13 DE JULIO
- VIERNES
14a SEMANA DEL T. O.
– B –
Lectura de la profecía de Oseas (14,2-10):
Así dice
el Señor:
«Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por
tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: "Perdona
del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios.
No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a
llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el
huérfano." Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi
cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como
azucena, arraigará como el Líbano.
Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma
como el Líbano. Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo,
florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué
te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés
frondoso: de mí proceden tus frutos. ¿Quién es el sabio que lo comprenda, el
prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan
por ellos, los pecadores tropiezan en ellos.»
Palabra de Dios
Salmo: 50
R/. Mi boca proclamará tu alabanza, Señor
Misericordia,
Dios mío, por tu bondad,
por tu
inmensa compasión borra mi culpa;
lava del
todo mi delito,
limpia mi
pecado. R/.
Te gusta
un corazón sincero,
y en mi
interior me inculcas sabiduría.
Rocíame
con el hisopo: quedaré limpio;
lávame:
quedaré más blanco que la nieve. R/.
Oh Dios,
crea en mí un corazón puro,
renuévame
por dentro con espíritu firme;
no me
arrojes lejos de tu rostro,
no me
quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme
la alegría de tu salvación,
afiánzame
con espíritu generoso.
Señor, me
abrirás los labios,
y mi boca
proclamará tu alabanza. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,16-23):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed
sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fieis de la gente,
porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán
comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante
ellos y ante los gentiles.
Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de
cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis
vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los
padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán.
Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.
Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro
que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del
hombre.»
Palabra del Señor
1. El
proyecto del Reino, tal como lo presenta Jesús, es intolerable para los poderes
de este mundo. Un proyecto que
desmotiva a la gente ante el dinero,
y
los valores que lleva consigo el afán por el dinero, desencadena la persecución
contra los apóstoles.
Jesús es muy claro en este punto. Por tanto, cuando
los apóstoles del Reino
no encuentran rechazo y persecución sino aplauso y privilegios, tales apóstoles
tienen que preguntarse si son "auténticos" o si, por
el contrario, son
"falsos" apóstoles, como ya en el antiguo Israel hubo
"falsos" profetas.
2. Dice
Jesús que la persecución vendrá de las
"sinagogas"; y de los "gobernadores y reyes". O sea, será persecución religiosa y
persecución civil. Ambas cosas.
En cuanto a la persecución religiosa, lo
más sorprendente es que no vendrá de
los paganos o de otras religiones, sino de la propia religión.
Exactamente como le ocurrió al propio Jesús,
que fue asesinado por la misma religión en la que fue educado, la religión a la que socialmente
perteneció
durante
toda su vida.
En asuntos de persecución religiosa, lo primero
que hay que preguntarse es si nos persiguen por causa del apego al dinero (y a
quienes lo tienen) o por causa del Evangelio.
3. La
familia es la institución que trasmite los valores establecidos, las costumbres
de siempre, los intereses de toda la vida. Por eso, el Evangelio del
Reino
puede llegar a desencadenar tanto conflicto dentro de la propia casa.
De sobra sabemos que el dinero divide a las
familias y siembra el odio entre hermanos de la misma sangre.
San Enrique emperador
El ducado de Baviera está de fiesta por el nacimiento de Enrique. Es
el año del Señor 973. En Abbach ha visto la luz el hijo de Enrique el
Batallador y de la princesa Gisela de Borgoña. La Iglesia está pasando por la
terrible Edad de Hierro; la construcción de la sociedad civil está en pleno
feudalismo con sus continuas peleas y revueltas que dejan siempre la estela de
dolor, luto y sangre; por si fuera poco, se añade al desastre la peste y
epidemias.
El Batallador fue desterrado y la familia desunida; por esta razón
educó a Enrique el obispo de Raisbona, Wolfgang, que había sido su padrino.
A los veintidós años había muerto su padre y Enrique le sucedió como
legítimo duque de Baviera; se casó con la princesa Cunegunda, que también
llegará a ser venerada en los altares el día 3 de marzo.
Parece que su gestión se saltó los moldes de crueldad imperante en su
tiempo, procediendo noblemente y con justicia, pero por la vía del razonamiento
e inclinado más bien a la misericordia, en los frecuentes casos de
levantamientos y rebeldías de los nobles, en vez de destruir fortalezas, pasar
a cuchillo y purificar a fuego las ciudades rebeldes. Sus biógrafos lo
presentan como hombre convencido de que el poder le había sido dado para
construir y no para destruir. Quizá su oración y penitencias altamente alabadas
le llevaban a esta infrecuente manera de actuar entre los mandatarios de la
época.
Fue elegido por la nobleza germana emperador de Alemania el 1 de
enero del 1002, después de que muriera sin descendencia directa su primo Otón
III; para defender este derecho al Imperio Romano Germánico tuvo que guerrear
contra familiares que aspiraban a la misma dignidad. Organizó un formidable
ejército, disuasorio para los levantiscos y útil pasa asentar su dominio en
otras tierras; hacía falta esta imponente fuerza para calmar a los nobles y
obispos que se peleaban continuamente entre ellos, para defender a su
territorio de la invasión intencionada de Polonia sobre Alemania –venció al rey
Boleslao I, para recuperar Bohemia, uno de los territorios germanos
arrebatados– y porque los bizantinos acosaban sus fronteras del sur. Era parte de
sus deberes reales.
Con una paz relativa, se dispuso a proceder a la reforma tan
necesaria en el clero. Se mostró como un favorecedor incondicional de los
cluniacenses, y facilitó reunir un concilio en Franfort (1007) para que los
obispos tomaran las medidas eclesiásticas necesarias y restaurasen la
disciplina que él se mostraba dispuesto a apoyar, haciendo cumplir las
decisiones que salieran de la asamblea. Patrocinó la construcción de numerosas
iglesias y monasterios, señalándose especialmente la de Bamberg. Se ocupó de
ayudar en la solución de los problemas que el papa tenía en los mismos Estados
Pontificios, que presentaban una situación caótica, de profunda anarquía,
reflejo de lo que era toda Italia, en ebullición permanente por las luchas
fratricidas. A la muerte de Sergio IV, y elegido sucesor Benedicto VIII, se vio
forzado a intervenir hasta reponer por la fuerza al papa legítimo en su puesto,
porque los seguidores del antipapa Gregorio lo habían depuesto y desterrado. A
raíz de este hecho, Enrique y Cunegunda fueron ungidos como emperadores del
Sacro Imperio Romano Germánico el 14 de febrero del 1014.
Es digno de mencionar que Enrique, amigo de la paz, del claustro y de
la oración, no parase en toda su vida de un continuo vagabundeo por el mundo, en
guerra continua y sin disfrutar de la vida tranquila que le pedían el alma y el
cuerpo. Hasta quiso hacerse –no se sabe muy bien si de bromas o de veras–
canónigo en Estrasburgo.
Dejando a un pueblo que le estaba agradecido, murió en Grona el 13 de
julio de 1024. Luego se trasladaron sus restos a la catedral de Bamberg donde
reposan.
Lo canonizaron en 1146.
A la muerte de su marido, Cunegunda se metió en una abadía fundada
por ella, la de Kaffungen, hasta su muerte en el año 1033. Luego, fue enterrada
en Baviera, junto a su marido, en el lugar donde se reunían en vida cada vez
que podían.
Dicen los hagiógrafos que los esposos vivieron de común acuerdo en
continencia; incluso hay quien se atreve a poner en boca de Enrique las
palabras que supuestamente dijo a sus suegros poco antes de morir: «Virgen me
la entregasteis, virgen os la entrego». ¿Qué sabrán de eso y de otras cosas los
hagiógrafos? ¿O será que pensaban que era cosa mala, o poco digna, o menos
perfecta la vida marital con todas sus consecuencias? ¿No hubiera sido más
fácil decir de Cunegunda y Enrique no tuvieron o no pudieron tener
descendencia, sin que ello –por múltiples razones– suponga desdoro? ¡Qué cosas!
Archimadrid.org
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