lunes, 18 de enero de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 20 DE ENERO – MIERCOLES – 2ª – SEMANA DEL T.O. – B – SAN SEBASTIAN

 


 

20 DE ENERO – MIERCOLES –

2ª – SEMANA DEL T.O. – B –

SAN SEBASTIAN

 

Lectura de la carta a los Hebreos (7,1-3.15-17):

 

MELQUISEDEC, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, salió al encuentro de Abrahán cuando este regresaba de derrotar a los reyes, lo bendijo y recibió de Abrahán el diezmo del botín.

Su nombre significa, en primer lugar, Rey de Justicia, y, después, Rey de Salén, es decir, Rey de Paz.

Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida.

En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, es sacerdote perpetuamente.

Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que no ha llegado a serlo en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida imperecedera; pues está atestiguado:

«Tú eres sacerdote para siempre

según el rito de Melquisedec».

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 109,1.2.3.4

 

R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec

 

V/. Oráculo del Señor a mi Señor:

«Siéntate a mi derecha,

y haré de tus enemigos

estrado de tus pies». R/.

 

V/. Desde Sión extenderá el Señor

el poder de tu cetro:

somete en la batalla a tus enemigos. R/.

 

V/. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,

entre esplendores sagrados;

yo mismo te engendré, desde el seno,

antes de la aurora». R/.

 

V/. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:

«Tú eres sacerdote eterno,

según el rito de Melquisedec». R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,1-6):

 

EN aquel tiempo, Jesús entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.

Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada:

«Levántate y ponte ahí en medio».

Y a ellos les pregunta:

«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?».

Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre:

«Extiende la mano».

La extendió y su mano quedó restablecida.

En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.

 

Palabra del Señor

 

1.  En este relato, y con motivo del episodio del manco en la sinagoga, estalla (y comienza) el enfrentamiento mortal entre la religión oficial y Jesús. Los hombres religiosos más observantes, los fariseos, estaban al acecho para ver si curaba a algún enfermo   precisamente cuando la religión prohibía cualquier actividad incluso si tal actividad fuera curar a un lisiado o a un enfermo. Y si curaba a alguien, denunciarlo.

Cuando la religión antepone sus normas a las personas, inevitablemente endurece el corazón de los hombres religiosos, y los trastorna hasta el extremo de que quienes se someten, sin crítica alguna, a los mandatos de la religión, van por la vida acechando al que no hace lo que ellos quieren, denunciando al que no se les somete, y hasta torturando y matando al que se pone de parte de la vida, antes que de parte de la religión.

 

2.  Jesús hace una pregunta tan fuerte como provocativa: - ¿Qué quiere la religión? - ¿El bien o el mal? - ¿Dar vida o matar?  Una pregunta que no tuvo respuesta.

Si la religión antepone las verdades y las normas religiosas a la vida plena y a la felicidad de las personas, la religión (como los fariseos aquellos) no tiene nada que decir en este mundo. La religión intransigente y tajante en su ortodoxia se queda muda ante los grandes problemas de la vida y de los seres humanos. Una religión así solo sirve para provocar la ira de Jesús.

 

3.  Al hacer lo que hizo y al decir lo que dijo, Jesús se jugó allí su propia vida.

Desobedeció en público a los dirigentes religiosos. Y los hombres de la religión (los fariseos) se pusieron inmediatamente de acuerdo con los hombres de la política (los del partido de Herodes) para matarlo. Ya estaba condenado a muerte.

La profunda humanidad de Jesús da vida. La torcida religiosidad de los fariseos da muerte.  La religión y la política se refuerzan mutuamente para imponerse a la vida y hasta acabar con la vida, si eso es necesario para seguir ellos mandando.

 

SAN SEBASTIAN


 

San Sebastián, mártir de la Iglesia, nació en Narbona en el año 256, si bien su educación transcurrió en Milán. Se decantó por la carrera de las armas y llegó a ser tribuno de la primera cohorte de la guardia pretoriana del Emperador Maximiano, que le tenía aprecio. Soldado disciplinado, San Sebastián cumplía las órdenes castrenses a rajatabla. Pero, cristiano convencido, rehusaba participar en los sacrificios paganos, por considerarlos idolatría. Es más: ejercitaba el apostolado entre sus compañeros y visitaba a los cristianos encarcelados.

Ante este escenario, el choque entre su profesión y su conciencia, como ocurre hoy muy a menudo, resultó inevitable. Cuando llegó el momento fatídico, San Sebastián optó por su conciencia, es decir, por su fe. Y lo pagó con el martirio: el principio del fin empezó con motivo del encarcelamiento de dos cristianos, Marco y Marceliano. A partir del martirio de estos últimos, San Sebastián empezó a ser reconocido como cristiano.

Cuando se enteró el Emperador, ordenó su detención y dispuso que muriera atravesado por las saetas lanzadas por sus verdugos. El plan se empezó a cumplir. Sin embargo, cuando fue dado por muerto, unos amigos descubrieron que estaba vivo. Le llevaron a un lugar seguro y le aconsejaron huir de Roma. San Sebastián se negó el redondo y, deseando correr la misma suerte que sus correligionarios, acudió ante un desconcertado Emperador -ya era Diocleciano- que está vez ordenó su muerte a azotes. Esta vez, los soldados no fallaron. Era el año 288.

 

 

 

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