jueves, 28 de enero de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 DE ENERO – SÁBADO – 3ª – SEMANA DEL T.O. – B – Santa Martina de Roma

 

 


30 DE ENERO – SÁBADO –

3ª – SEMANA DEL T.O. – B –

Santa Martina de Roma

 

Lectura de la carta a los Hebreos (11,1-2.8-19):

 

HERMANOS:

La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.

Por ella son recordados los antiguos.

Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.

Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.

Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.

Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.

Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.

Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.

Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».

Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75

 

R/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado a su pueblo

 

V/. Suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas. R/.

 

V/. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza. R/.

 

V/. Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán,

para concedernos

que, libres de temor, arrancados de la mano

de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,35-40

       Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:

"Vamos a la otra orilla'.

       Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas los acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.

Lo despertaron, diciéndole:

"Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: "¡Silencio, cállate!".

El viento cesó y vino una gran calma.

Él les dijo:

"¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".

Se quedaron espantados y se decían unos a otros: "Pero ¿quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!".

 

Palabra del Señor

 

 

1.  El relato de la tempestad en el lago plantea algunas preguntas que posiblemente no tienen respuesta:  - ¿ocurrió esta tempestad tal como aquí se relata?  - ¿Se produjo realmente en aquel pequeño y tranquilo lago una tormenta tan fuerte y tan peligrosa?  - ¿El mar y el viento obedecieron sumisamente a Jesús?  - ¿Alude este relato a los peligros que acechan a la "barca de Pedro", es decir, a la Iglesia?

Importa mucho tener en cuenta que el relato de la tempestad no es un "relato histórico", sino un "mensaje para la vida", expuesto en forma de recuerdo sobre cómo vivía Jesús.

 

2.  Es claro que, si de verdad tenemos fe, no tenemos por qué dejarnos dominar por el miedo incluso en situaciones límite, como le pasó a los discípulos.

Es claro también que Jesús asociaba la falta de fe con el miedo.  Es decir, para Jesús, el enemigo de la fe no es el error dogmático o la desobediencia religiosa, sino el miedo, o sea cuando falla nuestra seguridad en Jesús.

Es claro también que los discípulos, aunque "seguían" a Jesús, tenían poca fe y, en consecuencia, no se fiaban totalmente de él.

Y es claro también que aquellos discípulos no sabían quién era Jesús, no lo conocían a fondo. Porque Jesús es siempre sorprendente.

 

3.  En las ideas y costumbres religiosas de aquel tiempo, el sueño de Jesús expresa una clara semejanza con Dios. La preocupación por despertar a Dios

estaba presente especialmente en los levitas, que cada mañana invocaban a Dios de esta manera:"¡Despierta! ¿Por qué duermes, oh Señor? ¡Despierta! No nos

rechaces para siempre" (Sal 44,23-24; cf. Sal 35, 23; 59,4) (Joel Marcus).

Esta plegaria tuvo una notable presencia en la liturgia del Segundo Templo. De forma que a los levitas se les llamaba los "despertadores de Dios". Era el deseo de tener a Dios siempre presente en la vida.

 En el Evangelio, lo que anhelamos es la presencia de Jesús en nuestra vida.

 

4.  El viento y el mar obedecían a Jesús. El verbo "obedecer" (ypakoúein) se aplica, en los evangelios, al viento y el mar, a los demonios (Mc 1, 27) y a un

árbol (Lc 17, 6). Jamás Jesús exigió sometimiento a ningún ser humano.   Jesús no quería súbditos sumisos, sino seguidores libres, compañeros de camino, y amigos fieles (Jn 15, 15).

Lo que menos interesa, en este relato, es si allí se

produjo o no se produjo una tempestad. Si Jesús la calmó o no la calmó. Lo que importa es tener muy claro que Jesús no se nos impone y nos somete, sino que nos acompaña y nos da seguridad en la vida.

 

Santa Martina de Roma

 


 

Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de santa Martina, a quien el papa Dono dedicó una basílica a su nombre en el foro romano (677).

 

Etimología: Martina = femenino de Martín = martillo, es de origen latino.

 

Breve Biografía

La historia de esta joven santa comienza por su tumba, 1400 años después de su martirio; es decir, cuando en 1634 el activísimo Urbano VIII, empeñado en lo espiritual en la contrareforma católica, y en lo material en la restauración de famosas iglesias romanas, descubrió las reliquias de la mártir, les propuso a los romanos la devoción a Santa Martina y fijó la celebración para el 30 de enero. El mismo compuso el elogio con el himno: “Martinae celebri plaudite nomini, Cives Romulei, plandite gloriae”, que era una invitación a honrar a la santa en la vida inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente testimonio que demostró a Cristo con su martirio.

Son pocas las noticias históricas. La más antigua es del siglo VI, cuando el Papa Onorio le dedicó una iglesia en Roma. Quinientos años después, al hacer excavaciones en esta iglesia, se encontraron efectivamente las tumbas de tres mártires. En el siglo VIII ya se celebraba la fiesta de la santa. No se sabe nada más, y por eso es necesario buscar noticias en una Passio legendaria. Según esta narración, Santa Martina era una diaconisa, hija de un noble romano. Debido a su abierta profesión de fe, la arrestaron y la llevaron al tribunal del emperador Alejandro Severo (222-235). Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades, hasta el punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en la familia imperial, fue muy tolerante con los cristianos y su gobierno marcó un fructuoso paréntesis de calma respecto de la Iglesia, que en ese tiempo logró una gran expansión misionera.

El autor de la Passio ignora todo esto, y hace más bien una lista de las atroces tortures con que el emperador martirizó a la santa. Cuenta que cuando Martina fue llevada ante la estatua de Apolo, la convirtió en pedazos y ocasionó un terremoto que destruyó el temple y mató a los sacerdotes del dios.

El prodigio se repitió con la estatua y el templo de Artemidas. Todo esto hubiera debido hacer pensar a sus perseguidores; pero no, se obstinaron más y sometieron a la jovencita a crueles tormentos, de los que salió siempre ilesa. Entonces resolvieron cortarle la cabeza con una espada, y su sangre corrió a fertilizar el terreno de la Iglesia romana.

 

 

 

 

 

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