22 de Julio – LUNES – 16ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Santa María Magdalena
Lectura
del libro del Cantar de los Cantares (3,1-4a):
Así dice la esposa:
«En mi
cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré.
Me
levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi
alma; lo busqué y no lo encontré.
Me han
encontrado los guardias que rondan por la ciudad:
"¿Visteis
al amor de mi alma?"
Pero,
apenas los pasé, encontré al amor de mi alma.»
Palabra
de Dios
Salmo:
62,2.3-4.5-6.8-9
R/.
Mi alma está sedienta de ti, mi Dios
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca,
agostada, sin agua. R/.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu
gloria!
Tu gracia vale más que la
vida,
te alabarán mis labios. R/.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos
invocándote.
Me saciaré como de enjundia
y de manteca,
y mis labios te alabarán
jubilosos. R/.
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas
canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene. R/.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 5, 14-17
Hermanos:
El amor de Cristo nos apremia, al
considerar que, si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto. Y él
murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino
para aquel que murió y resucitó por ellos.
Por eso nosotros, de ahora en adelante, ya
no conocemos a nadie con criterios puramente humanos; y si conocimos a Cristo
de esa manera, ya no lo conocemos más así.
El que vive en Cristo es una nueva
criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.
Palabra
de Dios.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (20,1.11-18):
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al
amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Fuera,
junto al sepulcro, estaba María, llorando.
Mientras
lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados,
uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos
le preguntan:
«Mujer,
¿por qué lloras?»
Ella
les contesta:
«Porque
se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Dicho
esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús
le dice:
«Mujer,
¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella,
tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor,
si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús
le dice:
«¡María!»
Ella se
vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús
le dice:
«Suéltame,
que todavía no he subido al Padre.
Anda,
ve a mis hermanos y diles:
"Subo
al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."»
María
Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He
visto al Señor y ha dicho esto.»
Palabra
del Señor
1. Hay
realidades que nos acompañan durante todo el año, pero no siempre se perciben igual;
en determinados momentos se hacen especialmente visibles, aunque estén siempre
ahí. Algo de eso pasa con los santos, con aquellos hermanos y hermanas que han
recorrido ya el camino de la fe y, tras hacer suyo el Evangelio, comparten la
gloria del Padre. Siempre están ahí, caminando a nuestro lado y velando por
nosotros, aunque haya fechas del año en que tomemos conciencia de su presencia
de un modo singular.
2. En
este año litúrgico 2019 esta semana (la decimosexta del tiempo ordinario) se
presenta llena de santos y además (¡que me perdonen otros!) de santos de
primera. Nuestra lectura continua de la Palabra se va a ver interrumpida, y
hasta quizá algún día oigamos proclamar lecturas que no esperamos, pero la
incomodidad merece la pena.
Este Año de la Fe es una buena ocasión
para profundizar en el lugar de los santos en nuestra vida. Una lectura
afectuosa de la constitución Lumen gentium puede ayudarnos: en estos discípulos
del Señor en que el Padre nos revela su
rostro y muestra caminos seguros que llevan a él. Nosotros, peregrinos, podemos
acogernos a su intercesión, protección y socorro. Si la presencia del Espíritu
nos garantiza que nunca caminamos solos, la cercanía de los santos lo confirma
claramente. La Eucaristía es, además, el lugar por excelencia para que, junto a
María, nos encontremos con ellos.
3. Y
para iniciar la semana nuestra primera compañera es ni más ni menos María
Magdalena, llamada apóstol de los apóstoles. Las dos lecturas de la eucaristía
insisten en el amor; el Cantar de los Cantares resalta sobre todo la búsqueda
apasionada de la que dan fe el salmo y el texto evangélico. También las
oraciones de la liturgia nos invitan a fijarnos en la “gran ofrenda de amor” de
“la que se entregó a Jesús para siempre”:
María, contágianos tu amor por Jesús.
Enséñanos a buscarle sin desfallecer, a no dejar jamás de anunciarle y de
transmitir la alegría que Él siembra entre nosotros.
Magdalena, ayúdanos a no despreciar
nunca a nadie. Y mucho menos a los que parecen amar con exceso.
Santa María Magdalena
Santa María Magdalena, que,
liberada por el Señor de siete demonios y convertida en su discípula, le siguió
hasta el monte Calvario y mereció ser la primera que vio al Señor resucitado en
la mañana de Pascua y la que se lo comunicó a los demás discípulos (s. I).
Breve Biografía
Hoy celebramos a Santa María Magdalena, debemos referirnos a tres
personajes bíblicos, que algunos identifican en una sola persona: María
Magdalena, María la hermana de Lázaro y Marta, y la pecadora anónima que unge
los pies de Jesús.
Tres personajes para una historia
María Magdalena, así, con su nombre completo, aparece en varias escenas
evangélicas. Ocupa el primer lugar entre las mujeres que acompañan a Jesús (Mt
27, 56; Mc 15, 47; Lc 8, 2); está presente durante la Pasión (Mc 15, 40) y al
pie de la cruz con la Madre de Jesús (Jn 19, 25); observa cómo sepultan al
Señor (Mc 15, 47); llega antes que Pedro y que Juan al sepulcro, en la mañana
de la Pascua (Jn 20, 1-2); es la primera a quien se aparece Jesús resucitado
(Mt 28, 1-10; Mc 16, 9; Jn 20, 14), aunque no lo reconoce y lo confunde con el
hortelano (Jn 20, 15); es enviada a ser apóstol de los apóstoles (Jn 20, 18).
Tanto Marcos como Lucas nos informan que Jesús había expulsado de ella «siete
demonios». (Lc 8, 2; Mc 16, 9)
María de Betania es la hermana de Marta y de Lázaro; aparece en el
episodio de la resurrección de su hermano (Jn 11); derrama perfume sobre el
Señor y le seca los pies con sus cabellos (Jn 11, 1; 12, 3); escucha al Señor
sentada a sus pies y se lleva «la mejor parte» (Lc 10, 38-42) mientras su
hermana trabaja.
Finalmente, hay un tercer personaje, la pecadora anónima que unge los
pies de Jesús (Lc 7, 36-50) en casa de Simón el Fariseo.
Dos en una, tres en una
No era difícil, leyendo todos estos fragmentos, establecer una
relación entre la unción de la pecadora y la de María de Betania, es decir,
suponer que se trata de una misma unción (aunque las circunstancias difieren),
y por lo tanto de una misma persona.
Por otra parte, los «siete demonios» de Magdalena podían significar
un grave pecado del que Jesús la habría liberado. No hay que olvidar que Lucas
presenta a María Magdalena (Lc 8, 1-2) a renglón seguido del relato de la
pecadora arrepentida y perdonada (Lc 7, 36-50).
San Juan, al presentar a los tres hermanos de Betania (Marta, María y
Lázaro), dice que «María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los
pies con sus cabellos». El lector atento piensa: "Conozco a este
personaje: es la pecadora de Lucas 7". Además, en el mismo evangelio de
Lucas, inmediatamente después del episodio de la unción, se nos presenta a
María Magdalena, de la que habían salido «siete demonios». El lector ratifica
su impresión: "María Magdalena es la pecadora que ungió a Jesús". Y
por último, en el mismo evangelio de San Lucas, pocos capítulos después (Lc
10), María, hermana de Marta, aparece escuchando al Señor sentada a sus pies.
El lector concluye: "María Magdalena y esta María son una misma persona,
la pecadora penitente y perdonada, que Juan también menciona por su nombre
aclarándonos que vivía en Betania".
Pero esta conclusión no es necesaria porque: no hay por qué
relacionar a Juan con Lucas; los relatos difieren en varios detalles. Así, por
ejemplo, la unción, según Lucas, tiene lugar en casa de Simón el Fariseo; su
relato hace explícita referencia a los pecados de la mujer que unge a Jesús.
Pero Mateo, Marcos y Juan, por su parte, hablan de la unción en Betania en casa
de un tal Simón (Juan no aclara el nombre del dueño de casa, sólo señala que
Marta servía y que Lázaro estaba presente), y mencionan el gesto hipócrita de
Judas en relación con el precio del perfume, sin sugerir que la mujer fuese una
pecadora. Sólo Juan nos ofrece el nombre de la mujer, que los demás no
mencionan.
Los «siete demonios» no significan un gran número de pecados, sino
-como lo aclara allí mismo Lucas- «espíritus malignos y enfermedades»; este
significado es más conforme con el uso habitual en los evangelios.
Dos teorías
Los argumentos a favor de la identificación de los tres personajes,
como vemos, son débiles. Sin embargo, tal identificación cuenta a su favor con
una larga tradición, como se ha mencionado. Hay que decir también que los
argumentos a favor de la distinción entre las tres mujeres tampoco son
totalmente concluyentes. Es decir que ambas teorías cuentan con razones a favor
y en contra, y de hecho, a lo largo de la historia, ambas interpretaciones han
sido sostenidas por los exégetas: así, por ejemplo, los latinos estuvieron
siempre más de acuerdo en identificar a las tres mujeres, y los griegos en
distinguirlas.
Una respuesta "oficial"
A pesar de que ambas posturas cuentan con argumentos, hoy en día la
Iglesia Católica se ha inclinado claramente por la distinción entre las tres
mujeres. Concretamente, en los textos litúrgicos, ya no se hace ninguna
referencia -como sí ocurría antes del Concilio- a los pecados de María
Magdalena o a su condición de "penitente", ni a las demás
características que le provendrían de ser también María de Betania, hermana de
Lázaro y de Marta. En efecto, la Iglesia ha considerado oportuno atenerse sólo
a los datos seguros que ofrece el evangelio.
Por ello, actualmente se considera que la identificación entre
Magdalena, la pecadora y María es más bien una confusión "sin ningún
fundamento", como dice la nota al pie en Lc 7, 37 de "El Libro del
Pueblo de Dios". No hay dudas de que la Iglesia, a través de su Liturgia,
ha optado por la distinción entre la Magdalena, María de Betania y la pecadora,
de modo que hoy podemos asegurar que María Magdalena, por lo que nos cuenta la
Escritura y por lo que nos afirma la Liturgia, no fue "pecadora
pública", "adúltera" ni "prostituta", sino sólo
seguidora de Cristo, de cuyo amor ardiente fue contagiada, para anunciar el
gozo pascual a los mismos Apóstoles.
La liturgia de su fiesta
Los textos bíblicos que se proclaman en su Memoria (que se celebra el
22 de julio) hablan de la búsqueda del «amado de mi alma» (Cant 3, 1-4a) o de
la muerte y resurrección de Jesús como misterio de amor que nos apremia a vivir
para «Aquel que murió y resucitó» por nosotros (2 Cor 5, 14-17). Ell evangelio
que se proclama en la Misa es Jn 20, 1-2.11-18, es decir, el relato pascual en
que Magdalena aparece como primera testigo de la Resurrección de Jesús, lo
proclama «¡Maestro!» y va a anunciar a todos que ha visto al Señor. Como se ve,
ninguna alusión a sus pecados ni a su supuesta identificación con María de
Betania. Sólo pervive de esta supuesta identificación el hecho de que la
Memoria litúrgica de Santa Marta se celebra justamente en la Octava de Santa
Magdalena, es decir, una semana después, el 29 de julio. Santa María de Betania
aún no tiene fiesta propia en el Calendario Litúrgico oficial.
Los textos eucológicos de la Misa de la Memoria de Santa María
Magdalena nos dicen, por su parte, que a ella el Hijo de Dios le «confió, antes
que a nadie... la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual» (Oración
Colecta). Magdalena es aquella «cuya ofrenda de amor aceptó con tanta
misericordia tu Hijo Jesucristo» (Oración sobre las Ofrendas) y es modelo de
«aquel amor que [la] impulsó a entregarse por siempre a Cristo» (Oración
Postcomunión).
En la Liturgia de las Horas ocurre otro tanto, ya que los nuevos
himnos compuestos después de la reforma litúrgica (Aurora surgit lúcida para
Laudes y Mágdalæ sidus para Vísperas) hacen hincapié en los mismos aspectos:
María Magdalena como testigo privilegiado de la Resurrección, primera en
anunciar a Cristo resucitado, y fiel e intrépida seguidora de su Maestro. Algo
similar se verifica en los demás elementos del Oficio Divino, en los que -nuevamente-
no hay alusión ninguna a los supuestos pecados de la Magdalena ni a su
condición de hermana de Marta y Lázaro.
Como claro contraste, cabe señalar que, en la liturgia previa al
Concilio, la Memoria del 22 de julio se llamaba «Santa María Magdalena, penitente»,
y abundaban las referencias a su pecado perdonado por Jesús y a su condición de
hermana de Lázaro. El evangelio que se proclamaba era justamente Lc 7, 36-50,
es decir, la unción de Jesús a cargo de «una mujer pecadora que había en la
ciudad»: "in civitate peccatrix".
Finalmente, mencionemos que el culto a Santa María Magdalena es muy
antiguo, ya que la Iglesia siempre veneró de modo especial a los personajes
evangélicos más cercanos a Jesús. La fecha del 22 de julio como su fiesta ya
existía antes del siglo X en Oriente, pero en Occidente su culto no se difundió
hasta el siglo XII, reuniendo en una sola persona a las tres mujeres que los
Orientales consideraban distintas y veneraban en diversas fechas. A partir de
la Contrarreforma, el culto a María Magdalena, "pecadora perdonada",
adquiere aún más fuerza.
La leyenda oriental señala que después de la Ascensión habría vivido
en Éfeso, con María y San Juan; allí habría muerto y sus reliquias habrían sido
trasladadas a Constantinopla a fines del siglo IX y depositadas en el
monasterio de San Lázaro.
Otra tradición -que prevalece en Occidente- cuenta que los tres
"hermanos" (Marta, María "Magdalena" y Lázaro) viajaron a
Marsella (en un barco sin velas y sin timón). Allí, en la Provenza, los tres
convirtieron a una multitud; luego Magdalena se retiró por treinta años a una
gruta (del "Santo Bálsamo") a hacer penitencia. Magdalena muere en
Aix-en-Provence, adonde los ángeles la habían llevado para su última comunión,
que le da San Máximo. Diversos avatares sufren sus reliquias y su sepulcro a lo
largo de los siglos.
Estas leyendas, naturalmente, no tienen ningún fundamento histórico
y, como otras tantas, fueron forjadas en la Edad Media para explicar y
autentificar la presencia, en una iglesia del lugar, de las supuestas reliquias
de Magdalena, meta de innumerables peregrinajes.
Finalmente, cabe consignar que el apelativo "Magdalena"
significa "de Magdala", ciudad que ha sido identificada con la actual
Taricheai, al norte de Tiberíades, junto al lago de Galilea.
Oración
María Magdalena, te
pido me ayudes a reconocer a Cristo en mi vida evitando las ocasiones de
pecado. Ayúdame a lograr una verdadera conversión de corazón para que pueda
demostrar con obras, mi amor a Dios.
Amén.
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