10 - DE ABRIL – MIERCOLES –
2ª SEMANA DE PASCUA –
San Miguel de los Santos
Lectura del libro de
los Hechos de los apóstoles (5,17-26):
En aquellos días, el sumo
sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un
arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel
pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la
cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:
«Marchaos y, cuando
lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».
Entonces ellos, al oírlo,
entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el
sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los
ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen.
Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar,
diciendo:
«Hemos encontrado la
prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas;
pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».
Al oír estas palabras, ni
el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse
qué había pasado.
Uno se presentó, avisando:
«Mirad, los hombres que
metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».
Entonces el jefe salió con
los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo
los apedrease.
Palabra de Dios
Salmo:
33,2-3.4-5.6-7.8-9
R/. Si el afligido
invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo al Señor en todo
momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se
alegren. R/.
Proclamad conmigo la
grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis
radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus
angustias. R/.
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Juan (3,16-21):
Tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino
que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su
Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El
que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha
creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la
luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus
obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a
la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la
verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según
Dios.
Palabra del Señor
1. Jesús
desmonta la teoría jurídica de la satisfacción, aplicada a la salvación. Dios
no mandó a su Hijo al mundo porque estuviera ofendido e irritado por
nuestros pecados. Dios nos dio a su Hijo porque nos quiere tanto, que no quiere
que se pierda ninguno de los que creen en Jesús.
2. -
¿Significa esto que quienes no creen en Jesús no tienen salvación?
Jesús no habla ni de
creencias religiosas ni de observancias o prácticas de piedad.
Jesús se refiere al
comportamiento de cada uno.
El que es honrado,
respetuoso, tolerante, buena persona, de forma que de él se puede decir que
vive en la luz, ese está en camino de salvación.
El que se comporta
perversamente, ese está en camino de perdición.
3. Por
tanto, el problema de la salvación, tal como lo presenta aquí Jesús, no es
cuestión de religión, sino de ética. Se trata de vivir en la luz y en la
verdad.
El que vive de tal
forma que su vida es transparente y hace el bien que está a su alcance, ese es
el que" hace sus obras según Dios". La religión, con sus creencias y sus
prácticas, es importante en la medida en que motiva a cada persona y le da la
fortaleza necesaria para vivir en la luz y en la verdad.
San Miguel de los Santos
En Valladolid, ciudad de España, san Miguel de los Santos, presbítero de la
Orden de la Santísima Trinidad, que se entregó por completo a obras de caridad
y a la predicación de la palabra de Dios. (1625)
Nació un 29 de septiembre de 1591 en Vic (Barcelona, España), en el seno de
una familia muy piadosa y siendo el séptimo de ocho hermanos.
Ingresa en el convento de los trinitarios calzados de Barcelona en 1603. En
1606 inicia el noviciado en San Lamberto (Zaragoza), profesando el 30 de
septiembre de 1607.
Llevado por el espíritu de la reforma, se pasa a la descalcez. Toma el nuevo
hábito en Oteiza, cerca de Pamplona. Realiza su segundo noviciado en Madrid y
Alcalá de Henares, profesando en esta ciudad el 29 de enero de 1609.
Fue conventual en La Solana y Sevilla de 1609 a 1611. Estudió filosofía en
Baeza desde 1611 a 1614, año que fue enviado a Salamanca a cursar la teología.
Al cabo de un año regresó a Baeza, donde concluyó sus estudios teológicos.
Desconocemos el lugar y fecha de su ordenación. Durante los siete años que
reside en Baeza (1615-1622) ejerció de confesor, predicador y vicario.
Finalmente es enviado a Valladolid en mayo de 1622, como ministro del convento,
en donde fallece el 10 de abril de 1625, a los treinta y tres años.
Vivió su ideal cristiano en la descalcez trinitaria, con sencillez y
rigurosa observancia. Destacó por su profundidad mística, mostrada, sobre todo,
en su devoción al sacramento de la Eucaristía y en sus frecuentes éxtasis. Se
distinguió también por la continua mortificación de su cuerpo y por una intensa
vida de apostolado. Se le atribuye un breve tratado místico sobre la
tranquilidad del alma. La Orden Trinitaria lo reconoce como patrón de la
juventud trinitaria. Fue beatificado el 2 de mayo de 1779 y canonizado el 8 de
junio de 1862, fecha en que, la Orden de la Santísima Trinidad, celebra su
fiesta.
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