18 - DE ABRIL – JUEVES –
3ª SEMANA DE PASCUA – B
San Apolonio
Lectura del
libro de los Hechos de los apóstoles (8,26-40):
En aquellos días, un ángel del Señor habló a Felipe y le dijo:
«Levántate y
marcha hacia el sur, por el camino de Jerusalén a Gaza, que está desierto».
Se levantó, se
puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de
Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que había ido a Jerusalén
para adorar. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo al profeta Isaías.
El Espíritu dijo
a Felipe:
«Acércate y
pégate a la carroza».
Felipe se acercó
corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó:
«¿Entiendes lo
que estás leyendo?».
Contestó:
«Y cómo voy a
entenderlo si nadie me guía?».
E invitó a Felipe
a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era
este:
«Como cordero fue
llevado al matadero,
como oveja muda ante el esquilador,
así no abre su boca.
En su humillación
no se le hizo justicia.
¿Quién podrá
contar su descendencia?
Pues su vida ha
sido arrancada de la tierra».
El eunuco
preguntó a Felipe:
«Por favor, ¿de
quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?».
Felipe se puso a
hablarle y, tomando píe de este pasaje, le anunció la Buena Nueva de Jesús.
Continuando el
camino, llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco:
«Mira, agua. ¿Qué
dificultad hay en que me bautice?».
Mandó parar la
carroza, bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Cuando
salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió
a verlo, y siguió su camino lleno de alegría.
Felipe se encontró en Azoto y fue anunciando
la Buena Nueva en todos los poblados hasta que llegó a Cesarea.
Palabra de Dios
Salmo:
65,8-9.16-17.20
R/. Aclamad
al Señor, tierra entera
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros
pies. R/.
Los que teméis a Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua. R/.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,44-51):
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie puede
venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, Y yo lo resucitaré en el
último día.
Está escrito en
los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”.
Todo el que
escucha al Padre y aprende, viene a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, a no
ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre.
En verdad, en
verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y
murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no
muera.
Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Palabra del Señor
1. En
este texto del discurso en Cafarnaún, Jesús avanza en su propuesta. da un paso
decisivo. Hasta ahora ha dicho algo fundamental, que repite una vez
más: Yo soy el pan de la vida.
La propuesta
religiosa, que Jesús hace, es propuesta de pan que sacia apetencias y que da
vida. Vida eterna, es decir, una vida sin limitación alguna, sin principio ni
fin.
Decir
"eterna" no es hablar de duración, sino de plenitud. Tomar en serio a
Jesús es tomar en serio la vida, la propia y la de los demás.
2. Esto
supuesto, el paso decisivo que ahora da Jesús es asegurar algo sorprendente: el
pan que yo daré es mi carne. Ya no se trata del pan que representa a Jesús en
cuanto que sustituye a la Ley y pone en marcha una nueva forma de entender y vivir
la religión, según lo ya explicado. Ahora se trata de que Jesús mismo se da como pan.
La palabra
"carne" (sarx) tiene en el griego antiguo entre otros significados, también el de "persona", es decir, el
ser humano en su totalidad. Por eso, cuando Jesús dice: "el pan que yo
daré es mi carne", quiere decir: "el pan que yo daré no es solo el
proyecto y el ejemplo de mi vida, sino que soy yo mismo. Jesús está presente en
la vida del que cree en él. Jesús está en el creyente y le acompaña en su vida.
3. Jesús
hace esto para la vida del mundo, es decir, para que en el mundo haya
vida. Jesús no habla aquí de la vida "religiosa", ni de la
vida "sobrenatural, "espiritual" o "eterna".
Jesús habla
de la vida sin adjetivo. Es lo más elemental y lo central que todos apetecemos:
vivir. Y vivir bien, con seguridad, con salud, con dignidad.
Esto es lo
que, ante todo y, sobre todo, quiere y propone
Jesús.
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración
de san Apolonio, filósofo y mártir, que, en tiempo del emperador Cómodo, ante
el prefecto Perenio y el Senado defendió con aguda palabra la causa de la fe
cristiana, que confirmó con el testimonio de su sangre al ser condenado a la
pena capital (185).
Etimológicamente: Apolonio = Aquel que
brilla, es de origen griego.
Apolonio, senador romano, era conocido
entre los cristianos de la Urbe por su elevada condición social y profunda
cultura. Denunciado probablemente por un esclavo suyo, el juez invitó a
Apolonio a sincerarse frente al senado.
El presentó -escribe Eusebio de Cesarea-
una elocuentísima defensa de la propia fe, pero igualmente fue condenado a
muerte.
El procónsul Perenio, en atención a la
nobleza y fama de Apolonio deseaba sinceramente salvarlo, pero se vio obligado
a pronunciar la condena por el decreto del emperador Cómodo (alrededor del año
185).
Reproducimos aquí algunos pasajes del
proceso, en que el mártir afirma su amor por la vida, recuerda las normas
morales de los cristianos recibidas del Señor Jesús, y proclama la esperanza en
una vida futura.
Apolonio: Los decretos de
los hombres no pueden suprimir el decreto de Dios; más creyentes ustedes maten,
y más se multiplicará su número por obra de Dios. Nosotros no encontramos duro
el morir por el verdadero Dios, porque por medio de él somos lo que somos; por
no morir de una mala muerte, lo soportamos todo con constancia; ya vivos, ya
muertos, somos del Señor.
Perenio: ¡Con estas ideas,
Apolonio, tú sientes gusto en morir!
Apolonio: Yo experimento
gusto en la vida, pero es por amor a la vida que no temo en absoluto la muerte;
indudablemente, no hay cosa más preciosa que la vida, pero que la vida eterna,
que es inmortalidad del alma que ha vivido bien en esta vida terrenal. El Logos
(= Palabra) de Dios, nuestro Salvador Jesucristo "nos enseñó a frenar la
ira, a moderar el deseo, a mortificar la concupiscencia, a superar los dolores,
a estar abiertos y sociables, a incrementar la amistad, a destruir la
vanagloria, a no tratar de vengarnos contra aquellos que nos hacen mal, a
despreciar la muerte por la ley de Dios, a no devolver ofensa por ofensa, sino
a soportarla, a creer en la ley que él nos ha dado, a honrar al soberano, a
venerar solamente a Dios inmortal, a creer en el alma inmortal, en el juicio
que vendrá después de la muerte, a esperar en el premio de los sacrificios
hechos por virtud, que el Señor concederá a quienes hayan vivido santamente.
Cuando el juez pronunció la sentencia de
muerte, Apolonio dijo: "Doy gracias a mi Dios, procónsul Perenio,
juntamente con todos aquellos que reconocen como Dios al omnipotente y
unigénito Hijo suyo Jesucristo y al Espíritu santo, también por esta sentencia
tuya que para mí es fuente de salvación".
Apolonio murió decapitado en Roma el
domingo 21 de abril. Eusebio comenta así la muerte de Apolonio: "El
mártir, muy amado por Dios, fue un santísimo luchador de Cristo, que fue al
encuentro del martirio con alma pura y corazón fervoroso. Siguiendo su fúlgido
ejemplo, vivifiquemos nuestra alma con la fe".
Sabemos también por el mismo Eusebio que el acusador de Apolonio - como
también más tarde el del futuro papa Calixto- fue condenado a tener las piernas
quebradas. En efecto, según una disposición imperial, que Tertuliano (Ad Scap.
IV, 3) atribuye a Marco Aurelio, los acusadores de los cristianos debían ser
condenados a muerte. Las Actas del martirio de Apolonio, descubiertos en el
siglo pasado, existen hoy en versión original armenia y griega y en varias
traducciones modernas (de las "Actas de los antiguos mártires",
incorporadas en Eusebio,"Historia Eclesiástica", V, 21).
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