domingo, 28 de abril de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 - DE ABRIL – MARTES – 5ª SEMANA DE PASCUA – B San José Benito Cottolengo

 

 


 30 - DE ABRIL – MARTES –

  SEMANA DE PASCUA – B

San José Benito Cottolengo

 

     Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,19-28):

 

EN aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo ya por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad.

Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.

En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquia, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 144,10-11.12-13ab.21

     R/. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado

 

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles.

     Que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R/.

 

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado.

     Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. R/.

 

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre por siempre jamás. R/.

 

      Lectura del santo evangelio según san Juan (14,27-31a):

 

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no turbe vuestro corazón ni se acobarde.

Me habéis oído decir:

“Me voy y vuelvo a vuestro lado”.

Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.

Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».

 

Palabra del Señor

 

  1.  El miedo es quizá la peor de las amenazas que tenemos que soportar los cristianos. Por eso, Jesús les pide a sus discípulos que no se dejen dominar por el miedo, que no tiemblen ni se acobarden. 

   - ¿Por qué esta petición? 

Porque Jesús les estaba pidiendo algo que le produce miedo a una persona religiosa.

Se trataba de desmontar la idea de Dios y la experiencia de Dios, que habían heredado de sus mayores y que habían vivido en su cultura. Y, en lugar del "Dios de siempre", tenían que acostumbrarse a ver a Dios, no en lo divino "sino en lo humano"; no en "lo sagrado", sino "en lo profano"; no en "lo religioso", sino "en lo laico".

  - ¿No es esto como para suscitar verdadero miedo?  

 

2.   Por más que Jesús sea "imagen" de Dios, el mismo Jesús dice que él no es igual a Dios: "El Padre es más que   yo". Jesús sabe y afirma su condición de creatura (protótocos), el "primogénito" de la creación (Col 1, 15). Lo cual pone al descubierto la gravedad de lo que Jesús les está pidiendo a los discípulos y a todos sus seguidores: tienen que ver a Dios en un ser humano.  Esto, para aquellos hombres y para nosotros, es fuerte, demasiado fuerte.

 

3.   Por más que lo pensemos y lo digamos, el hecho es que a Dios no lo vemos en lo humano, en un ser humano.  Por la sencilla razón de que lo humano nos resulta insignificante, rutinario, feo, incluso despreciable o repugnante. 

   - ¿Ver en eso a Dios?

Esta es la cuestión, la gran cuestión, para nuestra fe en Dios.

 

San José Benito Cottolengo


 

 

En Chieri, cerca de Turín, en el Piamonte, san José Benito Cottolengo (Giusseppe Benedetto Cottolengo), presbítero, que, confiando solamente en el auxilio de la Divina Providencia, abrió una casa para acoger a toda clase de pobres, enfermos y abandonados.

 

Vida de San José Benito Cottolengo

 

Pío IX la llamaba “la Casa del Milagro”. El canónico Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera fase, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la puerta de una vieja casona leyó: “Taberna del Brentatore”. La volteó y escribió: “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. Pocos días antes le había dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: “Señor Rector, siempre he oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser trasplantados.

 

La “Divine Providencia” será, pues, trasplantada y se convertirá en un gran repollo...”.

José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia. Fue el mayor de doce hermanos, y estudió con mucho provecho hasta conseguir el diploma de teología en Turín.

Después fue coadjutor en Corneliano de Alba, en donde celebraba la Misa de las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar. Les decía: “La cosecha será mejor con la bendición de Dios”. Luego fue nombrado canónigo en Turín. Aquí tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una mujer, rodeada de sus hijos que lloraban, y a la que se le habían negado los auxilios más urgentes, porque era sumamente pobre. Entonces José Cottolengo vendió todo lo que tenía, hasta su manto, alquiló un par de piezas y comenzó así su obra bienhechora, ofreciendo albergue gratuito a una anciana paralítica.

A la mujer que le confesaba que no tenía ni un centavo para pagar el mercado, le dijo: “No importa, todo lo pagará la Divina Providencia”. Después del traslado a Valdoceo, la Pequeña Casa se amplió enormemente y tomó forma ese prodigio diario de la ciudad del amor y de la caridad que hoy el mundo conoce y admire con el nombre de “Cottolengo”. Dentro de esos muros, construidos por la fe, está la serene laboriosidad de una república modelo, que le habría gustado al mismo Platón.

La palabra “minusválido” aquí no tiene sentido. Todos son “buenos hijos” y para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada y hace más sabroso el pan cotidiano.

Les decía a las Hermanas: “Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra”. Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. “El asno no quiere caminar” comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: “In domum Domini íbimus” (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de abril de 1842.

 

https://www.santopedia.com/

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario