9 de Julio – MARTES – 14ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del libro del Génesis (32,22-32):
En aquellos días, todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las
dos mujeres, las dos siervas y los once hijos y cruzó el vado de Yaboc; pasó
con ellos el torrente e hizo pasar sus posesiones. Y él quedó solo. Un hombre
luchó con él hasta la aurora; y, viendo que no le podía, le tocó la
articulación del muslo y se la dejó tiesa, mientras peleaba con él.
Dijo:
«Suéltame,
que llega la aurora.»
Respondió:
«No
te soltaré hasta que me bendigas.»
Y
le preguntó:
«¿Cómo
te llamas?»
Contestó:
«Jacob.»
Le
replicó:
«Ya
no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y con hombres
y has podido.»
Jacob,
a su vez, preguntó: «Dime tu nombre.»
Respondió:
«¿Por
qué me preguntas mi nombre?»
Y
le bendijo.
Jacob
llamó aquel lugar Penuel, diciendo:
«He
visto a Dios cara a cara y he quedado vivo.»
Mientras
atravesaba Penuel salía el sol, y él iba cojeando. Por eso los israelitas,
hasta hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido
en dicho tendón del muslo.
Palabra
de Dios
Salmo:
16,1.2-3.6-7.8.15
R/.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi
súplica,
que en mis labios no hay
engaño. R/.
Emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la
rectitud.
Aunque sondees mi
corazón,
visitándolo de noche,
aunque me pruebes al
fuego,
no encontrarás malicia
en mí. R/.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y
escucha mis palabras.
Muestra las maravillas
de tu misericordia,
tú que salvas de los
adversarios,
a quien se refugia a tu
derecha. R/.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas
escóndeme.
Pero yo con mi apelación
vengo a tu presencia,
y al despertar me
saciaré de tu semblante. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (9,32-38):
En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al
demonio, y el mudo habló.
La gente decía admirada:
«Nunca
se ha visto en Israel cosa igual.»
En
cambio, los fariseos decían:
«Éste
echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.»
Jesús
recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el
Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al
ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y
abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces
dijo a sus discípulos:
«Las
mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la
mies que mande trabajadores a su mies.»
Palabra
del Señor
1.
Fue fuerte y quedó el contraste, y hasta la contradicción, que provocó
la
actividad de Jesús. A la gente sencilla, el
"óchlos", los ignorantes de la plebe, los que carecían de formación
religiosa y no eran observantes (Jn 7, 49), esos
precisamente eran los que se entusiasmaban con
lo que hacía Jesús.
Además, decían que nunca habían visto
cosa igual. Sin embargo, los que
pertenecían a la elite de la religión, los fariseos y maestros de la
ley, aseguraban que todo aquello no era sino la manifestación del poder del
príncipe de los demonios.
¿Cómo se puede explicar que una misma
actuación de Jesús provocara reacciones tan opuestas?
2.
Aquí queda patente la fuerza que
tiene, en la vida de los seres humanos,
eso que los estudiosos llaman la hermenéutica,
es decir, la interpretación
que cada cual hace de lo que ve y vive.
Un principio determinante: el
"desde
dónde" cada cual ve la vida determina
"lo que ve" en la vida.
No se ve la vida de la misma manera
desde un palacio que desde una chabola.
No se ve la vida lo mismo desde lo
alto de un monte que desde lo profundo de un
barranco.
No se ve la vida lo mismo desde la
religión que desde la sociedad secular.
El "desde dónde" se ven las
cosas genera "intereses", los llamados "intereses rectores del
conocimiento" (J. Habermas), que
son los que nos hacen ver lo que valoramos y despreciar lo que no nos interesa.
Así somos los seres humanos.
3.
Jesús sentía compasión por la pobre gente. A la que veía como corderos desamparados y
perdidos, sin pastor.
Jesús los veía así porque compartió la
vida con ellos. Desde el Templo de Jerusalén no se podían ver las cosas igual.
Ni se podía sentir la compasión que sentía Jesús. De ahí que la pregunta, a la
que nos enfrenta este evangelio, es muy clara y muy fuerte:
- ¿Qué es lo que conmueve mis entrañas
cuando veo las imágenes del hambre en África, de la violencia en Asia, de la
opulencia en USA o de la crisis en Europa?
San Nicolás Pieck y compañeros
San Nicolás Pieck o Pick junto
con otros diez franciscanos del convento de la pequeña ciudad holandesa de
Gorcum, junto con otros ocho sacerdotes y religiosos, fueron martirizados por
los calvinistas en Brielle por negarse a apostatar de la fe y, en especial, a
retirar su obediencia al Papa.
Vida de San Nicolás Pieck y
compañeros
La primera página de la historia de la nacionalidad holandesa
está manchada de sangre. Hoy quisieran borrarla todos los holandeses, aun los
protestantes más reaccionarios. Fueron jornadas inexplicables en un pueblo que
pasa como prototipo de cordura y de sentido de tolerancia.
Para comprender lo que entonces sucedió precisa trasladarse al
clima político y religioso, también social, de los Países Bajos de la segunda
mitad del siglo XVI, ricos y superpoblados, invadidos por los predicantes
calvinistas y alzados en guerra sin cuartel contra el dominio español.
El año 1566, con la aparición en escena del partido de los gueux
o «mendigos», señala el comienzo de una serie de devastaciones iconoclastas en
todo el Flandes español, no sin connivencia de la nobleza. Felipe II envía al
duque de Alba. La sola presencia del gran estratega, alma recta y mano dura,
impone el orden y el silencio. Silencio rencoroso, precursor de las grandes
catástrofes. Guillermo de Nassau saca partido de la situación para levantar la
bandera de la independencia. El de Alba le derrota en todos los frentes. Pero
allí queda la pesadilla de los «mendigos del mar», guarecidos en las islas que
ciñen la costa. Gente desgarrada, rebotada de todos los países, sin otro
vínculo que el odio a los papistas y la sed del pillaje. Desde 1571 los manda
el conde de la Marck, que ha jurado no raparse la barba ni cortarse las uñas
hasta el día en que haya vengado, en los sacerdotes y religiosos, la muerte de
los condes de Egmont y de Hornes, ajusticiados por los españoles. Un golpe
audaz le ha puesto en posesión de la importante plaza fuerte de Brielle, en la
desembocadura del Mosa. Iglesias y conventos son saqueados, quemadas las
imágenes, asesinados con crueldad refinada los eclesiásticos que no logran
ponerse a salvo.
El 25 de junio de 1572 una flotilla, mandada por el capitán
Marino Brant, atacaba la pequeña ciudad de Gorkum. Las fuerzas fieles al rey
hubieron de hacerse fuertes en la ciudadela, donde fueron a refugiarse todos
los sacerdotes y religiosos. Pertenecían al clero secular el párroco Leonardo
Vechel, su coadjutor Nicolás Janssen y un anciano de setenta años, por nombre
Godofredo van Duynen. Los dos primeros, en la plenitud de sus fuerzas y de su
celo pastoral, intrépidos defensores de su grey y llenos de caridad con los
pobres. El anciano vivía retirado en su casa de Gorkum, debido al trastorno de
sus facultades mentales, que no le impedía ejercer las funciones sacerdotales
ni llevar una intensa vida interior.
El grupo más importante de los refugiados estaba formado por
trece franciscanos de la Observancia, que componían, con algunos más, la
comunidad existente en la ciudad. Gobernábala como guardián un religioso de
dotes excepcionales, el padre Nicolás Pieck, joven de treinta y ocho años, en
cuyo semblante se espejaban a la par la penetración de la mente y la limpidez
serena del espíritu. Era su vicario el padre Jerónimo de Weert, de trato
agradable y ejemplar en la guarda de sus obligaciones religiosas. Venían
después los padres Nicasio de Heeze, eximio director de almas; Teodoro van der
Eem, anciano de setenta años que desempeñaba la capellanía del monasterio de
religiosas de la Tercera Orden; Willehald de Dinamarca, venerable y austero
nonagenario, expulsado de su patria por la persecución protestante; Godofredo
de Melveren, asiduo apóstol del confesonario; Antonio de Weer, Antonio de
Hoornaert, el recién ordenado Francisco van Rooy, y un padre Guillermo, que
constituía la nota discordante del cuadro, pues tenía contristada a la
comunidad con su conducta poco regulada. Completaban la comunidad los hermanos
legos fray Pedro de Assche, fray Cornelio de Wyk-by-Duurnstende y el novicio de
dieciocho años fray Enrique.
Había también un religioso agustino, el padre Juan de Oosterwyk,
capellán del segundo monasterio de religiosas de Gorkum. Las dos comunidades
femeninas habían sido puestas a salvo con anterioridad.
Asimismo, habían dejado la ciudad a tiempo los canónigos del
Cabildo, a excepción del doctor Pontus van Huyter, administrador de los bienes
capitulares. Se hallaba con los demás en el castillo.
En la noche del 27 de junio la guarnición tuvo que capitular.
Brant juró respetar la vida y la libertad de todos los defensores y refugiados.
Pero ¿podía confiarse en la palabra de aquella gente? Como primera precaución
todos se confesaron y se aprestaron con el Pan de los fuertes para la
inmolación.
Las escenas que siguieron vinieron a confirmar plenamente los
presentimientos. Primero el saqueo general. Después el despojo de los detenidos
uno a uno. Los gueux querían dinero, y como los franciscanos, fieles
cumplidores de su regla, no lo llevaban, fueron maltratados sin piedad. El
hallazgo de los cálices y demás vasos sagrados, ocultados en la torre, dio pie
para una orgía sacrílega. Durante ocho días tuvieron que soportar cuantas
burlas y crueldades es capaz de inventar una soldadesca ebria: parodias
litúrgicas, simulacros de ejecución, torturas inauditas. Al padre Pieck le
suspendieron con su propio cordón; éste se rompió, y el guardián cayó al suelo
sin sentido. Los verdugos, para comprobar si había muerto, aplicáronle una
llama a los oídos, a la nariz y en el interior de la boca.
Para curarle fue preciso llamar un cirujano, que resultó ser su
propio cuñado, ardid de que se sirvieron los familiares para ver de libertarlo,
como ya se había conseguido con otros dos sacerdotes. El padre Pieck, en
efecto, era natural de Gorkum, donde tenía parientes y amigos de influencia.
Merced a ellos tuvo desde el primer momento la libertad en su mano. Su
respuesta, sin embargo, lo mismo ante el cirujano que ante sus dos hermanos,
ladeados ya hacia la herejía y empeñados hasta el trance final en doblegarle
con ruegos, persuasiones y amenazas, fue invariablemente la del superior fiel a
su puesto: -No aceptaré la libertad si no es juntamente con mis religiosos.
El 7 de julio eran conducidos a Brielle. Los reclamaba el conde
de la Marck desde su cuartel general. Y el emisario de confianza fue el
canónigo apóstata Juan de Omal, auténtica estampa de renegado. Las befas y
malos tratos se multiplicaron durante el trayecto y a la llegada al puerto de
Brielle. Medio desnudos y atados de dos en dos fueron conducidos a la ciudad,
entre los insultos soeces del populacho, y obligados a parodiar una procesión.
El canto escogido por los confesores de la fe fue el Te Deum.
En la inmunda cárcel donde fueron hacinados hallaron a los
párrocos Andrés Wouters y Andrés Bonders. Aquel mismo día se les unieron dos
religiosos premonstratenses: Jacobo Lacops, que seis años antes había dado el
escándalo de hacerse pastor protestante, pero lo había reparado con una vida
ejemplar, y Adrián de Hilvarenbeek. Sumaban en total veintitrés los
prisioneros.
Era demasiado hermoso. El conde de la Marck y su satélite Juan de
Omal buscaban la apostasía. Y se iniciaron taimados interrogatorios,
proposiciones, disputas sobre puntos de fe. Fue conmovedora la respuesta en que
se cerró el lego fray Cornelio, ante las capciosas argumentaciones: -Yo creo
todo lo que cree mi superior.
Hubo defecciones dolorosas. Pontus van Huyter y Andrés Bonders
lograron la libertad claudicando. El guardián hubo de sufrir el ataque supremo
de los suyos: ¡qué le costaba lograr que sus religiosos, sin negar ningún
artículo de la fe, retiraran la obediencia al Papa, al menos fingidamente!
A la una de la mañana del día 9 fue la ejecución. Pieck subió el
primero a la horca, sin dejar de animar a los demás. Ante el patíbulo hubo aún
otras dos deserciones: la del padre Guillermo, tibio hasta el final, y la del
novicio imberbe fray Enrique. Los demás afrontaron la muerte con serenidad,
resistiendo hasta el final las insinuaciones de los ministros calvinistas.
Los diecinueve fueron
canonizados por Pío IX el 29 de junio de 1867.
Los pormenores del martirio, con las noticias concernientes a
cada uno de los santos, constan día a día por las fuentes más veraces que
pudieran desearse. El escritor Pontus van Huyter lavó la mancha de su defección
escribiendo más tarde el relato verificado de cuanto había presenciado. Hay
otros relatos contemporáneos, basados en testigos oculares, entre éstos el
mismo novicio fray Enrique, que hizo penitencia, ingresando de nuevo en la
Orden. La obra fundamental es la de V. G. Estius (Van Est), Historia Martyrum
Gorcomiensium (Douai 1603). El autor conoció personalmente a casi todos los
mártires y se informó diligentemente. Modernamente ha hecho el estudio
definitivo, en la colección «Les Saints», H. Meuffels, C.M., Les Martyrs de
Gorcum (París 1908).
(por Lázaro Iriarte, o.f.m.cap.)
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