15 de Julio – LUNES –
15ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del libro del Éxodo (1,8-14.22):
En aquellos días, subió al trono en Egipto un Faraón nuevo, que
no había conocido a José, y dijo a su pueblo:
«Mirad,
el pueblo de Israel está siendo más numeroso y fuerte que nosotros; vamos a
vencerlo con astucia, pues si no, cuando se declare la guerra, se aliará con el
enemigo, nos atacará, y después se marchará de nuestra tierra.»
Así,
pues, nombraron capataces que los oprimieron con cargas, en la construcción de
las ciudades granero, Pitom y Ramsés. Pero, cuanto más los oprimían, ellos
crecían y se propagaban más.
Hartos
de los israelitas, los egipcios les impusieron trabajos crueles, y les
amargaron la vida con dura esclavitud: el trabajo del barro, de los ladrillos,
y toda clase de trabajos del campo; les imponían trabajos crueles.
Entonces
el Faraón ordenó a toda su gente:
«Cuando
nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida.»
Palabra
de Dios
Salmo:
123,1-3.4-6.7-8
R/.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
–que lo diga Israel–,
si el Señor no hubiera
estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los
hombres,
nos habrían tragado
vivos:
tanto ardía su ira
contra nosotros. R/.
Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente
hasta el cuello;
nos habrían llegado
hasta el cuello
las aguas espumantes.
Bendito el Señor, que no
nos entregó
en presa a sus dientes. R/.
Hemos salvado la vida,
como un pájaro de la
trampa del cazador;
la trampa se rompió, y
escapamos.
Nuestro auxilio es el
nombre del Señor,
que hizo el cielo y la
tierra. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (10,34–11,1):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«No
penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz,
sino espadas.
He
venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera
con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
El
que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge
su cruz y me sigue no es digno de mí.
El
que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.
El
que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me
ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de
profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo.
El
que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos
pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»
Cuando
Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para
enseñar y predicar en sus ciudades.
Palabra
del Señor
1.
Estamos ante un texto que puede resultar escandaloso. Este texto resulta
desconcertante, quizá escandaloso, incluso "un enunciado insólito"
(U. Luz).
- ¿Qué explicación puede tener que
Jesús haya venido a dividir a las familias y sembrar odios entre los seres más
queridos?
2.
Estas palabras del evangelio de Mateo serán un misterio insoportable
mientras no se tenga claro esto: Jesús es la encarnación de Dios (Jn 1, 14), de
forma que en él se realiza la debilidad de Dios (en forma de
"esclavo": cf. Fil 2, 7) y hasta la "locura de Dios" (1 Cor
1, 25).
Por eso, en sana lógica, hay que afirmar
que Jesús es "la humanización de
Dios", es decir, en Jesús se realiza la plenitud de lo humano.
De forma que el misterio de la
encarnación, antes que la divinización del hombre es la humanización de Dios.
Dios no se encarna en lo inhumano, sino en lo humano.
Por eso decimos que en Jesús se
realiza la plenitud de lo humano.
3.
Si tenemos esto en cuenta, se comprende que el modelo de familia del
tiempo de Jesús era un nudo de leyes, tradiciones, costumbres y usos sociales
que eran una verdadera máquina de
deshumanización. Cosa que, en la actualidad y en muchos casos, sigue
sucediendo.
Porque la familia era (y a veces,
sigue siendo) un espacio social de sometimiento, dominación, dependencias y
esclavitudes.
El padre y patriarca tenía todo el
poder. Los demás estaban obligados a
soportar lo que imponía el padre o los convencionalismos sociales admitidos o
tolerados.
Jesús quiere relaciones humanas que
respeten la igualdad, en dignidad y derechos, en libertad y plenitud de
humanidad.
Todo esto era un nudo de problemas muy
serios en tiempo de Jesús. Y lo sigue siendo hoy. Por eso, si en una familia
entra el Evangelio de verdad, es casi inevitable que se presenten tensiones y
hasta conflictos entre quienes anteponen
sus propios intereses a la igualdad de todos.
San Buenaventura
Memoria de la inhumación de san
Buenaventura, obispo de Albano y doctor de la Iglesia, celebérrimo por su
doctrina, por la santidad de su vida y por las preclaras obras que realizó en
favor de la Iglesia. Como ministro general rigió con gran prudencia la Orden de
los Hermanos Menores, siendo siempre fiel al espíritu de san Francisco y en sus
numerosos escritos unió suma erudición y piedad ardiente. Cuando estaba
prestando un gran servicio al II Concilio Ecuménico de Lyon, mereció pasar a la
visión beatífica de Dios.
Vida de San Buenaventura
Lo único que sabemos acerca de este ilustre hijo de San Francisco
de Asís, por lo que se refiere a sus primeros años, es que nació en Bagnorea,
cerca de Viterbo, en 1221 y que sus padres fueron Juan Fidanza y María Ritella.
Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad de
París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales.
Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el nombre de
"el doctor seráfico", enseñó teología y Sagrada Escritura en la
Universidad de París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy
equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo
lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los
sofismas de las opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el santo
se haya distinguido en la filosofía y teología escolásticas. Buenaventura
ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a su propia santificación, sin
confundir el fin con los medios y sin dejar que degenerara su trabajo en
disipación y vana curiosidad.
La oración, clave de la vida
espiritual
No contento con transformar el estudio en una prolongación de la
plegaria, consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente dicha,
convencido de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque, como lo
enseña San Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus secretos
designios y grabar sus palabras en nuestros corazones.
Tan grande era la pureza e inocencia del santo que su maestro,
Alejandro de Hales, afirmaba que "parecía que no había pecado en
Adán". El rostro de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que
su alma vivía. Como el mismo santo escribió, "el gozo espiritual es la
mejor señal de que la gracia habita en un alma."
El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por
humildad, se abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su alma
ansiaba unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de la gracia. Pero
un milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar tales escrúpulos. Las
actas de canonización lo narran así: "Desde hacía varios días no se
atrevía a acercarse al banquete celestial.
Pero, cierta vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre la
Pasión del Señor, Nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo
que un ángel tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia
consagrada y la depositara en su boca."
A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y
encontró en la santa Comunión una fuente de gozo y de gracias. El santo se
preparó a recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de oración,
pues su gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa altísima
dignidad. La Iglesia recomienda a todos los fieles la oración que el santo
compuso para después de la misa y que comienza así: Transfige, dulcissime
Domine Jesu...
Celo por las almas
Buenaventura se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a
la salvación de sus prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La
energía con que predicaba la palabra de Dios encendía los corazones de sus
oyentes; cada una de sus palabras estaba dictada por un ardiente amor. Durante
los años que, pasó en París, compuso una de sus obras más conocidas, el
"Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo", que constituye
una verdadera suma de teología escolástica. El Papa Sixto IV, refiriéndose a
esa obra, dijo que "la manera como se expresa sobre la teología, indica
que el Espíritu Santo hablaba por su boca."
Víctima de ataques
Los violentos ataques de algunos de los profesores de la
Universidad de París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que
Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a 1a
envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos de los hijos de San
Francisco ya que la santa vida de los frailes resultaba un reproche constante a
la mundana existencia de otros profesores. El líder de los que se oponían a los
franciscanos era Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a San
Buenaventura en una obra titulada "Los peligros de los últimos
tiempos".
Éste tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y
contestó a los ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el
título de "Sobre la pobreza de Cristo." El Papa Alejandro IV nombró a
una comisión de cardenales para que examinasen el asunto en Anagni, con el
resultado de que fue quemado públicamente el libro de Guillermo de Saint Amour,
fueron devueltas sus cátedras a los hijos de San Francisco y fue ordenado el
silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, San Buenaventura y Santo
Tomás de Aquino recibieron juntos el título de doctores.
Sus escritos y anhelo
de la perfección cristiana
San Buenaventura escribió un tratado "Sobre la vida de
perfección", destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis de Francia y
a las Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales
obras místicas son el "Soliloquio" y el tratado "Sobre el triple
camino". Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de San
Buenaventura.
Gerson, el erudito y devoto canciller de la Universidad de París,
escribe a propósito de sus obras: "A mi modo de ver, entre todos los
doctores católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de
Buenaventura) es el que más ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo
el corazón. En particular, el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum están
compuestos con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede
aventajarlos." Y en otro libro, comenta: "Me parece que las obras de
Buenaventura son las más aptas para la instrucción de los fieles, por su
solidez, ortodoxia y espíritu de devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede
de los vanos adornos y no trata de cuestiones de lógica o física ajenas a la
materia. No existe doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la
suya." Estas palabras se aplican, sobre todo, a los tratados espirituales
que reproducen sus meditaciones frecuentes sobre las delicias del cielo y sus
esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de la gloria que a él
le animaba.
Como dice en un escrito, "Dios, todos los espíritus
gloriosos y toda la familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos
a reunirnos con ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan dulce
compañía! Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir con el
deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá vergüenza
al comparecer a la presencia de la corte celestial." Según el santo, la
perfección cristiana, más que en el heroísmo de la vida religiosa, consiste en
hacer bien las acciones más ordinarias.
He aquí sus propias palabras: "La perfección del cristiano
consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas
pequeñas es una virtud heroica". En efecto, tal fidelidad constituye una
constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del
tiempo y de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de la gracia en
el alma. El mejor ejemplo que puede darse de la estima en que San Buenaventura
tenía la fidelidad en las cosas pequeñas, es la anécdota que se cuenta de él y
del Beato Gil de Asís.
Es elegido superior general de
los Franciscanos
En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes
Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años y la orden estaba
desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad inflexible y los
que pedían que se mitigase la regla original; naturalmente, entre esos dos
extremos, se situaban todas las otras interpretaciones. Los más rigoristas, a
los que se conocía con el nombre de "los espirituales", habían caído
en el error y en la desobediencia, con lo cual habían dado armas a los enemigos
de la orden en la Universidad de París. El joven superior general escribió una
carta a todos los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la
regla y la reforma de los relajados, pero sin caer en los excesos de los
espirituales.
El primero de los cinco capítulos generales que presidió San
Buenaventura, se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de
declaraciones de las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia
sobre la vida de la orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A
instancias de los miembros del capítulo, San Buenaventura empezó a escribir la
vida de San Francisco de Asís.
La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba
empapado de las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás de
Aquino, que fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de
escribir la biografía del "Pobrecillo de Asís," le encontró en su
celda sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, Santo Tomás se
retiró, diciendo: "Dejemos a un santo trabajar por otro santo". La
vida escrita por San Buenaventura, titulada "La Leyenda Mayor", es
una obra de gran importancia acerca de la vida de San Francisco, aunque el
autor manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la verdad histórica para
emplearla como testimonio contra los que pedían la mitigación de la regla.
Lo nombran cardenal
San Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante
diecisiete años y se le llama, con razón, el segundo fundador. En 1265, a la
muerte de Godofredo de Ludham, el Papa Clemente IV trató de nombrar a San
Buenaventura arzobispo de York, pero el santo consiguió disuadirle de ello. Sin
embargo, al año siguiente, el Beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de
Albano, le ordenó aceptar el cargo por obediencia y le llamó inmediatamente a
Roma. Los legados pontificios le esperaban con el capelo y las otras insignias
de su dignidad; según se cuenta, fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia
y le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como
Buenaventura tenía las manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo
en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que
terminase su tarea. Sólo entonces San Buenaventura tomó el capelo y fue a
presentar a los legados los honores debidos.
Gregorio X encomendó a San Buenaventura la preparación de los
temas que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión
con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto
la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron
a dicho Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a
él. San Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea.
Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre
la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y
renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos,
el santo inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a
cabo. En acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San
Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y, el credo, se cantaron en latín
y en griego y San Buenaventura predicó en la ceremonia.
Muere el Doctor Seráfico
El Seráfico Doctor murió durante las celebraciones, la noche del
14 al 15 de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar la
unión por la que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que
ciñó más tarde la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el
panegírico de San Buenaventura y dijo en él: "Cuantos conocieron a
Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar
para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable,
cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las
virtudes."
La autoridad al servicio
Se cuenta que, como superior general, fue un día a visitar el
convento Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él, pero
era demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió San
Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la oportunidad que había
perdido y echó correr tras él y le rogó que le escuchase un instante. El santo
accedió inmediatamente y tuvo una larga conversación con él, a la vera del
camino.
Cuando el frailecillo partió de
vuelta al convento, lleno de consuelo, San Buenaventura observó ciertas
muestras de impaciencia entre los miembros de su comitiva y les dijo sonriendo:
"Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que cumplir con mi deber, porque
soy a la vez superior y siervo y ese frailecillo es, a la vez, mi hermano y mi
amo. La regla nos dice: ‘Los superiores deben recibir a los hermanos con
caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen sus siervos, porque los
superiores, son, en verdad, los siervos de todos los hermanos’. Así pues, como
superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la disposición de ese
frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor posible en sus
necesidades".
Tal era el espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando
se le había confiado el cargo de superior general, pronunció estas palabras:
"Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar
coces contra el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de mi falta
de experiencia en los negocios y de la repugnancia que siento por el cargo, no
quiero seguir opuesto al deseo de mi familia religiosa y a la orden del Sumo
Pontífice, porque temo oponerme con ello a la voluntad de Dios. Por
consiguiente, tomaré sobre mis débiles hombros esa carga pesada, demasiado
pesada para mí. Confío en que el cielo me ayudará y cuento con la ayuda que
todos vosotros podéis prestarme". Estas dos citas revelan la sencillez, la
humildad y la caridad que caracterizaban a San Buenaventura. Y, aunque no
hubiese pertenecido a la orden seráfica, habría merecido el título de
"Doctor Seráfico" por las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue
canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588.
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