10 DE
JULIO - MARTES
14ª – SEMANA DEL T. O. –
B – 10
Lectura de la profecía de Oseas (8,4-7.11.13):
Así dice
el Señor:
«Se nombraron reyes en Israel sin contar conmigo, se nombraron
príncipes sin mi aprobación. Con su plata y su oro se hicieron ídolos para su
perdición. Hiede tu novillo, Samaria, ardo de ira contra él.
¿Cuándo lograréis la inocencia?
Un escultor lo hizo, no es dios, se hace añicos el novillo de
Samaria. Siembran viento y cosechan tempestades; las mieses no echan espiga ni
dan grano, y, si lo dieran, extraños lo devorarían.
Porque Efraín multiplicó sus altares para pecar, para pecar le
sirvieron sus altares. Aunque les dé multitud de leyes, las consideran como de
un extraño. Aunque inmolen víctimas en mi honor y coman la carne, al Señor no
le agradan. Tiene presente sus culpas y castigará sus pecados: tendrán que
volver a Egipto.»
Palabra de Dios
Salmo: 113B,3-4.5-6.7ab-8.9-10
R/. Israel confía en el Señor
Nuestro
Dios está en el cielo,
lo que
quiere lo hace.
Sus
ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura
de manos humanas. R/.
Tienen
boca, y no hablan;
tienen
ojos, y no ven;
tienen
orejas, y no oyen;
tienen
nariz, y no huelen. R/.
Tienen
manos, y no tocan;
tienen
pies, y no andan.
Que sean
igual los que los hacen,
cuantos
confían en ellos. R/.
Israel
confía en el Señor:
él es su
auxilio y su escudo.
La casa
de Aarón confía en el Señor:
él es su
auxilio y su escudo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,32-38):
En aquel
tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo
habló.
La gente decía admirada:
«Nunca se ha visto en Israel cosa igual.»
En cambio, los fariseos decían:
«Éste echa los demonios
con el poder del jefe de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus
sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y
todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque
estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad,
pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»
Palabra del Señor
1. Jesús
fue un hombre controvertido. Mientras
que unos se quedaban admirados de lo que hacía, otros veían en eso la presencia
del demonio. Pero lo llamativo es que
quienes admiran a Jesús son las "gentes sencillas" (óchloi), mientras
que quienes ven en Jesús a un endemoniado son los fariseos, de los que la
mayoría pertenecían también a estratos populares, pero su observancia de leyes
y ritos, su religiosidad hipócrita, les hacía ver como obra del demonio lo que
era obra de la bondad de Jesús.
2. Jesús
era un profeta itinerante, que pasaba por pueblos y aldeas, curando enfermos y
aliviando penas. No está a nuestro
alcance hacer milagros. Ni siquiera
sabemos si lo que Jesús hacía era curar milagrosamente a los enfermos.
Lo que sabemos con seguridad es que aliviaba
las dolencias. Y eso sí que entra en nuestras posibilidades: hacer más
llevadera la vida a quienes nos rodean y, si es posible, lograr que se sientan
felices. Lo que ocurre es que eso es muy duro. Sobre todo, cuando uno es el
primero que necesita ser aliviado de cargas pesadas.
3. ¿Por
qué Jesús era así y actuaba así?
Los evangelios no dicen que eso se debía a que
en Jesús actuaba Dios. Lo que dicen es
que, al ver las gentes del pueblo tan abandonadas, tan mal tratadas por la
vida, "se le conmovían las entrañas", es decir, sintió misericordia.
No es que "le dio lástima". "Dar lástima" es una cosa
vergonzosa. Lo que sí conmueve a cualquiera es dar con alguien, que es tan
buena persona, que sintoniza y
comparte las penas y la alegría que uno vive. Así era Jesús. Tan profundamente humano.
Y eso es el secreto de todo lo demás.
San Cristóbal de Licia
Martirologio Romano: En Licia, san Cristóbal, mártir.
Etimológicamente: Cristóbal = Aquel que es el Portador de Cristo,
es de origen griego
Patronazgo: Viajeros, transportistas y conductoress
Breve Biografía
San Cristóbal, popularísimo
gigantón que antaño podía verse con su barba y su cayado en todas las puertas
de las ciudades: era creencia común que bastaba mirar su imagen para que el
viajero se viese libre de todo peligro durante aquel día. Hoy que se suele
viajar en coche, los automovilistas piadosos llevan una medalla de san
Cristóbal junto al volante.
¿Quién era? Con la historia en la mano poco puede decirse de él, como
mucho que quizá un mártir de Asia menor a quien ya se rendía culto en el Siglo V.
Su nombre griego, «el portador de Cristo», es enigmático, y se empareja con una
de las leyendas más bellas y significativas de toda la tradición cristiana. Nos
lo pintan como un hombre muy apuesto de estatura colosal, con gran fuerza
física, y tan orgulloso que no se conformaba con servir a amos que no fueran
dignos de él.
Cristóbal sirvió primero a un rey, aparente señor de la tierra, a
quién Cristóbal vio temblando un día cuando le mencionaron al demonio.
Cristóbal entonces decidió ponerse al servicio del diablo, verdadero
príncipe de este mundo, y buscó a un brujo que se lo presentará. Pero en el
camino el brujo pasó junto a una Cruz, y temblando la evitó. Cristóbal le
pregunto entonces si él le temía a las cruces, contestándole el brujo que no,
que le temía a quién había muerto en la Cruz, Jesucristo. Cristóbal le pregunto
entonces si el demonio temía también a Cristo, y el brujo le contestó que el
diablo tiembla a la sola mención de una Cruz donde murió él tal Jesucristo.
¿Quién podrá ser ese raro personaje tan poderoso aun después de morir?
Se lanza a los caminos en su busca y termina por apostarse junto al vado de un
río por donde pasan incontables viajeros a los que él lleva hasta la otra
orilla a cambio de unas monedas. Nadie le da razón del hombre muerto en la cruz
que aterroriza al Diablo.
Hasta que un día cruza la corriente cargado con un insignificante
niño a quien no se molesta en preguntar; ¿qué va a saber aquella frágil
criatura? A mitad del río su peso se hace insoportable y sólo a costa de
enormes esfuerzos consigue llegar a la orilla: Cristóbal llevaba a hombros más
que el universo entero, al mismo Dios que lo creó y redimió. Por fin había
encontrado a Aquél a quien buscaba.
--¿Quién eres, niño, que me pesabas tanto que parecía que transportaba
el mundo entero? --Tienes razón, le dijo el Niño. Peso más que el mundo entero,
pues soy el creador del mundo. Yo soy Cristo. Me buscabas y me has encontrado.
Desde ahora te llamarás Cristóforo, Cristóbal, el portador de Cristo. A
cualquiera que ayudes a pasar el río, me ayudas a mí.
Cristóbal fue bautizado en Antioquía. Se dirigió sin demora a
predicar a Licia y a Samos. Allí fue encarcelado por el rey Dagón, que estaba a
las órdenes del emperador Decio. Resistió a los halagos de Dagón para que se
retractara. Dagón le envió dos cortesanas, Niceta y Aquilina, para seducirlo.
Pero fueron ganadas por Cristóbal y murieron mártires. Después de varios
intentos de tortura, ordenó degollarlo. Según Gualterio de Espira, la nación
Siria y el mismo Dagón se convirtieron a Cristo.
San Cristóbal es un Santo muy popular, y poetas modernos, como García
Lorca y Antonio Machado, lo han cantado con inspiradas estrofas. Su efigie,
siempre colosal y gigantesca, decora muchísimas catedrales, como la de Toledo,
y nos inspira a todos protección y confianza.
Sus admiradores, para simbolizar su fortaleza, su amor a Cristo y la
excelencia de sus virtudes, le representaron de gran corpulencia, con Jesús
sobre los hombros y con un árbol lleno de hojas por báculo.
Esto ha dado lugar a las leyendas con que se ha oscurecido su vida.
Se le considera patrono de los transportadores y automovilistas.
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