18 DE JULIO - MIÉRCOLES –
15ª - SEMANA DEL T. O. –
B
San Federico de Utrecht
Lectura del libro de Isaías (10,5-7.13-16):
Así dice
el Señor:
«¡Ay Asur, vara de mi ira, bastón de mi furor! Contra una nación
impía lo envié, lo mandé contra el pueblo de mi cólera, para entrarle a saco y
despojarlo, para hollarlo como barro de las calles. Pero él no pensaba así, no
eran éstos los planes de su corazón; su propósito era aniquilar, exterminar
naciones numerosas.
Él decía:
"Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque
soy inteligente. Cambié las fronteras de las naciones, saqueé sus tesoros y
derribé como un héroe a sus jefes.
Mi mano cogió, como un nido, las riquezas de los pueblos; como
quien recoge huevos abandonados, cogí toda su tierra, y no hubo quien batiese
las alas, quien abriese el pico para piar."
- ¿Se envanece el hacha contra quien la blande?
- ¿Se gloría la sierra contra quien la maneja?
Como si el bastón manejase a quien lo levanta, como si la vara
alzase a quien no es leño. Por eso, el Señor de los ejércitos meterá enfermedad
en su gordura y debajo del hígado le encenderá una fiebre, como incendio de
fuego.»
Palabra de Dios
Salmo: 93
R/. El Señor no rechaza a su pueblo
Trituran,
Señor, a tu pueblo,
oprimen a
tu heredad;
asesinan
a viudas y forasteros,
degüellan
a los huérfanos. R/.
Y
comentan: «Dios no lo ve,
el Dios
de Jacob no se entera.»
Enteraos,
los más necios del pueblo,
ignorantes,
¿cuándo discurriréis? R/.
El que
plantó el oído ¿no va a oír?;
el que
formó el ojo ¿no va a ver?;
el que
educa a los pueblos ¿no va a castigar?;
el que
instruye al hombre ¿no va a saber? R/.
Porque el
Señor no rechaza a su pueblo,
ni abandona
su heredad:
el justo
obtendrá su derecho,
y un
porvenir los rectos de corazón. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-27):
En aquel
tiempo, exclamó Jesús:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi
Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Palabra del Señor
1. Este
texto, centro y clave del Evangelio, establece una contraposición asombrosa
entre los sabios y los sencillos. Lo que asombra es que Jesús, orando al Padre,
afirma que los sabios son los que no se enteran de las cosas de Dios, mientras
que los sencillos son los que saben de eso.
Jesús da gracias al Padre porque esto es así.
Lo que indica claramente que Jesús ve bien, y se alegra de
ello,
que sean precisamente los sencillos, con los que Jesús se siente solidario, los
que saben de Dios.
2. Los
"sabios" son un grupo, una clase social, que se contrapone al
"pueblo ordinario". Son los que en Israel eran considerados como
"sabios", la aristocracia religiosa, principalmente los
"letrados", los estudiosos de la ley religiosa y sus complicadas
interpretaciones.
Los "sencillos" son los que en griego
eran llamados los népioi, literalmente
los "niños", los "lactantes", términos que designaban a los
"simples, "incultos, "ignorantes". Justamente, los que
fueron los oyentes de Jesús, las mujeres, los galileos, los pobres del campo,
los que no pueden acudir a los centros
de estudio de los "sabios" (U. Luz).
3. Los "sabios"
no saben de Dios y los "ignorantes" saben de eso porque el Padre
(Dios) no está al alcance de los humanos. Nadie, nada más que el Hijo, Jesús,
es quien da a conocer quién es el Padre y cómo es el Padre. Y Jesús lo da a
conocer, no a la gente de estudios y de mucha religión, sino a los ignorantes y
simples, los 'am ha'arets. Sin duda alguna, lo más profundo y lo más sencillo, coinciden y se
funden de tal forma en el Padre del Cielo que la absoluta profundidad solo es
accesible en la absoluta sencillez. Esto es lo que los sencillos
captan,
mientras que se nos escapa a quienes nos tenemos por entendidos.
Martirologio Romano: En Utrecht, ciudad de Güeldres, en Austrasia, san Federico, obispo,
que, ilustre por sus conocimientos sobre las Sagradas Escrituras, se dedicó
incansablemente a la evangelización de los frisones (838).
Etimológicamente significa
poderoso en la paz. Viene de la lengua alemana.
Descendiente de una familia ilustre entre los frisones, fue elegido obispo
de Utrecht en 820. Dedicó toda su actividad a la reforma de las costumbres de
sus diocesanos, y combatió las herejías. Murió mártir en Utrecht, el año 838. -
Fiesta: 18 de julio.
"Al obispo -dice el consagrante al nuevo obispo, durante el ritual de la
consagración-, corresponde juzgar, interpretar, consagrar, ordenar, ofrecer,
bautizar y confirmar". Y cuando le hace entrega de la más significativa
insignia de su episcopado: "Recibe el báculo de Pastor a fin de que seas
dulce y firme en tus correcciones; en tus juicios, justo y sereno; al fomentar
la virtud en los demás, persuasivo, y no te dejes llevar ni del rigor ni de la
debilidad. Recibe este anillo, símbolo de la fidelidad con que has de conservar
intacta y sin mancha a la Esposa de Dios, es decir, la Iglesia". Y
asimismo, cuando le hace entrega de los Evangelios, dice: "Recibe el
Evangelio y ve a predicarlo al pueblo que te ha sido encomendado. Dios
Omnipotente aumente en ti la gracia".
No es extraño que ante una misión tan sublime y a la vez tan cargada
de responsabilidad, Federico, varón justo y lleno de humildad, se declarase
incapaz de aceptar el cargo de obispo de Utrecht, para el que había sido
elegido por el clero y el pueblo de aquella diócesis. Fue necesaria toda la
autoridad del emperador Ludovico Pío, para que aquel sacerdote, conocido de
todos por su ardor pastoral y su predicación, aceptase la Cátedra episcopal que
había quedado vacante a la muerte del obispo Ricfredo.
Y la verdad es que nadie mejor que él podía encargarse de la diócesis:
por una parte, sus virtudes y su ciencia le daban la autoridad necesaria para
ocupar la Silla episcopal, y por otra, el haber vivido en íntima comunicación
con Ricfredo le hacían el más conocedor de la situación.
En efecto, nacido hacia el año 790, en el seno de una noble familia
de Frisia, había sido confiado para su educación al clero de la iglesia de
Utrecht, primero, y más tarde al mismo obispo, que se aplicó con ardor a formar
el alma de aquel joven piadoso y trabajador, hasta que, suficientemente preparado,
le confirió el sacerdocio.
Ahora, consagrado ya obispo, en presencia del mismo emperador,
Federico se entrega generosamente a su misión, que cumplirá fielmente hasta las
últimas consecuencias. Su humildad había hecho cuanto estaba de su mano para no
aceptar aquel cargo que sus solas fuerzas no podían soportar, pero ahora que
había recibido ya la plenitud del sacerdocio, su fe confía en que el único
Sacerdote -Jesucristo-, realizará en él la tarea que le ha querido confiar.
Los primeros tiempos de su episcopado los dedica a la villa de
Utrecht, esforzándose en devolver la paz a su pueblo, y en hacer desaparecer
los últimos restos de paganismo. Siempre acogedor, es generoso para con los
pobres, hospitalario para los viajeros, y sacrificado en sus visitas a los
enfermos. Entregado a la vida de oración y sacrificio, no ahorra vigilias ni
ayunos, en favor de sus diocesanos.
Más adelante, su celo le lanza a recorrer todo el territorio que le
ha sido confiado. En todas partes trabaja incansablemente en la reforma de las
costumbres de sus diocesanos, y de una manera especial lo hace en la isla de
Walcheren, donde reinaba la más burda inmoralidad.
Se dedica también a combatir la herejía arriana, bastante extendida
en Frisia, y poco a poco va reduciendo los herejes a la verdadera fe católica.
Para asegurar la duración de este retorno a la verdad, San Federico compone una
profesión de fe, que resume la enseñanza católica sobre la Santísima Trinidad,
y ordena que se recite tres veces cada día una oración en honor de las tres
divinas Personas.
Cuando ya casi había recorrido toda la diócesis, un día, mientras
estaba dando gracias de la Misa, es atacado por dos criminales que le
atraviesan las entrañas, muriendo a los pocos minutos. ¿A qué móviles respondía
aquel asesinato? Algunos dan como causa cierta, el odio que Judit, segunda
esposa de Ludovico Pío, alimentaba contra San Federico, por haberla reprendido
con santa libertad, a causa de su conducta inmoral. No obstante, aun cuando
parece que esta persuasión ya existía en Utrecht, muy próximamente a la fecha
del martirio, hay quien lo pone en duda, por el testimonio del famoso escritor
Rábano Mauro, que ensalza las virtudes de la emperatriz... Quizá los
hagiógrafos no lleguen nunca a un acuerdo sobre este punto, pero a pesar de
ello continuará siendo cierto que en aquel día del año 838, un obispo moría
mártir...
Por: José Acuña Belaustegui
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