4 de Julio – JUEVES –
13ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura del libro del Génesis (22,1-19):
En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán llamándole:
«¡Abrahán!»
Él
respondió:
«Aquí
me tienes.»
Dios
le dijo:
«Toma
a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo
allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré.»
Abrahán
madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac;
cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que le había indicado
Dios. El tercer día levantó Abrahán los ojos y descubrió el sitio de lejos.
Y Abrahán dijo a sus
criados:
«Quedaos
aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después
volveremos con vosotros.»
Abrahán
tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el
fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.
Isaac
dijo a Abrahán, su padre: «Padre.»
Él
respondió:
«Aquí
estoy, hijo mío.»
El
muchacho dijo:
«Tenemos
fuego y leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio?»
Abrahán
contestó:
«Dios
proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.»
Y
siguieron caminando juntos. Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios,
Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo
puso sobre el altar, encima de la leña.
Entonces
Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le
gritó desde el cielo:
«¡Abrahán,
Abrahán!»
Él
contestó:
«Aquí
me tienes.»
El
ángel le ordenó:
«No
alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios,
porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.»
Abrahán
levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en una maleza. Se
acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. Abrahán
llamó a aquel sitio
«El
Señor ve», por lo que se dice aún hoy «El monte del Señor ve.»
El
ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:
«Juro
por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte
reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como
las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes
conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo
se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»
Abrahán
volvió a sus criados, y juntos se pusieron en camino hacia Berseba. Abrahán se
quedó a vivir en Berseba.
Palabra
de Dios
Salmo:
114
R/.
Caminaré en presencia del Señor
en
el país de la vida
Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia
mí
el día que lo invoco. R/.
Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos
del abismo,
caí en tristeza y
angustia.
Invoqué el nombre del
Señor:
«Señor, salva mi vida.» R/.
El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es
compasivo;
el Señor guarda a los
sencillos:
estando yo sin fuerzas,
me salvó. R/.
Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las
lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia
del Señor
en el país de la vida. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (9,1-8):
En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla
y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla.
Viendo
la fe que tenían, dijo al paralítico:
«¡Ánimo,
hijo!, tus pecados están perdonados.»
Algunos
de los escribas se dijeron:
«Éste
blasfema.»
Jesús,
sabiendo lo que pensaban, les dijo:
«¿Por
qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados están perdonados”, o
decir: “Levántate y anda”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene
potestad en la tierra para perdonar pecados –dijo dirigiéndose al paralítico–:
Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa.»
Se
puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y
alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.
Palabra
del Señor
1.
Por supuesto, este relato da cuenta de una curación prodigiosa que
realizó
Jesús con un impedido, que, por su enfermedad, estaba reducido a la dependencia
total de quienes querían llevarlo o traerlo y ayudarle en todo. Una vez más, la bondad de Jesús libera a aquel
hombre de sus penalidades y sufrimientos.
Pero Jesús va indeciblemente más lejos. Porque, no solo le devuelve al
hombre la salud perdida, sino que, además de eso, le da una dignidad de la que
se veía privado. ¿Por qué?
2.
En la cultura de Israel, tan profundamente marcada por las creencias
religiosas, se asociaba la enfermedad con el pecado. De forma que quien estaba enfermo, por eso
mismo, era considerado como un pecador (él o su familia), es decir, como mala
persona o mala gente.
La enfermedad era un castigo divino.
Así de cruel suele ser la religión (cf. Jn 9,
2; Mt 4, 23-25; 1 Cor 11, 30). Por eso
Jesús, sin esperar a que el enfermo se lo
pidiera, ni que expresara arrepentimiento o confesión de sus pecados, lo
perdona de todo, con escándalo de los letrados, que hasta llegan a pensar de
Jesús que era un blasfemo.
Jesús, por tanto, sana a la persona entera. Le
devuelve su salud y su dignidad.
3.
Este hecho nos lleva derechamente
al problema del perdón de los pecados en la Iglesia. Es evidente que,
tal como el clero ejerce el poder de perdonar los pecados, ese poder se
convierte en una forma de dominio sobre la privacidad y la intimidad del ser
humano. Un poder que toca donde nada ni nadie puede tocar. Y bien sabemos el
tormento que esto es para muchas personas.
Lo que se traduce en el abandono masivo del sacramento de la penitencia.
Es verdad que, a mucha gente le sirve de
alivio el poder desahogarse de problemas íntimos que son preocupantes.
Como desahogo, eso es bueno.
Como obligación, que condiciona el
perdón, eso es insufrible.
Por eso es importante saber esto: lo
que dice el concilio de Trento (Ses. 14, cap. V) sobre la confesión de los
pecados, necesita dos aclaraciones:
1)
No es verdad que el Señor instituyera la confesión íntegra de los
pecados; eso no consta en ninguna parte.
2) Jesucristo no ordenó
sacerdotes "como presidentes y
jueces", ni siquiera
"a modo de" (ad instar) presidentes
y jueces (DH 1679).
Por tanto, en la Iglesia debe prevalecer la
posibilidad real de que cada cual le pida perdón a Dios y pacifique su
conciencia como más le ayude. Quizá la
forma más adecuada es la que ya estableció el papa Pablo VI mediante la penitencia
comunitaria.
Santa Isabel de Portugal
Santa Isabel, reina de Portugal,
admirable por su desvelo en con seguir que hiciesen las paces reyes enfrentados
y por su caridad en favor de los pobres. Muerto su esposo, el rey Dionisio,
abrazó la vida religiosa en el monasterio de monjas de la Tercera Orden de
Santa Clara de Estremoz, en Portugal, que ella misma había fundado, y en este
mismo monasterio murió, cuando se ocupaba en conseguir la reconciliación de un
hijo y un nieto suyos enfrentados.
Vida de Santa Isabel de Portugal
Nacida en Aragón, España en 1271, santa Isabel es la hija del rey
Pedro III de ese reino y nieta del rey Jaime el Conquistador, biznieta del
emperador Federico II de Alemania. Le pusieron Isabel en honor a su tía abuela,
Santa Isabel de Hungría.
Su formación fue formidable y ya desde muy pequeña tenía una
notable piedad. Le enseñaron que, para ser verdaderamente buena debía unir a su
oración, la mortificación de sus gustos y caprichos. Conocía desde pequeña la
frase: "Tanta mayor libertad de espíritu tendrás cuando menos deseos de
cosas inútiles o dañosas tengas". Se esmeró por ordenar su vida en el amor
a Dios y al prójimo, disciplinando sus hábitos de vida. No comía nada entre
horas.
La casaron cuando tenía 12 años con el rey Dionisio de Portugal.
Esta fue la gran cruz de Santa Isabel ya que era un hombre de poca moral, siendo
violento e infiel. Pero ella supo llevar heroicamente esta prueba. Oraba y
hacía sacrificios por él. Lo trataba siempre con bondad. Tuvo dos hijos:
Alfonso, futuro rey de Portugal y Constancia, futura reina de Castilla. Santa
Isabel llegó hasta educar los hijos naturales de su esposo con otras mujeres.
El rey por su parte la admiraba y le permitía hasta cierto punto
su vida de cristiana auténtica. Ella se levantaba muy temprano y leía 6 salmos,
asistía a la Santa Misa y se dedicaba a regir las labores del palacio. En su
tiempo libre se reunía con otras damas para confeccionar ropas para los pobres.
Las tardes las dedicaba a visitar ancianos y enfermos.
Hizo construir albergues, un hospital para los pobres, una
escuela gratuita, una casa para mujeres arrepentidas de la mala vida y un
hospicio para niños abandonados. También construyó conventos y otras obras para
el bien del pueblo. Prestaba sus bellos vestidos y hasta una corona para la
boda de jóvenes pobres.
Santa Isabel frecuentemente distribuía Monedas del Tesoro Real a
los pobres para que pudieran comprar el pan de cada día. En una ocasión, el Rey
Dionisio, sospechando de sus actos, comenzó a espiarla. Cuando la Reina comenzó
a distribuir monedas entre los pobres, el rey lo observó y enfurecido fue a
reclamarle. Pero el Señor intervino, de manera que, cuando el rey le ordenó que
le enseñara lo que estaba dando a los pobres, las monedas de oro se
convirtieron en rosas.
Forjadora de la paz
El hijo de Isabel, Alfonso, tenía como su padre un carácter
violento. Se llenaba de ira por la preferencia que su padre demostraba por sus
hijos naturales. En dos ocasiones promovió la guerra civil contra su padre.
Isabel hizo todo lo posible por la reconciliación. En una ocasión se fue en
peregrinación hasta Santarém lugar del Milagro Eucarístico, y vestida de
penitente imploró al Señor por la paz.
Llegó hasta presentarse en el campo de batalla y, cuando los
ejércitos de su esposo y su hijo se disponían a la guerra, la reina se
arrodillaba entre ellos y de rodillas ante su esposo e hijo, les pedía que se
reconciliasen.
Se conservan algunas de sus cartas las cuales reflejan el calibre
evangélico y la audacia de nuestra santa.
A su esposo: "Como una loba enfurecida a la cual le van a
matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey se lancen contra
nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen a mí
las armas de los ejércitos de mi hijo, antes de que ellos disparen contra los
seguidores de su padre".
A su hijo: "Por Santa María Virgen, te pido que hagas las
paces con tu padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y
destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las armas, arreglaremos los
problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los
conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los reclamos del
hijo sean atendidos, pero por favor recuerda que tienes deberes gravísimos con
tu padre como hijo, y como súbito con el rey".
Consiguió la paz en más de una ocasión y su esposo murió
arrepentido, sin duda por las oraciones de su santa esposa.
Entra en el convento de las
Clarisas después de enviudar
Por el amor tan grande que Santa Isabel le tenía a la Eucaristía,
se dedicó a estudiar la vida de los santos más notables por su amor a la
Eucaristía, en especial Santa Clara. Después de enviudar, Santa Isabel se
despojó de todas sus riquezas. Emprendió un peregrinaje a Santiago de
Compostela, donde le entregó la corona al Arzobispo para recibir el hábito de
las Clarisas como terciaria. El Arzobispo fue tan movido por este acto de la
santa, que él le entregó su callado pastoral para que la ayudara en su regreso
a Portugal.
Vivió los últimos años en el convento, dedicada a la adoración
Eucarística.
Cuando estalló la guerra entre su hijo y su yerno, el rey de
Castilla, Santa Isabel, a pesar de su ancianidad, emprendió un larguísimo viaje
por caminos muy peligrosos y logró la paz. Sin embargo, el viaje le costó la
vida. Al sentir próxima la muerte pidió que la llevasen al convento de las
Clarisas que ella misma había fundado. Allí murió invocando a la Virgen
Santísima el 4 de julio de 1336.
Dios bendijo su sepulcro con milagros. Su cuerpo se puede venerar
en el convento de las Clarisas en Coimbra.
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