12 - DE ABRIL – VIERNES –
2ª SEMANA DE PASCUA –
SAN JULIO – I
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,34-42):
En aquellos días, un fariseo llamado
Gamaliel, doctor de la ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el
Sanedrín, mandó que sacaran fuera un momento a los apóstoles y dijo:
«Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres. Hace algún
tiempo se levantó Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron
unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, se dispersaron todos sus secuaces y
todo acabó en nada.
Más tarde, en los días del censo, surgió Judas el Galileo, arrastrando
detrás de sí gente del pueblo; también pereció, y se disgregaron todos sus
secuaces.
En el caso presente, os digo: no os metáis con esos hombres; soltadlos. Si
su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de
Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios».
Le dieron la razón y, habiendo llamado a los apóstoles, los azotaron, les
prohibieron hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron
del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre. Ningún
día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando la buena
noticia acerca del Mesías Jesús.
Palabra de Dios
Salmo: 26,1.4.13-14
R/. Una cosa pido al Señor: habitar en su casa
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la
defensa de mi vida,
¿quién me hará
temblar? R/.
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la
casa del Señor
por los días de
mi vida;
gozar de la
dulzura del Señor,
contemplando su
templo. R/.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la
vida.
Espera en el
Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera
en el Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,1-15):
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra
parte del mar de Galilea, o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían
visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los
ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:
«¿Con qué compraremos panes para que coman estos?».
Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
«Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un
pedazo».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero
¿qué es eso para tantos?».
Jesús dijo:
«Decid a la gente que se siente en el suelo».
Había mucha
hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que
estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
«Recoged los
pedazos que han sobrado; que nada se pierda».
Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes
de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el
signo que había hecho, decía:
«Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».
Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra
vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor
1. Lo más seguro es que, cuando se escribió el evangelio de
Juan, la multiplicación de los panes estaba ya relatada por escrito, por lo
menos, cinco veces (Mc 6, 33-46; 8, 1-9; Mt 14, 18-23; 15,
32-39; Lc 9, 10-17). Por eso cabe decir que, si el IV evangelio relata una vez
más este episodio, sin duda lo hace porque quiere que
los cristianos caigan en la cuenta (o se enteren) de algo que no está dicho en
los otros relatos y que es importante.
- ¿De qué se trata?
2. La multiplicación de los panes le sirve a Juan para
introducir el capítulo que dedica al pan del cielo y a la eucaristía. Pero, en
el relato de los panes, Juan señala un detalle que puede pasar
inadvertido, pero que es de importancia.
Se trata de que este hecho singular ocurrió cuando estaba cerca la Pascua,
la fiesta de los judíos. Esta fiesta era la más importante de la religión de
Israel. Porque conmemoraba el acontecimiento de la liberación de Egipto.
Los israelitas tenían la obligación de subir a Jerusalén para matar el
cordero en el Templo y participar en los ceremoniales
religiosos, que duraban siete días.
3. El evangelio de Juan señala que, cuando llega la Pascua, la
fiesta religiosa más importante de aquel pueblo, Jesús no sube a Jerusalén, no
va al Templo, no participa en los ritos religiosos de
su nación. Jesús se queda en Galilea, con los pobres, en el campo, en medio de
la pobre gente que solo tiene panes de cebada, el pan de los necesitados, y
además lo tiene escaso. Y, así las cosas, la gran fiesta religiosa,
para Jesús, es que los hambrientos coman hasta saciarse.
Jesús "seculariza" la religión: la hace menos sagrada y menos
solemne, pero más humana. Según Jesús, cuanto más humano es algo,
por eso mismo es más divino.
SAN JULIO – I
XXXV Papa
Martirologio
Romano: En Roma, en el cementerio de Calepodio,
en el tercer miliario de la vía Aurelia, sepultura del papa san Julio I, quien,
frente a los ataques de los arrianos, custodió valientemente la fe del Concilio
de Nicea, defendió a san Atanasio, perseguido y exiliado, y reunió el Concilio
de Sárdica. († 352)
Fecha de
canonización: Información no disponible, la
antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la
acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que
tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado
antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su
culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.
Breve Biografía
Se conocen pocos datos de su vida anterior a la elección para Sumo Pontífice
el 6 de febrero del 337, muerto el papa Marcos y después de ocho meses de sede
vacante. El Liber Pontificalis nos dice que era romano y que su padre se
llamaba Rústico.
La primera de las actuaciones que deberá realizar -que le seguirá luego por
toda su vida- está directamente relacionada con la lucha contra el arrianismo.
Había sido condenada la herejía en el Concilio universal de Nicea, en el 325;
pero una definición dogmática no liquida de modo automático un problema, cuando
las personas implicadas están vivas, se aferran a sus esquemas y están preñadas
de otros intereses menos confesables.
A la muerte del emperador Constantino, por decreto, pueden regresar a
sus respectivas diócesis los obispos que estaban en el destierro. Es el caso de
Atanasio que vuelve a su legítima sede de Alejandría con el gozo de los
eclesiásticos y del pueblo. Pero los arrianos habían elegido para obispo de esa
sede a Pisto y comienzan las intrigas y el conflicto. El Papa Julio recibe la
información de las dos partes y decide el fin del pleito a favor de Atanasio.
Eusebio de Nicomedia, Patriarca proarriano con sede en Constantinopla, envía
una embajada a Roma solicitando del papa la convocatoria de un sínodo. Por su
parte, Atanasio -recuperadas ya sus facultades de gobierno- ha reunido un
importante sínodo y manda al papa las actas que condenan decididamente el
arrianismo y una más explícita profesión de fe católica.
Julio I, informado por ambas partes, convoca el sínodo pedido por los
arrianos. Pero estos no envían representantes y siguen cometiendo tropelías.
Muere Eusebio y le sucede Acacio en la línea del arrianismo. Otro sínodo
arriano vuelve a deponer a Atanasio y nombra a Gregorio de Capadocia para
Alejandría.
El papa recoge en Roma a los nuevamente perseguidos y depuestos obispos con
Atanasio a la cabeza. Como los representantes arrianos siguen sin comparecer,
Julio I envía pacientemente a los presbíteros Elpidio y Filoxeno con un
resultado nulo en la gestión porque los arrianos siguen rechazando la cita que
pidieron.
En el año 341 se lleva a cabo la convocatoria del sínodo al que no quieren
asistir los arrianos por más que fueron ellos los que lo solicitaron; ahora son
considerados por el papa como rebeldes. En esta reunión de obispos se declara
solemnemente la inocencia de Atanasio; el papa manda una encíclica a los
obispos de Oriente comunicando el resultado y añade paternalmente algunas
amonestaciones, al tiempo que mantiene con claridad la primacía y autoridad de
la Sede Romana.
Los arrianos se muestran rebeldes y revueltos; en el mismo año 341 reúnen
otro sínodo en Antioquía que reitera la condenar a Atanasio y en el que se
manifiestan antinicenos.
Estando así las cosas, el papa Julio I decide convocar un concilio más
universal. En este momento se da la posibilidad de contar con la ayuda de
Constancio y Constante -hijos de Constantino y ahora emperadores- que se
muestran propicios a apoyar las decisiones del encuentro de obispos arrianos y
católicos. El lugar designado es Sárdica; el año, el 343; el presidente, el
español -consejero del emperador- Osio, obispo de Córdoba. El papa envía
también por su parte legados que le representen.
Pero se complican las cosas. Los obispos orientales arrianos llegan antes y
comienzan por su cuenta renovando la exclusión de Atanasio y demás obispos
orientales católicos. Luego, cuando llegan los legados que dan legitimidad al
congreso, se niegan a tomar parte en ninguna deliberación, apartándose del
Concilio de Sárdica, reuniendo otro sínodo en Philipópolis, haciendo allí otra
nueva profesión de fe y renovando la condenación de Atanasio. El bloque
compacto de obispos occidentales sigue reunido con Osio y los legados.
Celebran el verdadero Concilio que declara la inocencia de Atanasio, lo
repone en su cargo, hace profesión de fe católica y excomulga a los intrusos
rebeldes arrianos. Como conclusión, se ha mantenido la firmeza de la fe de
Nicea, reforzándose así la ortodoxia católica.
Aún pudo Julio I recibir una vez más en Roma al tan perseguido campeón de la
fe y ortodoxia católica que fue Atanasio, cuando va a agradecer al primero de
todos los obispos del orbe su apoyo en la verdad, antes de volver a Alejandría.
Julio I escribirá otra carta más a los obispos orientales y de Egipto.
En los 15 años de papado, sobresale su gobierno leal no exento de muchas
preocupaciones y desvelos por defender la verdad católica. La lealtad a la fe y
la búsqueda de la justicia en el esclarecimiento de los hechos fueron sus ejes
en toda la controversia posnicena contra el arrianismo. Su paciente gobierno
contribuyó a la clarificación de la ortodoxia fortaleciendo la primacía y
autoridad de la Sede Romana.
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