14 - DE ABRIL – DOMINGO –
3ª SEMANA DE PASCUA –
San Valeriano
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (3,13-15.17-19):
En aquellos días, Pedro dijo a la gente:
«El Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su
siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando
había decidido soltarlo.
Rechazasteis al
santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la
vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos.
Sin embargo,
hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo;
pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas, que su
Mesías tenía que padecer.
Por tanto,
arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.»
Palabra de Dios
Salmo:
4,2.7.9
R/. Haz
brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu
rostro.
Escúchame cuando te invoco,
Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración. R/.
Hay muchos que dicen:
«¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro
ha huido de nosotros?» R/.
En paz me acuesto
y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor,
me haces vivir tranquilo. R/.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Juan (2,1-5):
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca,
tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima
de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también
por los del mundo entero.
En esto sabemos
que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo
conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en
él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él
a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.
Palabra de Dios
Lectura del
santo evangelio según san Lucas (24,35-48):
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el
camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando
de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:
«Paz a vosotros.»
Llenos de miedo
por la sorpresa, creían ver un fantasma.
Él les dijo:
« - ¿Por qué os
alarmáis?, - ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?
Mirad mis manos y
mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene
carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les
mostró las manos y los pies.
Y como no acababan de creer por la alegría,
y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tenéis ahí algo
que comer?»
Ellos le
ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo:
«Esto es lo que
os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés
y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les
abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y añadió:
«Así estaba
escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y
en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los
pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»
Palabra del Señor
Perdón, resurrección y misión.
El perdón
Las tres
lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo
gracias a la muerte de Jesús.
- La primera termina: “Por tanto,
arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.”
- La segunda
comienza: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si
alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo.”
- En el evangelio, Jesús afirma que “en
su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los
pueblos”.
Gente con muy
poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la conciencia del
pecado es fruto de la mentalidad judeo-cristiana para amargarle la vida a la
gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes,
en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados
gracias a la muerte de Jesús.
La resurrección y
sus pruebas
El evangelio
de este domingo concede especial importancia al tema de la resurrección.
Imaginemos la situación de los primeros misioneros
cristianos. -¿Cómo convencer a la gente para que crea en una persona
condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas,
intelectuales y políticas?
Necesitaban
estar muy convencidos de que su muerte no había sido un fracaso, de que Jesús
seguía realmente vivo. Y la certeza de su resurrección la expresaban con los
relatos de las apariciones. En ellas se advierte una evolución muy interesante:
1. En el
relato más antiguo, el de Marcos, Jesús no se
aparece; es un ángel quien comunica a las mujeres que ha resucitado, y éstas
huyen asustadas sin decir nada a nadie (Mc 16,1-8).
2. En el
relato posterior de Mateo, a la
aparición del ángel sigue la del mismo Jesús; su resurrección es tan clara que
las mujeres pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10).
3. Lucas
parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos
que la negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los
primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas
irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa,
bendice y parte el pan. Pero sobre todo el episodio siguiente, el que leemos
este domingo, insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los
pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de
pescado ante ellos.
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis
manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu
no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo»…
4. Juan
parece matizar el enfoque de Lucas: Jesús ofrece
a Tomás la posibilidad de meter el dedo en sus manos y en el costado. Pero ese
tipo de prueba física no es el ideal. Lo ideal es “creer sin haber visto”, como
el discípulo predilecto cuando acude con Pedro al sepulcro. En esta misma línea
se mueve la aparición final junto al lago: cuando llegan a la orilla y
encuentran ven las brasas preparadas y el pescado (Jesús no come) “ninguno de
los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, pues sabían que era el
Señor”. Juan ha expresado de forma magistral la unión de incertidumbre y
certeza. No hay pruebas de que sea Jesús, pero no les cabe duda de que lo es.
5. La sección
final del evangelio de Marcos, que se añadió
más tarde, inspirándose en relatos conocidos, ofrece un punto de vista muy
curioso. Las personas que hablan de la resurrección de Jesús no parecen las más
dignas de crédito: de María Magdalena había expulsado siete demonios; los dos
que dialogan con él por el camino dicen que se les apareció «con otro
aspecto». Parece lógico que no les crean. Sin embargo, Jesús les reprocha su
incredulidad.
He querido
alargarme en estas diferencias entre los evangelistas porque a menudo se
utilizan los relatos de las apariciones como armas arrojadizas contra los que
tienen dudas. Dudas tuvieron todos y, de acuerdo con los distintos ambientes,
se contó de manera distinta esa certeza de que Jesús había resucitado y de que
se podía creer en él como el Salvador al que merecía la pena entregarle toda la
vida.
La sección final
de Lucas
El hecho de
que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para
los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un
nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.
Por
eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros:
en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y
resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender
las Escrituras. A través de ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y
los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de
perdón y salvación.
Y les dijo:
«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que
se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos
acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les
dijo:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al
tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los
pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos
de esto».
La mejor prueba
de la resurrección de Jesús
Las últimas
palabras de Jesús anuncian el futuro: “En su nombre se predicará la
conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por
Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.” La frase final: “vosotros
sois testigos de esto” parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos.
Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice
la primera carta de Pedro, “lo amáis sin haberlo visto”. Esta es la mejor
prueba de la resurrección de Jesús.
«Dios lo resucitó. Arrepentíos y convertíos» (Hechos 3,13-15.17-19)
Días después de
Pentecostés, Pedro y Juan suben al templo, ven a un paralítico de nacimiento,
Pedro lo agarra de la mano y lo levanta. La multitud, asombrada, se reúne junto
a los apóstoles en el pórtico de Salomón, y Pedro tiene un largo discurso del
que se han entresacado estas palabras, especialmente relacionadas con la muerte
y resurrección de Jesús. Es interesante que no acusa de asesinato ni siquiera a
las autoridades (postura muy distinta a la de Pablo en 1 Tes 2,15, donde acusa
a los judíos de haber dado muerte al Señor Jesús). Por otra parte, Pedro no se
limita a exponer unas verdades, invita a sacar las consecuencias,
arrepintiéndose y convirtiéndose para conseguir el perdón de los pecados.
«Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre» (1 Juan 2,1-5a)
Uno de los
principales problemas de la comunidad de Juan es la idea propagada por algunos
de que quien conoce a Dios no ha pecado ni peca. Es un tema que el autor aborda
desde el primer momento con bastante pasión. «Si decimos que no hemos pecado,
nos engañamos» (1,8) y hacemos pasar a Dios por mentiroso (1,10). Pero
reconocer el propio pecado no debe llevar a la angustia, porque tenemos a
Jesús, que intercede por nosotros. Como respuesta, debemos observar sus
mandamientos, que, más tarde, se recordará que consisten en amar a los
hermanos, con especial referencia a los que pasan necesidad.
San Valeriano fue un santo aristócrata
romano, marido de santa Cecilia, y mártir de la Iglesia católica. Es el santo
del día 14 de abril.
Este santo mártir, fue un noble romano,
pero pagano en ese entonces que fue esposo de la también noble y santa Cecilia
de Roma, gracias a un acuerdo con los padres de la joven. Valeriano fue
convertido al catolicismo de forma milagrosa por Cecilia, y en la primera noche
de bodas recibió el sacramento del Bautismo por el Pontífice San Urbano I.
Cuando, tras la celebración del
matrimonio, la pareja se había retirado a la cámara nupcial, Cecilia dijo a
Valeriano que ella le había entregado su virginidad a Dios y que un ángel
cuidaba su cuerpo; por consiguiente, Valeriano debía tener el cuidado de no
violar su virginidad.
Según la tradición el dialogo entre Cecilia y Valeriano fue así:
Cecilia: Tengo que comunicarte un secreto.
Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo
tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio,
si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí.
Valeriano: Muéstramelo. Si es realmente un
ángel de Dios, haré lo que me pides.
Cecilia: Si crees en el Dios vivo y verdadero y
recibes el agua del bautismo, verás al ángel.
Valeriano
obedeció y fue al encuentro de Urbano, el papa lo bautizó y Valeriano regresó
como cristiano ante Cecilia.
Valeriano pidió ver al ángel, y un día
volvió a su propia casa, donde Valeriano vio a Cecilia en plena oración con el
ángel que cuidaba siempre de ella y, él ya creyente convencido, rogó que
también su hermano Tiburzio recibiera la misma gracia y así fue.
Martirio
El prefecto Turcio Almaquio condenó a
ambos hermanos, Valeriano y Tiburzio a la muerte. El funcionario del prefecto,
Máximo, fue designado para ejecutar la sentencia. Pero se convirtió al
cristianismo y sufrió el martirio con los Valeriano y su hermano. Cecilia
enterró sus restos en una tumba cristiana. Luego la propia Cecilia fue buscada
por los funcionarios del prefecto. Fue condenada a morir ahogada en el baño de
su propia casa. Como sobrevivió, la pusieron en un recipiente con agua
hirviendo, pero también permaneció ilesa en el ardiente cuarto. Por eso el
prefecto decidió que la decapitaran allí mismo. El ejecutor dejó caer su espada
tres veces, pero no pudo separar la cabeza del tronco. Huyó, dejando a la
virgen bañada en su propia sangre. Cecilia vivió tres días más, dio limosnas a
los pobres y dispuso que después de su muerte su casa debía dedicarse como
templo. El papa Urbano I la enterró en la catacumba del papa Calixto I, donde
se sepultaban los obispos y los confesores.
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