13 de Julio – SÁBADO –
14ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del libro del Génesis (49,29-32;50,15-26a):
En aquellos días, Jacob dio las siguientes instrucciones a sus
hijos:
«Cuando
me reúna con los míos, enterradme con mis padres en la cueva del campo de
Efrón, el hitita, la cueva del campo de Macpela, frente a Mambré, en Canaán, la
que compró Abrahán a Efrón, el hitita, como sepulcro en propiedad. Allí
enterraron a Abrahán y a Sara, su mujer; allí enterraron a Isaac y a Rebeca, su
mujer; allí enterré yo a Lía. El campo y la cueva fueron comprados a los
hititas.»
Cuando
Jacob terminó de dar instrucciones a sus hijos, recogió los pies en la cama,
expiró y se reunió con los suyos.
Al
ver los hermanos de José que había muerto su padre, se dijeron:
«A
ver si José nos guarda rencor y quiere pagarnos el mal que le hicimos.»
Y
mandaron decirle:
«Antes
de morir tu padre nos encargó: "Esto diréis a José: Perdona a tus hermanos
su crimen y su pecado y el mal que te hicieron". Por tanto, perdona el
crimen de los siervos del Dios de tu padre.» José, al oírlo, se echó a llorar.
Entonces
vinieron los hermanos, se echaron al suelo ante él, y le dijeron:
«Aquí
nos tienes, somos tus siervos.»
Pero
José les respondió:
«No
tengáis miedo; ¿soy yo acaso Dios? Vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios
intentaba hacer bien, para dar vida a un pueblo numeroso, como hoy somos. Por
tanto, no temáis; yo os mantendré a vosotros y a vuestros hijos.»
Y
los consoló, hablándoles al corazón. José vivió en Egipto con la familia de su
padre y cumplió ciento diez años; llegó a conocer a los hijos de Efraín, hasta
la tercera generación, y también a los hijos de Maquir, hijo de Manasés; los
llevó en las rodillas.
José
dijo a sus hermanos:
«Yo
voy a morir. Dios cuidará de vosotros y os llevará de esta tierra a la tierra
que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.»
Y
los hizo jurar:
«Cuando
Dios cuide de vosotros, llevaréis mis huesos de aquí.»
José
murió a los ciento diez años de edad.
Palabra
de Dios
Salmo:
104,1-2.3-4.6-7
R/.
Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus
hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de
instrumentos,
hablad de sus
maravillas. R/.
Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que
buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su
poder,
buscad continuamente su
rostro. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su
elegido!
El Señor es nuestro
Dios,
él gobierna toda la
tierra. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (10,24-33)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Un
discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta
al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo.
Si
al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!
No
les tengáis miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada
hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno
día, y lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea.
No
tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.
No,
temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de
gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo
disponga vuestro Padre.
Pues vosotros hasta los
cabellos de la cabeza tenéis contados.
Por
eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si
uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante
mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré
ante mi Padre del cielo.»
Palabra
del Señor
1.
Sin duda alguna, el peor enemigo
del Evangelio es el miedo. Jesús
les dijo
a sus apóstoles que esa fuerza es el poder del
miedo. Por eso Jesús les habló a aquellos hombres del miedo. Y les habló de
esto con insistencia. Tener las ideas claras sobre el miedo es seguramente lo
que más necesitan quienes se van a dedicar al estudio y a la explicación del
Evangelio. Porque el Evangelio, explicado sin miedo, es muy peligroso para el
que lo explica.
2.
Vivimos en tiempos de crisis y de profundas convulsiones en casi todos los
órdenes de la vida. Como es lógico, en
situaciones así, el miedo se genera. Casi todo el mundo está asustado. Y entonces es cuando el miedo se hace dueño
de nuestras vidas. Y conste que esto sucede sin que nos demos cuenta de lo que
ocurre en nuestra intimidad más profunda. De forma que semejante ideología es
el aliado más potente de quienes se aprovechan de la crisis para sacar todas las ventajas
que están a su alcance.
En tales condiciones, una de las
tentaciones más fuertes es ocultar lo que da miedo decir en público. Por eso,
Jesús insiste: Lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. Los
economistas dicen ahora que los pilares de la crisis son la codicia y el miedo.
Y es verdad: "el temor ha sido siempre uno de los aliados más fieles del
poder" (J. Estefanía).
Todos los dictadores y todos los tiranos,
que en el mundo han sido, todos se han basado en el miedo y han tenido en el
miedo de la gente su aliado y su instrumento más fuerte para mantenerse en el
poder.
3. La solución que propone Jesús es
actuar siempre con claridad, con transparencia, sin ocultar nada. Eso puede
parecer imprudente, indiscreto, temerario. Pero en eso es donde radica la
fuerza del Evangelio.
Cuando a Jesús lo llevaron al juicio
religioso ante el sumo sacerdote Anás, lo único que tuvo que decir es que él
siempre había hablado con "parresía" (Jn 18, 20), una palabra que
indica "decir todo lo que hay que decir" o "hablar con
libertad".
Aquello le costó a Jesús la primera
bofetada en la pasión (Jn 18, 22). Pero fue su victoria sobre el miedo. Ese es
el camino.
San Enrique emperador
San Enrique, nació en Baviera en
el año 973 fue emperador de los romanos, que, según la tradición, de acuerdo
con su esposa Cunegunda puso gran empeño en reformar la vida de la Iglesia y en
propagar la fe en Cristo por toda Europa, donde, movido por un celo misionero,
instituyó numerosas sedes episcopales y fundó monasterios. Murió en este día en
Grona, cerca de Göttingen, en Franconia.
Vida de San Enrique emperador
El ducado de Baviera está de fiesta por el nacimiento de Enrique.
Es el año del Señor 973. En Abbach ha visto la luz el hijo de Enrique el
Batallador y de la princesa Gisela de Borgoña. La Iglesia está pasando por la
terrible Edad de Hierro; la construcción de la sociedad civil está en pleno
feudalismo con sus continuas peleas y revueltas que dejan siempre la estela de
dolor, luto y sangre; por si fuera poco, se añade al desastre la peste y
epidemias.
El Batallador fue
desterrado y la familia desunida; por esta razón educó a Enrique el obispo de
Raisbona, Wolfgang, que había sido su padrino.
A los veintidós años había muerto su padre y Enrique le sucedió
como legítimo duque de Baviera; se casó con la princesa Cunegunda, que también
llegará a ser venerada en los altares el día 3 de marzo.
Parece que su gestión se saltó los moldes de crueldad imperante
en su tiempo, procediendo noblemente y con justicia, pero por la vía del
razonamiento e inclinado más bien a la misericordia, en los frecuentes casos de
levantamientos y rebeldías de los nobles, en vez de destruir fortalezas, pasar
a cuchillo y purificar a fuego las ciudades rebeldes. Sus biógrafos lo
presentan como hombre convencido de que el poder le había sido dado para
construir y no para destruir. Quizá su oración y penitencias altamente alabadas
le llevaban a esta infrecuente manera de actuar entre los mandatarios de la
época.
Fue elegido por la nobleza germana emperador de Alemania el 1 de
enero del 1002, después de que muriera sin descendencia directa su primo Otón
III; para defender este derecho al Imperio Romano Germánico tuvo que guerrear
contra familiares que aspiraban a la misma dignidad. Organizó un formidable
ejército, disuasorio para los levantiscos y útil pasa asentar su dominio en
otras tierras; hacía falta esta imponente fuerza para calmar a los nobles y
obispos que se peleaban continuamente entre ellos, para defender a su
territorio de la invasión intencionada de Polonia sobre Alemania –venció al rey
Boleslao I, para recuperar Bohemia, uno de los territorios germanos
arrebatados– y porque los bizantinos acosaban sus fronteras del sur. Era parte
de sus deberes reales.
Con una paz relativa, se dispuso a proceder a la reforma tan
necesaria en el clero. Se mostró como un favorecedor incondicional de los
cluniacenses, y facilitó reunir un concilio en Franfort (1007) para que los
obispos tomaran las medidas eclesiásticas necesarias y restaurasen la
disciplina que él se mostraba dispuesto a apoyar, haciendo cumplir las
decisiones que salieran de la asamblea. Patrocinó la construcción de numerosas
iglesias y monasterios, señalándose especialmente la de Bamberg. Se ocupó de
ayudar en la solución de los problemas que el papa tenía en los mismos Estados
Pontificios, que presentaban una situación caótica, de profunda anarquía,
reflejo de lo que era toda Italia, en ebullición permanente por las luchas
fratricidas. A la muerte de Sergio IV, y elegido sucesor Benedicto VIII, se vio
forzado a intervenir hasta reponer por la fuerza al papa legítimo en su puesto,
porque los seguidores del antipapa Gregorio lo habían depuesto y desterrado. A
raíz de este hecho, Enrique y Cunegunda fueron ungidos como emperadores del
Sacro Imperio Romano Germánico el 14 de febrero del 1014.
Es digno de mencionar que Enrique, amigo de la paz, del claustro
y de la oración, no parase en toda su vida de un continuo vagabundeo por el
mundo, en guerra continua y sin disfrutar de la vida tranquila que le pedían el
alma y el cuerpo. Hasta quiso hacerse –no se sabe muy bien si de bromas o de
veras– canónigo en Estrasburgo.
Dejando a un pueblo que le estaba agradecido, murió en Grona el
13 de julio de 1024. Luego se trasladaron sus restos a la catedral de Bamberg
donde reposan.
Lo canonizaron en 1146.
A la muerte de su marido, Cunegunda se metió en una abadía
fundada por ella, la de Kaffungen, hasta su muerte en el año 1033. Luego, fue
enterrada en Baviera, junto a su marido, en el lugar donde se reunían en vida
cada vez que podían.
Dicen los hagiógrafos que los esposos vivieron de común acuerdo
en continencia; incluso hay quien se atreve a poner en boca de Enrique las
palabras que supuestamente dijo a sus suegros poco antes de morir: «Virgen me
la entregasteis, virgen os la entrego». ¿Qué sabrán de eso y de otras cosas los
hagiógrafos? ¿O será que pensaban que era cosa mala, o poco digna, o menos
perfecta la vida marital con todas sus consecuencias? ¿No hubiera sido más
fácil decir de Cunegunda y Enrique no tuvieron o no pudieron tener
descendencia, sin que ello –por múltiples razones– suponga desdoro? ¡Qué cosas!
Archimadrid.org
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