21 - DE ABRIL – DOMINGO –
4ª SEMANA DE PASCUA – B
San Anselmo de
Canterbury
Lectura del libro de los Hechos de los
Apóstoles (4,8-12):
En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo:
«Jefes del pueblo
y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy
para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos
vosotros y a todo Israel que ha sido en nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros
crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se
presenta éste sano ante vosotros.
Jesús es la
piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en
piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro
nombre que pueda salvarnos.»
Palabra de Dios
Salmo:117,1.8-9.21-23.26.28-29
R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes. R/.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R/.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor.
Tu eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Juan (3,1-2):
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo
somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos
hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él
se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Palabra de Dios
Lectura del
santo evangelio según san Juan (10,11-18):
En aquel tiempo dijo Jesús:
«Yo soy el buen
Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es
pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y
el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan
las ovejas.
Yo soy el buen
Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me
conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además,
otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y
escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama
el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita,
sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder
para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
Palabra del Señor
Pasado, presente y futuro
En los
domingos anteriores se han recordado diversas apariciones de Jesús resucitado.
A partir de este domingo y hasta la Ascensión las lecturas del evangelio,
tomadas siempre del evangelio de san Juan, se centrarán en diversos aspectos de
la relación entre Jesús y el cristiano: buen pastor, vid y sarmientos,
mandamiento nuevo, oración sacerdotal.
No es fácil
encontrar una relación entre las tres lecturas de hoy porque se usan imágenes
muy distintas:
1ª lectura: Piedra angular para hablar de
Jesús.
2ª lectura: Padre e hijos para hablar de Dios y nosotros.
El Evangelio: El Pastor y rebaño, para hablar de Jesús y nosotros.
Buscando una
relación entre ellas la vería en el ritmo del tiempo de Jesús y de nosotros.
Pasado y presente
de Jesús (Hechos de los apóstoles 4,8-12)
Se supone
conocido el relato anterior. Pedro y Juan suben al templo para la oración de
media tarde y en la puerta Hermosa encuentran tendido a un
lisiado que les pide limosna. Pedro lo agarra de la mano derecha, lo levanta y
lo cura. Ante el asombro del pueblo, Pedro pronuncia un discurso en el que
atribuye la curación a Jesús (este discurso se leyó en parte el domingo pasado,
3º del ciclo B). Los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, se
irritan al escuchar sus palabras y al día siguiente los convocan ante el
Consejo y los interrogan.
La respuesta
de Pedro es la siguiente:
En aquellos días, lleno de
Espíritu Santo, Pedro dijo:
«Jefes
del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos
interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien
claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el
Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los
muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros.
Él es “la
piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en
piedra angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha
dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Para un
judío, el nombre equivale a la persona. El nombre de Jesús es Jesús. En estas
pocas palabras se resume su pasado y su presente. El pasado ofrece una imagen
de Jesús totalmente pasiva: no se recuerda su predicación ni sus milagros. Sólo
se cuenta lo que hicieron con él las autoridades judías y Dios. Las autoridades
lo rechazaron y crucificaron; Dios los resucitó y convirtió en piedra angular.
De esto se deduce su situación presente: él es quien ha curado al lisiado, y el
único que puede salvarnos a todos nosotros.
Presente y futuro
del cristiano (1ª carta de Juan 3, 1-2)
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos
hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a
él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que
seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque
lo veremos tal cual es.
La 1ª lectura
hablaba del pasado y el presente de Jesús. Esta 2ª habla de nuestro presente y
nuestro futuro. El presente: somos hijos de Dios. El futuro: seremos semejantes
a Dios.
Cuando nace
un niño siempre se buscan parecidos con el padre, la madre y otros miembros de
la familia. Para el autor de la carta, nuestra semejanza con Dios no es algo
que se perciba ya desde ahora; se manifestará en el futuro, cuando veamos a
Dios cara a cara. Pero eso no impide que seamos ya realmente hijos de Dios.
Lástima que esto no se valore. Si fuéramos hijos de un deportista famoso o de
un cantante de moda, todos querrían hacerse una foto con nosotros.
Pasado y futuro
de Jesús (evangelio de Juan 10, 11-18)
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las
ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al
lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a
un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías
me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida
por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me
ama el Padre, porque yo entrego mi
vida para poder recuperarla. Nadie me la
quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo
poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».»
La imagen del
pastor era frecuente en el Antiguo Oriente para referirse al rey: simbolizaba
la relación correcta con sus súbditos, que no debía ser despótica sino
preocupada por su bienestar. Jesús se la aplica, pero llegando a un extremo que
no se da entre los pastores: da la vida por sus ovejas. Es cierto que un
pastor, a diferencia del asalariado, está dispuesto a luchar con el lobo para
defender al rebaño. Pero no es normal que esté dispuesto a morir por sus
ovejas. A tanto no llega. Jesús, en cambio, ve así su misión: dar la vida por
ellas. No lo hace por obligación, forzado, sino libremente. Sabiendo que esa
vida que entrega la podrá recuperar. Y esto tampoco puede hacerlo un pastor
normal y corriente. Aunque el evangelio hable de Jesús como “el buen pastor”
debería haber dicho: bueno y excepcional.
Este pasaje
del evangelio concede también especial importancia al futuro de Jesús: a su
labor con respecto a otras ovejas, a las que debe buscar para que haya un solo
rebaño y un solo pastor. Es una referencia a las comunidades cristianas que se
irían formando en países paganos y a todos nosotros.
Relacionando
las tres lecturas, Jesús, buen pastor nos ha salvado y nos ha conseguido el ser
hijos de Dios. A nosotros nos corresponde escuchar su voz y agradecerle el don
que nos ha hecho.
San Anselmo de
Canterbury
Fue predicador y reformador de la vida monástica. Es cierto que los
normandos oprimieron a Inglaterra; pero con ellos llegaron al país algunos de
sus hombres de Iglesia y de Estado más eminentes. Entre ellos, están dos
arzobispos de Canterbury: Lanfranco y su sucesor inmediato, San
Anselmo. Este nació de noble familia en Aosta del Piamonte hacia el año
1033. De jovencito fue encomendado a un profesor muy riguroso, regañón y
humillante y el niño empezó a perder la alegría y a volverse demasiado tímido y
retraído. Entonces lo llevaron a los Padres Benedictinos y estos por
medio de la bondad y de la alegría lo transformaron en un estudiante alegre y
entusiasta. Todos los ratos libres los dedicaba a estudiar y a
escribir. Más tarde Anselmo diría: "Mis progresos espirituales,
después de Dios y de mi madre, los debo a haber tenido unos excelentes
profesores en mi niñez, los Padres Benedictinos".
A los 15 años intentó ingresar en un monasterio, pero el abad, sabiendo
que el padre de Anselmo, Gandulfo, se oponía a ello, no quiso admitirle.
Mientras el papá lo animaba a ser un triunfador en el mundo, la madre le
mostraba el cielo azul y le decía: allá arriba empieza el verdadero
reino de Dios. El papá lo llevaba a fiestas y a torneos. Pero,
aunque Anselmo participaba con mucho entusiasmo, después de cada fiesta mundana
sentía su alma llena de tristeza y desilusión. Y exclamó: "El navío
de mi corazón pierde el timón en cada fiesta y se deja llevar por las olas de
la perdición". Entonces, Anselmo se fue inclinando más a ganarse
el cielo que las glorias humanas.
Anselmo olvidó durante algún tiempo su vocación, descuidó la práctica
religiosa y vivió una vida mundana de la que no dejó de arrepentirse más tarde
hasta el último día de su vida. Anselmo no se entendía con su
padre. Tan severo era éste, que Anselmo no tuvo más remedio que abandonar
la casa paterna, después de la muerte de su madre, para proseguir sus estudios
en Borgoña. Tres años más tarde, pasó a Bec, en Normandía, atraído por la
fama del gran abad Lanfranco. A los veintisiete años, en 1060,
Anselmo ingresó en el monasterio de Bec, donde se convirtió en discípulo y gran
amigo de Lanfranco. Este fue nombrado abad de San Esteban de Caen, tres años
más tarde y Anselmo pasó a ser el prior de Bec. Algunos monjes murmuraron
contra la elección de Anselmo, quien era todavía muy joven; pero su paciencia y
bondad acabaron por ganarle los ánimos de sus más acerbos
críticos. Entre éstos se contaba un joven muy rebelde, llamado
Osberno, a quien San Anselmo convirtió poco a poco a la observancia y asistió
tiernamente en su última enfermedad.
San Anselmo era gran devoto de la Virgen María y decía que no hay
criatura tan sublime y tan perfecta como ella y que en santidad sólo la supera
Dios. San Anselmo fue sin duda el mayor
teólogo de su tiempo y el "padre de la escolástica". Como tal,
es precursor de Santo Tomás de Aquino. La Iglesia no había tenido un metafísico
de su talla desde la época de San Agustín. Al mismo tiempo su piedad
permitía que Dios lo orientara hacia la Verdad Suprema. Con corazón e
inteligencia se acercó a los misterios cristianos: "Haz, te lo ruego,
Señor que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia".
"Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de
inteligencia, en espera de la visión beatífica". Sus obras
filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provenían del vivo
impulso del corazón y de la inteligencia. Siendo todavía
prior de Bec, compuso sus dos obras más conocidas que ayudaron a integrar la
filosofía y la teología: El Monologium, (modo de meditar sobre las razones
de la fe", en el que daba las pruebas metafísicas de la existencia y la
naturaleza de Dios, y el Proslogium (la fe que busca la
inteligencia) o contemplación de los atributos de
Dios. Igualmente compuso los tratados de la verdad, la
libertad, el origen del mal y el arte de razonar, llegando así a ser uno de los
autores más leídos en la Iglesia Católica. Durante siglos los maestros de
teología han leído y citado las enseñanzas de este gran sabio.
Eadmero, un monje inglés, discípulo y biógrafo de Anselmo, cuenta que tenía
éste un método muy personal de instruir, empleando comparaciones muy conocidas,
de suerte que aun la gente más sencilla podía entenderle. A un abad que se
quejaba del pobre fruto de sus esfuerzos pedagógicos, dijo San Anselmo:
"Si plantas un árbol en tu huerto y lo cercas por todos lados, de suerte
que no pueda extender sus ramas, tendrás al cabo de un tiempo un árbol inútil
de ramas torcidas… Pues así es como tratas a tus hijos, con amenazas y golpes y
privándoles del privilegio de la libertad". Al mismo tiempo, nadie
como San Anselmo insistía en la importancia de buscar la verdad y ser fiel a
ella. San Anselmo fue un hombre de singular
encanto. Su simpatía y sinceridad le ganaron el afecto de hombres de todas
clases y nacionalidades. La caridad del santo se extendía aun a los más
humildes de sus fieles. Él fue uno de los primeros que se opusieron
a la esclavitud. En el concilio nacional de Westminister, que reunió
en 1102 para resolver algunos asuntos eclesiásticos, el arzobispo obtuvo la
aprobación de un decreto que prohibía vender a los esclavos como
animales.
Una anécdota de su vida pone en relieve la humanidad de San
Anselmo. Eadmero cuenta que el santo encontró un día a un niño que había
atado un hilo a la pata de un pájaro y se divertía dejándole escapar y
volviéndole a coger. Anselmo, lleno de indignación, cortó el hilo, y
dijo: "ecce filum rumpitur, avis avolat, puer plorat, pater exultat -
"el pájaro escapa, el niño llora y el padre se alegra".
En 1078, después de quince años de priorato, Anselmo fue elegido abad de
Bec. Eso le obligaba a viajar con frecuencia a Inglaterra, donde la abadía
contaba con algunas propiedades. Anselmo fue a
Inglaterra en 1092, tres años después de la muerte de Lanfranco. El
rey Guillermo el Rojo mantenía vacante la sede de Canterbury para disfrutar de
sus rentas. Como San Anselmo le exhortase a nombrar un arzobispo,
Guillermo juró "por la Santa Faz de Lucca" (tal juramento popular se
refiere al "Volto Santo") que ni Anselmo ni otro alguno
sería arzobispo de Canterbury mientras él viviese. Pero una enfermedad que
le puso a las puertas de la muerte le hizo cambiar de opinión. Lleno de
temor, el rey prometió que en adelante gobernaría de acuerdo con las leyes y
nombró arzobispo a San Anselmo. El buen abad alegó en vano su avanzada
edad, su falta de salud y su ineptitud para el gobierno. Los obispos y
todos los presentes le obligaron a tomar el báculo pastoral y le condujeron a
la iglesia, donde cantaron un "Te Deum". Pero el corazón del rey no había cambiado en realidad. Apenas acababa
de instalarse el nuevo arzobispo, cuando Guillermo, quien quería arrebatar a su
hermano el ducado de Normandía, empezó a exigirle dinero. Anselmo le
ofreció quinientos marcos, suma importante en aquellos tiempos; pero el rey le
pidió mil como precio de la elección. El santo se negó rotundamente
a pagarlos y exhortó al rey a proveer las abadías vacantes y a sancionar la
convocación de los sínodos necesarios para reprimir los abusos de los clérigos
y los laicos. El rey replicó ásperamente que defendería las abadías
como si se tratase de su propia corona y, desde entonces, no tuvo otro
pensamiento que el de arrojar a Anselmo de su sede. Consiguió, en efecto,
que cierto número de obispos le negasen la obediencia; pero los barones no
aceptaron condenar a San Anselmo. El mismo legado pontificio llevó a
Anselmo el palio que le hacía inamovible.
Viendo que el rey oprimía a la Iglesia siempre que podía cuando el clero no
se plegaba a su voluntad, San Anselmo le pidió permiso de ir a Roma a consultar
a la Santa Sede. El rey se lo rehusó dos veces; a la tercera, le
respondió que podía salir del país, pero que confiscaría todas sus rentas y no
le permitiría volver a entrar. A pesar de ello, San Anselmo partió de
Canterbury en octubre de 1097, acompañado por Eadmero y otro monje llamado
Balduino. En el camino se hospedó primero con San Hugo, abad de Cluny y
después con otro Hugo, arzobispo de Lyon. En Roma expuso el asunto al
Papa, quien no sólo le prometió su protección, sino que escribió al rey
exigiéndole que restituyese a San Anselmo sus derechos y posesiones. San
Anselmo se retiró a un monasterio de Campania por razones de salud y ahí
terminó su famosa obra Cur Deus homo, que es el más famoso
tratado que existe sobre la Encarnación. Convencido de que podría hacer
más bien en la vida oculta que en su sede en Canterbury, Anselmo rogó al Papa
que le descargase de su oficio, pero el Pontífice, se negó. Sin embargo,
dado que no podía volver por el momento a Inglaterra, el Papa le dio permiso de
quedarse en Campania. Anselmo asistió al Concilio de Bari, en 1098,
y se distinguió por su manera de abordar las dificultades de los obispos
grecoitálicos sobre la cuestión del "Filioque". El
Concilio acusó al rey de Inglaterra de simonía, de opresión a la Iglesia, de
persecución al arzobispo y de vida viciosa; sin embargo, no llegó a condenarle
solemnemente gracias a la intervención del mismo San Anselmo, quien persuadió
al Papa Urbano de que se contentase con la amenaza de excomunión.
La muerte de Guillermo el Rojo puso fin al destierro de San Anselmo, quien
entró en Inglaterra entre las aclamaciones del pueblo. Pero la paz no fue
duradera. Las dificultades surgieron en cuanto Enrique I se arrogó el
derecho de reconfirmar la elección de San Anselmo. Eso se oponía a los
decretos del sínodo romano de 1099, que había suprimido los derechos de
investidura de los laicos sobre las abadías y catedrales. San Anselmo se
negó, pues, a obedecer al rey. Pero en ese momento Inglaterra estaba bajo
la amenaza de una invasión de Roberto de Normandía, a quien muchos barones
ingleses no veían con malos ojos. Deseando ganarse el apoyo de la Iglesia,
Enrique prometió total obediencia a la Santa Sede en el futuro, y San Anselmo
hizo cuanto pudo por evitar la rebelión. Aunque, como lo hace notar
Eadmero, Enrique debía en gran parte al santo el hecho de no haber perdido la
corona, reclamó de nuevo su derecho de investidura en cuanto pasó el
peligro. Por su parte, el arzobispo se negó a consagrar a los obispos nombrados
por el rey, a no ser que hubiesen sido canónicamente elegidos. La
oposición entre el rey y el arzobispo fue agravándose de día en
día. Finalmente Anselmo decidió ir personalmente a Roma a exponer el
asunto al Papa y Enrique envió por su parte a un delegado
personal. Después de madura consideración, Pascual II confirmó la decisión
de su predecesor. Al saberlo, Enrique prohibió a San Anselmo que volviese
a Inglaterra y confiscó sus bienes. Más tarde, el rumor de que San Anselmo
iba a excomulgar al rey parece haber alarmado al monarca, quien fue a Normandía
a reconciliarse con el arzobispo. En un consejo real que tuvo lugar en
Inglaterra, Enrique I renunció al derecho de investidura sobre las abadías y
los obispados y Anselmo, con el consentimiento del Papa, aceptó que los obispos
prestasen homenaje al monarca por sus posesiones temporales. El rey
observó realmente el pacto y llegó a tener tal confianza en el arzobispo, que
le nombró regente durante el viaje que hizo a Normandía en 1108. Pero la
salud de San Anselmo, que era ya muy anciano, se había debilitado
mucho. El santo murió al año siguiente, 1109, entre los monjes de
Canterburry. Sus últimas palabras antes de morir fueron: "Allí
donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los
deseos de nuestro corazón".
San Anselmo fue declarado Doctor de la Iglesia en 1720, aunque no había sido
canonizado. Dante le pone en el paraíso entre los espíritus de luz y poder
de la esfera solar, junto a San Juan Crisóstomo.
Se cree que el cuerpo del gran arzobispo descansa en la catedral de
Canterbury, en la capilla de su nombre, del lado sudoeste del altar mayor.
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