martes, 16 de julio de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 17 de Julio – MIÉRCOLES – 15ª – SEMANA DEL T. O. – C – San Alejo mendigo




17 de Julio – MIÉRCOLES –
15ª – SEMANA DEL T. O. – C –

Lectura del libro del Éxodo (3,1-6.9-12):

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas.
Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.
Moisés se dijo:
«Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.»
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
«Moisés, Moisés.»
Respondió él:
«Aquí estoy.»
Dijo Dios:
«No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.»
Y añadió:
«Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.»
Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
El Señor le dijo:
«El clamor de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, a los israelitas.»
Moisés replicó a Dios:
«¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto?»
Respondió Dios:
«Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña.»

Palabra de Dios

Salmo: 102,1-2.3-4.6-7

R/. El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-27):

En aquel tiempo, exclamó Jesús:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»

Palabra del Señor

1. Para poder comprender este evangelio, es enteramente indispensable tener presentes dos cuestiones fundamentales en teología.
1) Dios no se debe confundir con la religión. Ni Dios es un elemento o un componente del "hecho religioso". 
Como se ha dicho muy bien, "Dios es un producto tardío en la historia de la religión" (Walter Burkert).
La religión es un medio para relacionarse con Dios. Pero no es ni el medio más primitivo, ni el más importante, La religión apareció cuando empezó a vivir en la tierra el "Homo Sapiens", el ser humano, hace 100.000 años. De Dios se tiene alguna noticia desde hace menos de 20.000 años.  O sea, durante más de 80.000 existió la religión sin Dios. Solo ritos, ceremonias, sacrificios y actos cultuales.

2) Dios es el Trascendente. O sea.
Dios no está a nuestro alcance. No    podemos conocerlo porque nos trasciende…
Por eso, Dios se nos ha dado a conocer en Jesús. De ahí, que Jesús dice "nadie
conoce al Padre".  Y añade enseguida   que al Padre "lo conoce solo el Hijo".
En el fondo, lo que se afirma en el evangelio de Juan: "A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único del Padre es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18).
Jesús es, pues, quien nos enseña (con vida y su palabra) cómo es Dios, lo que quiere Dios, el camino para ir a Dios.

2.  El Jesús histórico fue un ser   humano. Fue "como uno de tantos" (Fil 2,
Pues bien, si esto es así, con estas afirmaciones el Nuevo Testamento nos viene a decir que, en un ser humano, en lo más sencillo de lo humano, es donde
encontramos a Dios. Y donde vemos a Dios (Jn 14, 9).
Esto es así porque el
Padre se ha entregado todo al Hijo. Y se ha hecho "uno" con el Hijo. Es decir: esta oración de Jesús no nos explica solamente la intimidad total que existe entre el Padre y el Hijo, sino además nos dice que el Hijo, Jesús, es quien nos enseña quién es el Padre-Dios y cómo es el Padre-Dios.                    
3. Pues bien, si Dios se ha humanizado, esto quiere decir que en lo más sencillamente humano es donde encontramos y conocemos lo más sublimemente divino. Por eso dice Jesús que todo esto se ha escondido a los sabios y entendidos. Porque los sabios, los estudiosos, los entendidos en saberes humanos alcanzan lo que dan de sí los saberes, pero quizá, por eso mismo, no captan la hondura de lo más sencillamente humano. Y por eso también, son la gente sencilla, los pequeños, los que a nosotros se nos antojan meros ignorantes, esos son lo que comprenden lo divina que es la belleza, la fuerza, la cercanía de lo más humano que hay en esta vida.
 Ahí, en eso y así, encontramos a Dios. Más que asunto de creencias, es una forma de vivir. La más parecida posible a la que vivió Jesús.

San Alejo mendigo


En Roma, en la basílica situada en el monte Aventino, se celebra con el nombre de Alejo a un hombre de Dios que, como cuenta la tradición, dejó su opulenta casa para vivir como un pobre mendigo pidiendo limosna (s. IV).


Vida de San Alejo mendigo


Bella y larga es la historia de este hombre de Dios que, desde la Edad Media, alimenta la fantasía, piedad, sentimientos religiosos y deseos de entrega a Dios por parte de los cristianos. Su figura, que debió ser formidablemente llamativa y ejemplar, viene narrada en el género novelesco, llena de encanto, pródiga en situaciones que mantienen el suspense, con abundancia de escenas que alucinan y toda ella plena de actitud ejemplarizante y moralizadora. En fin, la historia de san Alejo es tan pletórica de imaginación, viveza y adornos que su autor suscita la envidia de los que escriben.
En este estupendo relato, Alejo viene descrito como el hijo único del importante, opulento y caritativo senador de Roma llamado Eufemiano. Huyó de su casa el mismo día de su boda -como otro Abrahán, solitario y eremita - llamado súbitamente a realizar la más alta de las aspiraciones y la renuncia más excelsa por el amor al Reino de Dios. Presentado Alejo por el autor de su biografía novelada como un joven que es el compendio de todas las virtudes y gracias que puede tener un ser humano, deja inconcebiblemente la casa paterna y a su dulce esposa. Quizá sucediera que recordó la exigencia evangélica de posponer todo al Reino de los Cielos y se dispuso a ponerla por obra.
Dice su leyenda o novela que comienza entonces un largo peregrinaje hacia extrañísimas tierras llegando hasta Edesa, pasado el Éufrates. Esta es la ciudad que la incansable viajera y también peregrina Eteria describe como la metrópoli imposible de evitar a todo peregrino que desde occidente llega a visitar, movido por la fe, los lugares santos donde nació, vivió, murió y resucitó el Señor para nuestra salvación. El bullicio, la piedad, el humo y aroma del incienso en la basílica del Apóstol Tomás -el que metió su puño en el costado abierto de Jesús- cuyos restos cercanos son día y noche venerados, la oración privada pública, las continuas idas y venidas de las gentes que besan las estatuas de los santos rebajando las piedras con los labios y las manos, el visiteo a la estatua del rey Abgar a quien Cristo escribió una carta, son el ambiente normal de Edesa a donde ha arribado Alejo. Llegó rico, pero ahora es un mendigo más de los que abundan entre los pórticos y en los ambientes más frecuentados por el hormigueo de la gente. Entre rezo y rezo, contento y alegre, pide limosna y la reparte entre los más pobres. Vive gozoso y sin ataduras, pensando que así lo quiere Jesús. Disfruta con el gozo de sentirse cercano a los restos mortales -reliquias- del discípulo del Señor, entre aquellas piedras que huelen a fe y a santo, participa hondamente en misterios sagrados, entre el bullicio está sumido en contemplación y hace todo el bien que puede a los desafortunados.
Se preocuparon tanto en la casa paterna por la pérdida del hijo y su actitud tan extraña, infrecuente e inesperada que el padre ha enviado a más de cien esclavos para que recorran la tierra, prometiendo llenar de honor y de riqueza a quien lo encuentre. Emisarios por el mundo buscan infatigablemente al hijo del potentado buen padre.
Alejo se ve obligado a abandonar Edesa porque algunos prodigios sucedidos le sacan del anonimato. Llena de accidentes, sorpresas y naufragios está descrita la historia de su nuevo peregrinaje por el mundo huyendo de la notoriedad, hasta que de modo imprevisto se ve de nuevo en Roma donde termina viviendo en la casa de su padre que, aunque continúa buscándolo afanosamente en la lejanía, no lo reconoce próximo y cercano; hasta llega a darle albergue, como a un mendigo más, en el hueco de la escalera del patio principal de su casa, por caridad.
Por el espacio de diecisiete años -según dice una antigua tradición romana explicando la historia de la iglesia de san Alessio, situada en el Aventino- vivió allí Alejo, siendo un ejemplo de paciencia, humildad y pobreza; allí supo ayunar y rezar; allí soportó las burlas de la servidumbre; allí quiso permanecer ignorado de sus padres y de su esposa que sólo le saludaban de vez en cuando como a un mendigo desaliñado y pestilente; allí también lo encontraron muerto un día y ¿sabes lo que pasó? En su mano encontraron ese día una carta dirigida a sus padres y a su esposa en la que declaraba quién era y todo su amor.
Alejo quiso ser un mendigo por Dios. No es el único en la historia de los santos; también en Roma Benito José Labre quiso vivir como mendigo por Dios. Pero Alejo lo fue en casa propia e irreconocible para los suyos.

(Fuente: mercaba.org)

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