, formando casi una unidad también simbólica con la
exaltación de la santa Cruz.
Los criterios que orientaron la reforma de la
liturgia de la Iglesia en la época postconciliar —la era del papa Pablo VI— tuvieron
en cuenta esa relación de María con el Cristo doliente. En el fondo, esta
relación en sentido universal es una enseñanza del Concilio Vaticano II, y de
la mariología del post-concilio. Pablo VI se hizo eco de esto en la exhortación
apostólica Marialis cultus (2, 2, 1974). La liturgia renovada debía poner de
relieve la celebración de la historia, o de la obra de la Salvación,
conmemorando los tiempos especialmente significativos, como Adviento, Navidad,
Cuaresma, Pascua..., las solemnidades del Señor y de la Virgen María, y también
las celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos, entre los cuales,
después de las fiestas del ciclo de Navidad y la fiesta de la Visitación, Pablo
VI recuerda la «memoria de la Virgen Dolorosa»: «ocasión propicia —dice el
papa— para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación, y para
venerar, junto con el Hijo exaltado en la Cruz, a la madre que comparte su
dolor (Marialis cultos, MC, 7).
2,- En
estas palabras del papa se insinúa una de las razones determinantes de la
celebración de este misterio en la liturgia actual, y de su inclusión en el
calendario litúrgico, aparte de su valor histórico. La celebración de Nuestra
Señora de los Dolores es un complemento de la celebración de la «Exaltación de
la Santa Cruz». Sin ella quedaría incompleta para el pueblo cristiano la
contemplación amorosa y devota de la Cruz de Cristo y la visión de su muerte en
la Cruz, y de su misma exaltación victoriosa. Porque la Virgen María estuvo
íntimamente asociada a su hijo en la obra de la salvación desde su
predestinación eterna antes de la creación del mundo, en el mismo decreto de la
Encarnación. Desde su predestinación María formó una unidad de salvación en los
designios salvíficos de Dios, juntamente con su Hijo. En la realización en el
tiempo de la redención del género humano, ella colaboró con su Hijo y bajo él,
en frase del Vaticano II (LG, 56), en la redención de los hombres, en una unión
indisoluble con él. Por esto es nuestra Madre en el orden de la gracia.
Uno de los momentos más importantes de la
asociación de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación fue aquel en que
la Madre padeció el dolor y los sufrimientos de su amado Hijo, en primer lugar
en la circuncisión y en su presentación en el templo, y sobre todo en los días
de la pasión y de su muerte en la Cruz.
Nuestra Señora de los
Dolores
La fiesta litúrgica
La fe de la Iglesia ha reconocido siempre esta asociación de la Madre
con el Hijo en la historia de la salvación, y en particular en los momentos de
dolor y en los misterios de carácter y de valor propiamente sacrificial. Por
eso, la Iglesia, desde la época de los Santos Padres, ha recordado con devota
veneración los dolores de Nuestra Señora, interpretando la profecía de Simeón,
y contemplando teológicamente el misterio de la Cruz. Orígenes y los escritores
orientales principalmente vieron en la «espada de dolor» el símbolo de los
dolores de la Madre del Mesías.
A partir del siglo VIII, los escritores eclesiásticos hablan de la
«compasión» de la Virgen, es decir: de su participación en los dolores del
crucificado, o de su «compadecimiento». Desde el siglo XII se dio culto a los
cinco dolores de María, que más tarde pasaron a ser siete, La multiplicación de
himnos de carácter religioso, composiciones poéticas en forma de
«lamentaciones» o llanto de María», que dan lugar a un género de literatura muy
peculiar, de carácter cultual: los planctus Mariae, que en parte pasan a las
liturgias locales en la Edad Media, son un testimonio la devoción que el pueblo
fiel profesaba a la Virgen Dolorosa.
La fiesta litúrgica propiamente dicha de la Virgen de los Dolores
comenzó a celebrarse en Occidente en la Edad Media. Primero se celebraba como
una conmemoración que se hacía después de la celebración de la Pascua, ya que
no había habido lugar en otros días, por su asociación con Cristo en la pasión.
No se sabe cuándo ni dónde se introdujo esta conmemoración de la «Commendatio
Beatae Mariae Virginis, que era un recuerdo de la Virgen en el Calvario, y de
la encomienda que Jesús había hecho de ella a su discípulo Amado desde la Cruz.
En el siglo XIII los servitas, o siervos de María, celebraban ya la
«commendation, o recuerdo de María bajo la Cruz, con oficio especial y misa. En
el siglo XIV consta que se celebraba una fiesta litúrgica en Alemania el
viernes después del tercer domingo de Pascua. Más adelante a esta celebración
se le dio el título de Transfixio, seu de Martyrio Cordis Beatae Mariae o De
Lamentatione Beatae Mariae Vírginis o De Planctu Beatae Mariae Virginis o,
finalmente, De Doloribus Beatae Mariae Virginis.
En algunas iglesias se conmemoraban solamente los cinco dolores de la
Virgen. En el siglo XV, y más a partir del siglo XVII, se celebraba la fiesta
de la Dolorosa, principalmente entre los servitas, en forma parecida a la
actual. En ese siglo celebraban dos fiestas conmemorativas de los siete dolores
de María. Una en el viernes después del domingo de Pasión, conocido como el
«Viernes de Dolores»: y otra en el tercer domingo de septiembre, con rito doble
de II clase. El papa Benedicto XIII extendió a toda la Iglesia la fiesta del
«Viernes de Dolores» en 1472; y lo mismo hizo el papa Pío VII en 1814 con la
segunda fiesta, fijando su celebración en el día 15 de septiembre.
Enrique Llamas, O.C.D.
No hay comentarios:
Publicar un comentario