16 DE ENERO – MIÉRCOLES –
1ª –SEMANA DEL T.O. –
C –
Lectura de la carta a
los Hebreos (2,14-18):
Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la
sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar
mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a
cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.
Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los
ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo
sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los
pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la
tentación, puede auxiliar a los que son tentados.
Palabra de Dios
Salmo:
104,1-2.3-4.6-7.8-9
R/. El Señor se acuerda
de su alianza eternamente.
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su nombre
santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su
alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (1,29-39):
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con
Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e
inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la
levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los
enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a
muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los
demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía era muy oscuro, se
marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros
fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar
también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y
expulsando los demonios.
Palabra del Señor
1. Este relato nos presenta
lo que era, y cómo trascurría, un día corriente en la
vida de Jesús. Se
destacan tres cosas:
1) Oración en sitios solitarios.
2) Atención y dedicación a remediar, en lo
posible, a personas y grupos humanos que se veían en situaciones de
sufrimiento.
3) Especial cuidado cuando se trataba de
aquellos sectores de la sociedad que solían verse peor tratados, por ejemplo,
las mujeres, como queda patente en este caso, al curar a la suegra de Pedro.
2. Estos hechos y este
resumen de lo que era, y cómo era, la vida de Jesús nos
dice, con toda
claridad, que Jesús fue un hombre
profundamente religioso.
Dicho de otra manera, se puede asegurar que la experiencia central
y determinante de Jesús fue la experiencia de Dios, presente en su vida
constantemente. Pero la novedad del Evangelio está en que nos presenta,
precisamente en la vida de Jesús, otra forma de entender y vivir la
religiosidad. Porque fue una religiosidad que no tuvo en cuenta lo sagrado, lo
ritual, lo legal. Su centro no estaba en nada de eso, sino en Dios, que está
presente en cada ser humano.
3. Jesús vio que necesitaba
la presencia y la ayuda del Padre. Por eso rezaba tanto. Y por eso también
hablaba tanto del Padre. Pero Jesús no buscaba al
Padre-Dios en el
templo, ni en el trato con los sacerdotes y doctores de la Ley, ni practicando
ceremonias o rituales sagrados.
Jesús vio que hay que buscar y encontrar a Dios dando su tiempo y
poniendo su interés en los enfermos, en
las gentes que lo
pasan mal, en las mujeres que se suelen ver tratadas como
inferiores a los
hombres.
Estas cosas son las que llenan las páginas de los evangelios. Y
las que tendrían que llenar y dar sentido a nuestras vidas.
San Marcelo I, Papa
En Roma, en el cementerio de
Priscila, en la vía Salaria Nueva, sepultura de san Marcelo I, papa, que, como
recuerda el papa san Dámaso, fue un verdadero pastor, por lo que sufrió mucho,
siendo expulsado de su patria y muriendo en el destierro por haber sido
denunciado falsamente ante el tirano por algunos que despreciaban la penitencia
que les había impuesto.
En la lista de los sucesores de Pedro
hace el número treinta. Era una época en la que los papas vivían poco tiempo
por las persecuciones. Si ser cristiano era un continuo peligro de perder la
vida, ser elegido Pastor supremo, con carácter necesariamente visible, era un
boleto con premio de martirio. Eso fue, con sus peculiaridades lo que sucedió
con San Marcelo que sólo pudo gobernar la Iglesia un año, del 308 al 309.
Tenía ya la Iglesia una innegable
entidad en el siglo III. Las persecuciones de Decio y Valeriano habían
conseguido robustecerla más que aniquilarla. Galieno abrió un período de paz
que permitió pudiera organizarse mejor en todo lo que pudiera facilitar la
atención espiritual a sus fieles y también con vistas a la difusión del misterio.
Entre los años 284 al 305 es emperador Diocleciano que, respetuoso con los
cristianos al principio termina con la más violentas de las persecuciones, la
del 303 al 305, sembrando de mártires el Imperio. El papa San Marcelino fue una
de sus víctimas en el año 304.
Desde la muerte de este papa no
pueden reunirse los obispos para elegir sumo pontífice y vaca la Santa Sede por
un paréntesis de tres o cuatro años, dependiendo de que se date en el 307 o el
308 la elección de Marcelo, según se use el catálogo liberiano o se empleen
otras fuentes.
El hecho es que, elegido papa el
presbítero romano Marcelo que en los días de persecución fue uno de los firmes
puntales de la comunidad, se impone como tarea principal la reorganización de
la Iglesia. Tiene un carácter fuerte, enérgico, aunque sereno y templado; como
don, la tenacidad en sus propósitos. Habilita nuevas iglesias, reorganiza la
jerarquía, consagra obispos y sacerdotes, abre las puertas a la reconciliación
-después de una oportuna penitencia- a los famosos “lapsi” que tantos
conflictos trajeron a la Iglesia en aquellos tiempos y que habían apostatado
por debilidad en los días amargos de la persecución.
Precisamente con este motivo una
sección de la Iglesia comienza a tildar a Marcelo de excesivamente riguroso;
otros en cambio le consideran blando por conceder el perdón. Es la consabida
pugna entre el rigor intransigente y la indulgencia intolerable. Él sólo quiere
mantener la indispensable disciplina penitencial. Pero en Roma hay revueltas
callejeras entre los cristianos; algunos pierden el control y se llega en
alguna ocasión hasta la sangre. Majencio hace responsable de los desórdenes a
Marcelo y lo condena al destierro. Fue un atropello utilizar la cuestión
interna de la Iglesia como pretexto para quitar la cabeza de la religión objeto
de odio. En el año 308 o en el 309 según la documentación que se emplee, muere
el papa Marcelo en su destierro consumido de dolor y privaciones.
En las actas escritas varios siglos
más tarde se adornan el oscuro tiempo de exilio con escenas que engrandecen la
vida de Marcelo. Le hacen cumplir los oficios de criado; lo ponen limpiando el
establo de sus dueños; alguien lo vio limpiado las caballerizas públicas de
Roma y otros relatan que escribió cartas a los obispos de Antioquía pidiendo
incondicional comunión con la Sede de Roma. Esto no se puede afirmar como
cierto. Desde luego, maltrecho, desterrado, con la responsabilidad de toda la
Iglesia, imposibilitado para cumplir su misión... no lo debió pasar muy bien.
Merece las gracias por su generosa fidelidad en el gobierno de la Barca de
Pedro que anima nuestro ¡tantas veces! tibio amor y pobre conducta al secundar
los silbidos del Buen Pastor.
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